Enlace Judío.- La ONU no ha alterado solo las matemáticas en lo que respecta a los refugiados palestinos, sino también el derecho.
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Según la doctora Rivka Shpak-Lissak, historiadora de la Universidad Hebrea que documentó la migración árabe a Palestina, la región fue gobernada por los árabes únicamente entre los años 640 – 1099 d. C., lo cual significa poco más de 400 años, periodo en el cual la población disminuyó de 2,5 millones personas, a 500.000.
La misma doctora demostró que fue en el siglo XIX cuando la población árabe aumentó de forma sustancial, registrándose un crecimiento de 94%. En concreto, pasó de 246.359 personas a principios del siglo XIX, a 525.150 en 1914, proviniendo en gran parte de Egipto. Se trata de la tasa de crecimiento más alta registrada en la región y se debió al auge económico que registró Palestina a partir de 1900 debido a la migración sionista.
La escasez poblacional en Palestina fue documentada también por el erudito Hadriani Relandi en su libro Palaestina, ex Monumentis veteribus illustrata, escrito en 1714, en el que examinó muchos de los lugares mencionados en la Biblia o la Mishná, trazó un mapa de la tierra de Israel y organizó un censo de la población en cada comunidad. Las conclusiones que sacó son más que claras. En primer lugar, ningún asentamiento de Tierra Santa tenía nombre de origen árabe, sino hebreo, griego o romano. En segundo lugar, casi toda Palestina era tierra yerma y sus pocos habitantes vivían en las ciudades de Jerusalén, Jaffa, Acco, Tzfat y Gaza (todos ellos nombres de origen hebreo), en su gran mayoría siendo judíos y, en un porcentaje más reducido, cristianos. También había musulmanes, que en su mayoría eran tribus beduinas nómadas, y que eran temporeros de la agricultura. La única excepción fue Nablus, conocido por aquel entonces como Shjem, donde vivían 120 personas de la familia musulmana Natsha y 70 shomronitas (de Shomron, hebreo para Samaria). En Nazaret (que hoy en día es de mayoría palestina) vivían 700 cristianos, y en Jerusalén 5000 personas, en gran parte judíos, pero también cristianos y árabes. En Gaza vivían 550 personas, la mitad judíos y la otra mitad cristianos. La misma pauta se repite en toda Tierra Santa de aquellos tiempos.
El vacío poblacional se mantuvo el próximo siglo también, lo cual fue testificado en 1857 por James Finn, el cónsul británico en Palestina, en cuyo informe a Londres se lee que: «El país se encuentra en un grado considerablemente vacío de habitantes y, en consecuencia, necesitado de un cuerpo poblacional». Lo misma conclusión sacó el historiador Arnold Blumberg, que documentó en su libro Sión antes del Sionismo: 1838-1880 el periodo previo a las grandes migraciones de los judíos europeos a Oriente Medio y dijo que: «no se hizo ningún censo, pero el estimado más fiable establece un máximo de 300.000 habitantes en 1841».
Uno de los documentos más aclaratorios en el mismo sentido es un mapa elaborado por Palestine Exploration Fund, una misión de reconocimiento británica entre 1871 y 1878, realizado a una escala de 1/63.000. Se trata del mapa más preciso que existe del territorio y con su ayuda se puede calcular con exactitud el tamaño de los poblados de Tierra Santa. Dicho mapa delató que, antes del comienzo de la migración sionista a Palestina, la región estaba casi yerma y que los escasos poblados tenían una superficie que en media rondaba 150/100 metros, conformados generalmente por dos hileras de casuchas o ni eso. Haciendo unos sencillos cálculos, resulta que Haifa tenía una superficie de 190 por 440 metros; Nazaret de 600 por 300 metros; Jaffa de 240 por 540 metros; Shekh Munis, donde ahora se encuentra la Universidad de Tel Aviv, era una pequeña aldea de 90 por 180 metros. El propio Jerusalén solo media 1000 por 1000 metros y no había nada fuera de sus muros.
