Enlace Judío.- ‘La noche oscura de la condesa nazi’ es un reportaje que publicó El País el 28 de octubre de 2007 y trata de una fiesta en el castillo austriaco de la hermana del barón Thyssen, con las tropas rusas a sus puertas, que degeneró en una matanza de judíos según revela el escritor David Litchfield.
La recuperación de la memoria histórica experimenta un nuevo auge en Alemania, más de sesenta años después del derrumbe del nazismo y del final de la II Guerra Mundial. Un nuevo escándalo de la familia Thyssen se une ahora a recientes revelaciones sobre las conexiones nazis de los Quandt, la familia más rica de Alemania, propietaria de la mayoría accionarial en la BMW, o sobre la presencia de antiguos miembros de la Gestapo y de las SS en la fundación, en 1951, de la policía federal criminal (BKA). El escritor británico David R. L. Litchfield, en su libro La historia secreta de los Thyssen (Temas de Hoy, 2007) y en dos artículos, uno en el británico The Independent y otro en el alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung, acusa a la condesa Margit Batthyany, hermana mayor del barón Thyssen, ya fallecida, de estar involucrada en la matanza de unos 200 trabajadores forzados judíos en medio de una cogorza colectiva celebrada en su castillo de Rechnitz, en Austria, junto a la frontera con Hungría.
La matanza es célebre en Austria. En los años cuarenta hubo cuatro juicios, pero los testigos no se ratificaron
En la noche del 24 al 25 de marzo de 1945, víspera del Domingo de Ramos, Margit y su marido, el conde húngaro Ivan Batthyany, invitaron a su castillo a unas 30 o 40 personas, en su mayoría jefes locales del partido nazi, miembros de la policía política, de la Gestapo, de las SS y de las Juventudes Hitlerianas. La fiesta empezó a las nueve de la noche y duró hasta el amanecer del día siguiente, tras una orgía de vino y sangre. El Ejército Rojo se aproximaba, estaba a tan sólo 15 kilómetros del castillo. Los jefes militares nazis estaban empeñados en levantar una fortificación para frenar su avance. Para la construcción, que se había iniciado el 9 de octubre de 1944, se reclutaron trabajadores forzados judíos, sacados de campos de concentración. Muchos tuvieron que marchar a pie desde Budapest. En estas marchas quedó por el camino un buen número de muertos. Algunos cayeron asesinados, a veces por los mismos vecinos, en los pueblos que atravesaban cuando se advertía que no podían seguir el ritmo de la marcha.
La víspera de la fiesta llegaron a Rechnitz 600 judíos. La condesa había cedido los sótanos del castillo a los nazis, y allí se hacinaban los presos. Unos 200 de ellos estaban en tan malas condiciones que no podían trabajar. Pasada la medianoche, el jefe local del partido y funcionario de la Gestapo, Franz Podezin, reunió a unos 15 de los invitados más importantes en una habitación al lado de donde los demás bebían y bailaban, repartió armas y munición y los convocó para matar judíos. Éstos tuvieron que desnudarse, y los invitados, casi todos borrachos, los mataron a tiros. Concluida la faena regresaron a la fiesta, donde bebieron y bailaron hasta el amanecer. Al día siguiente, varios presos judíos tuvieron que cavar tumbas para enterrar a los muertos. A los enterradores los llevaron a un matadero de Rechnitz. Podezin y el administrador del castillo, Joachim Oldenburg, los asesinaron a tiros para no dejar testigos de la matanza.
El serio y prestigioso diario conservador alemán Frankfurter Allgemeine dedicó una página entera al relato de Litchfield con el título ‘La anfitriona del infierno‘, y una foto a cuatro columnas en el hotel Palace de Davos. En la foto aparecen el jefe de la dinastía, Heinrich Thyssen; la condesa Margit, y su marido húngaro, Ivan von Batthyany, que pasa el brazo por encima del hombro de su cuñado, un jovencito barón Hans Heinrich, conocido como Heini, que años después se casó en quintas nupcias con la española Carmen Cervera. Del texto del periódico alemán no se desprende que Margit participase de forma activa en la matanza, pero queda claro que se puso en marcha durante su fiesta. El sensacionalista Bild Zeitung fue más lejos: recogió de inmediato el artículo y lo publicó con el título ‘La condesa Thyssen hizo fusilar a 200 judíos en una fiesta nazi‘.
