Carol Perelman/ Tal como ese peral, somos sobrevivientes con una historia individual

Enlace Judío – Cuando hablamos de supervivencia generalmente nos referimos al subsistir a pesar, o además, de la adversidad. Así, escuchamos con atención los relatos de sobrevivientes del Holocausto y admiramos su fortaleza interna; sobre el desastre nuclear de Chernóbil y reconocemos el costo de errores en tiempos no tan distantes; nos enseñan sobre las hazañas de los Andes y nos impresiona su compromiso y amor a la vida. 

No hay duda de que a los humanos nos fascinan, a la vez que nos conectan, las historias de supervivencia. Lo sabe Hollywood, los curadores de TED, los autores de populares novelas y también lo sabe el tío que en cada cena familiar tiene alguna nueva hazaña que contar. Son los detalles, así como la grandeza de esas historias humanas con las que nos identificamos; de las que nos apropiamos y que nos ayudan a encontrarle sentido a nuestra vida, para valorarla, mientras nos inspiran y dan aliento. 

Así el árbol de peras en el Memorial del 9/11 en Nueva York donde erguido y lleno de hojas doradas y verdes espera con orgullo otra primavera para florecer y llenarse de miles de pétalos blancos. Un árbol que fue encontrado medio quemado, pero aún con vida, de entre las toneladas de varilla, polvo y escombros de la devastada zona de los ataques terroristas de 2001. Un brote de esperanza entre el montón de tragedia. Un abrazo al alma que persiste a pesar de un evento tan lleno de maldad.

Cuando fue hallado, el árbol medía poco más de 2 metros y tenía rotas ramas y destrozadas las raíces, pero aferrándose a la vida fue cuidado por especialistas botánicos y vuelto a sembrar cerca de la Zona Cero desde 2010. Hoy, con 9 metros de alto y con radiante esplendor, el “Árbol Sobreviviente” simboliza la resiliencia, el renacimiento y la superviviencia. Pero así como las historias humanas, este árbol de peras que resalta entre los robles dispersos en la explanada del Memorial, también crea vínculos, y algunas de sus semillas y ramas han sido obsequiadas en símbolo de esperanza a ciudades y países luego de vivir experiencias dolorosas, difíciles; de supervivencia. 

Las historias de supervivencia conocidas generalmente hablan de contextos colectivos; el exilio español, la persecución armenia, la guerra de Vietnam, la migración por la Primavera Árabe, el amerizaje en el Hudson, la matanza de Tlatelolco, Hiroshima y Nagasaki, el hundimiento del Titanic, los temblores en México, el paso de un gran tsunami o de un huracán… pero realmente, si lo miramos bien, son un conjunto de experiencias individuales, heroicas, que a veces preferimos ver a distancia, pero que de cerca están plagados de importantes y enriquecedores matices. De decisiones personales. Sí también de algo de suerte, pero sin duda de grandes habilidades y competencias; de situaciones complejas en que individuos tuvieron que reaccionar, enfocarse, contenerse y priorizar. Tal como el paso de esta pandemia: todas ellas experiencias que ocasionan una metamorfosis. Que dividen la existencia en un antes y un después.

Claro que en ocasiones, las historias de supervivencia se refieren a eventos más cotidianos, aunque sean no menos transformadores: un procedimiento médico complicado, una decisión laboral comprometedora, una aventura social inesperada, un accidente parcialmente fortuito. Pero en todas ellas, el común denominador es que las moralejas nos llegan al corazón y provocan un suspiro. Un bálsamo de “si se puede”. De “si puedo”. Nos sensibilizan, empatizamos, y nos hacen crecer como personas, como seres humanos.

Y así será el conjunto de versiones que saldrán a partir de esta pandemia. Serán tantas experiencias fortificadas como habitantes hay hoy en el planeta. Todas válidas e interesantes, cada una diferente. Tu vivencia ha sido única, tuya; la de tus hijos solo similar, incluso la de cada uno de ellos es distinta entre sí. La vivencia de tu vecino, la del que es médico, la de quien perdió a su pareja, a un familiar, o cerró un negocio de trayectoria, la de quién decidía por todo un pueblo o por una comunidad, la de quien se casó, o se divorció, la de quien encontró su pasión ó la de quien nació en medio de todo esto y no conoce un mundo previo a COVID-19. Hay tantos enfoques como almas, tantas decisiones como visiones, tantos legados como acciones.

No hay duda de que todos y cada uno de los hoy terrícolas sabrán de qué se trata la supervivencia y formulará su propia definición. Tendremos todos ahí nuestro testimonio indeleble. Sabemos ya que el sobrevivir no es sólo una hazaña física sino que realmente es una presea mental. Esta vivencia pandémica nos mostró que la supervivencia es una actitud, es una misión. Los que hoy seguimos presentes supimos cómo usar cubrebocas, cuándo vacunarnos, qué hacer en el día a día, pero también, fuimos pacientes; encontramos el coraje y replanteamos el sentido de nuestras vidas. El sobreviviente del Holocausto y filósofo austriaco Viktor Frankl estaría orgulloso de nuestro crecimiento ante la adversidad, de cómo muchos encontraron libertad como respuesta a las circunstancias.

Hay que reconocerlo; la lucha no solo era contra el virus que sigue siendo. También fue una batalla contra la desinformación que continúa, contra la ansiedad, el enojo, la depresión y contra la incertidumbre que se ha vuelto un habitante incómodo pero permanente en cada hogar. 

De hecho muchos coinciden en que las verdaderas secuelas de la pandemia serán considerables en el ámbito de salud mental. En el manejo de pérdidas; de pérdidas humanas pero también de momentos no celebrados, experiencias canceladas, años de juventud que quedaron tras los encierros y las claustrofóbicas medidas. Nos hubiera gustado que fuera diferente. Pero de entre todo, existen retoños que procurar y cuidar para hacer crecer. Salir de esto fortalecidos y mejores. Celebro el apoyo, la solidaridad y la empatía que surgió a lo largo de estos meses que ya son años, ya que sin duda hizo que con el acompañamiento la supervivencia fuera más liviana, menos ardua. Pero sobre todo, brindo por la gratitud, porque todos tenemos demasiado por qué y a quién agradecer. 

Evidentemente nunca olvidaremos nuestra única y singular historia individual, la de cada uno de nosotros, la que en la colectividad pasará a la historia como una sumatoria de “la pandemia por COVID-19”. Esa narrativa la llevaremos todos en lo más hondo de nuestra alma por siempre. Imborrable, imposible de ignorar. Y cada una de ellas es una historia de resiliencia, de renacimiento y de superviviencia, tal como la savia que recorre ese hermoso peral aún erguido en el Memorial de 9/11 en Nueva York, recordándonos que a pesar de la dificultad, la vida triunfa. De ese peral de la especie Callery (Pyrus calleryana) que irónicamente fue traída a América precisamente de China, y justamente de la provincia de Hubei, cuya capital ya sabemos todos que es Wuhan.

“Todo puede ser tomado del hombre excepto la última de sus libertades: escoger la actitud frente a las circunstancias, elegir su camino” —Viktor Frankl.

¿Cuál es tu historia de resiliencia, de renacimiento y de supervivencia? ¿Cuál es tu símbolo de libertad? Escoge tu actitud. Celébrala. Esparce esa esperanza. Sé como el peral.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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