Enlace Judío México e Israel – La negativa de la OMS a admitir la importancia de la transmisión por aire ha incido en la propagación del SARS-CoV-2, causante del Covid-19. Conversamos con uno de los mayores expertos mundiales en aerosoles para tratar de entender cómo se transmite realmente el virus y, sobre todo, qué hacer para reducir los riesgos.
Hace casi un año, la Organización Mundial de la Salud, máxima autoridad mundial en el establecimiento de políticas públicas de salud, dijo que el entonces nuevo SARS-CoV-2, virus causante del covid-19, se transmitía por gotículas (gruesas gotas de saliva que emitimos al toser, estornudar o gritar) y por contacto con superficies contaminadas, pero no por el aire.
De inmediato, un grupo de expertos de distintas disciplinas, desde la física hasta la infectología, comenzó a presionar a la OMS para que admitiera la posibilidad del contagio por aerosoles, partículas diminutas que pueden permanecer en el aire hasta por varias horas. Sin embargo, hasta el día de hoy, la OMS sigue siendo renuente a admitir lo que, según múltiples estudios científicos, parece ser no solo una posibilidad sino la principal causa de propagación del virus que ha cobrado la vida de millones de personas en todo el mundo.
Para entender por qué una institución como la OMS puede haber cometido una omisión tan grave, y para saber más sobre cómo se contagia el virus y cómo evitar su propagación, nuestra compañera Carol Perelman conversó, en exclusiva, con el doctor José Luis Jiménez, investigador de la Universidad de Boulder, Colorado, y uno de los mayores expertos mundiales en aerosoles.
“Uno de los errores más graves en toda la historia de la salud pública”
“Decir que el virus va por el aire es desinformación”, dijo la OMS el 28 de marzo de 2020, muy al comienzo de lo que se convertiría en la peor pandemia en un siglo. Al respecto, Jiménez asegura que “esto es uno de los errores más graves en toda la historia de la salud pública”.
Así lo entendió, de inmediato, la científica australiana Lydia Morawska quien, un día después de la declaración de la OMS, contactó a muchos científicos de diversas especialidades y disciplinas, y de diversos países, para intentar persuadir a la OMS de cambiar su postura. “Nos llamamos el grupo de los 36″, dice Jiménez, en alusión a la cifra original de expertos que “el 3 de abril hablamos con la OMS”. Concretamente, con el Comité de Prevención y Control de Infecciones “que es el comité que decide, dentro de la OMS, cómo se transmite el virus. Y nos encontramos que nos dan con la puerta en las narices.”
Pero el grupo de los 36 tenía razones para pensar que la OMS se equivocaba, y que no había ningún motivo para descartar la posibilidad de que el virus se transmitiera por el aire. Concretamente, a través de los aerosoles que todos emitimos al hablar o, simplemente, al respirar. Tampoco estaban solos:
“Entonces empezamos a escribir la carta de los 239 científicos, que se publica el 6 de julio, donde les decimos, ya en público, que se tienen que poner las pilas. Y unos días después, pasan de decir que la transmisión (del virus) por el aire era desinformación, a decir que era posible pero una cosa muy improbable, que tal vez, y no se sabe, y tal y cual…”
Aún pasaron muchos meses, durante los cuales se perdieron cientos de miles de vidas, hasta que la institución, cuyas recomendaciones sirven como guía para las políticas públicas en materia de salud de muchos países, incluyendo a México, comenzara a tomarse el asunto en serio.
“No fue sino hasta noviembre de 2020 que empiezan a recomendar la ventilación. Tanto María Van Kerhove como María Neira, altas funcionarias, dicen que la ventilación es muy importante.” Sin embargo, no dijeron por qué, y aunque usaron los datos que el grupo de expertos les hizo llegar, siguen sin admitir la preponderancia de la transmisión por aerosoles.
Error histórico
Para Jiménez, que coincide con otros expertos, el insólito estado de negación que vive la OMS tiene que ver con lo que llama un “error histórico”.
En 1910, alguien dijo que “la transmisión por el aire era casi imposible. El señor se llamaba Charles Chapin, luego fue director de la Asociación de Salud Pública de Estados Unidos, y dijo otras cosas que eran correctas (…) pero metió la pata en esto del aire. Pero tuvo un gran éxito y se convirtió en un dogma, y cuando nos reunimos con el comité de la OMS, eran todos chapinistas.” La reacción de los expertos de la OMS fue “como si les hubiéramos dicho que (el virus) se transmitía por el 5G.”
Dos décadas después de que Chapin desestimara de una buena vez todas las creencias de que las enfermedades infecciosas podían viajar y transmitirse por el aire (el origen de la creencia era la antigua noción de las miasmas), un médico estadounidense hizo públicas sus ideas, que contrastaban por completo con lo que ya para entonces era un consenso.
“En 1930, William Wells, un profesor de Harvard, empieza a ver que esto es erróneo, que la tuberculosis y el sarampión van por el aire pero se encuentra una pared, como la nuestra de la OMS, que le dicen ‘¡pero si queréis traer de vuelta a las miasmas!’.”
