Y todo porque Cristóbal Colón, un joven perteneciente a una familia de judíos catalanes conversos y establecidos en Génova, trataba, entre otras cosas, de establecer una ruta fija hacia el oriente, hacia la legendaria Catay, ese enorme reino donde las comunidades judías vivían libres y prósperas…
En exclusiva para Enlace Judío México e Israel- Sí, ya sabemos que no fue el primero en llegar a América. Y, sin embargo, Cristóbal Colón fue el indispensable. Haber sido quien puso en contacto real a la cultura europea con las más grandes culturas americanas hace de los cuatro viajes de Colón un momento fundamental para que el mundo moderno sea lo que es. Y en ese aspecto —hay que decirlo— superó a los vikingos.
El detalle está en que los vikingos lograron entrar en contacto con una zona de América (Canadá) que estaba poco poblada, y cuyos habitantes no eran parte de una cultura tan desarrollada como lo serían los aztecas unos 400 años después.
Por ello, para los hombres de Leif Eriksson su llegada a una “isla” más allá de Groenlandia fue un asunto anecdótico, pero sin demasiadas consecuencias para la cultura europea. Ninguna reflexión filosófica surgió de ello; ninguna afectación económica; ningún estímulo religioso.
Muy diferente fue cuando Colón regresó de su primer viaje anunciando que había tenido éxito. En contra de todos los pronósticos, parecía que las rutas comerciales a Catay (China) por el occidente sí podrían ser redituables, y eso lanzó a los españoles y portugueses a ampliar la exploración.
Un nuevo tipo de sociedad, la mestiza
Cristóbal Colón murió creyendo que había llegado a China, pero los europeos no tardaron en darse cuenta que no. que se trataba de otra masa continental y que, por lo tanto, había muchas cosas que hacer, tanto en lo religioso como en lo político y económico.
El impacto importante los recibió España. Portugal, Inglaterra, Francia y Holanda también se lanzaron a colonizar partes del continente americano, pero se toparon con zonas poco pobladas en las que había que explotar sus recursos casi desde cero.
En cambio, los españoles fueron quienes tuvieron contacto directo con las dos grandes culturas de la época: aztecas e incas. Lo mismo con otras culturas que en otras épocas habían sido igualmente enormes, aunque ya no estaban en sus épocas de esplendor, como mayas, mixtecos y zapotecos.
Estas diferencias son importantes. Los europeos que colonizaron el norte, en lo que hoy son Estados Unidos y Canadá, no encontraron demasiado aliciente para integrar a las poblaciones nativas a sus sociedades. De acuerdo a los paradigmas de la época, siempre vieron como lo más normal, lógico y práctica simplemente exterminar a esas poblaciones o, por lo menos, segregarlas.
Una situación similar se dio en las regiones más sureñas del continente, en lo que hoy es Chile, Argentina y Uruguay.
En cambio, en las zonas aledañas a los grandes centros incas y mexicas, la situación fue muy distinta. Había mayor densidad poblacional y, además, toda una estructura económica surgida de los sistemas que incas y aztecas usaban para cobrar tributos.
A los españoles no les pareció lógico desmantelar todo eso. Simplemente, desplazaron a los aztecas y a los incas del poder, pero perpetuaron el sistema de saqueo de las naciones o poblaciones vecinas.
Un abuso, sin duda, como casi todo en aquella época. Pero, al mismo tiempo, una dinámica que trajo profundas repercusiones en la Europa del siglo XVI.
Y es que México y Perú fueron los lugares donde hubo mayor incidencia de mestizaje. Es lógico: siendo las zonas en las que nadie le vio sentido a exterminar o segregar a la población, poco a poco se dio la fusión de europeos y nativos, creando un nuevo tipo de sociedad, mestiza no sólo en lo étnico, sino especialmente en lo cultural.
La otredad
Fue gracias a ese “descubrimiento” de un tipo de gente que los europeos ni siquiera se imaginaban, que en el Viejo Continente tuvieron que intensificar sus reflexiones sobre ese complicado asunto que siempre ha sido la otredad. Es decir, “el otro” y todo lo que implica para las relaciones humanas.
El lento pero descomunal desarrollo de eso que luego fue llamado la hispanidad, permitió que los teólogos y filósofos españoles propusieran ideas humanistas que, en su momento, fueron totalmente revolucionarias. Muy avanzadas en comparación a las que se estaban planteando en Europa del Norte, debido a que ellos estaban solucionando sus proyectos de colonización por medio de segregar a los nativos (o exterminarlos), y construir sus dinámicas económicas desde cero.
Todo tiene su lado bueno y su lado malo, en estos casos.
En el caso de las colonias españolas, lo bueno fue que este contacto —y, sobre todo, el mestizaje— fue un impulso notable para la reflexión filosófica, y nuestros modernos conceptos de democracia le deben mucho. Y es que los conceptos de igualdad no se habrían desarrollado del mismo modo, si los europeos hubiesen creído que la igualdad sólo era para los europeos, y no para los africanos o asiáticos, grupos humanos tan radicalmente distintos. La democracia habría sido algo parecido a la de Atenas, en la que sólo los varones libres eran considerados ciudadanos.
Con el mestizaje americano, surgió un nuevo tipo de población que no era del todo europea, pero cuyo vínculo era total, indiscutible. Eso, irremediablemente, llevó a los europeos a cambiar poco a poco sus puntos de vista sobre la inclusión.
Lo malo fue que los españoles perpetuaron el modelo extractivo y explotador que, previamente, ya habían desarrollado incas y aztecas. Los colonizadores en el norte prácticamente comenzaron desde cero, y en lo que actualmente es Estados Unidos, tuvieron una ventaja extra: eventualmente lograron deshacerse del dominio de la monarquía inglesa.
Ello les permitió seguir adelante con el desarrollo de un sistema político y económico más centrado en la eficiencia, y con poco o nulo apego a las aristocracias improductivas (como las casas monárquicas europeas). El resultado fue, a la larga, el primer gran modelo capitalista exitoso.
El mérito de Colón
Todo eso no fue gracias a los vikingos, sino a Colón.
Mérito involuntario, sin duda, pero mérito al fin de cuentas. Y todo porque un joven perteneciente a una familia de judíos catalanes conversos y establecidos en Génova, trataba, entre otras cosas, de establecer una ruta fija hacia el oriente, hacia la legendaria Catay, ese enorme reino donde las comunidades judías vivían libres y prósperas, según las crónicas de Marco Polo, a su vez basadas en las de Benjamín de Tudela.
Así se teje la Historia. Obsesiones individuales y dinámicas sociales que repentinamente integran una coyuntura, y todo lo demás empieza a transformarse poco a poco, pero inevitablemente.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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