Enlace Judío – Nacido en Nueva York el 23 de agosto de 1921, de padres judíos inmigrantes de Rumanía, fue Ken Arrow (como le decían cariñosamente en Stanford) uno de los más grandes economistas del último siglo (Patrick Suppes, el gran filósofo de la ciencia de Stanford, quien era muy amigo de Ken, decía que era el más grande).
Este año se cumple el quinto aniversario de su fallecimiento, el cual tuvo lugar en Palo Alto, California, el 21 de febrero de 2017. Sus datos biográficos básicos se pueden consultar en la Wikipedia y no tiene caso repetirlos aquí, por lo que me dedicaré a exponer aspectos de su trabajo y obra que no son tan familiares. Concluiré con un comentario sobre mi (somera) relación personal con él.
Estudió la licenciatura (bachelor) en el City College de Nueva York, donde tuvo la suerte de tomar un curso de lógica con Alfred Tarski, por cierto también judío, y uno de los más grandes lógicos del siglo XX. Su metodología lógica se la debió así a Tarski, habiendo fungido como corrector de las pruebas de la traducción de su texto Introduction to Logic and to the Methodology of the Deductive Sciences (Oxford: Oxford University Press, 1941), el cual había sido traducido del polaco por Olaf Helmer.
Helmer era la persona a cargo de reclutar lógicos para realizar investigación de operaciones en la Rand Corporation de Santa Mónica, California, con objetivos estratégicos militares. En la Rand se formaron en los 1950 dos equipos de investigación: uno, bajo el liderazgo de John von Neumann (otro genio judío), incluía al famoso John F. Nash y usaba la primera computadora para analizar escenarios estratégicos usando Teoría de Juegos. Otro, bajo el liderazgo de Arrow, se dedicaba a temas de logística para la asignación eficiente de recursos a las diferentes bases militares de los Estados Unidos en el mundo. Se debe a Arrow, en parte, el diseño estratégico de la Guerra Fría en el lado estadounidense, diseño que (como sabemos) evitó la guerra nuclear.
Son dos las más importantes contribuciones de Arrow. La primera (basada en su tesis doctoral) es un libro más bien breve, Social Choice and Individual Values (New Haven y Londres: Yale University Press, 1951), en el cual demostró su famoso Teorema de Imposibilidad: no existe un procedimiento general que permita agregar los sistemas de relaciones ordinales de preferencia individuales sobre el espacio de los estados sociales para obtener a partir de ellos funciones de bienestar social, a pesar de que dichos sistemas satisfacen condiciones mínimas de racionalidad. Esta obra inauguró el campo de la la teoría económica de la elección social.
Su segunda gran contribución fue la demostración (junto con Gerard Debreu) de la existencia de un equilibrio general competitivo. En una economía carente de externalidades, donde ningún agente tiene poder de mercado, existe un sistema de precios bajo el cual todos los agentes maximizan su utilidad y en todos los mercados se iguala la oferta a la demanda.
Gracias a estas contribuciones, obtuvo el Premio Nobel de Economía a los 51 años de edad, en 1972, siendo así hasta la fecha el economista más joven en haberlo obtenido.
En un simposio que tuvo lugar en Stanford para celebrar el nonagésimo cumpleaños de Patrick Suppes, en marzo de 2012, Arrow presentó la conferencia “El sistema económico como intercambio de información” (“The Economic System as Trade in Information” en C. E. Crangle, A. García de la Sienra y H. E. Longino (coords.), Foundations and Methods from Mathematics to Neuroscience, Stanford, CSLI Publications, 2014).
Uno de los grandes debates en teoría económica desde hace un siglo es el relativo a la existencia de funciones de utilidad cardinales, las cuales presuponen que es posible hacer comparaciones interpersonales de utilidad del tipo: “un litro de leche tiene más utilidad para un niño hambriento que para un millonario satisfecho”.
Muchos argumentos se han dado en contra de las funciones cardinales (y también en favor, como lo ha hecho Amartya Sen), pero el argumento de Arrow en “La simpatía extendida y la posibilidad de la elección social” (Stoa, vol. 5, no. 10, 2014: 9-28), fundamenta su rechazo en la convicción de que la identidad de cada individuo es única e irreducible a “una lista especificada de cualidades”.
Pues ello “es negar su individualidad en un sentido profundo. […] En un modo que no puedo articular bien y que tampoco estoy demasiado seguro de defender, la autonomía de los individuos, un elemento de inconmensurabilidad mutua entre las personas, parece negada por la posibilidad de las comparaciones interpersonales” (p. 26). Arrow reconoce la dificultad para formular la idea subyacente, pero ésta seguramente implica el valor infinito de la persona humana y la unicidad irrepetible de cada ser humano. Tal vez Arrow no haya sido un judío ortodoxo, pero seguramente esta convicción es compartida por judíos y cristianos por igual.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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