Natalio Steiner/ Irán: Por un mal camino

Enlace Judío – Si algún ingenuo tenía esperanzas de que en las elecciones que se llevaron a cabo en Irán se impusiera una línea partidaria de un cambio en su relación con Occidente, e Israel en particular, el resultado de ayer cerrará todas sus esperanzas.

Era previsible porque desde los comienzos de la revolución las elecciones son solo una farsa amañada para presentar una imagen democrática de un régimen asesino, violador serial de los derechos humanos y que no oculta sus intenciones de destruir a Israel.

Estas elecciones, en las que se registró menos de un 57% de votantes habilitados, son una muestra más que ni los sectores moderados de la sociedad iraní creían en ellas. Y es que los candidatos que se presentaban fueron previamente aprobados por la autoridad religiosa máxima de Teherán, Ali Jamenei, un fiel seguidor del ayatola Jomeini, que ya pronto a retirarse busca dejar un régimen obsoleto, conservador, antioccidental y agresivo al máximo en sus políticas expansivas en Medio Oriente.

Baste citar un dato que no se puede escapar: entre los 4 a elegir se encontraba Mohsen Rezai, uno de los 5 iraníes imputado por la justicia argentina en la organización de la voladura de la AMIA en 1994.

El “ganador“ fue Ebrahim Raisi, alto juez de la Corte Suprema iraní y responsable de la condena a muerte de unos 30,000 disidentes. Acérrimo enemigo de Israel y EE. UU., ha sido elegido en un momento crítico de las negociaciones para que Irán vuelva al tratado nuclear con Occidente. Y ello coincide con un presidente de EE. UU. como Joe Biden, que se muestra hiperconciliador, vacilante y apaciguador frente a un régimen que no hace más que mostrar las garras.

No son buenas noticias para el mundo. Pueden engañar a ingenuos “progresistas” que ven en Irán un enemigo jurado de EE. UU. pero convendría dialogar con la población iraní para entender el porqué de esta tremenda abstención y la continua suma de poder de parte de las autoridades clericales iraníes que solo alimentan los sueños teológicos de un régimen brutal que intenta expandirse por Yemen, Irak, Siria y Líbano.

El verdadero poder en Irán está formado por élites militares no elegidas, autoritarias, religiosas y fascistas que, durante décadas, han congelado la ideología revolucionaria y teocrática de la Revolución Islámica de 1979. El mecanismo de nominación de los candidatos presidenciales es en sí mismo parte del proceso fraudulento.

Todos los candidatos deben ser aprobados en primer lugar por el poderoso Consejo de Guardianes (COG), que decide si el posible candidato es suficientemente leal a los principios revolucionarios islámicos. Se rechaza a cualquier candidato que el COG, formado por 12 miembros  considere insuficientemente “islámico” o no deseado por el clero. Casi siempre, este proceso favorece a los conservadores de línea dura, cumpliendo así su objetivo.

El cargo de líder supremo, que es el jefe titular del “Estado profundo”, está ocupado por el autocrático ayatolá Alí Jamenei. Es el líder supremo quien siempre puede intervenir y dar a conocer sus preferencias al COG entre bastidores antes de que anuncie su lista definitiva de candidatos aprobados.

Como fiscal de Teherán en 1988, Raisi, fue responsable, en parte, de las ejecuciones de miles de presos políticos. Raisi tiene la sangre de inocentes en sus manos.

Israel, Arabia Saudita, Baréin, Egipto, Emiratos Árabes y Jordania deben de tener verdaderos motivos de preocupación por quien ha sido conocido como “el carnicero de Teherán”.

El mundo no va a estar más cerca de la desnuclearización de Irán, sino que esta se acelerará. Todas las negociaciones que el régimen encara son solo para pagar tiempo.

En Medio Oriente, entre ellos Israel, deberán decidir, más pronto que lejos, si van a armar un plan de contención de este régimen salvaje y primitivo o van a convivir con la amenaza nuclear que ya esta lejos de ser incipiente.

 


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