Enlace Judío México e Israel – Un pequeño grupo de familias judías ha encontrado en Cuernavaca el estilo de vida perfecto para criar a los niños. Ya tienen dónde rezar, sus hijos cuentan con maestra de judaísmo y sus vidas son más tranquilas, armoniosas y plenas. Esto nos contaron.
Mientras que decenas de familias judías aprovecharon la pandemia para acelerar sus planes de salir de México y buscar mejores oportunidades, unas cuantas decidieron no ir tan lejos. Encontraron en Cuernavaca un sitio ideal para criar a sus hijos, en un contacto más estrecho con la naturaleza y sin estrés. Enlace Judío visitó el fraccionamiento en el que viven y conversó con varios de sus integrantes para saber por qué se encuentran tan felices.
“La pandemia nos forzó un poquito a salirnos de la ciudad y, estando ya aquí, nos dimos cuenta que había un secreto escondido: que había conjuntos en Cuernavaca increíbles, con una vegetación y unos espacios que no hay en ningún lado y que entre semana se puede vivir aquí de una forma muy cómoda y muy tranquila”, nos cuenta Salomón Askenazi, con una indeleble sonrisa en el rostro.
“Al final, ya no fue la pandemia la que nos forzó a quedarnos aquí sino que fuimos varias familias que decidimos quedarnos en Cuernavaca y queremos empezar a hacer una comunidad más grande. Somos ahorita ocho familias las que estamos viviendo en Cuernavaca ya en forma”, agrega.
“Es una vida muy baja en estrés, eso es lo que queremos comunicarle a la gente: que existe una posibilidad de no estar en el tráfico todo el día, de no perder el tiempo en el coche, de no estar en elevadores y de aquí pa’ allá corriendo, siempre y cuando elijan una vida más tranquila y puedan trabajar de lejos.”
¿Y la educación judía?
Como si previera la pregunta obvia, la que haría cualquiera abuela o tía, Askenazi comparte que los niños de esta incipiente comunidad cuentan con educación judía, pues el grupo de padres consiguió un convenio con una escuela Montessori local, para que sus hijos estudien allí y reciban, paralelamente, clases de judaísmo en un aula independiente.
Para tal efecto invitaron, de la Ciudad de México a una morá del Colegio Maguen David, quien se encarga de que los niños sigan en contacto con la cultura y las tradiciones judías. “Originalmente queríamos una escuela judía al 100% porque, cuando iniciamos el conteo de la gente (judía) que estaba en Cuernavaca viviendo en la pandemia, había como 80 niños que estaban apuntados en la lista de interesados.”
Sin embargo, de los 80 niños originalmente contemplados, solo 20 se quedaron en Cuernavaca, por lo que la mejor opción que encontraron fue compartir educación en un ambiente de inclusión. “Entramos en un modelo mixto, estamos conviviendo con gente de Cuernavaca que está también increíble. Creo que también, para los niños, desde una edad temprana, estar en contacto con gente de todo tipo es muy enriquecedor.”
“El día tiene más horas” en Cuernavaca
En Cuernavaca, los niños están creciendo descalzos, sobre un césped luminoso y rodeados de árboles. Estas ocho familias han construido un huerto y los niños cosechan los vegetales que se comen, juegan al aire libre, nadan y corretean durante interminables horas. Y aunque fueron justamente los niños la principal motivación de estas familias para quedarse a vivir en “la ciudad de la eterna primavera”, Askenazi confiesa: “los adultos estamos todavía más felices.”
“Es una vida que no conocíamos. La verdad, estando en la ciudad, es difícil hacer una pausa, relajarse y darse cuenta de que a veces contemplar un poquito y estar en calma puede ser más valioso que estar produciendo. Aquí sí te vuelves menos productivo… pero en estrés.”
“Acá se vive con mucho más calidad de vida”, dice Stephy Achar. “Siento que (en la Ciudad de) México es mucho lo rutinario, estar corriendo, uno vive más estresado, sobre todo con los niños”, agrega, y nos muestra el huerto que han sembrado junto con los niños y que todos cuidan como parte de su nueva cotidianidad. “Un día dijimos ‘hay que empezar a plantar’, agarramos piedras del conjunto y empezamos a pintar, por ejemplo, para identificar las cosas que íbamos a ir cosechando; preparábamos la tierra con los niños, empezábamos a poner las semillas y a tratar de que salieran algunas cosas.”
Para ser feliz, no necesitas tener tanto
El proceso no estuvo exento de retos: “Literal, fue prueba y error, o sea, muchas cosas, al principio, se nos morían o una plaga se apoderaba de las cosas que habíamos sembrado pero esa dinámica, por ejemplo, que mi hijo aprendiera a plantar, a ver cómo crece una planta, sale una flor y luego de la flor se convierte en un fruto, esas enseñanzas creo que en México sería más complicado que un niño aprenda.”
