Enlace Judío – Los últimos meses nos han traído varias noticias interesantes en materia de geopolítica y, en términos generales, podemos decir que todas están marcadas por la rivalidad comercial entre EE. UU. y China. Así que vale la pena ponernos al tanto de cómo va el asunto.
Desde hace tiempo que China se convirtió en un dolor de cabeza para occidente. Su éxito económico —consecuencia de abandonar el modelo de economía marxista para adentrarse en los beneficios del libre mercado— le convirtió en un serio competidor de las grandes potencias y el colapso soviético la convirtió en la segunda mayor economía del mundo.
Pero China no es un país democrático. Al contrario: conserva el autoritarismo típico de la era comunista, aunque con la ventaja de una economía dinámica y exitosa. Tiranos con dinero, una combinación peligrosa.
Su estrategia ha sido, por supuesto, odiosa: siempre dispuesta a colaborar en la desestabilización de países, para luego ofrecer sus servicios de agiotista. Créditos fáciles, pero caros. Apoyos sin restricciones, pero que se cobran demasiado bien. Por supuesto, ha tenido la ventaja de que muchos países del tercer mundo han aceptado semejantes condiciones con tal de disponer de dinero rápido, y con mayores facilidades que las ofrecidas por el Banco Mundial o EE. UU.
Así fue como China fue tejiendo sus redes de influencia, hasta extender su influencia en muchos más lugares de los que occidente hubiese querido.
Eso, por supuesto, no significa que todo sea miel sobre hojuelas. En realidad, la economía china tiene sus aspectos frágiles. Simplemente, en este momento está en riesgo de sufrir una crisis severa por el colapso de la inmobiliaria Evergrande, que prácticamente ha llegado al default (es decir, a la incapacidad de pagar sus deudas).
Eso puede meter en crisis a toda la industria de la vivienda en China, y eso es peligroso, porque representa alrededor del 25% del PIB del país. Además, si Evergrande cae, se va a llevar de paso a muchos bancos a los que les debe dinero, y a muchas industrias medianas o pequeñas que crecieron a la par de Evergrande, como suele pasar.
¿Cuál fue el error de esta inmobiliaria? Sencillo: construir más casas de las que puede vender. Se emocionaron con el éxito aparente en otras épocas y perdieron el piso.
Pero este no es el único problema de China: EE. UU. y las naciones europeas parece que por fin se han decidido a enfrentarla. Y lo van a hacer en el territorio favorito de los chinos: los préstamos. Dinero fácil, dinero barato para los países subdesarrollados. Es decir, préstamos con mejores condiciones que las que ofrece China.
Peor aún: EE. UU., Inglaterra y Australia ya decidieron integrar un bloque para confrontar a China en su lado del mundo (el Pacífico). Y China se molestó. De inmediato calificó la medida como “agresiva”, e incluso como un movimiento que poner en riesgo la paz.
¿Pero pues qué se esperaban los sátrapas de Beijing? Llevan décadas implementando políticas igual de agresivas. Tarde o temprano, el mundo iba a hartarse de ellos y a plantarles combate.
La estrategia occidental parece ser muy similar a la que Reagan siguió con la URSS a finales de los años 80: incrementar mucho la inversión militar, aún al costo de meter a EE. UU. en una crisis, para obligar a los rusos a hacer lo mismo con tal de no verse en desventaja. La diferencia fue que EE. UU. aguantó su crisis, y la todavía URSS se desfondó. Su economía era grande, pero no como para soportar ese reto.
Si occidente empieza a robarle mercado de préstamos a China, el gigante asiático va a tener que arriesgar más, y no es seguro que tenga la capacidad de soportarlo.
Por supuesto, el objetivo no es reventar la economía china (como en su momento sí lo fue con la economía soviética). Eso provocaría un efecto dominó en las bolsas del mundo y todos saldrían perdiendo. Lo óptimo sólo será que China empiece a comportarse de manera civilizada, algo que sus líderes no quieren, pero que tarde o temprano tendrán que hacer. Sobre todo porque la experiencia universal demuestra que se gana más dinero cuando el país es verdaderamente libre.