“Ella dio la fiesta, no cabe duda”, declara Litchfield a Juan Gómez, autor del resportaje de El País. “La condesa estaba entre las 15 personas que recibieron armas y munición para la matanza. No he escrito ni afirmado en ninguna parte que ella apretara el gatillo, porque no tengo pruebas. A ella le encantaban las armas y disparar. Era cazadora, hay muchas fotos suyas con animales muertos y empuñando armas. Además, los testigos afirman que era una antisemita entusiasta. Se pasó la guerra rodeada de gente de las SS, y cuando se cometía algún atropello contra judíos, ella solía estar en primera fila. Es lógico pensar que ella apretara el gatillo, dado que era la persona más importante de la fiesta y su anfitriona, además de convencida antisemita. Pero no tengo pruebas de eso”.
El escándalo estaba servido. En los medios de comunicación alemanes, austriacos y suizos se desencadenó una polémica sobre la veracidad de las acusaciones de Litchfield. El director del Centro Simon Wiesenthal de Jerusalén, Efraim Zuroff, exige a las autoridades de Austria y Alemania “investigar con lupa los hechos” y el papel de la familia Thyssen. El historiador Wolfgang Benz, de la Universidad Técnica de Berlín, arremetió en la radio pública alemana Deutschlandfunk contra Litchfield, “de quien no se sabe absolutamente nada y no es historiador”. Añade Benz: “No es nada más que un periodista sensacionalista que tenía el encargo del barón Thyssen de escribir una hagiografía. Evidentemente, por decepción o deseos de venganza, compuso una historia más o menos traída por los pelos y muy mal escrita”. Según Benz, “el caso no es conocido, y no constan hechos similares de que una fiesta de prominentes haya servido para asesinar judíos. Lo que me hace ser escéptico es la fecha tardía de lo ocurrido. El 24 de marzo de 1945, los fanáticos recalcitrantes no pensaban en otra cosa que en salvar el pellejo”.
Litchfield asegura: “Nunca tuve problemas con Heini. Me llevaba bien con él. Fue complicado porque yo escribí una hagiografía sobre él y, a la vez, el otro libro. Me decepcionó bastante que no publicaran la hagiografía, porque me costó casi más trabajo que el otro. Escribir una biografía que sólo contempla lo positivo y dar la impresión de veracidad es más difícil que escribir un libro sobre hechos reales”.
Benz se equivoca al decir que el caso no era conocido. La matanza de Rechnitz es tristemente célebre en Austria. En los años cuarenta se celebraron por lo menos tres procesos contra los presuntos culpables, que salieron muy bien librados por la negativa de los testigos a ratificar sus declaraciones. Con motivos: dos testigos, Karl Muhr y Nikolaus Weiss, murieron asesinados en 1946 antes de prestar declaración ante el tribunal. Rechnitz se refugió en el silencio más impenetrable sobre lo ocurrido aquella noche en la que asesinaron a esos 200 judíos enfermos e indefensos. En el pueblo se levanta hoy un enorme monumento a los muertos en el granero donde una horda de nazis borrachos los mataron a balazos.
Otro historiador, Stefan Klemp, que trabaja para el Centro Wiesenthal, refutó a Benz y asegura que la matanza ocurrió y que participaron los invitados a la fiesta del castillo. Según Klemp, no es cierto que la proximidad del Ejército Rojo impidiese dedicarse a matar judíos en vez de huir. “En medio del ambiente apocalíptico de aquellos días, celebrar orgías y borracheras colectivas estaba muy extendido entre aquella gente, a veces con fusilamientos masivos”. La matanza era tan conocida que un director de cine austriaco, Eduard Erne, dedicó más de cuatro años a la realización de un documental sobre Rechnitz y la búsqueda de las tumbas de los judíos asesinados, que todavía hoy no se han encontrado. El documental, titulado Silencio de muerte, refleja la atmósfera de miedo que persiste en el pueblo al tratar el tema. Recoge el documental una declaración del dueño de un café: “Los judíos tienen su muro de las lamentaciones y nosotros nuestro muro de silencio”. Los realizadores recogen declaraciones antisemitas. Una mujer dice: “No tenéis que buscar los huesos de los judíos, dedicaos a buscar el oro que se llevaron consigo”. Un ex alcalde declara que Dios quiere que no se encuentren las tumbas. Erne se encuentra además con versiones fantásticas, como que la condesa cabalgaba sobre un caballo blanco y disparaba contra los judíos. El cineasta declaró a la radio alemana que la condesa estaba del todo implicada en el mal trato a los judíos: “El castillo era enorme, con establos y oficinas. Desde allí se dirigía la construcción de la fortificación. Pusieron a disposición de los nazis los establos para albergar a los esclavos. Cuando avanzó el Ejército Rojo, todos huyeron”.
