Enlace Judío – Vaya curiosidad: el más complicado reto político que ha enfrentado Naftali Bennett como primer ministro, no es una guerra que se esté librando en Israel, sino muchos kilómetros al norte. Supongo que esto, en alguna medida, lo tomó por sorpresa. Incluso supongo que ningún político israelí se habría imaginado semejante situación.
Los vínculos de Israel con el mundo que en otras épocas se definió como “soviético” son complejos. Es bien sabido que las relaciones con los líderes políticos de la era socialista fueron entre malas y pésimas, y por ello Israel terminó por formar una parte medular del bloque político y económico aliado de los Estados Unidos.
Pero eso solo era una cara del asunto. Por otro lado, todo el territorio que actualmente abarca a Rusia, Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos, representa una entrañable etapa en el desarrollo del judaísmo de Europa del Este, especialmente el jasídico. Son los lugares en donde nacieron la mayoría de los abuelos o bisabuelos de todos los judíos ashkenazíes que hoy tienen entre 50 y 70 años de edad. Y, como bien sabemos, a los judíos nos da por ser nostálgicos y mantener un vínculo sentimental con países que ni siquiera conocemos, pero que son parte de nuestra historia. ¿Cuántas veces has escuchado a un judío decir “soy lituano”, “soy ruso” o “soy ucraniano”, cuando en realidad nacieron en Buenos Aires, la Ciudad de México o Miami y en la vida se han parado por un lugar europeo más al este de Múnich?
Por ello, en términos estrictamente emocionales, es difícil imaginar a quién pueda preferir el pueblo judío: si a Rusia o a Ucrania (o a Polonia, o a Hungría o a Turquía).
Por supuesto, una cosa es amar la vieja Rusia y otra muy distinta es lo que se pueda sentir hacia sus políticos corruptos y generalmente antisemitas. El pueblo judío tiene demasiada experiencia con la vida como para saber diferenciar a Rusia de los cosacos o del zar. O de Stalin o de Putin.
Eso determina que, en lo general, todo el pueblo judío y toda la sociedad israelí se haya puesto del lado de Ucrania en el marco del conflicto que hoy protagoniza con Rusia. Y es que no hay mucho hacia donde moverse: el gobierno de Putin dio una demostración pavorosa de criminalidad, arbitrariedad, salvajismo y barbarie. Así que por mucho amor que se le tenga a la añeja Rusia y a su riquísima cultura, no hay modo de defender lo que hoy hace el gobierno ruso y su ejército en las ciudades ucranianas.
Pero un viejo dicho mexicano dice que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Y aplica perfectamente en este caso para lo que es la política.
Dice también un viejo dicho —más universal, además— que en política no hay amigos ni enemigos, sino solo intereses. Y, en ese caso, la situación de Israel es más complicada y difícil de definir a rajatabla.
Desde la caída de la Unión Soviética, Israel y Rusia normalizaron relaciones poco a poco. Había una fricción implícita y heredada desde la Guerra Fría, pero en los 90 se llegó a una singular estabilidad en la que no había mucho amor de uno hacia el otro, pero tampoco ganas de fastidiarse.
Lo que vino a cambiarlo todo fue la era de Barack Obama. Su descarada política anti-israelí, mezclada con su idea de que Estados Unidos debía replegarse en el Medio Oriente, provocó un vacío de poder que, de manera natural y de forma inmediata, fue llenado por la influencia rusa. Y es que era obvio —y un pésimo cálculo por parte de Obama—: todo espacio abandonado por los estadounidenses sería inmediatamente acaparado por los rusos. Así, la aproximación entre Jerusalén y Moscú empezó a crecer; discreta, pero efectivamente.
Esos avances los pudimos constatar ya en el marco de la guerra civil en Siria, especialmente a partir de que Rusia comenzó a tomar parte activa en la defensa de Bashar el Assad, e incluso en los ataques contra sus enemigos. Para ese momento, Israel ya había atacado muchas instalaciones sirias, destruido muchos depósitos o cargamentos de armas para Hezbolá y eliminado a muchos combatientes sirios, libaneses e iraníes. En ese momento se habló de que ahora sí, con Rusia involucrado en el conflicto, Israel ya no podría hacer nada.
Pero no fue así. Israel siguió atacando siempre que quiso, y en donde quiso, y cuantas veces quiso. Rusia ni siquiera le llamó la atención.
¿Por qué? Porque el acercamiento entre Israel y Rusia había alcanzado niveles insospechados, que apenas hasta ese momento se hicieron evidentes.
Y tiene lógica: Rusia no se involucró en la guerra en Siria porque tuviese afinidades ideológicas con Irán, ni siquiera porque hubiese objetivos geopolíticos en común. Lo hizo por dinero. La economía rusa no estaba bien, e ingresos extras no le caían nada mal; e Irán estaba dispuesto a gastar todo lo necesario con tal de mantener a Bashar el Assad en el poder.
En su momento lo señalé: lo que nos mostraría si Rusia sólo tenía intereses económicos o no, sería el alcance de su participación en esa guerra civil. Si daba el suficiente apoyo para que Assad ganara la guerra, sería evidente que había un vínculo más profundo entre Rusia e Irán. Pero si solo se encargaba de que Assad no perdiera y, con ello, prolongaba la guerra indefinidamente, sería evidente que sólo estaba involucrado allí por dinero.
Lo que sucedió fue lo segundo: Assad sigue sin ganar esa guerra, si bien ahora está en su más baja intensidad. Pero está claro que la participación rusa apenas fue para darle oxígeno al dictador, prolongar el conflicto indefinidamente y seguir cobrándole a Irán por sus incompletos pero indispensables servicios.
