Mi historia personal con D-os y el judaísmo
Enlace Judío México e Israel – Mi historia con D-os o con la idea de D-os es larga. Empezó de niña cuando en el kinder mi mejor amiga llevaba un dije de la virgen María y me explicó que su mamá se lo había dado y le gustaba mucho. Recuerdo no entender qué era y tratar sin éxito de obtener una explicación satisfactoria en mi casa. Al igual que bautizos, primeras comuniones y misas de graduación, a la pregunta ¿y por qué no hacemos eso?, o ¿por qué yo no tuve? La respuesta siempre era la misma “porque somos judíos.” No hablábamos hebreo, no hacíamos bar mitzvot, Kipur era el día en que mi abuelo se escapaba de su casa para comer tranquilo y los primos eran ultra religiosos por no comer pan Pésaj. A mis 15 años yo había entrado a muchas más iglesias que sinagogas y D-os era una especie de tabú en la casa; un mito peligroso en el que otros creían. Sin embargo, yo seguía sintiendo una gran fascinación por el concepto y las historias que había escuchado de la Torá; hasta la fecha el el arte sacro es uno de mis favoritos.
Por azares del destino que aún no entiendo bien por qué, acabé en una prepa católica “el nivel académico” fue la excusa. Y aunque francamente mi educación en matemáticas y ciencias dejó mucho que desear, resultó ser una de las mejores experiencias que pudieron haber pasado en mi vida. Por primera vez tuve la oportunidad de discutir sobre filosofía con personas comprometidas con la práctica religiosa dentro de sus vidas. D-os, la ética, la trascendencia y la espiritualidad fueron mundos que se abrieron como la cueva de Ali Baba para la inquietud intelectual de mi adolescencia y cada oportunidad que tuve de pensarlo y vivirlo con alegría, la tomé. Al punto tal que mis padres asustados me prohibieron entrar al Círculo de Oración y me rogaron que por favor no me volviera católica; y aunque no escuché sus miedos, hubo algo en mí que no terminó de encajar en esos ambientes. Veía la grandeza y la belleza de los rituales católicos, pero no compartía las premisas básicas: no creía en un D-os encarnado, no sentía ninguna familiaridad con la historia de Cristo como tal y realmente no compartía ninguna de las tradiciones; el “somos judíos” había creado su efecto en la historia familiar. Pasaron los tres años y D-os se había quedado en mi vida como una idea hermosa en la que creía a medias y no había terminado de entender realmente. El tema judío seguía abierto.
Ese mismo año conocí a un excelente rabino. Me enamoré profundamente de sus clases y de la forma en que el judaísmo plantea el acercamiento a D-os. Empecé a ir a Shabat a su casa y pronto puse en práctica los principios religiosos que aprendía en clases. En menos de año y medio yo comía kosher, rezaba diario, usaba falda y respetaba Shabat. Lo hacía porque genuinamente creía en ello, nunca había tenido contacto con un mundo tan hermoso como ése y todavía hoy recuerdo muchos momentos de la vida religiosa como los mejores de mi vida; a diferencia de la experiencia con mi prepa, todo encajaba a la perfección y esta versión de D-os era la que más me gustaba. La Torá era una fuente de sabiduría que me hacía ser mejor cada día, que me invitaba a amar el mundo y disfrutarlo como nunca antes lo había logrado.
Pero todo lo bueno dura poco, la inspiración de los momentos espirituales se agotó con el tiempo y el conflicto entre los discursos que aprendía en la universidad y mi visión religiosa fue tan grande que terminé por soltar la Torá y regresar al ateísmo de mi casa. Algo, que no fue nada sencillo y que trajo mucha tristeza a mi vida. Desde entonces siempre quise regresar a la práctica religiosa, tratar de entender qué era lo que había vivido y tratar de integrar una visión más completa de la espiritualidad; cinco años después lo volví a intentar. Me fui a Israel a una midrashá (casa de estudios religiosos para mujeres) y viví en un barrio jaredí (religioso), está vez, iba determinada a que funcionará, pero me encontré con problemas sociales y prejuicios más profundos que en su momento no había observado. Me sentía presa en un lugar al que no pertenecía: mi acercamiento a la Torá era demasiado racional para el medio que me rodeaba y mi amor a la libertad demasiado amenazante. Después de experiencias sumamente desagradables en donde llegue a sentir que me perdía por completo, terminé dejando el lugar y con ello a D-os y a la Torá.