Pasaron otros 20 años pero no para que la transmisión por aerosoles fuera admitida sino para que otro científico respetado le colocara una losa más encima. “En 1950, Alexander Langmuir, que es el primer jefe de la CDC, ridiculiza a Wells y dice que ha fallado en conseguir mostrar que ninguna enfermedad natural se transmite por el aire.”
No fue sino hasta 1960 que, gracias a experimentos con animales, se demostró sin lugar a dudas “que la tuberculosis va por el aire.” En 1985, la comunidad científica tuvo que admitir que también el sarampión y la varicela se transmiten por vía aérea. “Hasta 1985 nos decían que el sarampión era una enfermedad de gotas.”
Según el experto, también la influenza o gripe se transmite por aerosoles pero, claro, la OMS no lo admite, y como esta institución piensa que el covid-19 sigue los mismos mecanismos de transmisión que la gripe, sigue reticente a admitir la transmisión por aerosoles.
Cuando expertos como Jiménez hablan de “transmisión por el aire” no se refieren a que el virus pueda viajar grandes distancias en el viento y esparcirse como una plaga mítica, sino a que minúsculas gotas de saliva que contienen el virus pueden mantenerse en suspensión hasta por varias horas en espacios no ventilados. Pero, ¿qué se puede hacer al respecto? Primero hay que entender cómo funciona la física de la transmisión por aerosoles.
La respuesta, mi amigo, está en el aire
“Hay que pensar en todo momento: ‘si yo tengo a alguien infectado en este bus o en el salón del colegio, le va a estar saliendo como este humo. Entonces, ¿qué hago yo para que los demás respiren el menos de ese humo invisible?’.” Jiménez usa la metáfora del humo como un recurso para ayudarnos a imaginar qué son los aerosoles. El humo del tabaco es de hecho un aerosol y, aunque a diferencia de los que transportan los virus, es visible, nos sirve para imaginarnos cómo el enemigo invisible puede estar a nuestro alrededor.
“Pues ¿qué harías si tuvieras un fumador en el autobús o tuvieras un fumador al lado? Pues abrir todas las ventanas y que todos lleven una mascarilla bien ajustada para que, digamos, filtre ese humo. Y lo mismo en las clases: en los días y en los sitios en los que se pueda hacer las clases al aire libre, a lo mejor en el día o los días que hace buen tiempo, pues todo al aire libre.”
Según Jiménez, las ventanas “no necesitan estar abiertas de par en par pero necesitan estar abiertas lo suficiente. ¿Cómo sabes lo suficiente? Pues con un medidor de Co2, que nos dice cuánto aire hay exhalado en los sitios.”
Para entender la relación entre el Co2 en un espacio cerrado y las probabilidades de transmisión del virus, Jiménez aporta la siguiente explicación:
“El dióxido de carbono es un gas que está en la atmósfera y hay 400 partes por millón. Eso quiere decir que de cada millón de moléculas en el aire (…) 400 son de Co2.” Se trata del mismo gas cuyo aumento gradual está provocando el cambio climático. Sin embargo, su aumento en el ambiente es lento y no altera sustancialmente la fórmula de las 400 moléculas.
Ciudades contaminadas pueden tener valores mayores y conocerlos puede ayudar a calcular qué cantidad de Co2 en un espacio cerrado es admisible como guía para saber si estamos respirando el aire que otros expelen a nuestro alrededor.
“Los humanos comemos carbohidratos, grasas, proteínas y nuestro metabolismo, digamos, los quema. Quema estas cosas para sacar energía. Entonces, cuando ya no queda nada que quemar, sale y respiramos nosotros el Co2. Entonces, en nuestra respiración, si tú lo mides, tienes como 40 mil partes por millón. El 4%. Entonces, qué pasa, pues que si estás al aire libre, pues no se acumula, se lo lleva el aire. Pero si estás en un sitio cerrado” se acumula en el ambiente… Igual que el SARS-CoV-2.
Así, midiendo la acumulación de Co2, un gas que nosotros expelemos, podemos calcular la hipotética acumulación de virus en el ambiente, en caso de estar una persona infectada en la habitación. El exceso de Co2 en un ambiente cerrado es de por sí causante de problemas de salud. En España, nos cuenta Jiménez, hay incluso una ley que regula la cantidad de Co2 que puede haber en un aula escolar.
Sin embargo, cuando se hizo un estudio para medir la presencia de esta molécula en 15 colegios de España, los resultados demostraron que en todos los casos se sobrepasaba por mucho el límite legal permitido. La falta de ventilación era ya un problema antes de la pandemia.
Pero si la acumulación de partículas virales en un ambiente cerrado como una casa o un restaurante puede representar un riesgo de infección, en espacios más reducidos, como un auto, el problema es mayor. Se trata de una “habitación pequeña”, dice Jiménez, y en ella, si medimos el Co2, podemos ver que en poco tiempo podrían acumularse hasta 3000 partes por millón.
