Enlace Judío México e Israel – Cuando revisamos los tableros que diariamente se actualizan con las estadísticas de COVID-19 habitualmente nos enfocamos en conocer los casos confirmados, incluso miramos con preocupación la creciente cantidad de muertos, pero pocas veces nos detenemos a pensar en cada uno de los sobrevivientes que generalmente se etiquetan como “recuperados”.
Incluso en muchos de estos tableros, como el de la Universidad de Johns Hopkins, los “recuperados” están remarcados en verde, son los sobrevivientes, la nota de esperanza dentro de la incertidumbre. ¿Pero realmente esos que hoy son más de 56 millones de personas están verdaderamente recuperadas? ¿Es cierto que han regresado al estado de salud que mantenían previo a COVID-19?
Adela tiene 38 años, no tiene ninguna comorbilidad, es delgada y con cuatro niños cursando la primaria desde casa es inevitablemente una mujer sumamente activa; sin embargo, desde que en julio tuvo COVID-19 leve no ha logrado recuperarse por completo; todos los días tiene sensaciones de ardor en las extremidades, a veces dolor en las articulaciones, algunas noches se levanta con intenso sudor y generalmente por las tardes tiene episodios de mente nublada.
Por su parte Dana, cuyo único síntoma de COVID-19 fue la pérdida del sentido del gusto hace 7 meses, aún reporta cierta distorsión; al principio le sabía a podrido el café y todas las proteínas, ahora los sabores son sutiles pero todas las fragancias le huelen a chile de chamoy, lo que aún no puede ni probar es el huevo, aún le sabe espantoso. Y Nelly, que es fisioterapeuta y antes llenaba su consultorio con jóvenes futbolistas, gimnastas y devotos maratonistas, ahora se ocupa de varios pacientes con problemas pulmonares y musculares a semanas de sus altas de cuidados intensivos por COVID-19 (los nombres han sido cambiados por privacidad de las entrevistadas).
¿Recuperados?
Seguramente ellos están en las estadísticas pintadas de verde como liberados de la COVID-19, pero ninguno de ellos lo vive de esa forma. Lo que sí, es que sus vidas no corren peligro, por lo que comprenden que ante la urgencia de la emergencia sanitaria los sistemas de salud están volcados en los casos agudos, críticos. Sin embargo, cada vez son más los que reportan efectos luego de la fase infecciosa del virus SARS-CoV-2 y requieren atención médica en rehabilitación y tratamiento para resolver sus síntomas, signos y parámetros anormales de laboratorio.
Ante ello, un grupo de amigas científicas, investigadoras, comunicadoras de la ciencia y médicas clínicas, nos juntamos con el objetivo de revisar más de cerca esta condición que a casi un año de pandemia aún no tiene nombre. Algunos le llaman secuelas o síndrome de COVID-19; otros COVID-19 persistente o crónico, también conocido como COVID-19 de largo plazo.
La misión fue la de hacer una revisión sistemática de toda la literatura científica publicada en inglés, en el 2020, sobre esta enigmática condición, para encontrar aquellos estudios que siguieron a al menos 100 pacientes, sin importar la severidad de su COVID-19 y describieron sus síntomas, signos y parámetros de laboratorio anormales más allá de la enfermedad infecciosa. Con ellos, las autoras hicieron un análisis estadístico cruzado entre ellos, llamado meta-análisis, para encontrar la prevalencia de cada uno de los efectos post-COVID-19 a través de todos los estudios publicados.
7 mujeres
Este fue un trabajo de siete científicas; de la Dra. Sandra López-León, médica epidemióloga en Nueva York; la Dra. Talia Wegman-Ostrosky, médica ontogenética en la Ciudad de México; la Dra. Rosalinda Sepúlveda, médica psiquiatra investigadora de la Escuela de Salud Pública de Harvard; la Dra. Paulina A. Rebolledo, médica internista infectóloga dedicada a pacientes COVID-19 en el Hospital de Emory en Atlanta; la Dra. Angélica Cuapio, médica investigadora en inmunología en el Instituto Karolinska en Suecia; la Dra. Sonia Villapol, neurocientífica y profesora en el Instituto de Investigación Houston Methodist en Texas; y yo, honrada entre todas ellas, Carol Perelman, QFB, divulgadora de la ciencia.
Así, de los más de 18 mil estudios encontrados en las bases de datos de literatura médica y científica, se revisaron a profundidad los 15 estudios que cumplían los criterios de inclusión y de los cuales se obtuvo información de más de 47,000 pacientes de entre 17 y 87 años de edad de países como México, Estados Unidos, China, Egipto, Australia y países europeos. Y luego del respectivo análisis estadístico se halló que el 80% de los sobrevivientes de COVID-19 permaneció con al menos un síntoma, signo o parámetros anormales de laboratorio luego de la infección aguda. Algunos por unas semanas más, otros por los 110 días que duró el máximo tiempo de uno de los estudios. Sin embargo, ésta fue una de las limitaciones del trabajo, los estudios no duraron más tiempo; sin duda hay personas con efectos post-COVID-19 más allá de los cuatro meses observados.