¿Por qué? ¿Por qué no invertir en el triunfo definitivo de Assad? Porque Rusia tuvo muy claro desde hace casi diez años que el eje Irán-Siria-Líbano es un buen cliente, pero no un buen socio. Todos dependen de Irán y el de los ayatolas es un régimen quebrado, sentenciado a la desgracia en el mediano plazo. Por eso a los rusos les quedaba claro que el verdadero negocio no eran esos países, sino sus contrincantes en el Medio Oriente: Israel, Arabia Saudita y los demás países, reinos o emiratos sunitas.
Por eso fue que Rusia no interfirió en los operativos israelíes en Siria. En realidad, la amistad con Israel era algo que se debía cultivar.
Israel, por supuesto, no opuso resistencias a ese coqueteo. Dejó que el acercamiento con Rusia fluyera. A fin de cuentas, ante una administración Obama que lo desdeñaba, la mejor alternativa no era pelearse con Rusia, sino construir relaciones comerciales a mediano y largo plazo.
Las cosas cambiaron con Trump, pero no demasiado. La nueva política exterior estadounidense no se convirtió en un estorbo para las relaciones ruso-israelíes y, en cambio, tanto Estados Unidos como sus viejos aliados del Medio Oriente se enfocaron en sacarle provecho a una situación provocada sin quererlo por las imprudencias de Obama: el acercamiento entre Israel y los países árabes. Algo que, a fin de cuentas, también le convenía a Rusia: si Israel es, a mediano y largo plazo, mejor socio que Irán, Israel y los demás países árabes son todavía una alternativa más atractiva.
Por eso, el conflicto entre Rusia y Ucrania puso en una situación difícil no solo a Israel, sino a todo el bloque anti-iraní de Medio Oriente. Incluso, en la primera votación en contra de Rusia que se celebró en el Consejo de Seguridad de la ONU, los Emiratos Árabes Unidos se abstuvieron en vez de votar contra Rusia.
La postura de la sociedad israelí fue clara y contundente desde el principio, apoyando a Ucrania y rechazando tajantemente la criminal conducta de Rusia.
Pero el gobierno optó por ir más lento, al grado que Bennett hizo un viaje a Moscú para hablar directamente con Putin y, de ese modo, hacer de Israel un intermediario con amplias posibilidades de comunicarse con los bandos en conflicto. Algo que no es sencillo para otros países como Francia o Alemania.
Después de entrevistarse con Putin, Bennett sostuvo por lo menos tres llamadas telefónicas directas con Volodimir Zelensky y viajó a Alemania para entrevistarse con el canciller Scholz.
Es decir, que no se le puede acusar a Bennett de mantenerse inútil o inactivo. Al contrario: está aprovechando ese acercamiento con Rusia para tratar de mediar en un conflicto complejo, que cada vez deja a Ucrania más destruida, pero que también está acercando a Rusia a una catástrofe militar. A como van las cosas, es probable que esta se convierta en la guerra peor organizada de la historia.
Y ahí es donde la cosa se ha complicado más de lo esperado.
Rusia no quiso pelearse con Israel en otras épocas porque vio en el Estado judío a un buen socio potencial para, más adelante, hacer buenos negocios.
Pero ¿puede Israel ver eso mismo en la Rusia actual?
Lo único que podemos tener por seguro de esta guerra, es que Rusia se va a convertir en un país pobre por los próximos diez años, por lo menos. Los costos de invadir un país ya son altos de por sí y Rusia no tenía una economía boyante, por cierto. Se calcula que el puro costo militar normal para el Kremlin es de 20 mil millones de dólares diarios. Y es que —repito— no es cualquier cosa movilizar a un ejército invasor.
Por eso el cálculo original de Putin es que esta guerra se tenía que ganar en tres o cuatro días, cosa que no sucedió. Al contrario: Rusia se empantanó en un conflicto que está destruyendo a Ucrania, pero que no la está rindiendo. Eso le complica las finanzas a Putin en varios sentidos. Uno, que cada día que pasa son otros 20 mil millones de dólares; dos, que además está todo el armamento que se pierde, ya sea porque los ucranianos lo destruyen, o porque lo confiscan; tres, porque al final del cuento Rusia será obligada a pagar una indemnización de miedo; y cuatro, porque la sanciones económicas —que han llegado a un nivel que Putin jamás calculó o imaginó— están teniendo un efecto terrible en la economía rusa y en los próximos meses se van a convertir en un efecto devastador.
Conclusión: Rusia ya no es un mercado atractivo para Israel, ni a mediano ni a largo plazo. Vamos, no solo para Israel, sino para el resto del mundo.
Tal vez vaya siendo hora de que Israel se aleje de Rusia y comience a reforzar sus vínculos con Ucrania. Claro, este no es un país que vaya a salir muy bien librado del conflicto, porque está siendo salvajemente destruido por un ejército ruso desesperado que sabe que ya no puede ganar, pero que no se quiere salir del conflicto sin presumir que logró algo (aunque sea cometer crímenes de guerra).
Sin embargo, a Ucrania lo va a apoyar todo el mundo occidental. Le van a obsequiar la posibilidad de reconstruirse. La van a convertir en un Estado moderno en todo sentido y la van a integrar a la Unión Europea y a la OTAN. Es decir, el proceso de reconstrucción de Ucrania va a ser más sencillo, más rápido y más efectivo y eficiente que el ruso.
Será en estos dos o tres años siguientes que veamos qué tan hábil es Bennett para cuidar y hacer prosperar los intereses de Israel.
Está empezando su prueba de fuego.
Ahora sí nos vamos a enterar de qué está hecho el nuevo primer ministro israelí.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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