La toma del pueblo se produjo unos diez días después de la fiesta en el castillo, que ardió en circunstancias no del todo aclaradas. Una versión acusa a los soviéticos. Otros sostienen que fueron los nazis para borrar huellas. Según todos los indicios, la condesa ayudó a huir al jefe local nazi Podezin y al administrador Oldenburg. Litchfield cita el testimonio de Josi Groh, abogado húngaro de Heini Thyssen, que atribuye a la condesa Margit un “voraz apetito sexual”. Según Litchfield, “hay pruebas de las infidelidades de la condesa, cartas donde se menciona a menudo a Oldenburg y a Podezin. Ella se vio ante la desagradable situación de decidir qué hacer con ellos después de la guerra. El abogado me contó estas cosas. No tengo una declaración jurada, pero lo que decía tiene sentido y coincide con las cartas”. En The Independent sostiene Litchfield que la condesa mantuvo relaciones con Oldenburg y con Podezin. Esto se omite en la versión suavizada del Frankfurter Allgemeine, que convierte la “voracidad sexual” en un “no era de ninguna manera tímida y retraída”, como la caracterizó Heini Thyssen.
El 2 de enero de 1963, el papel de la condesa, que ante la justicia austriaca sólo prestó declaración como testigo, todavía ocupaba a la justicia alemana. Un tribunal de Ludwigsburg pide ayuda en un oficio: “Puesto que Podezin mantiene estrechas relaciones con la condesa Margit, la esposa del propietario en su día del castillo, existe la sospecha de que ayudó a huir a Alemania Occidental tanto a Oldenburg (antiguo administrador de la propiedad) como a Podezin”.
El 13 de mayo de 1963, Oldenburg recibió correo de Podezin. El ex jefe de la Gestapo en Rechnitz le cuenta que está huido porque le amenaza un proceso penal y que intentó escapar a través de El Cairo, pero no lo consiguió. Podezin pide dinero a Oldenburg y Margit para poder huir a Suramérica, y amenaza, si no lo recibe, con recurrir a la prensa “para arrastrarlos por la mierda” y con denunciar “los servicios de delaciones y otras cosas” prestados por la condesa. En noviembre de aquel año se comprobó la presencia en Pretoria (Suráfrica) de Podezin, que llegó allí a través de España. El fiscal sobreseyó por falta de pruebas la acusación contra Oldenburg el 21 de septiembre de 1965. Según algunas versiones, su rastro se perdió en Argentina.
La condesa se refugió en Suiza y se dedicó al cuidado de una famosa cuadra de caballos purasangre que le cedió su hermano Heini. La cuadra Erlenhof en Bad Homburg, al sur de Alemania, había sido propiedad de un industrial judío, Moritz James Oppenheimer, que murió en 1940 tras ser encarcelado por los nazis en 1933. El viejo Thyssen se aprovechó de la situación y compró el criadero que heredó Heini, quien después lo cedió a su hermana. Los purasangres ganaron muchos premios y se cotizaban a precios fabulosos. El 15 de septiembre de 1989, Margit Batthyany-Thyssen murió en Suiza y se llevó a la tumba el secreto de su participación en la orgía de vino y sangre ocurrida en su castillo poco antes del final de la guerra.
Georg Thyssen, de 57 años, declaró al centenario semanario Jews Chronicle que no sabe “si los sucesos terribles de marzo de 1945 son reales y están bien documentados. Tampoco sé nada de la supuesta participación de mi tía. El relato del suceso es verdaderamente horrible e inquietante, quien sea que haya participado en semejante atrocidad”. Christine Batthyany, de 68 años, nuera de la condesa, declaró al mismo periódico: “El relato es falso. Mi suegra nunca hizo nada contra los judíos. Mi suegra era una mujer muy religiosa y piadosa. Nunca habría hecho nada para torturar o maltratar a nadie”.
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