Los síntomas
El síntoma más frecuente fue la fatiga, en promedio reportado a 100 días del diagnóstico de la COVID-19, recordando un poco al síndrome de fatiga crónica que se produce por otras infecciones virales, como la de Epsten-Barr, citomegalovirus y herpes. En segundo término se encontró que las personas tenían dolor de cabeza, también pérdida de cabello, desorden de atención y sensación de falta de aire. Lo que sí, es que los efectos de COVID-19 a largo plazo involucran distintos órganos y sistemas por lo que para manejarlos será esencial entenderlos y tratarlos con soluciones integrales.
Muchos de los efectos son eventos neurológicos, como depresión, ansiedad, confusión, estrés post-traumático, insomnio; otros involucran al corazón, como arritmias y miocarditis; muchos se presentan en los pulmones, como tos, dolor de pecho, baja capacidad de difusión pulmonar, fibrosis de pulmón y apnea del sueño; y con menos frecuencia también se describen efectos en los ojos, aparato digestivo, incluso en la piel.
Más de 1 millón de mexicanos no retornaron a su estado de salud pre-COVID-19 inmediatamente después de la enfermedad
A pesar de que cada vez son más las clínicas especializadas post-COVID-19 que a raíz de todo esto han comenzado a establecerse involucrando equipos multidisciplinarios, es importante identificar con mayor detalle los factores de riesgo que pueden desencadenar esta condición, para así diseñar medidas preventivas y mejores estrategias para su manejo, tratamiento y rehabilitación. Durante el estudio, nos dimos cuenta, que los reportes publicados habían recaudado mucha de su información a través de encuestas con preguntas determinadas, y sin duda algunas personas no pudieron incluir síntomas o signos particulares que les hubiera gustado compartir.
Sugerimos por ello que en futuros cuestionarios se agreguen espacios abiertos para que los pacientes añadan aquellos efectos que no han sido enumerados; no porque no existan sino porque por el diseño de los estudios no pudieron recolectarse. También es fundamental hacer el análisis a mayor plazo, identificando a los pacientes según la severidad del COVID-19, incluyendo a los que cursan COVID-19 leve, incluso los asintomáticos, y hacerlo más allá de 110 días, dividiendo los hallazgos por género y estratificándolos por edad. Es indispensable desmenuzar mejor las características de todos los pacientes para comprender mejor este enigma y poderles ayudar con mayor efectividad; sin perder de vista la importancia de una perspectiva integral: de la persona completa.
Hoy, la mejor manera de prevenir secuelas post-COVID-19 es el evitar los contagios, usando cubrebocas y manteniéndonos a la distancia, y claro, aplicándonos la vacuna contra COVID-19 ya que aún no conocemos el mecanismo que desencadena los efectos persistentes, ni las condiciones que hacen que el 80% sean susceptibles a desarrollarla seguida de la infección viral.
Es importante resaltar que esta cifra es extraordinariamente alta, equivaldría a que hoy más de 1 millón de mexicanos no retornaron a su estado de salud pre-COVID-19 inmediatamente después de la enfermedad.
Seguramente en un futuro, cuando se tengan más estudios que incluyan pacientes leves y asintomáticos se irá ajustando esta prevalencia. A modo de referencia, y para dar contexto, un reporte publicado recientemente en The Lancet encontró que el 76 por ciento de los pacientes estudiados tenían síntomas como fatiga a 6 meses de COVID-19 en Wuhan, China. Es importante recalcar que el estudio que fue publicado el 30 de enero en MedRxiv como preprint es el primero en su tipo: es la primera vez que se revisa la literatura disponible en 2020 sobre el tema y se cruzan los estudios para comenzar a aproximarse a la información más certera. Esa es la relevancia de nuestra revisión sistemática y meta-análisis.
Esperemos que con el paso del tiempo, con la ayuda de los grupos que por su frustración los mismos pacientes han formado en redes sociales, y por el interés de cada vez más grupos médicos y científicos dedicados a ello, iremos dilucidando las secuelas de COVID-19 para pronto regresarles a tantas miles, o quizás ya millones de personas, su calidad de vida, su estado de salud.
El primer llamado a las instancias de salud internacionales fue a reconocerlo, ahora, el llamado es a definir el término correcto a usar para englobar los efectos de COVID-19 de largo plazo. Comencemos con otorgarle un nombre y una clara descripción. Quizás los futuros médicos, algunos hoy en primer año de la carrera, se podrán especializar en esta nueva rama de la medicina interna que sin duda será una de las tantas secuelas que heredaremos de esta distópica pandemia.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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