Enlace Judío – No hay en el infierno mayor furia que la de un dictador a quien no se toma en serio. Nos hemos reído demasiado a menudo de las fotos de Vladimir Putin en poses de hombre de acción, desnudo hasta la cintura mientras pesca, flexionando sus pectorales a caballo o desarrollando otras actividades varoniles en la naturaleza. En las democracias occidentales es muy difícil tomar en serio estas posturas.
SIR ANTONY BEEVOR
Sin embargo, fue un error grave haber subestimado las amenazas que representaban. Los rusos no deben haber estado tan ciegos ante tales amenazas para ellos mismos, pues hay muchos ejemplos en su historia de semejante error fatal. Tal vez el más llamativo sea la forma en que León Trotsky y otros intelectuales bolcheviques subestimaron a José Stalin como simple gangster georgiano con marcas de viruela hasta que fue demasiado tarde.
Putin no es otro Stalin, pero ha conseguido, a través de la propaganda y el sistema educativo, cambiar espectacularmente la opinión rusa en los últimos cinco años, duplicando la proporción de quienes consideran a Stalin un gran líder hasta alcanzar el 56%. Esto convenció a Putin de la necesidad de proyectarse también como un líder fuerte. Y “fuerte” en la historia rusa significa implacable. Sin embargo, categorizar a Putin simplemente como bolchevique renacido estaría muy lejos de la realidad.
En su extraño y farragoso discurso de la semana pasada, inmediatamente antes de su declaración de guerra a Ucrania, la ira de Putin contra Lenin quedó muy clara. Culpó al líder bolchevique por haber introducido en la constitución de la URSS la idea de que las repúblicas nacionales eran todas iguales. Esto, según Putin, “plantó en los cimientos de nuestro Estado la más peligrosa bomba de tiempo, que explotó en el momento en que desapareció el mecanismo de seguridad proporcionado por el papel de mando del Partido Comunista Soviético y el propio partido se derrumbó desde adentro”. Así, en su oportunidad, el exceso de confianza de Lenin en la revolución mundial permitió a Ucrania conquistar su independencia en 1991, cuando se desmoronó la URSS. Este fue el acontecimiento que dio lugar al famoso lamento de Putin en cuanto a que el colapso de la Unión Soviética fue la mayor tragedia geopolítica del siglo XX.
Putin se ha convencido de que una identidad ucraniana separada es totalmente artificial porque el país forma parte intrínseca del “mismo espacio histórico y espiritual” que Rusia. Somos un “único pueblo”, declara. El hecho es que vive en un mundo de loca fantasía de pasado imperial cuando declara que “se está creando una anti-Rusia hostil en nuestras tierras históricas”. En su opinión, ninguna población del antiguo imperio zarista tiene derecho a seguir su propio camino.
La otra creencia de Putin, por la que Occidente tiene gran parte de culpa, proviene de las precipitadas ambiciones de Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea en la primera década del milenio de promover la democracia en todas partes. Fue una cruzada peligrosamente ingenua.
Putin también vio que una Ucrania democrática e independiente, incluso corrupta en aquel entonces, se convertiría en una amenaza para su propio régimen cleptocrático y cada vez más dictatorial. Para él era una traición a Rusia que Ucrania deseara formar parte de la Unión Europea. También siguió amargamente resentido con los ex satélites soviéticos que para garantizar su libertad se unieron a la OTAN. Vio la creciente expansión de la OTAN hacia el este a partir de 1999 como una amenaza deliberada orientada a Rusia. Esto pasó a formar parte de ese atávico miedo ruso al cerco y a la idea de que el mundo entero está en su contra.
Putin sencillamente está siguiendo la política estalinista del siglo pasado. “No tenemos intención de ocupar Ucrania”, afirmó al declarar la guerra. Puede que todavía siga insistiendo en que no tiene planes de incorporar Ucrania a Rusia, pero es casi seguro que adoptará el modo de operar de Stalin en 1945, cuando el Ejército Rojo arrasó Europa central.
Al igual que Stalin, Putin intenta instalar su propio gobierno títere de traidores en Kiev. Uno puede estar seguro de que las fuerzas especiales rusas y de inteligencia tienen listas de ucranianos a los que quieren eliminar de una forma u otra para que el país se convierta en un Estado satélite, como lo fueron los países de Europa central en 1945. No es la historia lo que se repite. En vez de eso, todos los países son, hasta cierto punto, prisioneros de su pasado. Pero Rusia, más que cualquier otro Estado nación, padece la forma en que sus líderes tienden a atrapar al país, así como a las víctimas vecinas, en un ciclo trágicamente repetitivo.
La invasión de Ucrania por parte de Putin reveló finalmente hasta qué punto ha crecido la rabia de éste estando rodeado por una banda de aduladores del Kremlin. Fue revelador que su fobia a contagiarse de Covid19 lo llevara a un aislamiento aún mayor, sin permitir que se le acercase nadie externo. Su comportamiento cada vez más irracional y sus monólogos divagantes, que claramente avergonzaron a su propio Consejo de Seguridad en la trasmisión justo antes de que comenzara la invasión de Ucrania, plantean una posibilidad aterradora. Un Putin enfurecido es una bestia muy peligrosa que puede extender su guerra contra Ucrania a los países bálticos y más allá. Es un dictador inestable con el mayor arsenal de armas nucleares del mundo, pero ¿quién puede frenarlo?
Publicado en Clarín
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