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domingo 22 de diciembre de 2024

Irving Gatell/ Un episodio crítico en la historia del monoteísmo

Enlace Judío – Cuando leemos la Biblia, suele pasarnos algo muy curioso. Por ejemplo, ante un relato sobre Moisés, pensamos en lo que Moisés dijo o no dijo, y en lo que eso significa para nosotros. Pero muy pocas veces nos sentamos a pensar en lo que eso pudo significar para la gente del tiempo de Moisés, y en algunas ocasiones, se desentierran asuntos muy interesantes.

La escena seguro la conoces: Moisés, otrora príncipe educado en la corte del Faraón, ha tenido que cambiar su modo de vida y se ha contentado con hacer una familia en Madián y dedicarse a pastorear ovejas. Un día, cumpliendo con su jornada laboral como cualquier otro día, tiene una extraña visión en un monte que luego será emblemático para la religión judía: Horeb. De repente, una zarza arde pero no se consume; se acerca para ver de qué se trata, y una voz de inmediato le pide que se quite los zapatos; y después de una intensa conversación con esa voz, sale del episodio comprometido a liberar a todo un pueblo.

Vaya mañana la de Moisés.

Pero entre todas las cosas que se pueden analizar de cada detalle, hay uno que es muy significativo si nos adentramos un poco en el modo de pensamiento del antiguo Canaán, y en cómo el judaísmo se puso varios pasos adelante en muchos sentidos respecto a esas ideas.

El detalle interesante está en un comentario de Moisés: “He aquí llego yo a los hijos de Israel y les digo: el D-os de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿Qué les responderé?” (Éxodo 3:13).

Y, más aún, en la respuesta de D-os: “Yo soy el que soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros” (Éxodo 3:14).

¿Qué significa la pregunta “cuál es su nombre”?

En el contexto histórico en el que esto ocurre, es muy simple: ¿De cuál de los 70 Elohim nos estás hablando?

Vamos por orden: las antiguas culturas cananeas compartieron una creencia puntual, según la cual el dios padre de todos los dioses era El (también llamado Il, Ilum, Elah, o Eloeh). Había engendrado a 70 dioses, llamados los Elohim (una palabra claramente en plural). El moraba en una montaña sagrada desde la cual nacían todos los ríos del mundo y uno de ellos se dividía en cuatro. Según los mitos ugaríticos, estos cuatro eran el Éufrates, el Tigris, el Gijón, y el Pisón. Es decir, en términos bíblicos diríamos que el monte sagrado de El estaba en la zona del Edén. Probablemente, en el Edén.

En lo que nunca se pusieron de acuerdo los cananeos fue en quién era el rey de los dioses. El era una deidad distante que, en realidad, no se metía con ese asunto. Así que quien fungía como rey de los dioses, o rey de los Elohim, era alguno de los hijos de El. Entre los cananeos, todo parece indicar que Baal fue el favorito. Pero Dagán también tuvo sus feligreses y los filisteos lo adoraron como Dagón.

Esta idea no era solo una creencia religiosa. Era una percepción de alcances literalmente culturales. Es decir, era el modo en el que esta gente antigua entendía la estructura misma del universo.

En la Biblia podemos encontrar ecos de eso que los especialistas llaman “el concilio de los Elohim”, es decir, la reunión de los 70 hijos de El, con el propio El como quien preside.

Por ejemplo: “D-os está en la reunión de los Elohim (dioses); en medio de los Elohim juzga” (Salmo 82:1).

O este otro: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de Días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente” (Daniel 7:9).

Y también este, por supuesto: “Un día vinieron a presentarse delante del Señor los hijos de D-os (Elohim), entre los cuales vino también Satán” (Job 1:6).

Son textos en donde se hacen referencias explícitas a un sistema de organización idéntico al del concilio de los Elohim. En el Salmo 82:1 es bastante claro; en Daniel 7:9, la idea de un Anciano de Días que preside un lugar en el que “fueron puestos tronos”, es exactamente eso, porque los tronos son, justamente, para los 70 Elohim. Y en Job lo que tenemos es un retrato de la reunión anual de los Elohim ante su padre, evento que, según las antiguas creencias cananeas, ocurría justo cada año nuevo (en otoño), para que el dios El (llamado “Anciano de Días” en muchas tabletas ugaríticas) decidiera el destino de toda la creación, tanto de los seres humanos como de los dioses.

¿Te suena familiar? Es lógico: son creencias antiguas que están vinculadas con todo lo que el judaísmo sabe y entiende sobre Rosh Hashaná y Yom Kipur. Lo único que habría que preguntarse es por qué ya no se dice nada sobre el concilio de los Elohim. Pero eso es lo que te voy a explicar.

