Enlace Judío México e Israel- Mi mano tiembla al rozar esta hoja blanca, mientras sentada frente al escritorio viejo de madera que perteneció a mi abuelo, por primera vez escribo sobre mis demonios; algunos heredados, otros propios, algunos imaginarios, otros demasiado reales.
Leyendo el libro “La flauta de Jaim toca en el cielo” de Yaron Avitov, me teletransporto tanto a los relatos del libro, que muestran diversos escenarios de memorias vividas y de las familias de sobrevivientes del Holocausto, como a mis propios recuerdos, junto a mi abuelo Arne, en el huerto de la familia. Yo tenía apenas cinco años, y lo que viví junto a él en el huerto ha dejado huellas imborrables y memorables en mi ser para siempre.
Capturado y torturado por los nazis
Bajo el sol de primavera danés mi abuelo se perdía en sí mismo y empezaba a contarme sus vivencias sobre su participación en la Resistencia Danesa en la Segunda Guerra Mundial, cuando él trabajaba como ingeniero en el Astillero de Elsinor. Tal vez por la monotonía del trabajo con la tierra viva, tal vez por todo el terror encerrado y sin cómo saber expresar todo lo que soportaba su mente postraumática y su cuerpo cicatrizado; y quizás, como yo era tan sólo una niña, todo ojos grandes y puro oídos, que habría hecho cualquier cosa para no romper el lazo casi mágico de poder ser viajera del tiempo en compañía de mi abuelo; escuchaba silenciosa y atenta, mientras él parecía olvidarse por completo de su entorno.
Contaba cómo en una acción de sabotaje al ferrocarril en la trayectoria entre Espergærde y Snekkersten (a las afueras de Elsinor, donde los nazis usaban el ferrocarril como la conexión del ferry entre una Dinamarca ocupada y una Suecia neutral, para transportar tanto armas como tropas para los demás países escandinavos), fueron capturados por los nazis a causa de un soplón. Ahí mi abuelo disparó e hirió el hombro de un soldado alemán con su revolver; y debió haber sentido, una mezcla de euforia, de rebeldía y temor.
Luego, los capturaron y llevaron a Villa Wisborg, que antes era un reconocido hospedaje con vista al mar, ubicado en una hermosa mansión amarilla que fue usada y manchada por la Gestapo durante la segunda guerra y donde fueron investigados y torturados durante horas y días enteros. Mi abuelo contaba que él fue la víctima favorita del Gestapo entre los recién capturados; ya que él fue quien disparó al soldado alemán, y al ver que no podían hacerle declarar y que no se “rompía”.
¿Es cierto?
Con voz baja y quebrantada me contaba que sus compañeros le gritaban desde su encierro: “Canta no más, Arne. Cuéntales todo. Igual ya lo saben”, cada vez que lo llevaban a ser torturado nuevamente. Parecería que él se olvidaba por completo mi temprana edad, cuando me contaba de los golpes, los latigazos, el terrible dolor al arrancarle las uñas; las gotas mezcladas de sangre, sudor, lágrimas y orina derramadas en ese piso tan sucio del sótano de lo que fue una hermosa mansión en su tiempo y que ahora era convertida en una verdadera casa de horror.
Me acuerdo repetidamente susurrarle con una voz casi inaudible, mientras estaba perdido en su relato: Er det virkelig sandt, farfar? (¿Es verdaderamente cierto, abuelo?); mientras que él, una y otra vez me afirmaba que sí; que era cierto y de que no existe monstruo más terrible, que el de la crueldad del ser humano. Y así como yo era tan niña, estos relatos reales de mi abuelo se convertían en mis repetidas pesadillas nocturnas de monstruos, habitados por vampiros vestidos con cuero negro que agarraban a mis seres más queridos chupándoles la sangre hasta dejarlos por muertos.
También me acuerdo, cómo incentivaba y buscaba estos momentos que eran a la vez terribles y mágicos bajo el pretexto de trabajar en el huerto, para una vez más poder entrar como una sombra viajera en su memoria con la búsqueda de saber y entender más de todo; con la curiosidad insaciable de niña.
Yaron Avitov
Quizás por las narraciones de mi abuelo, me he conectado conscientemente e inconscientemente con las protagonistas en el libro “La flauta de Jaim toca en el cielo” de Yaron Avitov. De este modo me identifico mucho con el niño Uri en el relato “El hombrecito de la radio”. Quizás también tiene unos cinco años, cuando intenta encontrar el hombrecito escondido de la radio, y de hecho encontrar algo de sentido en lo que le pasó a su abuelo, dejándose llevar por su curiosidad y sed de respuestas, mientras busca cómo meterse físicamente y metafóricamente dentro de la antigua radio, que supuestamente contiene la llave de las preguntas en forma del “hombrecito”.
El relato se va tejiendo entre realidad, realismo mágico y surrealismo. Otro ejemplo de un nieto que busca tanto identificarse con su abuelo, como encontrar su propio lugar en mundo, es el músico Haim del relato “El flautista de Birkenplatz”, que despierta importantes dilemas éticos.
Podemos buscar y pedir justicia, pero no envenenarnos con odio. En el relato “Aullido”, página 73 del libro en mención, Yaron Avitov, da voz a otro nieto, como yo, en una historia de la búsqueda de ser uno mismo sin perder el lazo con sus antepasados; como cuando describe el mismo escritor: “Más de una vez había querido sacudirse el Holocausto de su memoria y, de repente, todo irrumpió desde su interior y sentí en su corazón la nostalgia por su abuelo”.
