Enlace Judío – El nazismo fue algo más que un intento por imponer la supremacía de una raza (por supuesto, entendiendo el concepto de raza del modo más falaz posible), o el intento de exterminio del pueblo judío y otras minorías.
Fue también un intento por imponer una sola perspectiva de lo que tenía que ser la cultura.
Siguiendo sus postulados racistas e intolerantes, una gran cantidad de expresiones artísticas fueron prohibidas por el régimen de Hitler.
A los judíos, en particular, se les afectó de diversos modos. Los compositores o músicos profesionales judíos que trabajaban en las compañías musicales sinfónicas, de ópera, o en los conservatorios alemanes, se les despidió y se prohibió que se ejecutaran sus obras. Pero esta prohibición también alcanzó a todos los compositores judíos que vivían fuera de Alemania.
Por ejemplo, George Gershwin fue particularmente censurado, debido a que representaba lo más “degenerado” posible para el régimen alemán. Los compositores judíos de otra época tampoco escaparon. Por el puro hecho de ser judíos, las obras de Ignaz Moscheles, Ferdinand Hiller, Felix Mendelssohn, Jakob Meyerbeer o Gustav Mahler también fueron prohibidas. Y, como medida extra, se prohibió que los músicos judíos interpretaran obras de los grandes compositores alemanes, como Beethoven, Schumann o Brahms.
Muchos compositores judíos acabaron sus días en los campos de concentración. Otros lograron huir a los EE. UU., donde reiniciaron sus actividades profesionales.
De esa generación de compositores proscritos y perseguidos, te ofrezco cinco obras que pueden ser el punto de partida para que conozcas a autores poco difundidos hasta la fecha, pero que en su momento fueron músicos destacados por sus grandes méritos artísticos.
Y que mejor manera de homenajear a las víctimas de la barbarie nazi, que regresando a la vida las obras de aquellos que Hitler quiso silenciar para siempre.
1.- Franz Shreker: Sinfonía de Cámara (1916)
Shreker fue considerado como el mejor compositor alemán hasta antes de la llegada del nazismo al poder. Su prestigio superaba al de Richard Strauss. Producto total de la academia germánica, Schreker es acaso quien mejor representa el hecho de que la política cultural nazi fue un suicidio.
Y es que Schreker, aunque judío por nacimiento, no era un “compositor judío”. Es decir, no estaba interesado en la música tradicional o característicamente judía. Toda su obra la elaboró desde los parámetros de la música clásica o académica y, específicamente, desde la estética y los estilos de la música alemana. Así que, al proscribirlo, los nazis atacaron a un músico netamente alemán.
En 1932, Schreker era director de la Escuela de Música de Berlín y profesor de composición de la Academia de Artes en la misma ciudad. En ese mismo año fue despedido del primer puesto y al año siguiente del segundo. Sumido en una profunda depresión y cargando afectaciones de salud previas, murió de un infarto cerebral en 1933, a pocos días de cumplir los 56 años de edad.
Su Sinfonía de Cámara es una de sus mejores obras, representativa no solo de su propio lenguaje musical, sino también del ambiente musical académico alemán a inicios del siglo XX. Evidencia un dominio absoluto de la forma musical y de las técnicas de instrumentación.
2.- Pavel Haas: Estudio para orquesta de cuerdas (1943)
Checo de nacimiento, Pavel Haas fue uno de los alumnos más destacados de Leoš Janáček, uno de los compositores checos más importantes del siglo XX. Al igual que en el caso de Schreker, en su obra no encontramos elementos característicos de la música judía, sino que se desenvuelve totalmente en los lenguajes propios de la música europea de concierto de la primera mitad del siglo XX.
Su estilo es bastante conservador, menos retador que el de Schreker, pero sumamente efectivo y eficiente en cuanto al uso de los recursos instrumentales y la técnica de composición.
Haas fue enviado al gueto de Theresienstadt en 1941, como parte de todo el montaje hecho por los nazis para fingir ante la Cruz Roja que a los judíos se les trataba excelentemente bien en los campos de concentración. Se conserva una foto de él después de una representación de la ópera Brundibár, del compositor checo Hans Krása.
Una vez que se desmanteló Theresienstadt, Haas fue enviado a Auschwitz junto con otras 18 mil personas y allí murió en octubre de 1944.
Su Estudio para orquesta de cuerdas fue escrito todavía en Theresienstadt, y es una de las mejores composiciones hechas por un compositor judío en medio de la tragedia del Holocausto.
3.- Hans Krása: Brundibár
A Krása la intolerancia nazi también lo alcanzó y fue enviado al campo de concentración de Theresienstadt, donde mantuvo una relación de amistad con Pavel Haas.
En 1938 Krása había compuesto una ópera infantil llamada Brundibár, pero su estreno fue impedido por los nazis. Así que la primera función se llevó a cabo clandestinamente en un asilo judío de Praga.
Luego Krása fue arrestado y enviado a Theresesiensdtadt, y no pudo llevar la partitura, así que la reescribió de principio a fin. En el gueto la obra se representó 55 veces y por lo menos ayudó a que los niños que participaban en ella sintieran que la vida era un tanto normal.
