Enlace Judío México e Israel – El doctor Jacobo Yavnozon fundó la OSE en México. Por su labor en beneficio de los huérfanos de la Shoá, Albert Einstein le envió una carta de agradecimiento. Para saber más de su historia, conversamos con sus hijos, Flora y Marcos Yavnozon.
“Ha sido uno asunto de considerable gratificación para mí enterarme, por el Comité Americano de la OSE, de los logros de comité al organizar ayuda para los judíos europeos y, en especial, para el rescate de niños, víctimas inocentes e indefensas de los bárbaros nazis.” Con esas palabras, el ya para entonces celebérrimo Albert Einstein felicitaba al doctor Jacobo Yavnozon, por una labor que no era sino parte del que sería su legado. Se trata de una carta de 1944, que figura entre los tesoros de una familia heredera de dicho legado.
“Mi papá nació en un pequeño pueblo llamado Pen y mi mamá, Perla, en Alytus en Lituania”, dice Flora Nurko, hija de Yavnozon, en una entrevista para Enlace Judío. Su hermano Marcos agrega: “Mi papá nació en 1902, mi mamá, en 1906.”
El matrimonio Yavnozon habría de recorrer un largo camino hasta llegar a México, donde su trabajo y dedicación fructificarían de diversas formas, pero sería especialmente recordado por la fundación de la OSE en este país.
“Cuando mi papá tenía 18 años se fue a Francia para estudiar Medicina”, sigue Marcos. “Mi mamá lo alcanzó tres años después. En Toulouse es adonde mi padre terminó la carrera de Medicina y mi mamá de partera. Posteriormente regresan a París, donde pusieron una clínica para el nacimiento de bebés. Por algún motivo un tío, Isaac, que ya vivía en México instó a mi padre a que emigraran al país.”
El matrimonio había engendrado ya a su primera hija, Arlette, quien años después también pondría una pequeña huella en la historia, al convertirse en la primera chica judía mexicana en hacer Ajshará, junto con un grupo de compañeros hombres.
Pero para el médico lituano, cruzar el Atlántico en 1936, sería apenas el primero de varios difíciles pasos para poder ejercer la medicina en México. “Al llegar, no le es aceptado el título de médico de Francia. Decide estudiar y en dos años logra acreditarse como médico en México. Su servicio social lo hace en Ixtapan de la Sal, los recorridos que tenía que hacer para visitar a los pacientes o ir a la clínica los hacía en caballo.”
Su esposa y su hija se habían quedado en Francia. “Mi papá mandaba constantemente cartas a mi madre. Nosotros tenemos muchas cartas que intercambiaron mis padres, las primeras en ruso. En 1939 mi papá logra conseguir la ciudadanía mexicana para la familia. Mi mamá y Arlette llegan en 1939. Fuimos muy afortunados”, narra Flora, quien a decir de su hermano fue “el producto del reencuentro entre ellos dos. Yo fui el gran anhelo de mi mamá de tener un hijo varón.”
Así, la familia logró salir de Europa justo antes de que el nazismo implementara el mayor y más sanguinario programa de exterminio de la historia.
Ya bien establecidos en México, Jacobo Yavnozon se convirtió en el médico de cabecera de innumerables miembros de la comunidad judía de este país. Ofrecía consultas a domicilio sin importar el día o la hora, y pronto se ganó la confianza de la gente. “Cuando mi papá hacía las visitas a las casas las señoras le regalaban mermeladas o chiles en vinagre. Cuando nos sentábamos a comer y veíamos los frascos ya sabíamos a quién había visitado mi papá”
La OSE para México
“Mis padres conocían la labor de la OSE desde Lituania y Francia”, dice Marcos. “La OSE se inicia en Rusia. Sus siglas que vienen del ruso son ‘Organización al Servicio de los Enfermos’. Siempre estuvo muy identificado con la OSE y la labor social. Todo esto lo hace ponerse en contacto con otros médicos y la comunidad trae la OSE a México” en 1942, justo en el auge de la guerra.
En la OSE, “tenían una clínica que recibía pacientes externos con el médico general o el pediatra. Tenían también una clínica de odontología donde Arlette mi hermana y yo trabajamos cuando nos graduamos de dentistas (…). Había también una casa en Cuernavaca, donde mandaban a los niños de escasos recursos. No solo recibían niños de la comunidad Askenazi, sino de toda la comunidad judía en México”, recuerda Flora.
Después, la organización comenzó a enviar dinero a Israel, donde tiempo después fueron a inaugurar una clínica. Además, “mi papá funda dos Comités de Damas, que venden boletos para rifas y diferentes actividades. También en fiestas mayores juntaban dinero” para mantener la clínica, la casa de la OSE en Cuernavaca y los proyectos de la organización en Israel.
