Enlace Judío.- Cerca de la orilla sur de La Tigra en Mar del Sur, a doscientos metros del Hotel Boulevard Atlantic y en una barranca que hoy luce tapizada de hierba, existe un cementerio sagrado del que pocos se animan a refutar su innegable existencia.
Como si tuviera un magnetismo especial que atrae a los niños de todas las edades y las épocas, el arroyo La Tigra recibe año tras año la llegada de los más pequeños que suelen deambular por sus márgenes con redes y cañas mojarreras en busca de peces y cangrejos.
El cauce amarronado incluso los invita a zambullirse en los piletones de aguas tranquilas que se forman en la desembocadura, que termina en la playa principal de Mar del Sur, uno de los pueblos marítimos más despojados del sudeste bonaerense.
El arroyo La Tigra ha sido testigo de la historia más antigua del lugar, fuente de recursos vitales para las culturas tehuelches y uno de los sitios arqueológicos que animó a Florentino Ameghino a elucubrar su precoz teoría sobre el origen del “hombre fósil” sudamericano, que conmocionó al mundo entero hacia finales del siglo XIX.
En esos tiempos, y en ese mismo arroyo en el que Ameghino desenterraba cráneos y huesos para reconstruir el “origen de la humanidad”, otras personas enterraban a sus seres más queridos, entre lamentos y oraciones pronunciadas en ídish.
En ese lugar, a metros de donde la gente pesca y chapotea en el agua, fueron sepultados 25 niños y un adulto, víctimas de una epidemia de tifus que se desató a finales de enero de 1892 y que se ensañó especialmente con los más pequeños de un contingente de judíos rusos que venían escapando de las persecuciones en Europa del Este, y que habían encontrado en la Argentina el lugar donde dejarían de ser tratados como ciudadanos de segunda.
Así comienza la historia del misterioso e inexpugnable cementerio judío de Mar del Sur.
El 17 de diciembre de 1891 llegó a Buenos Aires el vapor de bandera francesa Pampa, luego de una larga travesía que comenzó en Estambul un mes antes. 817 inmigrantes arribaron al país tras las gestiones de Moritz von Hirsch auf Gereuth, mejor conocido como el Barón Hirsch, quien había fundado la Jewish Colonization Association (JCA) con el objetivo filantrópico de torcer el miserable destino al que habían sido condenados los judíos rusos.
El Barón les proporcionaría el acceso a tierras agrarias a bajo precio y en cuotas para fundar las colonias judías en la provincia de Entre Ríos, pero “en el Hotel de Inmigrantes la situación era de enorme tensión, ya que los pampistas, como se los conoció después por haber venido en el vapor Pampa, reclamaban las tierras y estas ni siquiera habían sido adquiridas”, contó el arquitecto Pablo Grigera, quien falleció recientemente pero dejó un libro con todos sus hallazgos, escrito en coautoría con la investigadora especializada en la colonización entrerriana Graciela Rotman; el texto será publicado en 2021 cuando se cumplan 130 años del arribo de los pampistas a la Argentina.
En diálogo con LA NACION, Rotman señala que “parte de ese pasaje que llegó a bordo del Pampa, y luego de una breve estadía en Mar del Sur, se convertirá en la génesis de las primeras colonias judías agrícolas entrerrianas“.
“No tenemos certezas de cómo llegó el ofrecimiento para que parte de los pampistas vayan al Boulevard Atlantic Hotel de Mar del Sur, pero es cierto que los diarios a partir de 1891 publicaron avisos de venta y alquiler del edificio, lo que no debe haber pasado desapercibido a los representantes del Barón Hirsch“, escribió Grigera en una ponencia sobre el derrotero de los pampistas hacia las playas de la costa Atlántica.
Un grupo de al menos 500 pampistas aceptó la propuesta de trasladarse a Mar del Sur hasta que las tierras de Entre Ríos estuvieran disponibles. Esto implicaba un largo viaje, casi tan penoso como el anterior, pero la otra opción era quedarse mendigando por las calles de Buenos Aires.
Así fue como, a finales de diciembre de 1891, una formación del tren Ferrocarril del Sud, impulsada por una locomotora inglesa Beyer Peacock, partió desde Constitución y llegó, al cabo de 12 horas, a la estación Mar del Plata.
