Juntos venceremos
martes 05 de noviembre de 2024

La Ley y la Libertad

Enlace Judío – Un detalle aparentemente paradójico en el relato del Éxodo es que el pueblo de Israel es liberado de la servidumbre en Egipto, para entonces lanzarse a un viaje en el desierto que lo llevará hasta el Monte Sinai, donde recibirá la Torá. Una Ley. ¿Para eso somos liberados de nuestras ataduras? ¿Para someternos a una nueva obligación?

Para entender los parámetros correctos de la relación entre libertad y ley, es preciso entender primero de dónde sale el pueblo de Israel. Es decir, de qué tipo de sociedad. Y para ello, es necesario entender de qué se tratan las plagas que azotaron Egipto.

Generalmente, nos quedamos con la idea rápida y simplona de que fueron juicios de D-os, consecuencia de la dureza del corazón del faraón.

Pero no. Son más que eso: son la forma en la que el texto bíblico nos habla de una sociedad en crisis.

Hay que tener presente que la narración bíblica es muy compacta. No se toma la molestia de especificar cuánto tiempo duró cada plaga, y menos aún si las secuelas de unas todavía se resentían cuando otras ya estaban activas. Una lectura rápida nos puede causar la impresión de que todo ocurrió relativamente rápido. Y es lógico: en el texto, apenas estamos hablando de dos capítulos.

Pero ciertos detalles nos ponen frente a una posibilidad muy distinta. Por ejemplo, las primeras seis plagas son el agua del Nilo convertida en sangre, las ranas, los piojos, las moscas, la peste en el ganado y úlceras.

Todo eso no es otra cosa sino una severa crisis sanitaria provocada por una alteración ambiental. De hecho, resulta demasiado sugerente que todo lo relacionemos con la contaminación ambiental. Y es que ¿qué otra cosa es el Nilo convertido en sangre, sino eso? Si arruinas un ecosistema, es obvio que la fauna que vive allí va a entrar en un descontrol absoluto, y por eso tiene lógica que la siguiente plaga sea la de las ranas. Pero, por supuesto, una fauna fuera de su ecosistema no puede sobrevivir, y las ranas finalmente mueren. Eso traerá, inevitablemente, una invasión de insectos, y de eso se tratan los piojos y las moscas. Ante semejante cuadro de insalubridad generalizada, no tiene nada de raro que se enfermen todos: desde el ganado hasta las personas.

Por supuesto, el relato se nos presenta de un modo muy esquemático, y es natural. Así es la prosa antigua. A nosotros nos toca tratar de imaginar de un modo verosímil cómo pudieron ocurrir los acontecimientos.

Luego vienen dos plagas que son, básicamente, catástrofes naturales: la lluvia de granizo y la plaga de langostas.

Vamos a decirlo de este modo: ese tipo de calamidades pueden ocurrir en cualquier momento. Si gustas, agrega a la lista todas las desgracias provocadas porque la naturaleza es como es: terremotos, volcanes, sequías, inundaciones, etcétera.

El problema no es que todo eso ocurra. Ha ocurrido, ocurre y seguirá ocurriendo. El problema es que una sociedad no esté preparada para enfrentarlo, y sea altamente vulnerable.

Bueno, para eso se supone que tenemos al gobierno. Para tomar previsiones, tener protocolos de reacción mientras dura la crisis, y tener planes de reconstrucción después de que todo ha vuelto a cierta normalidad.

Y aquí es donde está el detalle crítico: ¿Qué tipo de gobierno tenían los egipcios en ese momento?

El faraón que nos presenta la Biblia no era, ni por error, un gobernante eficiente. Los rasgos más evidentes que nos menciona el texto, de manera explícita, es que se trata de alguien que no escucha y que con demasiada facilidad “endurece su corazón”. Se trata, entonces, de alguien insensible a lo que vive su propia población. La primera medida que toma es endurecer el trato a los israelitas, bajo la lógica de que “si están pidiendo que los deje salir a adorar a su D-os en el desierto, será porque tienen demasiado tiempo libre”.

Es la lógica del tirano: la vida de los demás le pertenece, y su control se debe extender a todo, incluso a los aspectos subjetivos o recreativos de la persona (como eso de a qué le vas a dedicar tu tiempo libre; será el tirano el que lo decida).

La historia ha demostrado contundentemente que este tipo de rasgos son propios de los gobernantes ineficientes. Su autoritarismo puede parecer muy eficaz en ciertos momentos, pero el descontento social tarde o temprano va a explotar.

Así comienza el Éxodo: con descontento social. Por eso dice la Torá que D-os envió a Moisés porque había escuchado el clamor de los hijos de Israel.

Pero las plagas nos dejan ver una nueva dimensión en la ineficiencia del faraón. No sólo es que esclaviza a la gente, o que se siente dueño hasta del tiempo libre de sus súbditos. Es que además hay un problema ambiental que no ha sido atendido, y que se convierte en la gota que derrama el vaso. En medio de sus controversias con un grupo que se siente profundamente descontento —los israelitas—, el delicado balance se rompe porque una crisis ecológica se magnifica, y termina por convertirse en una crisis sanitaria. Antes de que el faraón alcance a reaccionar, ya no sólo está en conflicto con una clase social explotada, sino que el país se ha contaminado, los ganados y la gente han enfermado, y entonces llegan, además, las catástrofes naturales.

