Yossi Khebzou/ Hablemos directo

Enlace Judío – Dos personas discuten frente a una mesa con una Coca-Cola, unos pedazos de pan pita y un plato de hummus. La escena es tan típica que podría estar describiendo un sinfín de lugares en Israel, pero está vez se refiere al video musical de Bo Nedaver Dugri (traducido al español como “hablemos directo”), una canción de rap interpretada por Uriya Rosenman y Sameh Zakout.

En términos generales, la canción describe una pelea entre Uri, un judío israelí, y SAZ, un palestino israelí. A través de 6 minutos y 28 segundos, los dos artistas se dirigen tanto insultos como tropos racistas el uno al otro, significando la división entre las comunidades. El video, que se hizo viral hace 6 meses, tiene más de 140,000 vistas en YouTube y más de cuatro millones en redes sociales.

La obra comienza con Uri reclamando a Zakout — quien funge como representante de la comunidad árabe israelí — que deje de quejarse del racismo. Entre otros temas, se queja de que los palestinos tienen ciudadanía pero no van al Ejército, que abusan de sus animales y maltratan a sus mujeres. Dice que lo único que les importa es la Nakba, la Yihad y el “honor que controla sus impulsos”.

Zakout se apresura a responder con un largo monólogo, igual de generalizador y discriminatorio. Exclama que los israelíes se han olvidado de lo que significa ser una minoría, que son un cúmulo de racistas y que deben de dejar de usar el Holocausto como pretextos para sus acciones.

Observando superficialmente, las letras de la canción parecen estar llenas de odio, pero analizando un poco más a fondo, surgen del dolor y del miedo. Cuando Zakout se queja de Israel, recuerda con nostalgia sus orígenes y se aferra a su identidad: su idioma, su tierra, su pueblo y su historia familiar.

Igualmente, cuando Uri reclama, externa su miedo de los ataques terroristas y su desesperanza: “perdí la ilusión/es difícil imaginar el día en el que podamos vivir en armonía”, menciona. Ese lenguaje duro y violento es la capa de un mar de vulnerabilidades.

Irónicamente, los insultos crudos plasmados en las letras sirven como un reto a los escuchas, quienes son alentados a ver lo ridículos que estos suenan y compartir la humanidad que comparten ambas comunidades. Incita a la gente a tener una conversación seria, incómoda, honesta y visceral sobre la discriminación en Israel.

Más allá de los insultos, hay otra situación interesante que se va desarrollando a través del curso de la canción. Ambos personajes tienen miedo de ser categorizados como racistas, a pesar de que es obvio que lo están siendo. Los clichés para hacer el argumento son comunes: “no soy racista, mi jardinero es árabe/ no soy racista, compro carne en el Hinawi y también hookas/ de un árabe en Yafo”, dice Uri.

Haciendo un homenaje al video de Joyner Lucas No soy racista sobre la discriminación en EE. UU., el dúo toca el tema de las etiquetas.

Cuando se usa el término “racista” como insulto, el adjetivo pierde su poder. Nadie quiere ser catalogado como un racista a pesar de que muchas de sus acciones lo sean. Como argumenta el académico americano Ibram X. Kendi, cuando el término “racista” sea utilizado como un descriptor para señalar políticas y disparidades de poder, se podrá transformar la conversación al respecto, creando una más productiva.

Al término de la canción, ambos artistas concluyen que ambos comparten el país, que no hay otro lugar a dónde se pueden ir y que el cambio tiene que comenzar. Ambos voltean hacia la mesa que tienen enfrente y comparten en plato de hummus de manera silenciosa.

 


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