Lo anterior fue corroborado por incontables testimonios, de los cuales es más que aclaratorio un informe redactado por el reverendo W. J. Starcey y publicado en el periódico London Time bajo el título La desolación de Palestina, y también en el número 20 del 10 de junio de 1880 del periódico Livermor Herald, en el cual se lee: «Nada puede exceder bien la desolación de gran parte de ella. Sin árboles por veinte o treinta millas a la redonda, bosques que existieron hace treinta años (por ejemplo, los del Monte Carmel y del Monte Tabor) han ido desapareciendo, ricas llanuras del mejor suelo de jardín pidiendo ser cultivadas, pero que están agrietadas con grietas de unos cuantos centímetros de profundidad, sin setos ni límites; terrazas de montaña, formadas de forma natural o artificial, listas para ser plantadas con vides; la gente vive nada más que en chozas de barro, tierra y miseria; los habitantes cuentan con ropa escasa solo suficiente para ser decentes; sin caballos o vacas, ni ovejas, ni perros; sin caminos, excepto el de Jaffa a Jerusalén, y esto como un camino para carros sobre un campo arado, el resto, en el mejor de los casos, son como los senderos de ovejas de Sussex, pero en su mayor parte como el lecho seco del río más rocoso donde, en medio de bloques de piedra, cada uno hace su camino al andar tan bueno como mejor pueda, torres o sobre piedras sueltas arrojadas desde las paredes del lado en cualquiera de los lados; nada sobre ruedas para ser recibido en un viaje de más de 300 millas. Todo está gravado, cada árbol frutal, pero ninguno se planta ahora; cada vaca o caballo, etcétera; cada verdura vendida de un jardín privado. No se ve nada, ni una pequeña granja, ni lejos ni cerca. Nada más que Jerusalén en sí. (…) Nada se hace por el bien o la mejora del pueblo o de la tierra por parte del gobierno. No sólo así, sino que todas las ofertas – y he oído hablar de varias hechas por individuos o empresas – son rechazadas, a menos que primero se dé un soborno a las autoridades. Esta es una imagen que no tiene nada que ver con lo que una vez fue la tierra donde “fluía leche y miel”. (…) No hay esperanza para Palestina mientras permanezca en manos de los actuales gobernantes. Palestina no vale nada para el Gobierno turco».
Fue a esa tierra yerma donde migraron los judíos sionistas, los primeros siendo unos 25.000 jóvenes obreros y estudiantes que llegaron entre 1882-1891, un año después del anterior reporte, la mayoría refugiándose de los sangrientos pogromos de la Rusia zarista. Lo cual fue confirmado por el cartógrafo británico Arthur Penrhyn Stanley, quien dijo que: «En Judea casi no es una exageración decir que por millas y millas no hay ninguna seña de vida o población».
Sin embargo, pocos años más tarde comenzó también la migración árabe a Palestina, y fue mucho más cuantiosa. El profesor Usiel Oskar Schmeltz demostró que el 53% de la población árabe musulmana de Palestina a principios del siglo XX era inmigrante. En el mismo sentido se expresó el profesor David Grossman, que probó que en 1914 la mayor parte de la tasa de crecimiento de la población de árabes musulmanes fue un derivado de la inmigración, y no de crecimiento natural, en una media de 50%.
Según el profesor, ello se debió a las nuevas políticas del Gobierno otomano de fomentar la inmigración a Palestina después de que llegaran las primeras olas de judíos. Lo anterior fue reflejado también por la Enciclopedia Británica de 1911, en la que leemos que: «los habitantes de Palestina están compuestos por un gran número de elementos, que difieren ampliamente en cuanto a afinidades etnológicas, idioma y religión. (…) A principios del siglo XX, una lista de no menos de 50 idiomas se hablaban en Jerusalén como lenguas vernáculas».
La Comisión Mundial de Migración Internacional de Ginebra también registró lo anterior y en uno de sus informes se lee que: «La mayor parte de la población migrante del mundo se encuentra en Oriente Medio». Por su parte, el Instituto Real de Asuntos Internacionales con respecto al crecimiento de la población de Palestina durante las décadas de 1920 y 1930 estableció que: «El número de árabes que han entrado ilegalmente en Palestina desde Siria y Transjordania es desconocido, pero considerable». La invasión de los árabes fue registrada también por la Comisión Británica Hope-Simpson, que en su documento Prevención de la inmigración ilícita de 1930 recomendó frenarla. Lo mismo demostró Fred Gottheil, profesor de economía de la Universidad de Illinois, en su libro The Smoking Gun: Arab Immigration into Palestine, 1922-1931, en el que se lee que: «de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, los trabajadores migrantes de Oriente Medio que se desplazan dentro y fuera de Oriente Medio constituyen aproximadamente el 9% del total mundial» – lo cual es una cifra fabulosa teniendo en cuenta el tamaño más que reducido de la región. «Esta inmigración ilegal no solo procedía del Sinaí, sino también de Transjordania y Siria», aclaró el informe de la Comisión Real de Palestina, redactado por el gobernador británico del Sinaí entre 1922-1936. A lo que se añade que, en 1934, el gobernador del distrito sirio de Hauran, Tewfik Bey El Hurani, admitió en una entrevista acordada al periódico La Syrie que solo en unos pocos meses, entre 30.000 y 36.000 sirios de Houran se habían trasladado a Palestina.
