Enlace Judío.- Aída Bortnik fue una guionista de teatro, cine y televisión, periodista y escritora argentina de destacada participación durante cuatro décadas.
Entre sus guiones de cine podemos recordar La Tregua, Caballos Salvajes, El hijo de la novia, Luna de Avellaneda, y las dos películas argentinas ganadoras del premio Oscar a la mejor película extranjera, La historia oficial y El secreto de sus ojos, entre muchas otras.
Fue la primera escritora latinoamericana miembro permanente de la Academy of Motion Picture Arts and Sciences, desde 1986 hasta su muerte. Fue reconocida y multipremiada por su extensa obra tanto en el país como en el exterior. Fue prohibida y perseguida durante la última dictadura militar y se exilió en España durante muchos años.
Desde 1972 se desempeñó como autora de libros para televisión y ha escrito libros de programas unitarios, ciclos especiales (algunos dirigidos por ella) y miniseries, producidos en la TV argentina y en la TV española, que fueron emitidos en Argentina, España y Latinoamérica.
Fue también autora de cuentos, en su mayor parte publicados en la revista Humor de Ediciones La Urraca, entre 1979 y 1984.
Fue una de las fundadoras de “Teatro Abierto”, una experiencia que hizo época. Fue Miembro del Consejo Académico y Asesora de la Universidad del Cine de Buenos Aires y Consejera invitada en los Laboratorios de Guión Cinematográfico de la Fundación Sundance, primero en Latinoamérica y luego, ininterrumpidamente en Utah (EE. UU).
Ganó el Premio Konex de platino a la mejor guionista argentina del decenio 1985-1994
Fue guionista de las siguientes películas:
1974: La tregua
1975: Una mujer
1976: Crecer de golpe
1979: La isla
1982: Volver
1985: La historia oficial
1986: Pobre mariposa
1989: Gringo viejo
1993: Tango feroz: la leyenda de Tanguito
1995: Caballos salvajes
1997: Cenizas del paraíso
2001: La soledad era esto
“Se puede vivir una larga vida sin aprender nada, se puede durar sobre la Tierra sin agregar ni cambiar una pincelada de paisaje; se puede simplemente no estar muerto sin estar tampoco vivo”, escribió Aída Bortnik para Caballos salvajes, la película dirigida por Marcelo Piñeyro.
La memoria fue para Bortnik una pieza clave en toda su obra, pero como bien decía esta artista que supo reflejar tan bien su tiempo, “no es bueno confundir memoria con nostalgia. Todo lo que realmente importa en el arte y en la vida que hemos elegido depende de nosotros. La fuerza del arte está realmente unida a la vida”.
Fue en el 24° Festival Internacional de Cine en Guadalajara, en 2009, luego de 18 años, que Aída y Gabriel García Márquez se reencontraron. En aquella ciudad mexicana, Bortnik le entregó las flores preferidas del Nobel de Literatura y el guión cinematográfico de su libro Noticia de un secuestro.
Uno de sus multiples trabajos fue el guión de La vida de Anna Letenská, una de las grandes actrices checas de los años 30 que fue arrestada por la Gestapo, liberada para completar su última película, que paradójicamente era una comedia, y luego fusilada en el campo de concentración de Mauthausen, en la mañana del 24 de octubre de 1942.
Aquellas frases
En un papelito suelto se puede leer “la puta que vale la pena estar vivo”, esa frase icónica que Héctor Alterio -su actor preferido- grita con los brazos abiertos en Caballos salvajes. Esa frase solía decirla su marido, al que ella llamaba Man. Solían ir a Córdoba, a una casita lejos de todo. Apenas llegaban a ese lugar cargado de verdes, soltaba la frase. En pleno rodaje, Marcelo Piñeyro llamó desesperado a Bortnik, necesitaba un grito de libertad y, como tantas veces contó Alterio, ella le regaló ese alarido que ya es tan nuestro. Nada se filmaba si no pasaba por su ojo crítico y su crítica certera. De esas discusiones surgieron momentos inolvidables de las películas. Desde el monólogo de Nino, hablando de lo que era el restaurante cuando lo atendía Norma en El hijo de la novia, pasando por el ‘Tenés rico olor, papi’, de Luna de Avellaneda, hasta el ‘Dígale que por lo menos me hable’, de El secreto de sus ojos. Discusiones ricas, cuestionadoras, en las que nos ponía sobre la pared, obligándonos a defender ideas, mejorarlas o abandonarlas.
Así era Aída, rigurosa, meticulosa, sincera. De esa manera era con su propio trabajo, siempre puliéndolo, reescribiéndolo, cuestionándolo. Este trabajo hecho a máquina de escribir, tecla a tecla, idea a idea, quedó guardado en la memoria colectiva para siempre….
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