Enlace Judío – Hace unos días leí dos mensajes que se enfocaban en elegir el rumbo adecuado para asegurar el mejor destino, al menos a corto plazo.
El primero corresponde a la declaración del director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus al iniciar la reunión del Consejo Ejecutivo, en la que hace un llamado enérgico a la distribución equitativa de las vacunas, acusando a los países ricos de acaparar abusivamente de las dosis disponibles.
El segundo, es la carta en la que en cinco puntos el presidente Joseph R. Biden encomienda al matemático y genetista Eric Lander a ocupar un espacio en su gabinete, con el cargo de director de la Oficina de Políticas de Ciencia y Tecnología. Dos mensajes muy distintos pero que se refieren a una misma moneda.
La pandemia de COVID-19 nos ha dejado, y aún no acaba por otorgarnos, varias lecciones que como individuos y humanidad podríamos, pero no debiéramos ignorar. No dudo que incluso en varios años, y vista con mayor perspectiva, seguirá recordándonos que somos seres frágiles, dependientes del medio ambiente que nos rodea, sumamente interconectados.
De los múltiples aprendizajes, hemos sido testigos del extraordinario resultado en la sociedad, de las políticas públicas conjugadas con la ciencia, y viceversa, la ciencia apoyada por la agenda pública. En biología lo llamamos simbiosis; en el mundo empresarial sería una sinergia; en la vida cotidiana es la colaboración. Para aplaudir requerimos dos manos.
Ha sido claro que ante el coronavirus, aquellos líderes que con evidencia científica implementaron medidas claras de salud pública controlaron mejor la pandemia y tienen menos sufrimiento económico, social y en vidas humanas. Y por otro lado, nos hemos quedado perplejos al evidenciar el alcance y capacidad de la ciencia cuando obtuvo el gran apoyo económico y logístico de las instancias gubernamentales y agencias internacionales regulatorias para proveer en tiempo récord alternativas de vacunas seguras y eficaces para terminar con la emergencia.
Así, vemos claramente el beneficio patente en la sociedad cuando dentro de una misma ecuación, y de manera armoniosa, la ciencia y la política trabajan en tándem; cuando existe una clara coordinación entre la academia, los médicos, los investigadores y los científicos, con los organismos públicos e internacionales. No es una hipótesis, lo estamos viviendo en carne propia.
En el discurso de hace unos días, el director general de la Organización Mundial de la Salud aclaraba que se habían ya administrado 39 millones de dosis de vacunas en 49 países ricos mientras que en un país pobre se habían administrado solamente 25. “No 25 millones, ni 25 mil vacunas, no, solo 25 dosis en todo el país”. El llamado fue a recordar que para darle fin a la pandemia es imprescindible asegurar el acceso equitativo de vacunas a todos los países, y a la importancia de darle preferencia a la iniciativa del programa COVAX, formado en conjunto con CEPI y GAVI, quienes aseguraron más de dos mil millones de vacunas de 5 productores para los países menos ricos. “El mundo esta a punto de incurrir en una falla moral catastrófica”, dijo. De nada sirve que un país vacune a su población si el resto del mundo sigue susceptible; el virus seguiría circulando y eventualmente también amenazaría a los demás, “solo se prolongaría la pandemia”.
Cuando leía el mensaje de Tedros imaginé al mundo como si fuera una taza de café; si endulzamos con azúcar solo la superficie, no quedaría el resto amargo, eventualmente acabaría por mezclarse todo. El SARS-CoV-2 nos enseñó que si está en algún lado, está en todos lados. De qué sirve que un país termine de vacunar a sus ciudadanos si el resto sigue amargamente olvidado. Es válido, pero el cuento termina cuando leamos todas las páginas; cuando el virus difícilmente encuentre a quién contagiar.
Por su parte, desde su trayectoria como candidato, hasta tomar posesión como el 46° presidente de los Estados Unidos de América, Joseph R. Biden fue claro en darle a la ciencia un lugar primordial en sus estrategias de gobierno; especialmente ahora con la urgencia por finalizar la pandemia. Así, cinco días antes de su toma de protesta, Biden invitó a Eric Lander a participar en su plan de gobierno recordando una carta que en 1944, el entonces presidente Franklin D. Roosevelt envió a su asesor de ciencia y tecnología para establecer los cuatro pilares que aseguraron el liderazgo americano en los avances científicos de los siguientes 75 años. Ahora, y ante los retos de cambio climático y la crisis de salud por la pandemia, el nuevo inquilino de la Casa Blanca busca un equipo sólido, fundado en la ciencia, que desarrolle las estrategias, acciones específicas y estructuras que garanticen el impulso de la ciencia y el liderazgo en tecnología.
Me atrevo a decir que estos dos mensajes definirán el curso de los próximos meses, quizás años, porque la pandemia no termina si no recordamos lo que el nuevo coronavirus nos quiso decir desde el principio, y que desde 1972 en su camino hacia la luna los tripulantes del Apollo 17 nos transmitieron a través de la emblemática foto “la canica azul” creada a 29,000 kilómetros de la superficie terrestre.
Sin embargo, al parecer, aún no logramos comprender la moraleja de toda esta distopía. Los humanos no entendemos que las fronteras son inventos humanos y que estamos juntos en el mismo barco, en la misma taza de café. Quizás por vez primera tendremos que dejar de vernos en el espejo y mirar por el bien común. Te cuido, me cuidas. ¿Pero es que nadie entendió nada del 2020? Ese es el llamado imperativo de Tedros. Pensemos sí en los nuestros, pero también en los demás.
Y la ciencia, que siempre vive como ermitaña ahí escondida en el ático, trabajando sin cansarse tras bambalinas, siguiendo sus métodos inquebrantables y manteniendo su rigor prístino, de pronto, con el inicio de la pandemia, fue llamada al escenario y tomó un protagonismo que ha sido esencial, vital. Literal. Y así mostró la ciencia sin titubear, el profundo conocimiento acumulado, revisado y apilado por años, y que rápidamente reorientó para salvar a la sociedad. Con esa actuación estelar, algunos líderes, desgraciadamente no todos, redoblaron su apoyo a la ciencia y a la tecnología, sabiendo que es la mejor inversión en pro del desarrollo de sus países, de la seguridad de sus ciudadanos, del bien común.
Los dos mensajes con tres días de diferencia y en distintos contextos; pero los dos, el de Joseph Biden y el de Tedros Adhanom surgidos en gran parte por la pandemia. Lo que sí es que ambos discursos muestran la perfecta combinación de la política y la ciencia en beneficio de las personas. En pro de la humanidad.
Eso es sinergia, cooperación, simbiosis.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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