Pero la inmigración árabe a Palestina a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX no se debió exclusivamente a las políticas otomanas, sino principalmente a la riqueza creada por los recién llegados judíos sionistas, que reformaron radicalmente el paisaje y secaron los pantanos, plantaron bosques – apenas quedaban árboles en Palestina porque los otomanos habían puesto impuesto por cada uno, por lo que los campesinos los talaban para no pagarlo -, construyeron pueblos, carreteras, universidades y generaron una floreciente industria y comercio. A ello se debió el que, en el periodo comprendido entre 1922 y 1947, la población árabe en las ciudades judías creció un 290% en Haifa; 158% en Jaffa; 131% en Jerusalén; 64% en Hebrón; 56% en Nablus; y 37% en Belén.
Pese a lo anterior, la población de Palestina seguía siendo escasa. No disponemos de datos claros del todo, pero lo que sí es seguro es que, a principios del siglo XX, en Israel, que por entonces formaba parte del Imperio otomano, había una población árabe que, según Juan B. Culla, que examinó los registros turcos, contaba 325.000 personas en 1891. Pocas décadas más tarde, en 1937, la población total de Palestina, que por aquel entonces estaba integrada en el Mandato Británico, era de aproximadamente 700.000 habitantes, de los cuales 400.000 eran judíos. Ello se reflejó en el informe de la Comisión Real del 12 de enero de 1937 cuando, a la pregunta del lord Peel: «Quiere detener por completo la inmigración judía. ¿Qué quiere hacer con los 400.000 judíos que hay aquí actualmente?», Hajj Amin al-Husseini, el muftí de Jerusalén en aquellos tiempos, respondió que: «Vivirán como siempre vivieron antes en los países árabes», reconociendo como reales las mencionadas cifras. Del mismo informe resulta que la población árabe de Israel se había doblado en los 14 años anteriores.
De gran interés para aclarar este asunto es el registro oficial del acta del encuentro entre Hitler y el muftí Husseini el 28 de noviembre de 1941, en la Cancillería del Reich en Berlín. En dicha reunión, el muftí mencionó la cifra de «1.700.000 árabes que habitan en Siria, Transjordania, Irak y Palestina». Sin embargo, los palestinos de hoy en día afirman que, antes del nacimiento del Estado de Israel, en 1948, en su territorio había un millón de palestinos. Pero según el muftí, solo siete años antes había 1.700.000 árabes en un territorio inmenso que comprendía no solo el diminuto territorio de Israel, sino también Siria, Irak y Transjordania. Corroborando ambos datos, resultaría que 1.000.000 de árabes vivían en un escaso territorio del tamaño de la provincia española de Badajoz, de poco más de 20.000 kilómetros cuadrados y casi yermo, que es el actual Israel; y el resto de 700.000 vivían en una enorme área de más de 700.000 kilómetros cuadrados y bastante más fértil. Dicho en otras palabras: que en el diminuto y desértico Israel vivían un millón de palestinos, mientras que en un territorio 35 veces más grande vivían solo 700.000.
Lo anterior fue corroborado por el testimonio del conde Folke Bernadotte, el mediador de la ONU para Palestina durante la guerra árabe-israelí de 1947-1948, que informó que: «Como resultado del conflicto en Palestina, casi toda la población árabe huyó o fue expulsada de la zona bajo ocupación judía». Hay que remarcar que, incluso en esos tempranos tiempos, el pro arabismo de la ONU era evidente, delatado por el uso de la palabra «ocupación», erróneamente empleada si tenemos en cuenta que a esas fechas la patria judía ya había sido reconocida por el Acuerdo Faisal-Weizmann, por la Declaración Balfour y por la propia ONU. Y sigue el funcionario de la ONU: «Esto incluyó a las grandes poblaciones árabes de Yafo (Jaffa), Haifa, Acre (Acco), Ramle y Lida (actual Lod). De una población de algo más de 400.000 árabes antes del estallido de las hostilidades, el número actualmente estimado de árabes en el territorio controlado por los judíos es de aproximadamente 50.000». Por lo que, si hacemos un sencillo cálculo, resulta que en 1948 en Israel había 350.000 árabes, a lo que hay que añadir que, como vimos antes, esos llegaron a Palestina después de los judíos sionistas.