Lo llamativo es que todo esto ha hecho que occidente redefina sus posturas en muchos aspectos y lo que se está logrando es que EE. UU. e Inglaterra afiancen su liderazgo.
La Europa continental, en cambio, está en crisis.
De hecho, lo pudimos ver por el coraje que acaba de pegar Macron en Francia, debido a que con el nuevo bloque económico en el Pacífico integrado por EE. UU., Inglaterra y Australia, a Francia se le cayó un negocio multimillonario con Australia. Se canceló la compra de submarinos nucleares.
Pero es que ya casi nadie quiere nada con Europa, salvo los árabes. Y los árabes no invierten dinero en Europa solo porque lo vean conveniente comercialmente, sino porque así mantienen la lealtad rastrera (literalmente) de los gobiernos europeos. Con dinero baila el europeo, diría un dicho actualizado.
Europa cada vez más consolida su perfil de continente viejo, lento, sin reflejos para reaccionar política y económicamente. Eso lo están aprovechando otros países que, bien enterados de cómo funciona la economía globalizada, se organizan en bloques económicos que no van a tener mucha dificultad en rebasar a Europa por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo. EE. UU., Inglaterra y Australia (y ya se anexarán Canadá y otras excolonias británicas, como la India) van en ese camino; China ya tiene sus aliados.
Y en medio de todo ese revoltijo que está cocinando un nuevo mundo, ahí vienen también los Acuerdos de Abraham. Es decir, lo que eventualmente podría convertirse en otro bloque económico integrado por Israel y los países árabes.
Es natural: a Israel le sobra innovación tecnológica; a los árabes, dinero. Una combinación que es dinamita pura por el resto del siglo XXI, y que los va a poner con todas las ventajas del mundo por encima de Europa. Lo podemos ver en que EE. UU. está haciendo todo con tal de reforzar sus vínculos con Israel y los países árabes, pero también en que China ya está más que apuntado para hacer negocios allí. Es cosa de tiempo para que la moda mundial sea voltear hacia Medio Oriente.
Francia, en sus babas, sigue pensando en que la mejor idea es apoyar a Irán. Biden, más lento de lo deseable, todavía sigue viviendo en el error de creer que hay que recuperar el tratado nuclear con los ayatolas, cuando la verdadera solución a los problemas causados por la política iraní, es que se haga lo posible por hacer que ese régimen colapse.
Así las cosas por el momento. Se vienen cambios notables y a los sionistas nos da gusto ver que Israel tiene todo para aprovechar muy bien el nuevo giro que está dando el mundo.
¿Los perdedores? China, por supuesto, si no hace ajustes. Pero creo que los van a hacer; a fin de cuentas, si algo nunca les ha faltado a los chinos, es pragmatismo.
Perdedores, lo que se dice perdedores, Rusia y América Latina, siempre atorados en una visión arcaica de las cosas. Sobre todo de la economía. Putin sigue creyendo que las invasiones militares son buen negocio y por ello sus aventuras en Ucrania y Georgia. No termina de darse cuenta que eso sale carísimo y que Rusia no está para darse esos lujos.
¿Y América Latina? Pues qué se puede decir. Hundida en el conflicto con el populismo y todavía con una izquierda que sigue creyendo que el marxismo es una opción. Así de perdida anda. La única buena noticia es que cada vez es más evidente que el régimen cubano está en su etapa final. Cuando caiga, el último bastión marxista habrá muerto, y con él, ese sueño irreal devenido en distopía criminal. Venezuela será la siguiente.
Y, por supuesto, quienes también salen perdiendo en todos estos reacomodos son los palestinos. Hasta que el mundo no tenga las agallas para reventar sus liderazgos fanáticos y corruptos, los palestinos estarán condenados a deambular sin rumbo en la política internacional.
No soy muy optimista respecto a la posibilidad de que ellos mismos puedan construir sus propias soluciones. Más bien, creo que serán los países árabes los que tendrán que tomar la batuta e imponerles las decisiones.
Se pone muy interesante el siglo XXI.
Seguiremos informando.
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