“Alquilar el hotel Boulevard Atlantic a los pampistas habrá sido buen negocio para Carlos Schweitzer (el dueño del hotel, quien se suicidaría a los pocos meses), ya que le permitía establecer contactos con los delegados de un hombre de la importancia económica del Barón Hirsch“, relató Grigera.
En ese sentido, como cuenta Javier Sinay en su libro ‘Los crímenes de Moisés Ville’, una historia de gauchos y judíos, el filántropo y multimillonario Barón Hirsch “llegó a tenerlo todo, pero perdió lo que más amaba: su primera hija murió a poco de nacer; su segundo hijo, Lucien Jacob Moritz, se fue con una pulmonía antes de cumplir los treinta años. El hombre cayó entonces en una profunda depresión de la que solo pudo salir con una decisión: sin descendencia, legaría su herencia al pueblo judío”.
Tierra soñada: 60 carretas y una epidemia de Tifus
“Cuando aquella impresionante caravana de sesenta carretas guiada cada una por dos carreros y acompañada por una tropa de jinetes montados en caballos de los más variados pelos se detuvo frente al rojo edificio del Boulevard Atlántico, en la solitaria localidad atlántica de Mar del Sur, a 75 kilómetros de Mar del Plata, los inmigrantes, levantando sus miradas al cielo, agradecieron a Dios por su misericordia para con ellos y con sus hijos, mientras fluían lágrimas de alegría de sus ojos”, escribió el descendiente de pampistas José Libermann en ‘Tierra soñada’, un libro de referencia sobre la inmigración judía en la Argentina.
“Si bien algunos, en especial los solteros, se alojaron fuera del hotel, creemos que el número real que se trasladó a Mar del Sur fue cercano a las 500 personas, ya que hubo más de 200 del grupo original que solicitaron su regreso a Europa. Hubo otros que permanecieron en Buenos Aires aquejados de distintas dolencias así como es probable también que un grupo haya sido enviado a Moisés Ville“, añadió Grigera en una de sus publicaciones sobre el tema.
Una vez establecidos los pampistas en el flamante hotel Boulevard Atlantic, “nos agenciamos una red para pescar y al poco tiempo abastecíamos al hotel de corvinas, pescadillas, palometas”, detalló el lituano Enrique Dickman, que más tarde se convertiría en un eminente médico y político, y que cuando desembarcó en Buenos Aires, aquel 17 de diciembre de 1892, lo hizo descalzo.
Sin embargo, a poco de haber llegado, la tragedia volvería a golpear a los pampistas.
El 12 de enero de 1892, una tormenta furiosa azotó al pequeño paraje de Mar del Sur, los arroyos La Tigra y La Carolina se desbordaron y las calles se inundaron. Aislados de toda urbanización, la situación era desesperante.
“El hotel sufrió serios daños, entre los que se contaron el derrumbe de una pared, resultando heridos varios inmigrantes que fueron trasladados rápidamente al hospital de Mar del Plata”, consignó Patricia Flier en su ‘Historia de la colonización judía agraria en Entre Ríos’.
Pero los padecimientos recién empezaban. Hacia finales de enero de ese año, un brote de tifus se ensañó con los pampistas. La enfermedad infecciosa, transmitida por piojos o pulgas, atacó a los más chicos y, como había sucedido en Moisés Ville dos años atrás, la fiebre y los escalofríos se apoderaron de los pequeños hasta quitarles el último aliento.
El misterioso cementerio judío de Mar del Sur: hallazgos y enigmas
“Entrevisté a tres familias de las más antiguas de Mar del Sur. Y el relato se repite, entre finales de los años 30 y principios del 40: los niños iban al cementerio judío de manera lúdica, como un punto de diversión y de misterio, sin saber que trataba de un sitio sagrado”, cuenta a LA NACION Laureano Clavero, autor junto con Pablo Grigera del libro ‘Hotel Mar del Sud, un misterio bajo la arena’.
Laureano incluso cita a Osvaldo Aramendi, quien consignó por escrito haber encontrado huesos de niños en la margen sur del arroyo La Tigra. En ese sentido, Mónica Aramendi, su hija, dijo que “frente al arroyo La Tigra a la altura del hotel, cerca de la costa, ellos mismos encontraron esos huesos humanos”.
