Enlace Judío – En los últimos años, el cambio ha sido cada vez más notable: la mayor comunidad judía en la diáspora, la de EE. UU., se siente menos y menos identificada con Israel. La evidencia sobra: las contribuciones filantrópicas a causas sionistas por parte de judíos americanos han mostrado una tendencia a la baja y encuestas muestran que el Estado judío se ha vuelto un factor menos importante en las nuevas generaciones.
Habiendo dicho lo anterior, es fundamental remarcar que el apoyo sigue siendo robusto: más 80% de los judíos americanos dicen tener una relación considerable con Israel. Sin embargo, también es crucial investigar las razones por las que la conexión ha disminuido y las posibles consecuencias a futuro.
El autor americano israelí Daniel Gordis pretende dar respuesta a esas preguntas en We stand divided, un libro publicado en 2019 que explora el distanciamiento entre judíos americanos e israelíes. Según él, era inevitable: la luna de miel iba a acabar algún día y las diferencias culturales entre ambas naciones iban a causar el divorcio. En otras palabras, Gordis manifiesta que los americanos juzgarían a Israel por lo que es, no por lo que hace.
Una de las ideas centrales de su tesis es que la ruptura entre ambas comunidades era presagiada por la distinción de una democracia liberal y una étnica. Básicamente, en una democracia liberal como EE. UU., el Estado pretende unir a todos sus ciudadanos bajo una misma identidad. En una democracia étnica, no se intenta homogeneizar a los habitantes de un país, otorgando importancia a las identidades particulares de los grupos que viven en ella.
Desde sus inicios, Israel se concibió como una democracia étnica, en la que un grupo (los judíos) tendrían que ser mayoría para asegurar la existencia del Estado. Asimismo, el calendario, la cultura y el idioma judío serían los símbolos nacionales.
Argumenta Gordis que “durante décadas, los judíos estadounidenses han asumido que cuanto más emule Israel a EE. UU., más admirable será, pero Israel no puede emular a EE. UU. porque no es una democracia liberal. Es una democracia étnica, fundada como refugio de personas perseguidas por su identidad étnica, para devolverles ‘la riqueza cultural que tiene un pueblo cuando vive en su patria ancestral, habla su propio idioma y traza el curso de su propio futuro’“.
Alrededor de esa idea, el autor documenta la historia del conflicto entre el sionismo y los judíos americanos. Provee citas de líderes prominentes de ambas comunidades previo al establecimiento del Estado y traza el que, según él, es el recorrido histórico de la desunión: desconfianza previo al Holocausto, esperanza hasta la guerra de los Seis Días, idealización hasta los Acuerdos de Oslo y desencanto hasta hoy en día.
Otra de las ideas centrales del libro es la diferencia entre la experiencia judía americana y la europea, que sentó las bases para el movimiento sionista. De acuerdo con Gordis, la aceptación implícita de los judíos en EE. UU. durante el siglo XIX dio pie a la asimilación más sustancial en la historia. Por ello, argumenta el texto, los judíos americanos no pudieron empatizar con la “cuestión judía” de sus contrapartes europeos sino hasta el Holocausto.
Las reflexiones de Gordis son interesantes y vale la pena examinarlas. No obstante, abren un amplio campo para debatir sus conclusiones. Distintos críticos han caracterizado la narrativa de We stand divided como incompletas: “Los parcialidades de Gordis no son nada comparados con el silencio más fuerte que resuena en este libro. Nunca pone a prueba su premisa frente a cuestiones realmente difíciles: los palestinos, los asentamientos de Cisjordania o las relaciones de Israel con democracias iliberales como Polonia o Hungría” escribe Judith Shulevitz.
Mientras lo que dice Shulevitz es verdad, el libro no lidia de manera seria con ninguna de esas cuestiones. Hay otra dicotomía implícita que ocurre en el texto, y que a mi forma de ver, hace que sea conveniente leerlo: el de la idealización contra la realidad. Por muchos años, el consenso judeoamericano tuvo una visión de Israel como un país perfecto y ajustado a sus expectativas. Al darse cuenta de que esa nación solo existía en sus cabezas, comenzó un serio desencanto.
Gordis señala que la ruptura era inevitable, sus críticos creen que la ocupación, la lucha palestina o las políticas de Benjamín Netanyahu apartaron a algunos judíos americanos de Israel. No obstante, ambos coinciden en que el desencanto con la idea preconcebida fue uno de los principales factores para el alejamiento entre ambas comunidades.
El debate del distanciamiento entre las comunidades judías de EE. UU. e Israel no inician ni acaban con We stand divided, pero el libro es un buen punto de comienzo para aquellos que deseen adentrarse en el tema. A pesar de sus limitaciones, crea una base sobre la cuál cuestionarse, un trabajo siempre importante.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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