Actualmente el deseo de acercamiento a la espiritualidad sigue vivo en mí, pero ya no quiero llegar a ello a través de las emociones y a través del enamoramiento; quiero acercarme a D-os desde la duda y el encuentro con el mundo planteado como una realidad. Quiero una espiritualidad que sea estable en el tiempo y he descubierto que la racionalidad es uno de los mejores medios que tengo para entablar un diálogo con D-os desde la honestidad y sinceridad con uno mismo, ésta es una comunicación mucho más cercana que la euforia, pues surge desde la madurez y la certeza. Quiero partir de preguntas, no de respuestas dadas.
Últimamente ciertos cuestionamientos y premisas sobre cómo funciona el hombre y la ética me han llevado a creer nuevamente en la Divinidad y a acercarme a la Torá desde directrices muy distintas. La primera pregunta empieza por querer saber dónde existen los valores y si hay un parámetro bajo el cual podemos juzgar las acciones del hombre ¿La ética es un invento humano o un discurso que nace de una respuesta hacia algo real? ¿qué tanto esa realidad no material a la que estamos respondiendo es lo que la Torá llama D-os? Las siguientes son algunas de las preguntas y conclusiones que he tenido, todas son creencias que pueden ser rebatidas, pero que dan la pauta hacia una filosofía de vida.
Fundamentos y cuestionamientos sobre ética
El valor intrínseco del mundo
Aristóteles tiene la premisa de no cuestionar todo aquello que es evidente para el ser humano en la vida. Por ejemplo, él no duda si la realidad material existe o no, desde el momento en que actuamos en ella se vuelve evidente su existencia. Así mismo en la vida todos tenemos encuentros con cosas o momentos que tienen un valor para nosotros por sí mismos, que no son medios sino fines. Dudar de que estas cosas como el amor, la amistad, el desarrollo personal o la belleza en efecto tienen un valor en el mundo en realidad es un tanto redundante pues son cosas a las cuales el hombre responde e inventa discursos para comunicarlas; estas cosas existen por sí mismas dentro del hombre sin el discurso, no a través del discurso mismo. Cuando pienso en la realidad de estos elementos cuyo valor radica en sí mismo, pienso que en efecto la metafísica (todo aquello que existe más allá del mundo físico) tiene presencia y existencia en el mundo que habitamos. D-os al ser la expresión de lo absoluto puede ser sinónimo de la totalidad de aquellas cosas con las que establecemos contacto al hablar de valores intrínsecos.
Además esas cosas son externas al individuo exigen de una relación. El amor, la amistad, la alegría todas requieren de que la persona establezca una relación con cosas externas a sí misma. Acercarse a ellas implica responder a algo ajeno a uno mismo. Lo cual nuevamente me indica la realidad tangible de las mismas fuera de mi pensamiento.
La sacralidad del hombre
El origen de toda ética parte de reconocer el valor intrínseco que existe en el hombre. El actuar ético empieza cuando reconocemos que nuestras acciones pueden dañar al prójimo y que existe un deber moral de controlarlas para no crear un daño innecesario. Sin esta premisa ninguna ética se sostiene; en cierta forma reconocer a la ética como real es reconocer que existe cierta sacralidad en el prójimo que no podemos trasgredir con ligereza. El respeto a esa sacralidad además elimina el pensamiento de una ética utilitaria, el actuar moral se convierte en un fin en sí mismo y no un medio; adquiere existencia independiente a otros fines. El fundamento de toda la Torá es educarnos a establecer un mejor contacto y enseñarnos a relacionarnos con quienes nos rodean.
El mundo metafísico y el mundo material en la Torá
Finalmente el judaísmo propone que tanto el mundo material como el mundo espiritual son manejados por el mismo D-os que es absoluto. Es decir, que las realidades metafísicas (la ética) tienen existencia en este mundo tan presente como la realidad material; es más que el fin de la realidad material es la ética, como se demuestra en los pasajes de Noé. Eso al mismo tiempo abre la puerta de la trascendencia en el hombre a un camino hacia una vida espiritual.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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