Sin embargo, solo dos años más tarde, en 1950, la Comisión de la ONU para la Conciliación en Palestina cuantificó en 711.000 a los refugiados palestinos, sin saberse aún en base a qué llegó a esa cifra, que es más del doble que la barajada por su propio funcionario. En la misma línea se pronunció la mass-media occidental. Por citar un ejemplo, el New York Times afirmó en 1953 que hubo 870.000 refugiados palestinos; en 1955 casi 906.000; unos 925.000 en 1957; para que en 1967 llegaran a un millón.
Pero ello no paró allí y actualmente están registrados en las bases de la ONU más de 5,4 millones de palestinos con estatuto de refugiados, que reciben una jugosa financiación internacional. Cifra que varios líderes palestinos aumentaron a 8 millones y pretenden que todos ellos vuelvan a Israel – cuya población es de 9 millones, de los que la quinta parte son árabes -, en base a un inaudito derecho de retorno que, para más inri, es ilegal según las normas del derecho internacional. Sin embargo, de todos ellos, solamente un ínfimo porcentaje abandonó efectivamente sus hogares cuando los países árabes declararon la guerra a Israel en 1947. Daniel Pipes, historiador, analista político y presidente de Middle East Forum, calculó que 99% de los actuales refugiados palestinos son falsos, y que, si se aplicaran los estandartes correctos que se aplican a los demás refugiados del mundo, simplemente desaparecerían. Los requisitos deberían ser: tener como mínimo 73 años de edad (ya que una persona que se refugió de Israel en 1948 tendría esta edad ahora); ser apátrida; y no vivir en la Franja de Gaza, que es prácticamente un Estado y no se puede considerar refugiado a alguien que vive en su propio país.
Según el anterior mencionado analista, la manera como la ONU perpetúa y expande el problema de los refugiados palestinos – por medio de su agencia UNRWA – suele revestir tres formas. Uno: permitiendo que dicho estatuto se herede de generación en generación, lo cual es un peculiar derecho que solo se reconoce a los palestinos. Dos: manteniendo el estatuto de refugiado incluso después de que la persona en causa haya adquirido la nacionalidad de otro Estado – hay refugiados palestinos que viven en Estados Unidos, Europa, Israel, etcétera, pero cuentan como refugiados, según la ONU. Y tres: asignando tal estatuto a los palestinos que residen en la Franja de Gaza. Sin lo anterior, jamás se habría llegado a aumentar el número de refugiados de 350.000 en 1948, a 5,3 millones en la actualidad, lo cual es un caso único e inaudito en la historia.
Pero la ONU no ha alterado solo las matemáticas en lo que respecta a los refugiados palestinos, sino también el derecho. En este sentido, el organismo internacional no solo que ha creado un precedente inaudito hasta la fecha, habilitando una agencia especial solo para los palestinos, que es la UNRWA – para los más de 70 millones de refugiados que hay en el mundo hay otra agencia, que es ACNUR -, sino que, además, cambió incluso la definición de refugiado del derecho internacional, pero solo para los palestinos. Según esos nuevos y peculiares estándares, cualquier persona que haya pasado dos años en Palestina antes de 1948 (reitero: dos años, no una vida ni tener raíces allí, que es lo que el derecho internacional requiere para que una persona sea considerada refugiado), con o sin pruebas (lo cual es un atropello a la ley sin precedentes), y todos sus descendientes (caso único e inaudito en el derecho), se consideran refugiados palestinos. Si a lo anterior añadimos que la UNRWA gasta por cada refugiado palestino casi el doble de lo que gasta ACNUR por cualquier otro refugiado, según demostró David May, y que, mientras la última tiene en su plantilla 16.800 empleados, la UNRWA tiene 30.000 para atender 13 veces menos personas, empezamos a entender a qué se debe que el conflicto más mediatizado de nuestros tiempos, que es el palestino-israelí, perdura tras décadas.
Todo lo anterior ocurre en el diminuto territorio de Israel, en el cual un censo de 1931 contabilizó 23 idiomas hablados por los árabes y 28 hablados por los cristianos, y cuya población no judía provenía de 24 países. Otra curiosidad es que fue un libanés cristiano ortodoxo llamado Farid Georges Kasab quien llamó «palestinos» por primera vez a los árabes del actual Israel, en su libro Palestina, helenismo y clericalismo, publicado en 1909. Un año más tarde, en el periódico árabe Haifa Al Nafir también apareció el término, y en 1911 lo encontramos en el periódico Al Munadi que, según su fundador Muhamad Musa al Magrhibi, cubría «solamente noticias relevantes para los palestinos». En 1913, el término cobró más importancia, siendo usado por el parlamentario otomano Ruhi al Jalid en su artículo La raza palestina. Es imposible encontrar allí al pueblo palestino que cuenta con una existencia milenaria, según reza el estribillo que escuchamos en Occidente…
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