Enlace Judío – No cabe duda que dos fenómenos cambiaron totalmente las predicciones que alguien podría haber hecho sobre el presente y futuro del Estado de Israel.
MAURICIO ALISKEVICIUS
El primer fenómeno fue el cambio de gobierno en Israel, cuyo significado es fundamental para dar un giro total –aunque no violento sino gradual– a la política de los últimos años. No pensamos solamente en el cambio de personas o partidos sino en un profundo cambio en la mentalidad de quienes tenían el poder antes y quienes lo tienen hoy, que deberá ser acompañado por el cambio de la mentalidad de la población.
El segundo fenómeno, que es externo pero incide en el futuro de Israel, es lo sucedido en Afganistán. No nos referimos a la vuelta de un gobierno del Talibán sino a la escapada en estampida de ejército y embajada de EE. UU. más quienes lo apoyaron y hoy temen la represalia.
Al analizar los eternos problemas en cuanto a la existencia en sí del Estado de Israel y su carácter de Estado judío, vemos que estos fenómenos incidirán en mucho, pero los problemas son siempre los mismos:
1.– Es necesaria una revisión de los textos del Corán, y lo tienen que aceptar todas las ramas islámicas.
2.– Es necesario definir qué tipo de “Estado judío” queremos. Esto lo debe definir la población israelí y el gobierno hacerlo efectivo.
Si analizamos el primer tema, que por supuesto la solución no está en Israel ni en los judíos de la diáspora, nos resulta sumamente difícil ser optimistas. Desde el siglo VII, desde el año 622 de la era común, o sea desde que Mahoma cambió el pensamiento religioso y comenzó la existencia del islam, quienes profesan esa religión nunca pudieron ponerse de acuerdo entre ellos. No hablamos de simples discrepancias y discusiones sino de matanzas entre los distintos grupos que persisten hasta el día de hoy.
El propio Corán se contradice, por lo que en una parte dice claramente que Alá prometió para la eternidad la zona de Medio Oriente para el pueblo hebreo y en otras partes de sus libros sagrados dice que Alá les exige matar a todos los infieles, o sea todo aquel que no profese la religión musulmana.
Meses atrás algún clérigo de importancia en la zona del golfo Pérsico puso en duda que el lugar de donde partió Mahoma hacia su diálogo con Alá haya sido la mezquita de al Aqsa en Jerusalén, opinando que en realidad sería un lugar en una zona de Arabia Saudita. Este punto, si fuera aceptado por todos los islamistas, terminaría con el problema de que los palestinos pretenden la ciudad de Jerusalén.
Existen en forma aislada clérigos musulmanes moderados que piensan que la violencia está en contra de las enseñanzas de Mahoma. Otros hablan de conquistar al mundo con el crecimiento demográfico.
Pero de nada sirve a los efectos de la existencia en paz del pueblo judío mientras no se pongan de acuerdo los musulmanes todos, árabes y no árabes. Y si ya llevan 1,500 años peleando, nadie puede aventurar cuánto más habrá que esperar para que dejen tranquilo a Israel.
En cuanto a la definición de Israel, no es en absoluto importante el nombre que pueda tener una ley necesaria: importa tener una visión de futuro. Y aquí nuestro pueblo peca del mismo defecto que los musulmanes: no sabemos ponernos de acuerdo.
La definición de fronteras no es más que un detalle, la existencia de un eventual Estado palestino depende muy mínimamente de Israel, casi totalmente de los propios palestinos. La clara prueba es que ya podría existir desde 1947 pero ellos fueron quienes no lo aceptaron. También es fuerte otra opinión: que el “Estado palestino” es claramente Jordania.
Hay soluciones políticas y como ejemplo podemos mencionar la vigente en Uruguay. Desde principios del siglo XX, todo inmigrante que justificara que vive en ese país un mínimo de cinco años, que constituyó una familia y que tiene trabajo fijo y buena conducta, tiene derecho a la ciudadanía legal. Con ese tipo de ciudadanía –no natural por no haber nacido allí– adquiere la totalidad de los derechos de ciudadano natural salvo uno: no puede ser presidente de la república.
Israel puede seguir siendo el “hogar del pueblo judío” estableciendo leyes que den libertades plenas, tal vez con algún detalle que no pueda ser tratado de “racismo” o apartheid. Solamente debemos ser un poco elásticos y no aferrarnos a ideas o normas religiosas que fueron implantadas centenas de años atrás y que no reflejan ni contemplan las necesidades de hoy. No hay mejor ejemplo que la actitud de Ben-Gurión en 1947, aceptando lo concedido y asegurando así la existencia de nuestro país.
No debemos tomar en cuenta lo que en el exterior se adjetiva como racismo o apartheid, debemos aplicar nuestra cultura, nuestra conciencia, nuestra inteligencia, nuestra ética, y tal vez –paralelamente a cierto sacrificio– lograremos la ansiada paz.
Después de Afganistán sabemos que no podemos depender de otros, sabemos que nuestro poder militar y de inteligencia es fundamental, sabemos que los pueblos musulmanes no razonan ni actúan como Occidente. Pero lo primordial es ponernos de acuerdo nosotros sobre qué tipo de país queremos.
Estamos divididos en muchas cosas, estamos distraídos en detalles menores, en lugar de unirnos para resolver el problema de fondo que es nuestra existencia como país independiente y democrático.
Lloramos al soldado caído por una bala venida del otro lado de la frontera, y no sabemos ponernos de acuerdo en una solución definitiva para que no vuelva a suceder. Estamos alertando al mundo sobre el peligro de una bomba atómica en manos de fanáticos religiosos, y el mundo no escucha. Nos entretenemos y discutimos sobre “regalitos” y “prebendas”, mientras recibimos de regalo misiles y globos incendiarios.
Nada podemos esperar, sino de nosotros mismos
José Gervasio Artigas
Si no soy yo, ¿entonces quién? Si no es ahora, ¿entonces cuándo?
El Talmud
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