Achar tuvo que volver a la Ciudad de México y, mientras lo narra para nuestra cámara, se nota en su rostro cierto aire de nostalgia o, quizá, resignación. “Ahorita mi hijo va a la escuela y no se quiere poner zapatos porque acá no usaba zapatos, y él de verdad odia los zapatos y no se quiere poner zapatos en la escuela; voy a casa de mi mamá, por ejemplo, y con lo que más le gusta jugar es con la tierra de sus macetas, entonces, riega la tierra en la sala”, dice y, al fin, vuelve a sonreír.
“De verdad que los niños aprenden cosas más básicas o a jugar con cosas más simples”. Además, “el día tiene más horas” en Cuernavaca. En México, uno corre, pierde el tiempo en el coche, en el tráfico, en ‘ya se me hizo tarde: la comida, el dépor, la casa, la abuelita…’. Y acá, vives con más paz, con más serenidad, fuera de lujos. Te das cuenta, de verdad, que no necesitamos tanto, que a veces tenemos demasiadas cosas y que para ser feliz, no necesitas tener tanto.”
La vida tiene un nuevo sabor
“El huerto fue un proyecto que se armó en la pandemia”, narra a su vez Salomón Askenazi. Sentimos que era una actividad para los niños y para el conjunto muy interesante, empezar a valorar un poquito cómo crece la comida, cómo hay que cuidarla, y te das cuenta luego que cuando comes del huerto, aunque sea un (jitomate) cherry y tres lechugas, saben más ricas que lo que compras en el súper.”
A sus espaldas, mientras comparte su entusiasmo con nosotros, crecen unas hojas verdes y desenfadadas bajo el sol perenne de Cuernavaca. Relumbran como las sonrisas de los niños que corretean por los jardines, replicando escenas idílicas que contrastan con las estampas urbanas, marcadas por la contaminación, el ruido interminable y el caos.
“Para los niños es muy padre, de repente, poder bajar, (decir) ‘hoy quiero cenar zanahorias y pepinos’, bajan al huerto, cortan sus zanahorias, sus pepinos, (o) se los cortas y están cenando comida que ellos sacaron de la tierra. Es una experiencia que nunca habíamos tenido.”
Pasar tiempo con la familia, estar con uno mismo, en contacto con la naturaleza, propicia también una vida más espiritual, dice Askenazi. “Estar en contacto con el pasto y con los árboles y estar viendo el cielo … salir en la noche a caminar y ver las estrellas todos los días (…) es algo sencillo pero que te cambia tu interior.”
Una vida más apegada a la espiritualidad
Su hermano, Moisés, coincide en que vivir en un contacto más estrecho con la naturaleza “se presta” para llevar una vida más apegada a la espiritualidad. “Nos hemos ido moviendo de lugares de estudio y de rezo. Ha sido en el huerto, luego lo hacemos en las terrazas, abajo de las casas y luego, aquí era una escuelita con los niños cuando estaba la pandemia; ya se fueron a la escuela y lo agarramos como midrash, entonces, aquí hacemos todos los rezos y el estudio de la mañana y de la tarde.”
Durante los peores momentos de la pandemia, cuando más familias judías vivían en el fraccionamiento, había minián e incluso tenían una Torá. Conforme las familias fueron volviendo a la ciudad, el grupo se redujo y aguarda a la llegada del Shabat, cuando muchos vuelven para celebrarlo juntos.
Celebrar las fiestas al aire libre es, para Moisés Askenazi, una forma de permitir que “la energía de las plantas” se una a la tefilá, a la Torá. “Yo creo que estar en contacto con la Creación, con la naturaleza, como dice el Rambam, ayuda a que tu Torá se expanda.” Askenazi nos cuenta que quienes han probado este nuevo estilo de vida y luego han debido volver a la ciudad, “dicen ‘no puedo, no puedo, extraño demasiado'”, y cree que esta comunidad, este pequeño “Kibutz” (así lo define), está destinado a atraer a más familias.
Una invitación
Salomón Askenazi vuelve a hacer un llamado: “Quisiéramos hacer una invitación, tal cual, a toda la gente de comunidad judía que esté buscando una vida más tranquila, una vida sin estrés, que sepan que ya hay un camino construido en Cuernavaca, que ya se avanzó un poquito: hay una escuela, con maestra de Torá, de tradiciones; hay una comunidad de gente que ya está aquí, que ya decidió vivir en Cuernavaca; tenemos clases para los niños en las tardes; tenemos actividades fuera de la escuela para que la gente se conozca (…).”
Además de las ventajas emocionales de una vida más apacible, Cuernavaca ofrece otras, de tipo económico. “Creo que mucha gente a lo mejor está muy estresada por el ritmo de la ciudad y hay de repente muchas presiones de cierto tipo de vida o de lujo… En Cuernavaca, al final, todo es más barato. La escuela es muy barata, los servicios, los doctores, y hay calidad en todo.”
Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío
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