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jueves 21 de noviembre de 2024

Adam también es nombre de mujer

Enlace Judío México e Israel- El primer nombre que se otorga a un ser vivo en la historia de la humanidad creada es de mujer: Javvah (Jawwah, Khavvah, Chavvah, incluso Havva, dependiendo de las transcripciones), luego destilado en “Eva” más allá de los márgenes semíticos.

ABNER ANDRÉS MONTERO

No está muy claro cómo Javvah acabó siendo Eva fuera del pueblo judío. Da la sensación de que se trata de otra mujer, que ha perdido su raíz etimológica. Las raíces en la lengua hebrea son tan importantes como las raíces del pueblo. Javvah no adopta esa forma por casualidad, sino por ser engendrada con una marcada semántica muy particular.

Javvah se transforma en Eva probablemente a partir de la Septuaginta. Es la traducción de la Torah, iniciada en el siglo III antes de la era común, desde el hebreo original, salpimentado con un mínimo de arameo, hacia el griego koiné. Esa traducción era una manera de llevar la Torah a las comunidades judías helenizadas fuera, propiamente, de Jerusalem. En la Septuaginta se emplean dos formas, no tanto para traducir como transfigurar, el nombre Javvah en las únicas ocasiones en que la menciona la Torah: en Bereshit 3:20 la Septuaginta utiliza Zoí; y en Bereshit 4:1 se recurre a Évan, declinación en acusativo singular de Eva.

“Eva” es la letra, pero Javvah es la música

La primera de las palabras que utiliza la Septuaginta para presentar a Javvah, Zoí, deriva del griego Zo, que significa “vida” (de ahí vendrá luego el familiar término “zoo” como reunión de animales con vida). Es la más fiel, etimológicamente, al hebreo, pues Javvah está radicalmente emparentada con jay, vivir o vivo/a. Sin embargo, la segunda, Eva, es, probablemente, una palabra inventada. Incluso en caracteres de la lengua griega se escribe gráficamente así, Eva, pero su transliteración es heya y su pronunciación algo así como “hiwa“, ambas mucho más similares al original hebreo Javvah.

Podríamos sospechar, entonces, que los redactores de la Septuaginta construyeron, para la segunda referencia a Javvah, un vocablo que sonara, fonéticamente, parecido al hebreo, aunque se escribiera como se escribiera. Resultó que esa segunda escritura, la grafía en griego “Eva“, fue la que acabó volcándose en muchas de las lenguas vernáculas europeas, e instalándose como nombre de la primera mujer en el cristianismo.

De este modo, la palabra Eva, que en inglés o en francés es Eve, o en alemán, italiano, húngaro, islandés e incluso ucraniano (Єва, Yeva) sigue siendo Eva, es la música desafinada del pentagrama de la Septuaginta. Aquellos traductores pretendieron ponérselo fácil al judío helenizado que no fuera hebreo parlante, dándole una palabra con dicción fonética similar al original de la Torah. No contaron con que los caprichos de la historia llevarían a las sucesivas generaciones a quedarse con la transliteración del koiné Eva, y no con su fonética. Esta deformación no parece un asunto netamente cristiano, aunque luego fuera adoptada por las traducciones a lenguas europeas (por ejemplo, la biblia alemana de Lutero) de lo que se llamó Antiguo Testamento. No lo parece porque la referencia antigua de la biblia cristiana está en la Vulgata en latín, que respetó el original hebreo llamando Hava a nuestra Javvah.

El primer nombre personal de un ser vivo es de mujer

Como quiera que fuese, Javvah es el primer nombre otorgado a un ser viviente en la Torah. Popularmente se ha extendido la suposición, errónea, de que los primeros humanos se llamaron Javvah (Eva) y Adam. No fue así. Aunque luego acabara siendo un nombre otorgado a personas, Adam no es en la Torah un nombre personal, sino la denominación de toda una especie: los humanos son, en su conjunto, Adam, como ya hemos consignado previamente una palabra vinculada, en su raíz hebrea, a la sangre y a la tierra.

Por el nombre somos conocidos y reconocidos. Ese constructo verbal siempre ha sido un pilar existencial identitario de las culturas semíticas en general, del pueblo judío en particular. Ancestralmente, cada nombre otorgado a una criatura humana de raigambre semítica ha tenido su significado identitario. Incluso ha pretendido ser prescriptivo, definiendo el papel que se esperaba que esa persona a quien se le daba nombre representara en su familia, en su comunidad, en su pueblo. Avram pasaría de ser una alusión a la grandeza de Hashem a renombrarse en Avraham, padre de las multitudes o del pueblo; Moshé será el salvado; y Noaj quien aporte el consuelo o el descanso.

Por tanto, que el primer nombre personal en la Torah sea Javvah, una palabra enraizada con “vida”, para caracterizar a un ser humano, y que ese conjunto de ser viviente y etimología recaiga en una mujer es del todo menos casual en la poética de la palabra de Hashem. Después llegarían Qayin (Caín), la “posesión” o “adquisición”; y su hermano Hevel (Abel), el que aportaría el “respiro” que se hace a través de los labios. Y tras ellos todos los nombres propios que habitan el Tanaj.