“Sintiéndonos un poco dueños de la naturaleza, entre diversión y aventuras, descubrimos huesos humanos en los campos frente al arroyo La Tigra“, escribió Aramendi, uno de los pobladores más antiguos de la villa balnearia, en ‘Mar del Sud, historia y vivencias’.
“Hipólito Sánchez, que tenía la ferretería La Canoa, muy cerca del cementerio, solía decirme que cada tanto aparecía algún hueso en la orilla del arroyo”, recuerda Gloria Williams de Padilla, de la Asociación Amigos de Mar del Sud.
Laureano Clavero, que vivió en Mar del Sur y ahora reside en Barcelona, brinda todavía más precisiones. El investigador reconstruyó la extraordinaria historia de vida de Antonio Actiz, un ingeniero italiano que peleó en el “Levantamiento de los Boxers” en China (1899) y que fue otro de los pioneros de Mar del Sur.
“En los años 30, Actiz solía recolectar escombros del cementerio para construir su casa, iba al lugar y sacaba el material que podía servirle. Hay un banquito de cemento en la puerta de su casa que fue construido con materiales del cementerio judío”, revela.
“El cementerio existe, tiene que estar en algún lugar pero no sé en dónde con precisión, y tampoco se encontró documentación de la recuperación de los restos de esas personas”, le cuenta a este cronista Mariano Magnussen del laboratorio de Paleontología del Museo de Ciencias Naturales de Miramar.
“Busco huesos desde los 12 años y fui varias veces a la zona, nunca encontré nada, ni siquiera las depresiones en el terreno que son indicios de enterratorios. Pero eso no quiere decir que no exista. Los movimientos de arena y la modificación del cauce del arroyo pudieron haber borrado su rastro”, explica Magnussen, quien con cada desborde del arroyo, después de las grandes tormentas, acude al lugar con la esperanza de realizar un hallazgo que confirme el sitio exacto del cementerio.
Un sitio sagrado frente al negacionismo
Un rumor en el pueblo, que se transmite de boca en boca desde hace al menos cuatro décadas, sostiene que el cementerio nunca existió y que se trata de cuentos fantasiosos.
Pero hay otro rumor, alimentado con alguna dosis de mala intención, que sostiene que “una comisión de judíos” fue hasta el camposanto del arroyo La Tigra, retiró todos los restos y se los llevó a un osario en Miramar o Mar del Plata.
“Es imposible”, señala Rotman, coautora del libro sobre los pampistas junto con Grigera. En la tradición judía, los cementerios son sitios sagrados que deben permanecer inalterados en el tiempo, por lo que está prohibido el desentierro de un muerto.
Lo cierto es que, en 1954, “un grupo integrado por el Dr. Mario Schteingart, el Dr. José Lieberman, el Dr. Adolfo J. Rubinstein, el ing. David Sevi y el Dr. A. Schavelzon visitó Mar del Sur, recorrieron el Boulevard Atlántico y visitaron el cementerio”, tal como documentó José Liberman en el Colono Cooperador. Sin embargo, señala Rotman, “no se conoce con certeza si esta delegación avanzó en la gestión ante la Municipalidad de General Alvarado: lo cierto es que recién en la década del 80 se construirá un monolito”.
Ese monolito, ubicado en la plaza principal de Mar del Sur, fue vandalizado en varias oportunidades. Su placa de bronce en memoria de los pampistas debió ser retirada y permanece actualmente custodiada en Miramar, a 17 kilómetros del lugar.
Paradojas de la historia: el pueblo y el hotel Boulevard Atlantic donde vivieron algunos meses los pampistas, los judíos rusos, los gauchos judíos que hicieron la colonización agraria de la Argentina a finales del siglo XIX, fue frecuentado más tarde por colaboracionistas nazis, como el espía alemán Karl Gustav Einckenberg, entre tantos otros, durante el epílogo de la Segunda Guerra Mundial.
Y quizá sea esta una de las razones, tal vez una de las tantas por las que, sumadas a los movimientos de arena y a las transformaciones en el cauce del arroyo La Tigra, han desaparecido todas las referencias del cementerio judío de Mar del Sur.
Por: Facundo Di Genova
Fuente: LA NACIÓN
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