El trabajo del matrimonio era coordinado y comprometido. “Había en la familia una infraestructura familiar muy fuerte. Para empezar, estaba mi mamá todo el día y noche contestando el teléfono, apuntando números telefónicos, nombres y direcciones. Muchas veces ella recetaba a los pacientes dependiendo del malestar que presentaban. Al mismo tiempo coordinaba con mi papá llamándole adonde se encontraba haciendo visita médica para indicarle adónde tenía que ir al terminar. Podemos decir que era una labor propiamente dicho de los dos que estuvieron muy involucrados junto con la OSE.”
También Flora y Marcos formarían parte de ese engranaje dedicado a la atención de la salud de los miembros de la comunidad. “Cuando aprendimos a escribir contestábamos el teléfono anotando los números. Al principio no podíamos con los apellidos, pero el número era suficiente. Alguien tenía que estar siempre en la casa.” Incluso el tío Isaac, por quien la familia había llegado a México, participaba activamente.
“Si se nos pasaba el camión él nos llevaba al colegio. Arlette, de chica, decía que ella tenía una mamá y dos papás”, recuerda Marcos quien, sin embargo, admite que aquella vida no siempre fue fácil. Cuando su padre volvía a casa exhausto, “teníamos que estar en silencio para que pudiera descansar escuchando música clásica, esperando el siguiente telefonazo.”
Pero “no solo eso. Si salíamos de vacaciones a Acapulco él llevaba su maletín. Estando en la playa mucha gente se le acercaba par consultar con él. Éramos una familia que no solo atendía a mi papá sino a sus pacientes. Nuestro comportamiento estaba regido por ser los hijos del Dr. Jacobo Yavnozon”, evoca Marcos, quien también habla sobre la famosa carta del creador de la Teoría de la Relatividad.
“Albert Einstein, que también trabajaba en los programas de la OSE, le manda una carta a mi papá de agradecimiento por la labor realizada con los niños huérfanos de la Shoá que llegaron a México. Posteriormente deciden mandar a estos niños a Israel. Más tarde yo creo que mi papá se estaba aburriendo y creó Maguén David Adom En México. En los últimos años de su vida crea Latín OSE”, que presidió por 10 años.
El intenso trabajo altruista de Yavnozon se alternaba con su labor como médico que, a decir de sus hijos, era realizada 24 horas al día. “Escuchábamos en la noche sonar el timbre del teléfono, mi papá se vestía, una boina tipo francés y salía a hacer su visita médica”, recuerda.
Una gran herencia
La familia Yavnozon heredó un nombre, un legado y una convicción: la educación es fundamental. “Lo único que les puedo heredar en la vida es la educación”, le dijo su padre a Marcos un día. “Les pido a cada uno de ustedes que acaben una carrera y después hagan lo que quieran. Así fue. Arlette y Flora terminaron de dentistas y yo de Ingeniero Electrónico. Ese era su legado. El legado que dejó ha llegado lejos, mi nieta está en primer año de medicina en la Universidad Anáhuac y Flora se casó con un médico”.
Para Jacobo Yavnozon, ver a su hija trabajar en su consultorio dental, en Polanco, “era una satisfacción muy grande.” Solía quedarse ahí para esperar a que ella terminara y poder conversar. Además de ver a sus hijos como profesionistas, Yavnozon tuvo otro sueño: fundar un hospital judío en México.
“Con mucho esfuerzo lograron conseguir una buena cantidad de dinero. Compraron un terreno en Las Águilas, que era una zona muy accesible. Antes de comenzar el proyecto construyeron el Periférico a la mitad del terreno. La clínica que existe hoy en día ya fue posterior a mi papá”, relata.
Marcos, por su parte, cuenta una historia que refleja el carácter de su padre, su compromiso con Israel y la otra herencia que les dejó a él y a sus hermanas:
“Había una señora que nunca tuvo familia y su marido ya había fallecido. Cuando ya estaba muy grande fue mi papá a visitarla, recordándole la promesa que había hecho de dejar su herencia a la Universidad Hebrea. Tomó una servilleta en la que escribió su último deseo. Mi papá le entregó la servilleta al presidente de la Universidad Hebrea, se hicieron los trámites necesarios y la universidad recibió la herencia, con lo que se formó una beca a nombre de la pareja. Esto nos enseña la integridad de mi papá.”
Con sobrada razón, “nos sentimos muy orgullosos del ejemplo que nos dejaron nuestros papás, de honestidad, labor social, ayuda al prójimo. No había noche o día, siempre estaban dispuestos. Lo que más les importaba es que fuéramos A Gut Mench (buenas personas)”, concluye Marcos.
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