Enlace Judío.- La ignorancia tiene muchas medidas y baremos. Pero cuando se supera el umbral del desprecio y la locura del desaire subestimado, estamos hablando de un mal mayor más que de un bien insigne.
La guerra eterna entre la actitud de hostilidad sistemática hacia los judíos en todo el mundo por parte de los antisemitas y de cómo resuena bajo un amplio cielo del desprecio infinito la intransigente frase: “Perro judío”, que es siempre una expresión racista, no algo coloquial y de muy inoportuna expresión que algunas mentes corrosivas creen. Y en ningún modo es más que un comentario inocente y popular. ¡No! Es algo tan perverso como segregacionista que nos lleva a la senda peligrosa del antisemitismo que se está disparando por todas partes a un ritmo muy preocupante.
Es difícil pensar en qué contexto puede justificarse una frase así, pues de dicho popular carece de virtud y mucho de vil crueldad, Y algo así perdurable en este siglo XXI carece de benevolencia y sensibilidad
humana.
Pero cuando esta frase que fue acuñada con el error de unas copias satíricas del S. XIV, menospreciadas por la crítica de entonces (dado su escaso valor artístico) tuvieron tal efecto en la sociedad de su tiempo y fueron tan mencionadas en otras obras de mayor enjundia, que son el origen del insultante sintagma “perro judío”, aún hoy tristemente en boga. Y el problema más alarmante es cuando esta enjundia la pronuncian en un programa de “marujeos” de televisión bajo la triste capa que cubre como el lodo la ignorancia sucia y más ruin, que parece como si alimentara y se encendieran todas las alarmas que chirrían a la vez con un sonido de tono rabioso. Fue el personaje esperpéntico Rosa de Benito, -que tampoco es que sea mujer excesivamente cultivada y erudita- la que muy desafortunadamente y con su labia consumada por su lengua viperina la llevó a su propio descrédito personal. Esto ocurrió en el canal televisivo Telecinco, en el vasto programa “Sálvame”, donde susodicha señora llamó “perro judío” a un cuñado suyo de la farándula española y más cañí. Y, aunque pidiese un miserable perdón a los dos días cuando se le llamara la atención de tal esperpento comentario, igual era demasiado tarde por ya haber enhebrado el conflicto que lleva al feo menosprecio. Esta mujer como digo llamada Rosa de Benito, (contertulia de televisión ocasional desorientada y maleducada) se conoce que saca las uñas de su analfabetismo consumado por la poca ilustración del no saber analizar el sentido y la conciencia de tal agravio. Probablemente en la insuficiencia de su intelecto y sin más argumentos que da el perverso desprecio del ignorante. De sapiencia y erudiciones sabemos que en estos programas del “corazón” no van sobrados. ¡Lo sabemos! Pero lo peor de esto es que dicha frase despectiva, racista y antisemita se suele utilizar cuando se desea despreciar infinitamente a alguien o a un colectivo entero. Y eso es de cobarde condición anacrónica y una mala costumbre que debería desaparecer como un viento que va persiguiendo sombras del pasado.
Pero en la inocente duda servidor se pregunta: ¿Cómo habrían actuado si la expresión en cuestión hubiera sido homófoba, o en contra de otro colectivo, como el musulmán o el gitano. ¡Da que pensar!
Si vamos a la parte más “culta” de esta epidemiológica frase, donde sus ecos mutan en un agravio y ofensa al pueblo hebreo, podemos evaluar que se transfirió como el desdoblamiento de su significado lingüístico original a un significado racial y despreciativo. Las fuentes de las expresiones populares en castellano -incluso las antisemíticas- suelen estar recogidas en el amplio catálogo de obras literarias que están descansando en libros polvorientos y papiros rancios por las bibliotecas; que son las casas de los libros. En esto se debería de tomar urgente medición y seria evaluación cabal para llegar a un género de cordura, igual para tachar de una vez por todas esta frase tan desagradable y xenófoba de tintes antisemitas donde las haya. Pues en el castellano de España el término judío, dicho en solitario, con un poquito de énfasis y vehemencia, se transforma, directamente en un insulto racista. ¡Así de claro!
Servidor, que como el alquimista intenta cambiar las cosas pero con la herramienta de la humilde palabra y no con el desprecio por bandera, lo intenta siempre concebir bajo un barniz de ecuánime sentido común, como quien la tarde le calma y no le excita fácilmente, pues fantasea durante mucho tiempo imaginando un mundo sin odios, inquinas ni desprecios hacia el gran pueblo judío. Pensando y cavilando que algún día esta conciencia colectiva sea posible y viable para acabar todo ello en una justa medida de respeto hacia el pueblo hebreo.
E insistiendo siempre en este devaluado y humillante comentario de “perro judío”, ante esta frase tan insidiosa y racista, que antes de nombrarla y citarla con la verborrea que la acompaña sería prudente callar y pensar primero que suele ser una virtud viva y despejada. ¿Será cuestión de tiempo? Ojalá que si no es hoy, mañana sea tal vez.
(Dedicado al pueblo judío)
Sergio Farras, escritor tremendista
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