Matar periodistas palestinas en tiempos de la posmodernidad

Enlace Judío – Me queda claro que Shireen Abu Akleh, periodista palestina de Al Jazeera, fue asesinada antier por terroristas palestinos mientras se enfrentaban con tropas israelíes en Jenin. Los indicios son demasiado claros. Sin embargo, ya sabemos cómo es la mentalidad posmoderna, que otra vez preferirá enredarse en sus telarañas mentales para tratar de mantener con vida su discurso judeofobo y sesgado.

No es tan difícil: los videos muestran a los terroristas palestinos diciendo que sus disparos alcanzaron a un soldado israelí, y luego viene su sorpresa al confirmar que no era un hombre, sino una mujer. Por su parte, las Fuerzas de Defensa de Israel señalaron que no tuvieron ninguna baja en ese enfrentamiento.

Así que los disparos palestinos, en realidad, alcanzaron a Shireen Abu Akleh. Evidentemente, es por eso que la Autoridad Nacional Palestina se ha rehusado tajantemente a que Israel acceda al cuerpo de la periodista para hacer una investigación conjunta. Los palestinos exigirán su “derecho” a hacer la única investigación, y chillarán si no se reconoce su versión (única, por supuesto) como la única verdadera. Y la versión ya la conocemos: la culpa fue de Israel.

Estamos ante un singular fenómeno que podemos llamar de impunidad intelectual. Es decir, los palestinos pueden decir cualquier burrada, y siempre habrá quien se las crea, quien se las festeje, o quien se las defienda.

¿Por qué? Y no me refiero al acto como tal, porque al respecto ya sabemos que es antisemitismo vulgar y rudimentario (“Israel es el malo, porque son judíos…”, en resumen). Me refiero a por qué en pleno siglo XXI hay tanta gente dispuesta a comprar, en automático, panfletos propagandísticos llenos de tonterías sin sustento, evidentemente racistas y sesgados, y que al ser sometidos a un análisis riguroso no valen tres centavos.

Te platico por qué: se llama posmodernismo, y es la moda filosófica heredada del posestructuralismo francés. Una plaga intelectual que viene creciendo desde hace unos 40 o 50 años, y que por estos días goza de su momento de auge.

Michel Foucault fue, con toda seguridad, el principal culpable de esta nueva ola ideológica. Sus disertaciones sobre las dinámicas de violencia y poder son muy interesantes, y sin duda aportaron mucho a la filosofía. Entre otras cosas, Foucault tiene el mérito de haber demostrado cómo el marxismo se había quedado muy corto —e impreciso— con su tema de la lucha de clases.

Pero Foucault tuvo un severo defecto como pensador: por razones que bien merecen varios análisis psicológicos, este destacado filósofo francés fue un ferviente y desequilibrado crítico de la cultura occidental. A eso, añadió el error de asumir que todas las relaciones humanas son un mero juego de poderes, cayendo en una Reducción al Absurdo a la hora de elaborar sus explicaciones sobre el ser humano.

Sus herederos —como suele pasar en estos casos— no fueron más inteligentes. Al contrario: degradaron notablemente el nivel de la filosofía posestructuralista.

Y así fue como se llegó al posmodernismo, una idea en la que la única premisa en común (esto lo digo porque cada filósofo posmodernista sigue su propia ruta, y generalmente no están de acuerdo en casi nada) es que hay que rechazar el concepto de razón, debido a que es un producto europeo, emanado del Siglo de la Ilustración, e impuesto en todo el mundo por medio de la violencia colonialista.

O, resumiendo tanta verborragia, porque es un concepto occidental, y el posmodernismo, al igual que su abuelito Foucault, están peleados con la cultura occidental.

Fíjate a qué nivel llegó el desatino del propio Foucault, el más inteligente de ellos: hacia finales de los años 70’s, él —el gran analista de las dinámicas de poder— se pasó cualquier cantidad de tiempo defendiendo el proyecto de revolución del Ayatola Jomeini, por entonces exiliado en Francia. Foucault insistió vehementemente (o dementemente) que no se le juzgara con dureza, que el ayatola no tenía intenciones de imponer una teocracia en Irán, que él era un demócrata aunque bajo paradigmas diferentes a los occidentales, que la revolución iraní sería el modelo mundial de resistencia en contra del sistema capitalista hetero-normativo y patriarcal.

