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jueves 21 de noviembre de 2024

Irving Gatell/ ¿Será que la historia se repite? Checa estas curiosidades

Enlace Judío – Dicen que la historia se repite. Algunos todavía más específicos dicen que, si no aprendemos de nuestros errores, no sólo repetimos la historia, sino todo lo que se hizo mal. Marx, todavía más pesimista, dijo que la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa.

La historia del pueblo judío es tan larga, que nos permite explorar qué tanto se han repetido las cosas, especialmente las que pueden ser verdaderas tragedias. Y es que, por ejemplo, ya vivimos dos veces la destrucción del Templo de Jerusalén. Eso nos ofrece un primer atisbo de que tal vez sí sea cierto eso de que la historia es un fenómeno que se da en ciclos y que, tarde o temprano, nos vuelve a poner ante los mismos retos.

Pero repasar todo lo que hay alrededor de Janucá puede ser tan desconcertante como fascinante. Las similitudes entre el ayer y el hoy parecen sacadas de cuento de ciencia ficción.

Toma nota de lo siguiente:

Las dos épocas en las que el pueblo judío ha sido más fuerte militarmente, incluso al grado de consolidarse como una potencia, han sido la era asmonea y la actualidad. Ese es nuestro punto de partida para empezar con la comparación. Sigamos.

En ambas épocas, el pueblo judío tuvo un importante cómplice y apoyo en la máxima potencia militar que se encontraba al occidente. En la antigüedad, Roma; en la actualidad, EE. UU.

Roma y EE. UU. tienen una gran similitud: dos grandes repúblicas, máximos ejemplos de las democracias, que evolucionaron hasta convertirse en verdaderos imperios.

La similitud va más allá: antes de que la antigua Judea o el moderno Israel lograran su independencia total, esa gran potencia cómplice acababa de derrotar a sus principales enemigos. Roma, a Cartago; EE. UU., a los nazis.

Sigamos: un poco antes de que la antigua Judea o el moderno Israel lograran su independencia, el pueblo judío —y la cultura judía— se enfrentaron a un proyecto de exterminio sin precedentes. Nunca en la historia reino alguno se había propuesto acabar con el judaísmo como, en su momento, lo hizo Antíoco IV Epífanes; y nunca en la Historia gobernante alguno se había propuesto acabar con el judaísmo como, en los años 30, lo hizo Hitler.

Y así como Hitler entró en conflicto con EE. UU., Antíoco IV también entró en conflicto con Roma.

La gran desgracia de Antíoco IV Epífanes fue su imprudente obsesión por conquistar todo el mundo. Abrió demasiados frentes militares, y eso lo desgastó. Su catástrofe fue cuando intento llevar sus conquistas hacia el este; el objetivo era Babilonia. No pudo, y regresó derrotado y humillado. Su debacle no tardó en llegar. A Hitler le pasó exactamente lo mismo, incluyendo el detalle de que su derrota humillante, preludio del hundimiento, fue en el este: su fracasada invasión a Rusia.

Antes de que detonara todo el conflicto que implicó la guerra macabea, el pueblo judío se había dividido en dos grandes tendencias: una modernista, la otra tradicionalista. A los modernistas de la antigüedad se les llamó “helenistas”, por considerar que el judaísmo podía vivir integrado en la modernidad helénica; es decir, bajo la influencia de las ideas griegas. A su contraparte se les llamó jasideos (Jasidim, en hebreo). En realidad, se les podría llamar jasídicos, pero para diferenciarlos del movimiento iniciado por el Baal Shem Tov en el siglo XVIII, se les llama de este otro modo (jasideos). Por cierto: los jasídicos de la actualidad surgieron antes del gran conflicto con Hitler, y fueron la contraparte de otro judaísmo que trató de asimilarse a la modernidad: el reformismo.

Fíjate qué curiosidad: en aquel tiempo antiguo, los judíos “modernos” se trataban de asimilar a la cultura que había desarrollado la mayor tradición filosófica (la griega); en el siglo XVIII, lo mismo: los reformistas trataban de asimilarse a la cultura alemana, la que en ese momento estaba al frente de los estudios filosóficos en todo el mundo. Cuando surgió el reformismo, el máximo exponente de la filosofía alemana era Hegel, el último gran platonista; cuando surgió el antiguo judaísmo Helenista, la filosofía más prestigiosa en Grecia era —correcto, ya adivinaste— la de Platón.

