Enlace Judío México e Israel- Todos queremos ya estar en la siguiente etapa pandémica, sin duda nuestro objetivo a corto plazo es lograr la desaceleración y entrar al control o endemia, en que COVID-19 siga siendo una enfermedad latente, en circulación, pero que deje de amenazar a la sociedad.
Para lograrlo sabemos que requerimos continuar con ciertos esfuerzos como la vacunación para garantizar la mayor cobertura de inmunidad, hacer pruebas para detectar los casos y tener acceso a suficientes medicamentos antivirales para ayudar a quienes enferman. Pero para manejarnos en ese nuevo estadío aún incierto, donde tendremos que vivir a pesar de este y demás virus en circulación, es esencial la vigilancia: seguir de cerca los casos, las variantes y, su impacto en la sociedad y en el sistema de salud para, si es necesario, ir modulando los controles: los protocolos, los semáforos, las reglas. Nada será estático, estaremos en un constante ajuste. Una homeostasis. El paso de la pandemia a la endemia es una transición, y en este proceso no podemos desechar todas las medidas de un día al otro, sería un acto kamikaze. Habremos que pilotear como un buen planeador de avión ligero.
Imaginemos que en unas semanas, o par de meses, podremos estar cada uno de nosotros ante una gran consola de sonido y decidir sobre el tipo de música, el volumen y tono a escuchar. Hasta ahora casi en todos lados del mundo el ritmo lo marcaban los gobiernos, agencias internacionales, líderes y jefes con el objetivo de mantenernos seguros durante la emergencia. Tuvimos clases en casa, trabajo a distancia, y muchas restricciones. Pero conforme los casos sean mitigados, los hospitales se vacíen, y aunque el virus siga circulando, podamos ver en el retrovisor lo más crítico de la pandemia, cada uno de nosotros tendrá que ir retomando las riendas y elegir su propio ritmo, según una evaluación personal de riesgo y beneficio.
Personas vacunadas, con refuerzo, sin comorbilidades y que no convivan con personas de alto riesgo podrán quizás tomar más libertades. Pero esto no será igual para todos. Algunos tendrán que incursionar con mayor precaución en el nuevo terreno. La melodía no será igual para todos, ni para los individuos, ni para los países. Cada uno con sus propiedades y características vivirá una desaceleración distinta y por ende la entrada a la endemia será asincrónica. Tendremos que elegir sobre las alternativas que comenzarán a presentarse, cuáles nos ajustan y cuáles aún no son para nosotros. Lo que funciona para unos no será adecuado para los demás y en este limbo es importante no solo la paciencia, el respeto y la empatía, sino también una herramienta que no necesariamente habíamos usado durante la pandemia: la flexibilidad.
Desde el 2020 abusamos de la resiliencia, esa capacidad de ir adaptándonos según las circunstancias. La resiliencia nos modeló a adoptar mejores hábitos y prácticas. Hizo que los que éramos antes de la pandemia se convirtieran en mejores seres humanos. Fue duro, pero crecimos. La resiliencia fue la herramienta que nos mantuvo a flote, nos permitió sobrevivir, incluso reinventarnos y ser “antifrágiles” como lo describiría el escritor Nassim Nicholas Taleb.
Sin embargo cuando vivamos la transición hacia la endemia vamos a requerir ya no ser sólo resilientes, sino robustos. Tal como lo es una palmera en medio de un huracán. Que a pesar de las ráfagas de viento se dobla haciendo un arco y toca si es necesario el suelo, pero sus raíces fijas procuran su integridad. Para conseguir esa robustez tendremos que ejercer la flexibilidad, si no, mostraríamos fragilidad, sólo con una actitud flexible que nos permita ir moviéndonos según la brisa, encontraremos de nuevo la calma. Para ello hay que constantemente recalibrar. Repensar. Retomar.
Quizás por ejemplo podremos dejar el cubrebocas en ciertos escenarios para posiblemente descubrir que aún era necesario y entonces los usaremos de nuevo. Debemos ser flexibles. O nos aventuraremos a reuniones un poco más concurridas para quizás convertirse en pequeños brotes y tendremos que reinstaurar medidas para controlarlos: eso es flexibilidad. Y esos ajustes, esa situación dinámica, hará que podamos ir malabareando la apertura con cordura y en seguridad, siempre acorde a los casos circulando y según el riesgo personal.
Sí, estamos hablando de más libertad, pero por eso tendrá que hacerse con muchísima responsabilidad. Vigilantes, observantes. Seremos más dueños del timón. Y es cierto que para entonces las aguas debieran estar más calmas, pero el riesgo latente no es erradicable. Y eso es importante entender. Por ello es que hay que mantener algunas líneas de seguridad. Tampoco queremos andar a la deriva luego de dos años de tanta lucha por llegar a hoy.
Aún no es momento de hacerlo, seguimos en pandemia, y aunque sí estamos teniendo un descenso de casos en México todavía existe una alta circulación del virus. Esperemos que ómicron deje un muro de inmunidad tan impermeable que nos permita explorar este nuevo camino a la endemia. Será entonces tiempo de ir experimentando la flexibilidad, soltar y apretar, hasta encontrar el volumen correcto, el ritmo adecuado, el timbre más cómodo para bailar. Sin olvidar las medidas que nos han mantenido a salvo, sin abandonar la resiliencia que nos fortaleció para ver esta salida. Así, podremos ir definiendo poco a poco los tonos de gris en los que vivir en armonía, en salud, en equilibrio.
Será algo nuevo; será complejo pero sumamente emocionante.
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