Enlace Judío – El 7 de junio de 1967, un pelotón de paracaidistas israelíes informó: “El Monte del Templo está en nuestras manos”. Los comandaba Mordechai Gur, “Mota”, quien fue luego Tte. General, comandante del ejército israelí y ministro en varias oportunidades.
Lo conocí casualmente, en la calle, pocos días después de la guerra de Yom Kipur, que estábamos cubriendo como periodistas. Cuando la gente lo vio, se arremolinó a su alrededor. Su leyenda estaba viva. Era el que había reconquistado el Muro.
Así fue que se unificó la ciudad de Jerusalén, lugar mayor de la tradición judía, tercer lugar de culto en la musulmana, cuyo corazón es la Meca, y -por supuesto- cuna de un cristianismo que hizo de Roma su capital pero que sigue allí honrando el Santo Sepulcro. Por entonces, el Jerusalén Este, donde está la mágica Ciudad Vieja con sus venerables piedras, adolecía en manos de Jordania que hacía lo indecible por impedir que los judíos pudieran cultivar su milenaria tradición.
En esa misma guerra de 1967, provocada entonces por Egipto y Jordania, fue que Israel ocupó también la Cisjordania y la franja de Gaza, este polémico territorio por entonces dominio egipcio. Bueno es recordar que en 2005, en el llamado Plan de Desconexión, Israel unilateralmente entregó ese lugar a la naciente Autoridad Palestina. Fue la primera vez que los palestinos tuvieron alguna presencia en ese territorio, que nunca antes habían administrado. Quien entregó esa zona, evacuó 21 colonias judías y pagó entonces 2.150 millones de dólares a los colonos, fue un Israel cuyo Primer Ministro era el General Ariel Sharon, un “duro”, el mismo que había conquistado esos mismos territorios cuando comandaba una división de tanques en 1967.
Lo único que se ha ganado con esa entrega unilateral es que Gaza, lejos de transformarse -como se esperaba- en un espacio de paz, hoy es base de la organización terrorista Hamás, que apoyada por Irán mantiene en vilo a Israel con sus constantes agresiones. Túneles para invadir e infiltrar asesinos, cohetes, bombas, es un retintín constante desde aquellos años. Pasa el tiempo y todo sigue igual. O peor. En 2018 inventaron una llamada Operación Retorno en que, desde Gaza, querían avanzar sobre territorio israelí y generaron un conflicto que costó vidas y que si no pasó a mayores fue por la moderación de las Fuerzas Armadas israelíes.
Una vez más debemos recordar que en mayo de 1948 se crearon, por Naciones Unidas, dos Estados, uno judío y uno árabe, y que si hoy todavía estamos hundidos en esta tormenta, es porque los países árabes no aceptaron esa partición, desconocieron la existencia del Estado árabe y se lanzaron a destruir el novel Estado de Israel, que felizmente logró preservar su independencia (y su democracia, en esta área en que es una rara avis).
En esta ocasión el ataque ha sido tremendo. Ya no de hostigamiento sino de guerra. Atacar directamente a Jerusalén, a Tel Aviv y aun al resto del país, con miles de misiles, es una escalada imprevisible. Si no hay una masacre mortal solo es por la capacidad del sistema defensivo israelí. El pretexto fueron algunos incidentes en la Ciudad Vieja de Jerusalén, vinculados a la Mezquita de Al Aqsa, tomada ahora como emblema de la resistencia.
Lo que hay detrás es el terrorismo de Hamás queriendo definitivamente descolocar a Abu Mazen al frente de la Autoridad Palestina, en unas elecciones que este ha postergado estratégicamente para no caer definitivamente. A esto se suma que Israel, en los últimos tiempos, logró acuerdos con los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein (llamado “Acuerdo de Abraham”), sumándolos así a los reconocimientos de Egipto, Jordania, Sudán, Marruecos y Mauritania. Como si esto fuera poco, Israel aparece a los ojos del mundo como un modelo de organización democrática y social al superar la pandemia con un éxito aún lejano para el resto.
Este es el contexto. Irán contra los países sunitas, la rama mayoritaria del Islam, que de a poco ha ido regularizando su situación con el Estado judío. Irán pretendiendo erigirse en potencia militar. Irán usando ese brazo armado de Hamás para ganar posiciones y, sobre todo, cortar este prometedor Acuerdo de Abraham que ofrecía un panorama de paz.
Ahora vienen los debates consabidos. Israel, que es el que siempre está obligado a explicar su actos, tiene que soportar que gobiernos como el argentino digan que su respuesta fue “desproporcionada”. Lo lógico, militarmente hablando, hubiera sido invadir Gaza y neutralizar directamente los focos de agresión. Naturalmente, es un camino muy riesgoso, muy doloroso eventualmente. Por eso viene haciendo lo mínimo: tratar de actuar a la distancia por vía aérea.
Confiamos en que la cordura vuelva a ganar algún espacio y que la tan alicaída y desorganizada comunidad internacional pueda generar un clima de tregua, como paso previo a un nuevo entendimiento de paz. Que Hamás, por supuesto, no cumplirá, porque por definición es terrorista y su objetivo, proclamado diariamente, es la destrucción de Israel.
Cuánto se ganaría si en lugar de darle armas, los iraníes y sus aliados invirtieran en hoteles o empresas para darle mejor vida a esta pobre gente palestina, fácilmente fanatizada en la pobreza que viven… cuánto.
Publicado originalmente en El País.
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