Tras la victoria macabea, el liderazgo político recayó en los macabeos y en sus descendientes los asmoneos. A los sectores más radicales del judaísmo jasideo esto no les pareció, y la fricción resultante provocó que un grupo se aislara del resto de la sociedad judía. Así fue como surgió la secta de Qumrán. Tras la victoria sionista en 1948, el liderazgo político recayó en el grupo de David Ben-Gurión (que, al igual que los macabeos, había sido el que había dirigido al pueblo judío en su gesta independentista), y los sectores más radicales del judaísmo jasídico no lo reconocieron como legítimo. Esta fricción provocó que un importante grupo se aislara del resto de la sociedad judía. Esta vez no se fueron a vivir al desierto, pero convirtieron a Mea Shearim en un barrio donde parece que el tiempo se detuvo.

Pero no todo el judaísmo tradicionalista y jasideo se decantó hacia ese radicalismo. A la par de los qumranitas, estuvieron también los fariseos, judíos apegados a la tradición, pero que nunca renunciaron a la vida normal, sino que trataron de transformar a su sociedad siendo una parte activa de esta. Del mismo modo, la ortodoxia tradicional no radical se ha mantenido presente en todas las áreas de la vida judía, sin entrar en conflicto abierto con el Estado de Israel, y tratando de ser un factor de transformación y desarrollo espiritual de la sociedad israelí.

Tras la guerra macabea, el poderío asmoneo tuvo la capacidad de lanzarse a la conquista del territorio que, en siglos anteriores, había sido parte del reino de Israel. Para ello, hubo que derrotar a los vecinos árabes: idumeos y nabateos. No tengo que explicar que exactamente eso mismo sucedió a partir de 1948.

El judaísmo antiguo comenzó a llamar la atención en todo el mundo dominado por Roma (es decir, en lo que podría llamarse cultura occidental de aquel entonces). Con el paso de un siglo, llegó a ser tan atractivo que muchas personas se volvieron prosélitos, hubo una racha de conversiones como nunca se había visto, y en ciertos sectores de la sociedad romana, lo judío llegó a convertirse en una moda. Eso es exactamente lo que estamos viviendo hoy en día: lo judío se ha puesto de moda, y las solicitudes de conversión son tantas como sólo lo fueron en una época de la historia. Exacto, en la era asmonea y herodiana.

Las similitudes van más allá de la relación del antiguo reino de Judea con sus vecinos. También las podemos detectar entre Roma y Grecia por un lado, y EE. UU. y Europa, por el otro.

Grecia fue la cuna de la cultura helenística, y Roma se limitó a asimilar esa cultura. Pero hubo una diferencia interesante: ahí donde los griegos se habían preocupado por hacer arte, los romanos se decantaron hacia el espectáculo. Eso fue exactamente lo mismo que sucedió entre Europa y EE. UU. Europa es la cuna cultural de la civilización occidental, y EE. UU. es, en ese sentido, una réplica de la cultura europea. Pero en EE. UU. la cultura se ha vuelto espectáculo; allí donde los europeos hicieron ópera, los estadounidenses hicieron comedia musical; y donde los europeos hicieron teatro, los estadounidenses hicieron cine.

Europa fue un conglomerado de países más bien pequeños, cuando mucho medianos, cuya unidad política nunca fue constante. A veces se aliaban, generalmente peleaban. La antigua Grecia era lo mismo: ciudades estado independientes unas de otras, a veces aliándose, a veces peleando. Roma fue la gran potencia que vino a imponer un liderazgo generalizado, igual que los EE. UU.

Roma, como capital del Imperio romano, tuvo una importante comunidad judía; pero la más grande y esplendorosa comunidad judía del mundo helenístico no estuvo en la capital política, sino en la capital cultural: Alejandría. Del mismo modo, Washington tiene su propia comunidad judía; sin embargo, la más grande comunidad judía en los EE. UU. siempre ha estado en la capital cultural del país: Nueva York.

La comunidad judía de Alejandría vivió siglos de esplendor, pero su ocaso llegó a partir del siglo II EC, cuando la población comenzó a volverse hostil hacia el judaísmo. Y tal parece que Nueva York empieza a sufrir el mismo problema, al grado de que muchos judíos han optado por emigrar a otras ciudades (como Atlanta) o estados (como Florida).

Demasiadas coincidencias para ser casualidad. Claro, tampoco es magia. Es, simplemente, que las dinámicas sociales similares tienen consecuencias similares, y tal parece que los procesos que se echaron a andar en aquellos ayeres, se repitieron en sus rasgos generales en los últimos dos siglos. Y por eso las similitudes.

Así pues, podemos complementar una idea que repetimos en Pésaj: en cada generación, el pueblo judío siempre ha tenido un enemigo que trata de destruirlo.

Pero en cada generación siempre hemos tenido macabeos.

Así que vamos bien, y con paso firme.

 


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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