Juntos venceremos
lunes 23 de diciembre de 2024
La educación juega un papel preponderante para prevenir genocidios, es la esperanza de interrumpir la deshumanización que terminan en atrocidades de masas.

Benjamín Troyse /¿Por qué gente decente se convierte en bestias salvajes? De eusociabilidad a genocidio

Enlace Judío México e Israel – La Teoría Evolutiva de Darwin habla de la Supervivencia del más fuerte, esto es, que sobreviven los más capaces y los más aptos. Pero esto no explica muchos aspectos del comportamiento de la especie humana, como la existencia del altruismo. El más fuerte no tendría por qué ayudar a otros más débiles, gastando recursos y tiempo.

Para explicar esto, la ciencia introdujo el concepto de “selección de parentesco”; me preocupo por mi y por aquellos con quienes comparto material genético.

Pero esto tampoco explica por qué la gente se une y coopera, más allá de su parentesco.

Esto nos lleva al concepto de “selección de grupo”, que sostiene que a un grupo compuesto de gente que coopera con todos los demás le va a ir mejor. Juntos, los miembros de un grupo pueden ayudarse entre si a sobrevivir. Están más seguros, son más productivo y más capaces de enfrentar retos. Este impulso hacia la unión es llamado Eusociabilidad (eu en griego significa “bueno”)

Gracias a esto, aún cuando los humano somos naturalmente competitivos e individualistas, dedicamos una buena parte de nuestras vidas a cooperar con otros por el bien del grupo. Esto ha permitido la creación de sociedades y civilizaciones.

El progreso solo es posible si se forjan alianzas que producen ventaja de supervivencia. Pero esto tiene un lado oscuro. Por cada grupo interno, existe, por lo menos, un grupo de externo.

Para entender la historia de la humanidad es imprescindible entender lo que pasa con los grupos internos y los grupos externos. Una y otra vez, en todo el planeta, hay grupos de personas que ejercen violencia sobre otros grupos, aunque estén indefensos y no les representen amenaza alguna.

A principios del siglo pasado los turcos otomanos aniquilaron sistemáticamente a más de un millón de armenios, poco antes de la segunda guerra mundial, los japoneses invadieron China y en la masacre de Nankín asesinaron brutalmente a cientos de miles de civiles indefensos.

En la Segunda Guerra Mundial, los nazis aniquilaron a cerca de 7 millones de personas, 6 millones de ellos judíos, en una verdadera industria de la muerte y durante el llamado Genocidio de los Balcanes, sacerdotes católicos mataron a sangre fría a más de 2 millones de miembros de diversas iglesias ortodoxas cristianas.

En 1994, en solo 100 días, en Ruanda, la etnia Hutu mató a 800,000 Tutsis, casi todos con machete. A finales del siglo pasado, apenas hace poco más de dos décadas, durante la Limpieza Étnica en la ex Yugoeslavia se causó la muerte de más de 100,000 bosnios musulmanes a manos de serbios-bosnios, esto, apenas a 1,000 kilómetros de los campos de exterminio nazis, en Europa, en donde 50 años antes se dijo nunca jamás”.

Uno de los peores eventos fue el que ocurrió en Srebrenica. En ocho días fueron asesinados 8,000 musulmanes bosnios que se encontraban refugiados en un campamento de la ONU, de donde fueron expulsados para caer en manos de sus verdugos que los esperaban afuera. Niños y adultos fueron ejecutados y mujeres violadas con saña inaudita.

Lo sorprendente es que los asesinatos fueron llevados a cabo por quienes fueron vecinos de las víctimas, con quienes habían convivido por décadas, quienes, en algunos casos habían sido sus amigos desde la escuela.

Uno de los casos más dramáticos de este rompimiento de la interacción social normal fue el de un dentista musulmán arrestado por los serbios. Lo colgaron de los brazos en un poste de luz y lo golpearon con una barra de metal, rompiéndole muchos huesos y la columna vertebral para dejarlo colgando por tres días mientras que niños bosnios, que algunos de ellos seguramente lo conocían, pasaban sin inmutarse frente a su cadáver camino a la escuela. En un instante, el ancestral mandamiento no matarás se convirtió en ve y mata.

En 1961, Hannah Arendt asistió en Jerusalén al juicio de Adolf Eichman.  Comprobó que seis psiquíatras lo evaluaron como un hombre normal y se dio cuenta que hubo muchos hombres como él, ni pervertidos ni sádicos y que las matanzas de judíos en Polonia fueron ejecutadas por hombres corrientes que, sin embargo, cometieron sus delitos en circunstancias que tornaron en banales hechos propios de un “enemigo del género humano” Con base en esto, en 1963 publicó un ensayo sobre “la banalidad del mal

¿Qué es lo que permite que se dé un cambio tan alarmante en la conducta humana? ¿Cómo puede comportarse así una especie eusocial? ¿Por qué el genocidio sigue apareciendo una y otra vez? Tradicionalmente las guerras y las matanzas se han tratado de explicar en contexto histórico de economía y política, pero, además de esto, es un fenómeno neurológico. En la vida cotidiana sería inimaginable ir a asesinar a nuestro vecino. Entonces, ¿qué es lo que hace que repentinamente miles de personas lo hagan? ¿Qué pasa que, en determinadas situaciones, se produzca un corto circuito en el funcionamiento del cerebro?