Medidas que sí funcionan
Hay un número a tener en cuenta para calcular el riesgo de infección en espacios cerrados. Son 700 partes de Co2 por millón de moléculas. Es decir, 300 más que lo normal. Esta cifra puede variar según algunos factores, como el nivel de contaminación ambiental de la ciudad donde nos encontremos, el uso de estufas de gas sin extractores de aire, y otros. Pero sirve como una referencia aceptable del nivel de acumulación potencial de virus en un ambiente cerrado.
“En todos los sitios donde compartimos el aire debería de haber un medidor público” y visible, de forma que “si tú entras a un supermercado y el medidor está en 3000 y en otro está en 800, tú entras en el de 800” moléculas de Co2 por millón.
“Esto ya era ley antes de la pandemia, en Taiwan y en Corea del Sur, países que les ha ido mejor que a nosotros”, lamenta Jiménez, quien piensa que la medición de la calidad del aire debería de volverse permanente, pues la gripe y otras enfermedades se transmiten de la misma forma que el covid-19 y esta medida nos podría ayudar a prevenir la siguiente pandemia.
De todas formas, Jiménez admite que la medición del Co2 es un instrumento indirecto que no mide la presencia del virus en sí. “El Co2 nos dice cuánto aire exhalado hay. Lo que nos gustaría tener es un aparatito que no midiera el Co2 pero que midiera el virus (…). Hay alguno que se está desarrollando pero vale 20 mil dólares.”
Además, “la relación entre el Co2 y la cantidad de virus que puede haber en el ambiente no es constante. ¿Qué hace que aumente el virus más que el Co2? Que hablemos fuerte —hablar, gritar, cantar fuerte—, que hagamos ejercicio fuerte, y que no llevemos tabapocas.”
La mascarilla ideal
Porque las mascarillas no solo sirven como filtro para evitar que respiremos muchas partículas virales: también evita que las lancemos al ambiente.
El ensayo de un coro donde nadie lleva mascarilla, o un gimnasio donde la gente realiza ejercicio, son ambientes donde el virus puede acumularse mucho más que, por ejemplo, una biblioteca. Medir el Co2 y establecer distintos límites aceptables según el tipo de ambiente del que se trate, sería un instrumento útil para disminuir el riesgo de propagación.
Para Jiménez y otros expertos, el cubrebocas sigue siendo un gran aliado para contener la pandemia. Pero no cualquier cubrebocas. Hay tres requisitos a cubrir: tienen que ser un buen filtro, tienen que dejar respirar y no deben dejar ningún hueco: “que estén bien pegados a la cara.” Por esta razón, las caretas de plástico son inútiles: los aerosoles pasan por los abundantes espacios libres que dejan en el rostro.
Según Jiménez, las caretas podrían impedir que las gotículas emitidas por un estornudo, por ejemplo, se impacten en nuestro rostro y penetren por los ojos, pero esta forma de transmisión, contrario a lo predicado por la OMS, parece no ser la más importante. Finalmente, es mucho más frecuente respirar el aire de los demás que ser blancos de los estornudos o la tos ajenos.
Esfuerzos inútiles
Para Jiménez, está claro que ventilar los espacios cerrados, usar cubrebocas correctamente y de la calidad necesaria (N95, por ejemplo), y emplear filtros de aire adecuados son medidas que ayudarían a minimizar los contagios del SARS-CoV-2 y otros virus. Pero también está claro que actualmente, la gente participa en lo que define como “un teatro de higiene. Los políticos lo hacen y lo vimos hacer en China porque ahí también tienes políticos que quieren que la población piense que están haciendo algo.”
Se refiere al uso de tapetes desinfectantes, al uso de lejías y otras sustancias para desinfectar superficies, e incluso al empleo de supuestamente sofisticados sistemas electrónicos de purificación del aire que utilizan sustancias potencialmente peligrosas para el ser humano, como el ozono.
Dice que la transmisión por superficies contaminadas es extremadamente rara: un caso en 10,000, y que con lavarse las manos frecuentemente es más que suficiente para evitarla. No recomienda desinfectar la ropa ni cada objeto que entra en nuestras casas. “Por superficies no va: va por el aire”, insiste.
En cambio, sugiere que la educación sobre el uso correcto del cubrebocas es una medida que puede ayudar a terminar con la actual pandemia. Mascarillas apropiadas, con buena capacidad de filtrado y que no dejen espacios en la cara, podrían marcar la diferencia. Justamente nos muestra una. Se trata de una N95 pero con bordes de silicona, que se adhieren a la piel y evitan el paso del virus.
Antes de despedirse, Jiménez externa su frustración y lamenta que tengan que ser los científicos como él quienes expliquen a detalle cómo se transmite el virus y cómo minimizar los riesgos de contagio, y no los gobiernos de México, España y otros países quienes, a su juicio, eventualmente deberían de ser llamados a cuentas por sus omisiones.
Lo de la OMS “es una situación lamentable, y llevamos un año con ellos”, dice Jiménez. Un año de mostrar estudios, de ver cómo aquella institución insiste en darle más peso a sus creencias, que cuentan con mucho menos evidencias como respaldo, que a la opinión de los ya cientos de científicos de diversas disciplinas que, como Jiménez, piensan que el enemigo está en el aire, invisible y peligroso.
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