Enlace Judío México e Israel- Parafraseando a la Biblia, hay tiempo para todo y todo tiene su hora bajo el sol. Eso también se aplica a los sobrevivientes del Holocausto, “Buba” y Luis Stillmann, a quienes entrevistamos en exclusiva.
Tiempos de sobrevivir
¿Cuál fue el elemento clave para sobrevivir el Holocausto? Para “Buba” (su nombre de pila es Miriam) Weiz, es la solidaridad. En el campo, formó un grupo de cinco personas que se apoyaban en todo: si alguna estaba enferma, la otra trabajaba doble turno para suplirla. En el grupo estaba la hermana de Buba, Itzu, cuya desaparición ha dejado un hueco en la existencia de la sobreviviente.
Para Luis Stillmann, su esposo, la clave es la disciplina: cualquier cosa que encontraba y que podía servirle. Al ser liberado, administró el campo de refugiados de la ONU, logrando repartir los alimentos de forma pareja y consiguiendo visas y permisos para sus compañeros.
Al ver a la pareja en su soleada casa de Tecamachalco, nadie sospecharía que sufrieron el infierno de los campos, el hambre, la persecución y hasta los experimentos humanos. Buba, de 16 años, después de una estancia en el ghetto, fue separada de sus padres.
El último recuerdo de su padre: desafiar la autoridad nazi saliéndose de la fila para entregar a las niñas sus certificados de bachillerato con los cuales creía, iluso, que tendrían más oportunidades en algún trabajo. El último recuerdo de su madre: lanzar a Buba, la más pequeña, a los brazos de su hermana mayor, porque la mujer intuía que, a sus 57 años, no era de utilidad para los nazis y que iría a las cámaras de gas.
Fin de los padres, inicio del dolor eterno de la orfandad.
Calzada con unos infames suecos, Buba trabaja, en condiciones atroces, en cambiar el curso de un río, en cortar y cargar troncos. La celadora a cargo de las niñas es Irma Gresel, la amante de Mengele, quien es igual de cruel y sádica que él y se pasea con un perro. Si alguna de las prisioneras se resbala en el hielo, es castigada.
La labor de Luis es ser un detector humano de minas. “Su trabajo era salir caminando en el campo y si él explotaba, allí estaba la mina” dice, con ¿humor? ¿sarcasmo? su hija, Patsy Stillmann, quien rindió testimonio en uno de los “Zikaron Basalon” organizados por la Embajada de Israel y dirigido por la escritora Silvia Cherem.
Tiempos de contar
“Cuando construyes una nueva familia, estas no son historias para contarles a los niños antes de dormir” reflexiona Patsy. Sin embargo, la forma de contar “tenía que ver con las ganas de vivir y sobrevivir y de llevar la vida lo mejor posible”. Como ejemplo, las barracas del campo tenían literas de 3 pisos y en cada piso dormían 15 personas con una sola cobija. El grupo de Buba dormía en la litera de arriba y de pronto, las tablas que sostenían la cama se caían y había que recogerlas; en otro momento, las de arriba se robaban la cobija de las de abajo. Estas anécdotas, dice Patsy, “las contaba Buba muerta de la risa, como si se tratara de una fiesta de pijamada”.
Sin embargo, subyacente al humor, está el miedo y el dolor que los niños también perciben. Los niños imaginándose a sus padres como víctimas de unos monstruos en un cuento de terror: completamente vulnerables, a la merced del sadismo y de la crueldad- o teniendo que succionar la tierra para nutrirse.
Tampoco falta en el cuento los elementos mágicos: la niña a quien Buba aconseja decir a los nazis que cuenta con más edad y que se salva gracias al consejo- reaparece, 40 años después, en una reunión de sobrevivientes, al escuchar hablar húngaro en un museo. La carta dirigida a la hermana en México que sólo trae como remitente su nombre y “México, América”- y que, de todos modos, llega a su destino. La reunión de las tres hermanas en el muelle de Veracruz.
Tiempos de pintar
Hace 25 años, en el Centro Deportivo Israelita, Buba conoce a un maestro de dibujo que le propone contar su historia con pinceles. El libro, nombrado “A-11147 Tatuado en mi memoria” evoca el número que trae en el brazo. En él, los 25 cuadros guardados en una bodega del Museo Memoria y Tolerancia.
La semana pasada, Bret Stephens, anteriormente editor del Jerusalem Post y amigo de la pareja de sobrevivientes, utilizó tres de sus cuadros para “contar” a Buba. Uno de ellos representa a una niña delgada, pálida e indefinida, apenas una silueta, perseguida por un hombre fornido de mirada morbosa: “Una señora que era nuestra celadora me entregó a un hombre que seguramente le pagó… pero yo me fugué”.
Otro de los cuadros muestra al nefasto Dr Mengele, el Ángel de la Muerte. ¿Acaso lo conoció? ” No nos presentaron, pero estuvo presente”dice con humor. “Hacía lo que se le antojaba con los prisioneros”. Y Patsy completa: “Cada semana, Mengele les hacía estudios: les inyectaba sustancias para ver su efecto en las jovencitas. Ella siempre les decía a todas: ‘Terminando el estudio, ustedes vayan a orinar y se saldrá toda la sustancia. No se preocupen’. Y parece que le funcionó porque ¡aquí está!”.
Tiempos de olvidar
En la entrevista que realizamos en su casa, Buba se reserva el derecho de olvidar. “Hace tanto tiempo… ya no recuerdo”. En algunos momentos, su expresión dice más que cualquier palabra. Una cosa no se olvida: “Ellos mataron a mis padres”. Su hija reconoce: el dolor más fuerte de Buba es haber perdido a sus papás, “porque creo que le quedó la culpa del sobreviviente”.
Después de haber prestado testimonio, pintado y contado, quizás sea el momento de dejar descansar el pasado. Nos quedamos con lo que Patsy relata: “Alguna vez le preguntaron a Buba: ¿cómo es posible que vivas la vida queriendo a la gente? Y ella respondió: Yo, en el campo, decidí que si odiaba a los alemanes, ellos ganaban“.
Y quizás esta sea, finalmente, la moraleja del cuento.
Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío
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