Carol Perelman/ La perpetuidad de lo extraordinario: la maternidad es una “coronadipia”

Enlace Judío – Los seres humanos no coincidimos en mucho: entre más somos son más las opiniones que existen, demasiadas las ideas que divergen y menos los consensos que encontramos. Sin embargo, si hacemos un sondeo, seguramente por unanimidad cada terrícola aseguraría que su madre es la mamá más especial. Y es cierto. Así como seguramente lo piensas tú, a mi parecer la mía es la mejor. Si algo tenemos en común es que todos llegamos a esto que llamamos mundo de la misma forma: nacimos luego de varios meses de habitar en un vientre. 

Y es que eso que es la maternidad, resultado de que un óvulo es fecundado con el espermatozoide ganador, es lo que llamo una coronadipia. Según la definición que le di al término que acuñé a raíz de la pandemia de COVID-19, una coronadipia es “un evento improbable que bajo ciertas condiciones sucede, y que cuando ocurre, produce sucesos que se hacen probables, recurrentes, que se preservan y normalizan”.

El ser mamá es un fenómeno de todos los días, usual, preservado, pero que sin embargo surgió de un evento poco probable, que logra que lo extraordinario pueda ser perpetuo.

La palabra coronadipia la inventé inspirada en cómo este nuevo coronavirus, que nunca antes había infectado a una persona, se convirtió en noticia de primera plana, en tendencia global y un suceso demasiado frecuente. 

Muchos expertos habían advertido de la posibilidad de una pandemia. Sin embargo, el evento puntual en que esa primera partícula viral embonó las espículas de su corona, casi a la perfección, en los receptores que los humanos tenemos para regular la presión arterial, fue como una chiripa. Cuan llave a un candado. Como pieza de rompecabezas. 

Conocemos una gran diversidad de especies de coronavirus que habitan en distintos animales, todas con las emblemáticas coronas pero con ligeras diferencias en las formas de sus picos. Entre todas las variaciones existen hoy solo 7 tipos de coronavirus, 4 que provocan gripas comunes, y otros 3, el del SARS, MERS y ahora COVID-19, que han sabido cómo introducirse con éxito en las células humanas. Los únicos de la gran familia que por la forma de sus espículas han dominado esta hazaña con habilidad, infectándonos, adaptándose, replicándose, propagándose y causando enfermedad. 

Esta “circunstancia de encontrar por casualidad algo que no se buscaba” es la definición de una serendipia. Y pues con el coronavirus este evento que parecía bastante raro e inusual se convirtió en habitual, en común, en pandemia. Por ello es que la serendipia que experimentó el coronavirus es un ejemplo de coronadipia. Pero existen más.

La fecundación, el embarazo, la maternidad son ejemplo de coronadipia. Ya que son eventos de baja probabilidad y que cuando suceden se convierten en siete mil millones de habitantes caminando simultáneamente sobre la Tierra. 

Características de las coronadipias

Piensa en la espléndida maravilla que es un cigoto viable en el útero y que bajo las circunstancias adecuadas se desarrolla para formar un ser vivo completo, con órganos, sistemas y funciones. Es un evento improbable que se transforma en frecuente bajo ciertas circunstancias. El conocer el contexto que permite su evolución es uno de los seis atributos de las coronadipias.

Por ejemplo, la pandemia no hubiera sido de no haber tenido ese primer ser humano infectado, conocido como paciente cero, cerca de ecosistemas antes no invadidos, en contacto con especies antes no exploradas. De forma semejante, el óvulo hubiera sido desechado de no haber sido hallado por aquél espermatozoide que sobresalió de entre sus semejantes nadadores en su larguísima travesía. Sin duda, las coronadipias suceden en ciertas condiciones y contextos.

Pero además, así como lo hemos vivido durante la pandemia, también en la maternidad existe el inevitable elemento de incertidumbre, que tal como el Premio Nobel de Física Werner Heisenberg aseveró, existe un límite a lo que podemos saber, debemos de asumimos que cohabitamos con ciertas dudas.

Olvidémonos de nuestra obsesión por la precisión. Quizás por ello, cuando recibimos por primera vez en brazos a nuestros bebes repetimos la pésima y trillada broma de que no vienen con instructivo; posiblemente es nuestro peculiar mecanismo de defensa para normalizar la falta de conocimiento. De admitir que no existen cursos de adiestramientos para ser mamá, pero que así como otros animales con sus crías, de alguna forma encontramos las habilidades y herramientas para sacarlos adelante. Desde ese momento aceptamos como fiel compañera de vida una dosis manejable de incertidumbre.

