Enlace Judío – “Me imagino que una de las razones por las que la gente se aferra a sus odios tan obstinadamente”, escribía el gran autor norteamericano James Baldwin, “es porque sienten que una vez que el odio desaparezca, se verán forzados a lidiar con el dolor”.
A través de su obra, Baldwin vuelve una y otra vez a la tensión entre el odio, la rabia y el dolor. En As Much Truth as One Can Bear, su brillante ensayo sobre el rol de los novelistas en el Estados Unidos de la posguerra, Baldwin habla sobre una concepción de la historia en la que “palabras son usadas para cubrir al dormido, para no despertarlo”. De acuerdo con él, estas palabras terminan creando “una adulación que tiene raíz en el pánico”.
Siempre vale la pena revisar las palabras de Baldwin, pero es especialmente adecuado durante estos días del calendario. En un lapso de diez días se contraponen dos de las fechas con mayor significado para los proyectos nacionales de Israel y Palestina: por un lado, en Iom Haatzmaut, los israelíes celebran la culminación del proyecto sionista con la obtención de una nación judía después de dos mil años de persecución y la improbable victoria en la guerra de Independencia contra sus vecinos árabes. Por el otro lado, los palestinos conmemoran el Nakba, el éxodo voluntario y forzado de 700,000 árabes palestinos durante la misma guerra de Independencia en 1948.
Iom Hatzmaut y el Nakba son dos caras de la misma moneda. Representan dos experiencias distintas de un mismo suceso histórico. Y no sólo de cualquier suceso histórico, sino que son el parteaguas del conflicto moderno entre el pueblo israelí y el pueblo palestino. Fue en ese momento cuando se consolidaron las relaciones de poder que han determinado las trayectorias de ambos pueblos hasta la actualidad.
La narrativa de ese suceso, de ese mito fundacional, es necesaria para que populistas en ambas naciones subsistan en una lucha entre pueblos. La narrativa necesita permanecer pura, reconocerse como virtuosa y mover sentimientos. La historia, en minúscula, tiene tantas caras y verdades como personas que puedan contarla, pero esa está limitada al conocimiento y la experiencia de quien la cuenta. La suma de las historias son las que crean la Historia y esa Historia a su vez crea las narrativas.
El caso de la dicotomía entre las Historias de Nakba y Iom Haatzmaut es una de las historias que llevan décadas sin verse a la cara, que se han dejado de reconocer la una a la otra. En la narrativa que han creado, no admiten que la otra sea válida, ni siquiera que exista.
Ambas narrativas se han encerrado en sus propias historias y las han adulado. Como en infinidad de aspectos en el conflicto palestino israelí, cada lado cree que el otro está viviendo en una realidad alternativa.
En la derecha israelí, grupos como Im Tirtzu han llevado campañas propagandísticas como “Nakba? Nonsense“ pretendiendo que el éxodo palestino en la guerra de Independencia no sucedió y que, si sucedió, entonces fue su culpa. Tan arraigada es esa narrativa en algunos círculos que se pretende que el Nakba sólo es un lamento de la creación de Israel por parte los palestinos.
En grupos nacionalistas palestinos existe una delusión similar. Una parte de su propaganda se ha dedicado a deslegitimizar la existencia de Israel, refiriéndose a todo su territorio —incluso al interior de la llamada línea verde que separa las fronteras de 1948 y 1967— como “Palestina ocupada”.
Otra narrativa crea la realidad para la izquierda en occidente, donde surge una especie de purismo, una corrección política que simplifica la relación entre víctimas y victimarios, donde los primeros no son prácticamente capaces de errar y los segundos son el mal encarnado. En esa versión, Israel fue el único agresor en la guerra de 1948.
La realidad es que cada una de las narrativas contiene justificaciones basadas en hechos reales, pero al presentar sólo una parte de las experiencias, se vuelven medias-verdades, funcionando efectivamente como mentiras. Para explicar los matices historiográficos o sociológicos de la guerra de 1948, hacen falta cientos de hojas y años de estudio. Sin embargo, no hace falta ser experto en el tema para reconocer la humanidad en cada una de las Historias.
Testimonios como el de Khazneh Samalan, Marta Soussan, Tufaqa Natour, Ghosta Dakwar y Najia Diabat, recogidos en un minidocumental de Zochrot, una organización israelí dedicada a promover la conciencia sobre el Nakba, dan caras a cinco historias de expulsiones forzadas en la Guerra del 1948, pero también permiten vislumbrar sentimientos como el dolor, la añoranza y el trauma asociados con el éxodo. Entenderlo ayuda a comprender la lucha de los palestinos por su autodeterminación y la urgencia de un Estado en su tierra.
Asimismo, la independencia de Israel fue necesaria para la consolidación del proyecto sionista. La guerra fue inevitable, al ser una de las primeras instancias de defensa propia de Israel contra sus países vecinos. Es importante celebrarlo: la necesidad de un Estado judío es reafirmada hoy más que nunca por el creciente antisemitismo, pero también porque el pueblo judío precisa de un país para autorrealizarse plenamente como todas las naciones.
En palabras del cantautor Jorge Drexler, “las cosas sólo son puras si una las mira desde lejos”. Con esa perspectiva, vale la pena afrontar, sin importar en que parte del espectro en el conflicto israelí-palestino nos encontremos, nuestras historias, nuestras Historias y nuestras narrativas. Sólo así podremos dejar nuestro dolor a un lado y caminar hacia un futuro mutuo de paz. El ensayo de Baldwin concluye diciendo que “no todo lo que se afronta se puede cambiar, pero nada se puede cambiar hasta que se afronta”. Ha llegado el momento.
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