Enlace Judío México e Israel / Aranza Gleason – Una de las cosas que más me gustó de vivir un tiempo en el extranjero fue poder percibir el cambio de las estaciones en el año. Hay algo muy romántico en ver y sentir las diferencias entre la nieve, las flores y el sol del verano; como si el cambio que ocurre en la tierra nos invitará a cambiar internamente. No en vano toda religión y cultura empezó celebrando el cambio de las estaciones y los ciclos agrícolas de la tierra; es a la vez una forma de agradecer lo que la deidad nos da y una forma de santificar el mundo material, de darle un sentido menos transitorio.
En el caso judío el tiempo es considerado como una de las formas en que D-os y el hombre interactúan. Las festividades son consideradas “una cita” a la cual D-os ordena al hombre asistir y éste decide presentarse. Las estaciones del año son a la vez la expresión de D-os como Creador del mundo y un recuerdo de los eventos históricos que ocurrieron en el desarrollo espiritual del hombre. Es una forma de acercarnos a Su belleza y tener presente el crecimiento personal que pide de nosotros. Pues cada estación trae consigo un set de fiestas que nos obligan a involucrarnos espiritualmente en nuestras vidas y recordar las historias y aprendizajes que la Torá enseña.
La idea detrás de dicha condición es que la naturaleza al igual que la historia son manejadas por D-os y trabajan en sintonía en el camino espiritual del hombre. El evento histórico tiene correlación con en el momento del año en que ocurrió y las condiciones naturales reflejan ese cambio particular que el hombre vivió, o aquella enseñanza que D-os le dio. Los ciclos de la estaciones por ende nos invitan a vivir ciclos internos también y el cambio en la naturaleza y su belleza son también recordatorios de la Presencia Divina. Por lo mismo las estaciones del año toman distintos significados en el mundo judío, a continuación hablaremos de algunas formas en que son abordadas.
Las estaciones como símbolo
Por ejemplo, la matzá es un símbolo que recuerda la opresión que vivieron los judíos durante la esclavitud en Egipto, sin embargo, también representa: el Éxodo judío, la humildad que debemos adquirir cuando llega esta época del año, la libertad que adquirimos al liberarnos de la materialidad y el mandato divino de consumirla en Pesaj. Muestra a la vez el trasfondo espiritual y la filosofía que debemos adquirir en nuestra vida como la lectura histórica del evento. Sin embargo, el caso va más allá según la perspectiva judía: la obediencia de un mandato divino o incluso el momento en que éste fue ordenado cambian la realidad del mundo en que vivimos y esa es la mayor diferencia de los símbolos, en el caso judío, no son la expresión de algo más profundo, sino el cambio mismo.
Por ejemplo, en la la historia de Noé (Noaj) cuando las lluvias cesan, el agua mengua y los animales salen del arca Noé hace un sacrificio y entra en un nuevo pacto con D-os. D-os le dice a Noé que “las aguas jamás volverán a convertirse en un diluvio que destruya toda carne” el arcoíris es un signo de ese pacto, representa el perdón divino (Gen 8:21). Sin embargo, no es sólo un símbolo sino que el perdón divino y el arcoíris empezaron a existir al mismo tiempo, más que un símbolo es la representación física de la acción de D-os. Cada vez que aparece un arcoíris en el mundo D-os perdona al hombre en el ámbito espiritual. Cada símbolo que existe en la Torá y cada símbolo que se usa en las practicas judías cambian la realidad que nos rodea.
Las estaciones del año son vistas como símbolos en el judaísmo, anuncian las festividades que ocurren en ellas y nos preparan para el cambio que debemos hacer en nosotros durante esa época. En muchos sentidos son el reflejo material del tiempo divino, de los requerimientos y experiencias que D-os tiene preparados para el hombre.
El tiempo como espiral y el caminar histórico del hombre
El judaísmo nos enseña que desde la Creación hasta el final de los días existe un proceso donde paulatinamente el mundo y el hombre se acercan a su Creador. Se nos dice que al final de los tiempos llegará la Redención al mundo, eso implica el momento en que todo lo creado llega a su punto máximo de perfección y se vuelve un reflejo perfecto de D-os; dónde cada cosa muestra la razón por la que fue creada. Para que ello suceda el mundo material entra en sintonía perfecta con el mundo espiritual y ambos hacen brillar al otro. Él único que puede hacer que ello suceda es el hombre, porque es el único que habita ambos. Lo que el judaísmo nos dice es que precisamente es el perfeccionamiento del hombre lo que a lo largo de la historia guiará ese proceso que el mundo experimenta.
A ese proceso se le llama ticún y se plantea como un arreglo tanto interno como externo. Se lleva a nivel individual, a nivel comunitario y a nivel universal. Para que el mundo regresé a D-os cada individuo debe perfeccionarse y arreglar las faltas internas que lo separan de su creador; lo mismo debe ocurrir con las interacciones que los individuos tienen entre pares, es decir al interior de cada nación. Cuando ello se haya logrado, el mundo material finalmente reflejara ese estado también y brillará con mayor esplendor. Entonces el mundo estará completo y podrá ser dicho espejo.
Este proceso ocurre en el tiempo, sin embargo, a diferencia de lo que se cree no ocurre de forma lineal ni circular, sino formando una espiral perfecta. Lo que la Torá nos plantea es que tanto a nivel personal como a nivel histórico continuamente nos encontramos con los mismos problemas, los mismos eventos que debemos corregir, sin embargo, nunca son exactamente iguales porque avanzamos hacia la Redención. La parte circular de la espiral son los ciclos que se repiten y que aún no logramos corregir; mientras que la parte lineal de la misma es el avance hacia la Redención final.
Las estaciones del año son parte de ese proceso. Nos ayudan a abrir los ojos a los ciclos que la tierra tiene por sí misma, obligándonos a involucrarnos en ellos y fomentar un ciclo de crecimiento en nuestra persona. Y como mencionamos antes anuncian y envuelven las festividades, por lo cual se vuelven el reflejo material de lo que la historia nos enseña. Por ejemplo, Pesaj ocurre en primavera la época de la renovación, la libertad la vida; Tishá B’Av y las tres semanas en verano cuando el sol en la tierra de Israel quema con fuerza el cuerpo y el juicio de D-os se exacerba y Januca en invierno cuando la luz y la nieve resaltan la fe entre la oscuridad.
La estación del año nos hace relacionarnos con el aprendizaje que cada festividad trasmite, al mismo tiempo que la festividad nos permite darle santidad al tiempo y su expresión natural. Cuando hacemos Pesaj y Janucá sacralizamos la primavera y el invierno, les damos sentido de existencia. Se vuelven parte del ticún que el mundo vive.
Un último aprendizaje
Algo que siempre me pareció hermoso de esta visión del tiempo y las estaciones del año es que nos permite acercarnos a D-os en elementos más sencillos y directos que tenemos en el año. Cada flor de primavera, cada nevada de invierno puede ser un recordatorio de la cercanía de D-os con el hombre, del proceso personal que uno vive y de la Redención del mundo. Para quien le gusta los cambios estacionarios la Torá le da una nueva dimensión a la belleza que ya había percibido de la tierra.
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