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jueves 07 de noviembre de 2024

Irving Gatell/ Los talibanes en un Medio Oriente que cambió demasiado

Enlace Judío – Los talibanes fueron expulsados del poder por una invasión liderada por EE. UU. en 2001. Es decir, hace 2 décadas. En ese lapso, muchas cosas han cambiado en el Medio Oriente, y aunque no es de esperarse que los talibanes cambien su forma de pensar, es probable que tengan que ajustar su forma de comportarse para poder adaptarse a una nueva realidad que, seguramente, no se esperaban.

¿Cómo era el Medio Oriente en 2001? Irán parecía continuar su expansión sin problemas; Israel y Gaza todavía no habían tenido su primera confrontación abierta (sería hasta los últimos días de 2008), y —en cambio— estaba en su fase inicial la segunda intifada (la confrontación más violenta entre palestinos e israelíes). Los países árabes, por supuesto, mantenían su asedio propagandístico contra Israel, y su apoyo casi incondicional hacia los palestinos. En Europa, los gobiernos hacían eco sin filtros de la postura oficial de los árabes. La ONU estaba igualmente doblegada. Hezbolá todavía estaba muy lejos de llegar a una confrontación con Israel (esta sólo ocurrió hasta 2006), y el concepto de Primavera Árabe estaba lejísimo de asomarse en la mente de cualquier persona. El Estado Islámico todavía no existía. La noticia de gran impacto seguía siendo el atentado que desplomó a las Torres Gemelas en Nueva York, y un niño tan ingenuo como manipulado cantaba que su papá —Osama bin Laden— sería el libertador de Jerusalén.

Ese era el marco en el que los talibanes llevaban unos 5 años ejerciendo el control total de Afganistán, apoyando y promocionando el terrorismo internacional, y financiándose por medio de sus vínculos con el crimen organizado internacional. Claro, y con el apoyo de los sectores más radicales del mundo sunita.

El ataque de la coalición liderada por EE. UU. no tuvo demasiado problema para sacar a los talibanes de Kabul. Fue cosa de unos 3 meses. Los replegaron hacia su feudo de siempre, la inaccesible zona montañosa de Afganistán. Allí los encapsularon, pero no pudieron aplastarlos.

Y la historia siguió su curso. La segunda intifada terminó con una derrota más para los palestinos; Ariel Sharón tumbó a Ehud Barak del liderazgo en Israel; Hezbolá bombardeó el norte del Estado judío y vino la guerra de 2006; el Estado Islámico nació y empezó su rápido ascenso hasta lograr fundar un califato; Saddam Hussein fue depuesto, encarcelado, juzgado y ejecutado; la Primavera Árabe puso en jaque a los sistemas políticos monolíticos de todo el Medio Oriente; una violenta revuelta en Libia también se saldó con la muerte de Ghadaffi, así como con la masacre del personal diplomático estadounidense en Bengazi; Hamás e Israel se enfrentaron abiertamente por primera vez en los últimos días de 2008 y los primeros de 2009, y luego vendrían otras confrontaciones más en 2012, 2014 y 2021; Barack Obama firmó un humillante e irracional tratado nuclear con Irán, país al que permitió empoderarse desmedidamente; comenzó la guerra civil en Siria; los adherentes al Estado Islámico realizaron atentados terribles en Europa y en EE. UU; se tuvo que armar una coalición internacional para combatir a este nuevo califato, tal y como se había hecho con los talibanes unos años antes; el empoderamiento iraní provocó los primeros acercamientos informales entre Israel y Arabia Saudita; luego vino Trump a cambiar toda la línea política estadounidense en el Medio Oriente; Hezbolá se desgastó inútilmente en la guerra civil en Siria; Irán entró en crisis económica y social; Rusia tuvo que intervenir para salvar el pellejo de Bashar el Assad; se firmaron los primeros acuerdos de reconocimiento diplomático entre Israel y países árabes; el impacto de ese nuevo vínculo se resintió en la política exterior europea, que empezó a alejarse de la causa palestina y a ser menos atosigante con Israel.

El resultado es que los talibanes regresan al poder en un Medio Oriente que cambió por completo, y cabe una remota posibilidad de que eso los obligue a ajustar sus estrategias y sus objetivos.

Es obvio que no van a cambiar su manera de pensar. Seguirán siendo una expresión del islam sunita extremista y fundamentalista. Pero en política no hay amigos, sino intereses, y ciertas situaciones en el contexto geopolítico de la región pueden influir positivamente.

En el centro de todo están, por supuesto, los acuerdos de reconocimiento oficial que se han firmado entre Israel y otras naciones árabes, como los Emiratos Árabes Unidos y Baréin, que son la punta de lanza del inevitable acuerdo que tarde o temprano se firmará con Arabia Saudita.

¿Por qué esto puede influir en los talibanes?

En primera, porque mucho del dinero que este grupo recibe viene de Arabia Saudita o de Catar; en segunda, porque todos son parte del mundo sunita; y, en tercera, porque hoy más que nunca el conflicto real de los sunitas es con el Irán de los ayatolas.

O, dicho en pocas palabras, porque Israel ha dejado de ser el enemigo mortal para los países árabes. El único foco de conflicto es con los aliados de Irán (Siria, Hezbolá y los palestinos), y eso —de manera accidental, pero real— coloca a los talibanes en el mismo bando que todos los países árabes que ya firmaron acuerdos diplomáticos con Israel.

Es decir, que en caso de que explote una guerra en la zona, esta será entre el mundo sunita contra el Irán de los ayatolas, y no hay muchas dudas respecto a la postura que tomarían los talibanes. Al igual que Pakistán, su filiación sunita y sus vínculos con Arabia Saudita y los demás emiratos —sobre todo, por su dependencia económica— los convertirán en uno de los tantos frentes que tendrían que enfrentar los iraníes.

Es obvio que esto no significa que los talibanes vayan a cambiar su manera de pensar y de la noche a la mañana pasen a considerar a Israel como un amigo o un socio. Sería demasiado iluso esperar algo semejante. Pero es probable que todo esto sí provoque un cambio en los objetivos inmediatos del grupo fundamentalista que acaba de recuperar el poder en Afganistán. Evidentemente, la destrucción de Israel podría ya no estar en los objetivos prioritarios de los mulás talibanes.

Por el momento, es Irán quien definitivamente sale perdiendo, porque ahora tiene un nuevo enemigo potencial que antes estaba dormido, inactivo. De hecho, ahora se encuentra rodeado casi por completo. Pakistán —viejo aliado de los saudíes— ya había amenazado a los ayatolas con intervenir (y eso significa usar bombas nucleares) si acaso los ayatolas cometían la imprudencia de lanzarse contra Arabia Saudita. Ahora no nada más es Pakistán, sino también Afganistán.

El sueño iraní de crear una pinza que ahorcara a Israel y a Arabia Saudita se ha desvanecido, y ahora lo que comienza a cerrarse en una pinza que, quién lo diría, encierra al propio Irán.

Es muy pronto para esperar cambios de conducta relevantes y positivos por parte de los talibanes. Por el contrario, seguramente la nota la seguirán dando sus constantes violaciones a los derechos humanos (especialmente de las mujeres).

Pero tengo la ligera impresión de que nos vamos a topar con muchas sorpresas porque, como ya señalé, el hecho objetivo es que los talibanes regresan al poder en un Medio Oriente que cambió radicalmente.

Y eso, tarde o temprano, también lo van a resentir ellos mismos.

 


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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