¿Qué dice la ciencia?

Este es un nuevo campo de investigación. Se ha encontrado que la gente muestra menos empatía por la gente que no pertenece a su grupo que por las de su grupo interno, pero lo que lleva a la violencia y al genocidio, a la deshumanización es más profundo.

Los científicos que se dedican al estudio del funcionamiento del cerebro han encontrado que una determinada parte de éste (la corteza media prefrontal CMP) se activa cuando interactuamos con otras personas mientras que permanece inactiva cuando manejamos objetos inanimados, -cosas-.

En experimentos, se muestran a voluntarios, imágenes de vagabundos o drogadictos mientras se estudia su actividad cerebral. Se encontró que, al verlos, la CMP es menos activa, de lo que deducen que al evitar ver al vagabundo o drogadicto como una persona, como otro humano, se aísla y evita experimentar sensaciones desagradables que lo hacen sentir mal por no acudir a ayudar. Dicho de otra manera, el cerebro deshumaniza al vagabundo, viéndolo más como un objeto y menos como un humano y, en consecuencia, se da la tendencia de no sentir la necesidad de tratarlo con consideración y, si no es visto como humano, no hay por que aplicarle las reglas morales a que son quienes son humanos.

¿Qué hace que una determinada reacción emocional motive a una persona a hacer daño a otra?

Estudiando sucesos violentos en todo el mundo y en diferentes épocas, se encuentra el mismo tipo de comportamiento del carácter. Es como si la persona cambiara el modo normal de operación de su cerebro. A esto le llaman El Síndrome “E”. Este se caracteriza por una disminución de la capacidad de reacción emocional de una persona, lo que le impulsa a cometer repetidos actos de violencia. Esto viene acompañado de una sobreexcitación, de una sensación de euforia y exaltación al realizar estos actos. Hay contagio grupal, todos lo hacen, toma fuerza y se expande. Hay compartimentalización de la reacción; alguien puede proteger a su familia mientras hace daño a la familia de otro.

Mientras esto sucede, la mayoría de las funciones cerebrales permanecen intactas; el cambio solo se da en determinadas zonas que son aquellas involucradas con las emociones y la empatía. De hecho, es como si sufrieran un corto circuito. Se desligan de la capacidad de tomar decisiones. En vez de eso, las decisiones del perpetrador dejan de tomar en cuenta qué pueda sentir el otro. Esto es equivalente a una desconexión moral. La gente en estas circunstancias ya no está utilizando los sistemas emocionales que en circunstancias normales dirigen sus decisiones sociales.

Un escritor francés, Gustave Le Bon, que durante la Revolución Francesa tenía siete años de edad, relató, cincuenta años después, lo que vio durante los motines:

“Un conjunto de personas presenta características nuevas muy diferentes a las de los individuos que lo componen. Los sentimientos y las ideas de todas las personas en una multitud toman una misma dirección única y su personalidad consciente desaparece. Se forma una mente colectiva”.

Después de una rebelión contra un emperador bizantino en el siglo XI, un testigo escribió:

“Fue como si toda la multitud fuera parte de alguna motivación sobrehumana. Parecían distintos de sus yo anteriores”.

La deshumanización es el componente clave del genocidio. Los nazis vieron a los judíos como algo menos que humano y los serbios vieron de la misma manera a los musulmanes.

¿Cómo podemos, las personas normales, llegar a eso?

Todas las guerras tienen como combustible una forma efectiva de manipulación neurológica, que se ha practicado por siglos: La Propaganda.

Quienes están en el poder constantemente presentan como hechos información distorsionada, alegan ataques contra ellos y demonizan a sus adversarios, utilizando toda clase de lenguaje negativo y peyorativo, como el que utilicen a niños para ceremonias secretas.

El genocidio solo es posible cuando la deshumanización se da en gran escala. La herramienta perfecta para eso se la propaganda. Esta llega directamente a los circuitos neuronales mediante los que entendemos y comprendemos a los demás y reduce o elimina el nivel en el que empatizamos con ellos.

Así, nuestro cerebros pueden ser manipulados por agendas políticas para que deshumanicemos a otras personas.

Algo de lo más importantes que aprendemos como humanos es el ver las cosas en contexto, en perspectiva, respecto de otras, Por esto, podemos ser capaces de ver a través de las cortinas de humo y los juegos de espejos de estratagemas políticas y formar nuestra propia opinión al entender que los sistemas de reglas son arbitrarios, que las reglas del mundo no son fijas ni inmutables y que no necesariamente están basadas en la verdad.

La educación juega un papel preponderante para prevenir genocidios. Solo entendiendo el impulso neuronal que hace que se creen grupos internos y grupo externos, así como los malvados trucos mediante los que la propaganda toma las riendas de ese impulso, podemos tener la esperanza de interrumpir las vías a la deshumanización que terminan en atrocidades de masas.

En esta época de conexión digital total, es más importante que nunca entender las conexiones entre humanos. El cerebro humano esta alambrado para interactuar. La especie humana es una especie espléndidamente social. Aunque nuestro impulsos sociales pueden llegar a ser manipulados, es un hecho que se encuentran cimentados en el centro de la historia de éxito de la humanidad.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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