Así que sigamos adelante: si entendemos que esta era la creencia generalizada entre los grupos semitas y cananeos de la época, entonces cuando Moisés prevé que le van a preguntar el nombre de quien lo ha enviado, la lógica nos indica que la pregunta es cuál de todos los Elohim se le ha aparecido a Moisés. Y es que había 70 opciones.

Pero acaso lo más formidable es la respuesta de D-os: “Yo soy el que soy”. Entendida en ese contexto histórico, es una elegante manera de decir “yo soy todos los Elohim”.

¿A qué me refiero con esto?

La genialidad del monoteísmo judío es que no es una creencia exclusiva, sino inclusiva. Es decir, no fue algo tan simplón como decir “este es el único D-os verdadero y los demás no existen”.

Lo verdaderamente fascinante del monoteísmo del pueblo de Israel es que fue la comprensión de que todos los atributos divinos, en realidad, solo pueden estar integrados en un D-os Único y Verdadero. Hablar de dioses que dominan sobre tal o cual aspecto de la naturaleza o de la vida, no es hablar de algo divino. Solo es hablar de seres muy fuertes, poderosos, magníficos o lo que quieras, pero que, en última instancia, no son distintos a nosotros en cuanto a su naturaleza de fondo.

Lo verdaderamente divino tiene que ser absoluto, unificado. Esto, por supuesto, implica que ya se entiende que nuestra experiencia y percepción de las cosas es fragmentaria.

¿Cómo se demuestra que esta fue la idea del monoteísmo israelita?

Sencillo: porque en el texto bíblico, los nombres de El y Elohim se usan para hablar del mismo Único y Verdadero D-os, creador de todo.

Génesis 1 es un poderosísimo manifiesto a favor de esta visión unificada de lo divino (que, en última instancia, es también una visión unificada de la realidad). En el mismísimo arranque del texto, tenemos la célebre frase Bereshit Bará Elohim Et Hashamaim Veet Haaretz: “En el principio, creó D-os los cielos y la tierra”.

Nótese que se usa la palabra Elohim. Es decir: ¿Podría ser una reminiscencia de que la creación fue hecha por los Elohim? Me refiero a los 70 integrantes del concilio, los hijos de El.

No. En las antiguas creencias cananeas, el dios creador es El, no los Elohim. Entonces, en este texto de Génesis se nos está diciendo que El, el creador, y los Elohim son lo mismo. O, para ser más precisos, que los cananeos habían percibido atributos de la divinidad y los habían repartido entre El y los Elohim, pero que había que corregir esa idea: todos los atributos divinos pertenecen al Único y Verdadero. Por eso, la acción de la que se habla —en singular, además: creó, no crearon— es propia de El, pero se le llama Elohim. Como retándonos a que dejemos de dispersar lo que sabemos o entendemos de lo divino.

Esa misma noción unificadora la volvemos a ver en el Salmo 82. Cuando se dice que “D-os está sentado en la reunión (el concilio) de los Elohim”, el hebreo es Elohim Nitzav Beadat El Bekerev Elohim, es decir, “Elohim está sentado en la reunión de los Elohim”.

La idea tiene el eco de las antiguas creencias cananeas, pero es evidente que estas han sido completamente superadas. Por eso, la palabra “Elohim” cambia su sentido: puede referirse al D-os Único y Verdadero, en el sentido de que todos los atributos divinos que los cananeos percibieron en sus 70 dioses, en realidad sólo pertenecían al que es Uno. Y cuando el término Elohim se usa para referirse a la corte divina (como al final del versículo del Salmo), entonces se refiere simplemente a los ángeles.

Es decir, se mantiene la idea de que hay seres que también fueron creados por D-os mismo —aparte de los seres humanos—, pero no son dioses. Son ángeles. Mensajeros, nada más.

Esta idea es una genialidad, en esa época y en la nuestra. No es una postura sectaria que simplemente niega al otro y le dice “tu dios no existe, el mío sí”. Es una profunda comprensión de que todos los seres humanos hemos percibido un destello de lo divino, pero que nuestras limitantes antiguas nos llevaron a entender esos destellos como algo disperso en muchos dioses. Pero el pueblo de Israel ha sanado esa fractura del alma humana, entendiendo que lo divino es Uno nada más.

Supongo que ahora percibes de otro modo lo lógico, pero también lo relevante, de que la frase confesional por excelencia en la Torá es: “Oye, oh Israel, el Señor nuestro D-os, el Señor es UNO”.

Ahora podemos parafrasear el episodio del Éxodo:

“He aquí llego yo a los hijos de Israel y les digo: el D-os de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál de los 70 Elohim es?, ¿Qué les responderé? Y le respondió D-os: No existen 70 Elohim; Yo soy lo Único que es; le dirás, pues, a los hijos de Israel: el Único y Verdadero me envió a vosotros” (Éxodo 3:14).

 


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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