La ópera cuenta la historia de Aninka y Pepíček, dos niños cuyo padre ha muerto y cuya madre está enferma. Para curarla necesitan conseguir leche, y por ello van al pueblo para cantar en la plaza y pedir dinero. Pero allí se topan con Brundibár, el organillero del pueblo, un hombre perverso que les hace la vida imposible y trata de ahuyentarlos (los especialistas coinciden en que Brundibár es una representación simbólica de Hitler).
Sin embargo, los niños son ayudados por un valiente gorrión, un tierno gato y un sabio perro y así logran deshacerse de Brundibár. La historia tiene muchas conexiones con los cuentos clásicos de Hansel y Gretel y los músicos de Bremen.
Krása fue deportado a Auschwitz en 1942 y al llegar fue catalogado como persona anciana, por lo que fue enviado de inmediato a la cámara de gas.
La partitura de Brundibár se mantuvo perdida durante mucho tiempo, hasta que en los años 70 pudo ser reconstruida por una monja benedictina a partir de una partitura para piano con el texto en checo y en hebreo.
4.- Erich W. Korngold: Concierto para violín en Re Mayor op. 35
Korngold, al igual que Haas, nació en Brno, en la actual República Checa, pero entonces parte del Imperio Austrohúngaro. Fue un niño prodigio que a los 5 años ya tocaba con su padre —el destacado crítico musical Julius Korngold— piezas a cuatro manos y que a los 7 años empezó a componer música clásica.
Su talento infantil impresionó a grandes músicos de su época, como Gustav Mahler, Bruno Walter y Richard Strauss. A los 11 años estrenó su primera obra y a los 14 deslumbró a su profesor Alexander von Zemlinsky, debido a la magnífica calidad en la orquestación de su Obertura Schauspiel.
Por esas mismas épocas compuso dos óperas en un acto, pero su consagración definitiva como genio musical vino con La ciudad muerta, estrenada en 1920.
Korngold pudo escapar del nazismo ya que desde 1935 recibía encargos para musicalizar producciones de Hollywood. Él prefería hacerlo desde Austria y sólo viajaba a los EE. UU. cuando era estrictamente necesario.
Sin embargo, la ocupación nazi de Austria lo llevó a cambiar de opinión y aprovechó que pudo obtener un salvoconducto para que él y su familia se trasladaran a América. Se estableció en Hollywood y junto con Max Steiner, sentó las bases técnicas sobre cómo se debe musicalizar el cine. En 1938 se estrenó la película Las aventuras de Robin Hood, de Michael Curtiz. Korngold no estaba demasiado contento con la película, pero aún así produjo una de sus más sorprendentes partituras, por la cual recibió el Óscar.
Su concierto para violín fue compuesto en 1947 y se trata de una de sus obras más célebres, tanto por la calidad de su manufactura como por la dificultad que representa para el ejecutante.
5.- Kurt Weill: La ópera de los tres centavos
Hijo de un cantor de sinagoga (Jazán), Kurt Weill nació en Dessau, Alemania, en 1900, y desde muy chico evidenció un gran talento para la música. Pudo matricularse en el Conservatorio de Berlín, donde fue alumno de Ferruccio Busoni. Pese a su preferencia por la música instrumental, Weill pronto se decantó por los trabajos musicales para teatro, estableciendo una fructífera colaboración con el dramaturgo alemán Bertolt Brecht.
Ambos produjeron una serie de obras en las que Weill trajo a la salas de concierto la estética del cabaret europeo de los años 20 y 30, algo que llamó mucho la atención y le consolidó como uno de los compositores más innovadores y célebres de su momento. Lo original de este concepto es que Weill componía obras para ser cantadas por actores que no fueran cantantes profesionales.
Sin embargo, la llegada de los nazis al poder pusieron un fin a la carrera europea de Weill, ya que consideraron que su música era “degenerada”.
En septiembre de 1935, Weill fue invitado a supervisar una producción teatral en los EE. UU. a cargo de Max Reinhardt y que se trataba de la obra Der Weg der Verheissung, de Franz Werfel, para la que Weill había escrito la música. Su trabajo allí fue tan celebrado, que de inmediato recibió ofertas para colaborar en nuevas producciones, por lo que Weill y su esposa Lotte Lenya decidieron quedarse en EE. UU.. Eso lo salvó de la barbarie nazi.
Su obra más famosa es la Ópera de los tres centavos, escrita en su etapa de colaboración con Bertolt Brecht, y acaso la más representativa de toda esa época marcada por la estética cabaretesca.
En su momento fue una obra revolucionaria por la mezcla de elementos épicos y absurdos en el guion. Cuenta la historia de Macheath (Mackie el Navaja), un criminal amoral y antiheroico que se casa con Polly Peachum. Pero el padre de ella —líder de los mendigos de Londres— no está contento con la boda, y busca a toda costa que Macheath sea arrestado y colgado. Aunque en un principio se topa con la oposición de Tiger Brown, jefe de la policía y amigo de Macheath, finalmente logra su cometido. Sin embargo, Macheath se salva de un modo absurdo y milagroso cuando un mensajero de la reina aparece de la nada para anunciar el perdón e incluso para concederle el título de barón.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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