Pero además, no vivimos solos; somos parte de una sociedad, de un entorno. Para que el nuevo coronavirus se volviera pandemia requirió de la interacción con el medio ambiente. En términos generarles, las coronadipias aprovechan los llamados fenómenos de frontera, que en biología se refieren a la región donde dos ecosistemas coexisten y por ende mantienen la mayor riqueza y biodiversidad.

Ahí, en la zona donde termina el bosque y comienza la sabana, justamente a la orilla del mar, en el límite del desierto y la selva, es donde coinciden especies que de otra forma no se conocerían. La interacción de una coronadipia con su alrededor promueve su trascendencia. Los seres humanos no somos islas, somos entes sociales que pertenecemos a redes, comunidades, sistemas. En esta misma línea, son nuestras tías, abuelas, hermanas, papás, primos y amigos, quienes dan soporte y apoyo a nuestras madres, quienes las contienen para asegurar nuestro bienestar, acompañan en el desarrollo y brindan convivencia que promueve el crecimiento.

A pesar de que los seres humanos adoramos los promedios, realmente la vida está hecha de pequeños detalles. Y lo mismo las coronadipias. Siguiendo con el ejemplo de la pandemia, fueron el conjunto de situaciones particulares que llevaron al nuevo coronavirus a todos los países y continentes del globo terráqueo. No fue solo el evento inicial, no. Fue el conjunto de pequeñas bolas de nieve las que se sumaron para la avalancha.

De forma similar, es posible cometer el error de ver todo en un plano, generalizando por simplicidad e ignorando los relieves del quehacer de nuestras madres. En todas las coronadipias es fundamental detectar los pequeños detalles, tal como el irlandés John Tyndall identificó las partes en las mezclas coloidales, que de botepronto parecen homogéneas, parejas, pero que al aventarles un haz de luz y mirarlas con detenimiento develan su verdadera composición; llenas de partículas definidas, suspendidas.

Y es que la vida, como las coronadipias, está hecha de esos pequeños grandes detalles: la lonchera lista antes de la escuela, el beso para ese difícil examen, la canción que nos arrulla en las noches, el consejo que solo ella sabe dar, la mano que siempre está ahí para sostenernos, consolarnos, para animarnos y aplaudirnos. 

Pero además, las coronadipias para que sucedan requieren romper con la inercia, con el statu quo; necesitan lo que el Premio Nobel de Química Svante Arrhenius llamó energía de activación. Para que una transformación suceda es indispensable un esfuerzo, un detonador que promueva el cruce de la barrera inicial; ese momento en que las mamás nos dejan por vez primera en el colegio, cuando nos impulsan a encontrar nuestra mejor versión de nosotros mismos, que nos dan confianza para dar el difícil primer paso.

Y finalmente, las coronadipias están ahí, pero para identificarlas necesitamos de la perspectiva adecuada, de aprender a verlas. Albert Einstein cuando se refería a la relatividad hablaba de la relevancia del observador, no tanto del fenómeno. Así, lo que importa es tú capacidad de reconocer la gran coronadipia que es tu madre, ponerte los lentes de gratitud, verla con admiración y respeto. Sin duda una de las grandes fallas de la pandemia fue que algunos miraron al nuevo coronavirus como un patógeno inofensivo, esos países que lo minimizaron al haberse equivocado de gafas, son hoy los más golpeados. Ahora, frente a las mamás, limpia bien tus anteojos. Vale la pena.

Hoy que ya conoces mi nueva palabra encuentra esas coronadipias en tu vida. Identifica los eventos de baja probabilidad que quisieras convertirlos en cotidianos. Busca las pequeñas oportunidades que parecieran efímeras pero que te podrían abrir puertas a hermosas dimensiones no anticipadas.

Hoy, te invito a elogiar la coronadipia de la maternidad: ese evento tan maravilloso que a la vez es habitual, utilizando los 6 atributos descritos para elogiarla con mayor profundidad. 

Revisa tu posición de observador y reconoce las condiciones que hacen posible la incansable labor de madre, alaba la heroica labor constante a pesar de la inevitable incertidumbre, celebra la red de apoyo, la convivencia y las interacciones que te dan identidad, agradece todos esos detalles que pasarían desapercibidos pero que componen el significado de cada hora, cada minuto, de todos los días, y finalmente, aplaude de pie su aparentemente infinita energía de activación que la hace estar presente siempre, lista para impulsarnos, conteniendo, educando, transformando. Siendo madre. Siendo una coronadipia: siendo una manifestación de que lo extraordinario puede también ser perpetuo.

Feliz Día de las Madres.

 


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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