Adam varón, Adam hembra

Además de ser el nombre personal precedente a todos los demás en el Tanaj y de recaer en una mujer, Javvah nos sugiere otras dos peculiaridades que abundan en su singularidad, que la convierten en una de esas palabras crípticas con las que Hashem envuelve sus misterios. Por un lado, su filología, su semántica, llevan embebidas el concepto de vida. Por otro, Hashem no asignó ese nombre de Javvah a la mujer, sino que fue el propio ser humano, Adam. De hecho, el primer nombre personal que confiere Hashem a un ser viviente es a Avram, cuando se lo cambia hacia Avraham, ya en Bereshit 17:5.

Al ser humano le había concedido Hashem la prerrogativa de dar nombre a todos los seres vivos (Bereshit 2:19). No es Hashem quien nombra, sino el hombre, pero el hombre entendido como especie humana y no como varón. Adam es el humano hecho a imagen y semejanza de Hashem como macho (zajar) y como hembra (neqevah). Aquello que es creado por Hashem es el adam zajar y el adam neqevah, ambos una sola especie humana, ambos adam.

Entonces es cuando ocurre una de esas paradojas que son inherentes a los arcanos del Bereshit. Divergencias sólo aparentes en la superficie. Realidades desdobladas a la vista, como si fueran universos paralelos. Igual que cuando Hashem piensa en “hacer” (asah) al ser humano y luego lo “crea” de la nada con el verbo bará en Bereshit 1, mientras, en una realidad paralela, lo forma o modela (yitzer) desde el sustrato de la tierra en Bereshit 2. Del mismo modo sucede en lo relativo a la mujer. Es el ser humano adam, no el macho ni la hembra, sino adam, la especie humana, el que le atribuye nombre a la mujer. Y no lo hace una vez, sino dos, de maneras intersectadas pero distintas.

Madre de todas las vidas

El enigma de la criatura humana a la luz del Bereshit está por dilucidar. Y eso que está escrito con palabras con aspecto exterior sencillo. Sin embargo, el relato posee una arquitectura diseñada de tal manera que, a pesar de dejar ver partes del edificio, nunca se acaba de distinguir la forma completa. En lo tocante al nombre personal de la mujer, por ejemplo. Es nombrada por adam de una manera, para a continuación hacerlo de otra. En Bereshit 2:23 adam la proclama (con el verbo yaqará) Ishá, que suele traducirse por mujer, porque del Ish (varón) fue tomada (laqajah), como si fuera un esqueje. La propia especie adam se despliega en dos, el varón y la mujer. Autorreplicándose pero sin dividirse, como un fractal.

En Bereshit 3:20 de nuevo por adam será nombrada (otra vez con yaqará, para que no haya dudas) ya con el nombre (shem) Javvah, porque ella <<será la madre de todas las vidas>> (haytah em kol-hayá). La especie humana, los adam, se desenrollan sobre sí mismos para mostrar que son varón y mujer, como una flor que brotara en primavera. De inmediato, adoptan un nombre personal para la porción de esa especie llamada a engendrar la vida. Y no cualquier vida, sino todas las vidas.

Aquí la semántica de Bereshit es explosivamente bella. Además de mujer, en hebreo Javvah significa “granja”, aquel lugar donde se reúne la vida para ser criada y dar frutos. Como hemos dicho, Javvah conlleva léxicamente la raíz de la vida (jay). Justamente, jayim es una de las maneras que dispone el hebreo de decir “animales”, que son los ba’ley jayim, los dueños de vida. Pero, como ba’l también es una de las palabras para decir “esposo”, metafóricamente el “esposo de las vidas” sería, precisamente, el esposo de Javvah. Ya no tenemos a la mujer de sujeto pasivo en referencia al varón, sino al varón como referenciándose a la mujer.

La mujer es el verbo que conjuga la experiencia vital

Javvah es también en hebreo el verbo de vivir la experiencia, de experimentar. No sólo es la gestora de todas las vidas, sino quien sustancia la acción verbal para canalizar las experiencias de esas vidas.

De esta suerte, Bereshit nos compone en hebreo un mapa de la naturaleza humana. Los adam como una especie vinculada por sangre a la tierra, desde la que fue moldeada por el viento de vida (ruaj) de Hashem. Desplegada, como un díptico, sin separarse ni romperse, en una función creadora de vida. Javvah es madre de todas las vidas porque, desde la tierra que la conforma, es cordón umbilical de todos los seres vivientes. Es la ishah, que lleva en su vientre léxico al ish. Es Javvah, que lleva en su matriz la jay de los jayim. Hashem indujo en adam la madre de las vidas, y le acreditó para proclamarla con nombre la primera de entre todas las criaturas. Para que las vidas conocieran quién es su madre.

Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío

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