El rompecabezas de mis memorias
Ya adulta sé que mi abuelo, nunca o casi nunca, quiso hablar sobre la guerra y de su tiempo de prisionero en la cárcel “Vestre Fængsel” en Copenhague. Mi papá decía que en su niñez y juventud poco o nada le contaba acerca de la guerra, y solo a veces se podría oír un par de murmullos desde la mesa de los adultos. Del mismo modo como Yaron Avitov lo muestra en los relatos en su libro, donde a veces, las historias de los abuelos y padres se cuentan como partes de una memoria familiar o se vuelven, en ocasiones, muy complejas de contar y transmitir o incluso, se vuelven casi silenciadas.
Antes que mi papá falleciera de cáncer, pasamos momentos duros pero muy valiosos para los dos, tratando de juntar el rompecabezas de mis memorias de una niña de cinco años, con los hechos reales que conocía mi papá; entre ellos, aquella historia que los dos me contaron; en la cual, mi abuelo estuvo a punto de ser llevado a un campamento alemán llamado “ Neuengamme”; ya que su nombre estaba en la lista de personas que serían transportadas allá al mismo tiempo que los aliados estaban por llegar para liberar Dinamarca.
Mi papá me contó que su madre, mi abuela paterna, recibió una carta de mi abuelo meses después desde Suecia, contando que la Cruz Roja le había llevado en los buses blancos para recuperarse de sus heridas físicas y mentales.
Cómo habrá sido para ella; tanto el no saber qué le podría haber pasado, y después el alivio de recibir la carta prometiendo su pronto regreso. En mi familia tenemos más certezas que incertidumbres sobre lo que vivió mi abuelo, y gracias a la memoria de mi niñez, conjuntamente con los hechos reales, nos ha sido posible juntar de mejor manera las piezas de este impresionante rompecabezas.
Muchos nunca regresaron
Sé que para muchas otras familias no fue así. Muchos nunca regresaron. Trato de ponerme en sus zapatos e imaginarme, si éste hubiese sido el destino de mi abuelo.
Aunque me ha costado una multitud de noches de terror e insomnio, no hubiera querido borrar de mi memoria ni una sola palabra, por más cruda que ésta hubiese sido, de esos momentos de ser “testigo” de lo que vivió mi abuelo durante la Segunda Guerra. A los demonios hay que enfrentarlos para seguir adelante, aunque nos duela y sea terrible caminar por las líneas obscuras de la historia. No podemos permitir que todo ese sufrimiento y valor se quede en el olvido.
Mis hijos conocen la historia de mi abuelo y sé que ellos no van a dejar, que se borren las huellas de la historia de su familia, que a su vez forma parte del conocimiento colectivo.
Corazonada de esperanza
Son justamente los libros como los de Yaron Avitov que evidencian la importancia de mantener la memoria viva de los hechos más terribles de la historia humana. Las heridas físicas se sanan con el tiempo, más las cicatrices tanto corporales como emocionales, se quedan con nosotros para no hacernos olvidar, para pedirnos buscar nuestro propio camino que vivir; para no repetir los momentos devastadores de la historia, sino encontrar nuevas formas de convivir, tanto en el mundo exterior como interior.
Tuve la suerte en mi juventud de viajar a Jerusalén, donde visité el museo “Yad Vashem” (el museo del Holocausto en Israel). Allí, frente a todas las fotografías de tantas personas de carne y hueso, donde cada una representa una historia propia contada o aún sin contar, sentí un lamento y pesar por tanta crueldad humana; pero extrañamente también, sentí un latido fuerte que aumentaba al descubrir la conexión humana que me dejaba una corazonada de esperanza por otros futuros posibles.
Las historias contadas al igual que los libros nos brindan esta posibilidad tan necesaria de conectarnos tanto con la historia como con la imaginación, y viajar en el tiempo y el espacio sin fronteras ni ataduras.
Era tan sólo una niña cuando mi abuelo me contaba su historia, y aún queda tanto por contar.
Enero 2022
Nynne Noe Vivanco Vieira (Nynne Katrine Noe Skovgaard Andersen)
Nacida en Elsinor, Dinamarca, en 1974. Amante de la lectura desde muy niña. Tiene título en pedagogía, con experiencia en dinámicas de inclusión. Desde 2010 reside en Baños Ecuador con su marido Juan Diego Vivanco Vieira, periodista y escritor. Juntos dan vida a Librería Vieira – Arte Ilusiones en Baños.
“La flauta de Jaim toca en el cielo”
“La Flauta de Jaim toca en el Cielo”, el libro de Yaron Avitov, expresa, con gran sensibilidad, que el Holocausto no es solamente la tragedia de las víctimas y de los sobrevivientes, sino que también pertenece a las generaciones que vinieron tras ellos. El libro trata sobre las consecuencias del Holocausto y sobre los descendientes de los sobrevivientes que crecieron a la sombra de padres y abuelos víctimas del post trauma,
Los lectores interesados en adquirir este libro pueden conectarse directamente con el: [email protected].
Yaron Avitov es escritor, documentalista, crítico literario, poeta y editor. Conocido por su arduo trabajo a favor del acercamiento cultural entre América Latina e Israel, por sus antologías en el idioma español, y por su investigación sobre la historia de los conversos en Centro y Sudamérica.
Ha publicado 18 libros en hebreo, antologías y novelas, entre ellas la novela “Homeless” (2008).
Ha obtenido siete premios, entre ellos a la investigación en Ciencias Sociales (1993), del Primer Ministro a la Literatura (2005) y del Embajador de la Literatura Hebrea en América Latina (2012). Por su investigación sobre los descendientes de los conversos le otorgaron el premio del Misgav Yerushalayim establecido por la Universidad Hebrea de Jerusalén (2011).
Es director y guionista de varios documentales de cine, entre ellos “América Ladina” y “El último rincón”. Ha participado en numerosas ferias del libro en Sudamérica, y en varias festivales de cine en la región y en Los Estados Unidos.
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