Y Egipto no está listo para enfrentar eso, por lo que el saldo es desastroso.

La siguiente plaga es la de oscuridad. Puede interpretarse de muchas maneras, y me parece que lo más obvio es que representa a una sociedad que no tiene esperanza. Pero es que es obvio: con semejante inepto como gobernante, la única alternativa que le queda a los egipcios es ese callejón sin salida que es la desesperación. ¿Por qué no habrían de ahogarse en ella, si ya han visto en todas las ocasiones anteriores —es decir, durante mucho tiempo— que su líder siempre reacciona mal, siempre toma malas decisiones, siempre lo empeora todo?

La de Egipto es la oscuridad de un pueblo que ya no puede confiar en sus gobernantes. ¿Qué puede seguir después de eso? La anarquía, la violencia desmedida, el descontrol absoluto de todo lo que pasa.

Y por eso, los jóvenes empiezan a morir.

El mayor colapso posible de una sociedad es cuando se vuelve normal que los padres entierren a sus hijos. Es el síntoma definitivo del fracaso absoluto del gobierno.

Es, en otras palabras, el resultado de vivir sin ley.

Y es que ¿de qué ley podemos hablar, si todas las decisiones están supeditadas al capricho del gobernante? La figura todopoderosa del faraón implica que, en principio, la única ley es él; pero al final, se hace evidente que ese poder absoluto es, en realidad, una terrible fragilidad que no sólo afecta al monarca, sino que se lleva entre los pies a toda la nación.

Lo último que va a intentar este gobernante desquiciado es un operativo bélico. Sacará a sus tropas para perseguir a los israelitas. O, si se trata de decirlo en términos modernos, militarizará al país.

El relato del Éxodo nos retrata, de ese modo, los pasos en la decadencia de una nación: la llegada de un gobierno inepto e insensible, la explotación laboral y económica que provoca el descontento social, el frágil equilibrio que se rompe cuando el medio ambiente —siempre maltratado y agredido— pierde su propio balance, la crisis sanitaria que afecta al ganado y al ser humano, y el remate provocado por las catástrofes naturales que siempre están a la orden del día.

Ante todo esto, el gobierno es incapaz de reaccionar adecuadamente, y entonces el pueblo entero cae primero en la desesperanza, y luego en la violencia.

¿Solución? Militarizar.

Pero la solución del faraón termina ahogada en el Mar de los Juncos (o Mar Rojo). Y es que desde hace mucho que el monarca autoritario se ha metido en un callejón sin salida. Era mera cuestión de tiempo para que chocara con la pared final.

Los israelitas, en contraste, desde un principio han decidido no ser parte de ello. Han decidido llevar un modo de vida distinto, y eso es acaso lo más subversivo de todo: allí donde no hay ley, ellos empiezan a prepararse para eso que hoy llamaríamos un “estado de derecho” u “orden constitucional”. Por eso, cuando llega la oscuridad —la desesperanza anárquica—, ellos tienen luz. Y cuando la violencia empieza a consumir a la juventud del país, ellos están seguros. Sus hijos se mantienen vivos, y su sociedad tiene futuro.

Todo esto es lo que le da sentido al viaje hacia el desierto en el que Israel va a recibir una Ley, la Torá.

Es lógico que al principio el pueblo entero no se da cuenta de que se dirige hacia eso, pero su pura actitud subversiva lo vuelve inevitable. ¿Por qué? Porque se han rebelado contra el faraón que mantiene a su pueblo sin ley; luego entonces, han sentado las bases para recibir una Ley. Han comenzado ese camino que los llevará a comprender que siempre será mejor vivir sujetos a normas funcionales y, sobre todo, a grandes ideales morales y éticos. Justo todo lo contrario a lo que vivieron y conocieron en Egipto, y que fue lo que marcó el fracaso y la debacle del faraón.

Más allá de la trillada frase de que el Éxodo es una historia que nos enseña el valor de la libertad, este es el reto que el texto bíblico nos pone frente a las narices: comprender, valorar y poner en práctica eso que hoy llamamos estado de derecho. Ser gente de leyes y de buenas costumbres, que a fin de cuentas, eso y no otra cosa es la libertad. Ser sensibles a la opinión de los que sufren, de los vulnerables. Cuidar el medio ambiente. Estar preparados para las catástrofes naturales, porque van a llegar en algún momento. Mantener viva la luz, es decir, la esperanza; pero no por medio de un discurso hueco o protocolario, sino por medio de una sociedad que se está cuidando, que entiende sus responsabilidades, que está comprometida con su futuro. Y, sobre todo, cuidar a sus jóvenes.

Todo eso sólo se vuelve posible alrededor del concepto de Ley.

Y todo eso es lo que le da sentido a nuestro anhelo de libertad.

 


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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