Nadia Cattan/ La revolución que cambió la vida de los judíos

Las nuevas ideas estaban dispuestas a cambiar el orden político en Francia y era cuestión de tiempo para que los judíos vivieran las consecuencias

Enlace Judío México e Israel – Francia, 1789. En el aire se puede respirar una nueva influencia, se trata de la ilustración, un ambiente en donde la gente muestra un gran interés por la razón.

Se comenzaba a leer la enciclopedia, ese nuevo texto que concentraba una inmensa cantidad de conocimiento, y es que la gente quería cultivarse y construirse un futuro mejor.

Cuentan que del otro lado del océano, las 13 colonias inglesas lograron su independencia, ahora se llaman a sí mismos los Estados Unidos, y sí que lo son, pues tomaron el futuro en sus manos convirtiéndose en un ejemplo de progreso y de unión.

Sin embargo en Francia… en Francia las cosas no van bien, el Rey Luis XVI y su esposa María Antonieta gobiernan desde un total abuso de poder, siempre aislados en sus lujosos palacios viviendo a la orden de sus deseos, siempre desinteresados sobre las necesidades del pueblo.

Ante la crisis económica provocada principalmente por malas cosechas y por extenuantes gastos militares, el Rey convocó en 1788 a los Estados Generales.

Una asamblea compuesta por 1,200 diputados y que en su mayoría exigía someter a votación las principales cuestiones del país, pedían un voto por individuo, algo nunca antes visto. Por supuesto el Rey Luis 16 se negó, y en consecuencia, mandó a cerrar las puertas de la sala de la asamblea, pero nada podía detener a aquella sociedad, una sociedad completamente convencida de que el orden político tenía que cambiar.

Con las puertas cerradas de la asamblea, los diputados sólo tuvieron que buscar un nuevo lugar para reunirse, tan sencillo como eso, y cuando lo hicieron continuaron con el proceso.

Fue así como decenas de hombres se reunieron en un salón de juego de pelota bajo una promesa: No salir de ahí hasta no otorgarle a Francia una constitución más justa, democrática e igualitaria.

Extasiados por este nuevo acontecimiento la gente de París asaltó la prisión de la Bastilla, violentar aquel lugar significaba desafiar a la monarquía. Ya no había marcha atrás. Enfurecida, la gente decapitó al General de la presión, pusieron su cabeza sobre un palo y con este histórico acontecimiento comenzó la revolución.

Cuando la noticia de todo lo sucedido llegó a oídos del Rey Luis XVI quedó pasmado, el desorden era total y no había forma de ignorarlo o de quedarse con los brazos cruzados. Así que tuvo que convocar a una nueva reunión a la que llamó Asamblea Constituyente, ahí se escribió la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, se suprimió el feudalismo, se declaró la apropiación de los bienes de la iglesia y se garantizó la libertad de expresión en la prensa.

Nada de lo que sucedió era positivo para el Rey pero todas estas nuevas reformas dejaban claro que él ya no tenía el poder.

Las cosas estaban cambiando en Francia, nuevas ideas estaban dispuestas a cambiar el orden político y era cuestión de tiempo para que los judíos vivieran las consecuencias de aquellas nuevas ideas.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.  

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