Sobra decir que falló en todo. Él, el gran analista de las dinámicas de poder, no fue capaz de darse cuenta de que los ayatolas iban a imponer una dictadura religiosa fundamentalista, medieval y retrógrada en Irán, que a la larga sería peor que el régimen de los Shas. Y miren que hubo un montón de gente que lo advirtió, pero Foucault no quiso hacerles caso. No, cómo iba a ser posible algo así. El gran filósofo era él, el gran crítico del sistema era él, la luz de las naciones oprimidas y devoradas por el capitalismo era él, y sólo él.

Esa es la genética intelectual que heredó el posmodernismo: una total incapacidad para el análisis riguroso de la evidencia, y la insana preferencia de sustituirlo por posiciones maniqueas, sesgadas y viscerales.

¿Por qué? Porque el análisis riguroso es una práctica colonial, dicen. Pero no les creas. No es por eso. Te voy a decir la molesta verdad que los posmodernos no quieren aceptar: es porque el análisis riguroso revienta todas las tonterías que dicen o que creen.

Por ello, la juventud posmoderna desde los años 80’s siempre incurre en las Reducciones al Absurdo, presentando diagnósticos y soluciones tan simplones como bobos y peligrosos.

La Reducción al Absurdo es un razonamiento falaz en el que asumes que una proposición es cierta o falsa después de que una argumentación llegue a una conclusión opuesta. Su origen está en las matemáticas donde, paradójicamente, es una herramienta muy útil de demostración (Euclides la adoraba). Pero en Lógica Formal es un razonamiento defectuoso, debido a que se desenvuelve bajo la premisa de que sólo existen dos posibilidades opuestas: la premisa y la argumentación que propone quien quiere hacer la demostración.

La premisa del posmodernismo es simple: hay que estar con la resistencia. Es decir, estar en contra de Estados Unidos, del capitalismo, de Israel, del sionismo, de la cultura occidental, de la herencia europea, o de cualquier otra cosa similar que en este momento se me haya olvidado.

Y el argumento es igual de simple: todo lo antes mencionado ha sido la cultura que, por medio de la violencia, sometió y explotó a todas las culturas del mundo.

Es un torpe razonamiento en el que sólo hay dos líneas (la cultura occidental mala y las culturas no occidentales victimadas), y se pretende que uno sea la demostración definitiva del otro.

Ahí es donde aparece el fallo de la Reducción al Absurdo: pierde de vista que hay muchos matices en medio de cada premisa o de cada línea argumentativa. Por ejemplo, que la violencia no fue exclusiva de la cultura europea, sino que ha sido una constante a lo largo de toda la Historia, en todos los lugares del mundo (cosa curiosa: les hace falta leer más Foucault).

La única diferencia fue que los europeos estaban mejor preparados militarmente, y por eso se impusieron en todo el mundo. El colonialismo europeo no fue el único. Sólo fue el más eficiente.

¿Por qué? ¿Acaso porque eran más malvados?

No. Eran más eficientes en materia de violencia porque Europa fue el único continente en el que, durante los últimos mil años, confluyeron (es más: se amontonaron) tres diferentes grupos humanos: eslavos, germanos y latinos. Y en esos tiempos salvajes, la diferencia era el estímulo fundamental para la violencia. El resto del mundo no fue tan violento como Europa sólo porque los grupos humanos eran más homogéneos o porque estaban más distanciados. O por las dos cosas.

Es simple: Europa fue el epicentro de la violencia no porque su gente fuera peor, sino sólo porque estaban demasiado cerca, y eran épocas en las que todo eso de la coexistencia pacífica todavía no se le había ocurrido a nadie.

Hasta ahí, pareciera que le doy un poco la razón a los posmodernos: por la razón que fuese, de todos modos Europa fue el epicentro de la violencia y, por lo tanto, la cultura occidental es inherentemente violenta.

Sí, aunque no hay que olvidar que todas las culturas tenían sus propias dosis de violencia. Así que sería un error decir que sólo la cultura europea fue inherentemente violenta. Lo correcto es decir que fue la más violenta.

Pero eso tuvo una ventaja: los europeos fueron los primeros que se hartaron de la violencia, y por eso las grandes reflexiones anti-violencia vienen de la cultura europea. Como Foucault, por ejemplo, que no fue maorí o maya, sino francés.

¿Por qué el feminismo viene de la cultura occidental? ¿Acaso porque en occidente trataban peor a las mujeres? No. No es eso. El feminismo surgió en la cultura occidental porque la cultura occidental era la que estaba lo suficientemente evolucionada como para plantearse ese tema y, sobre todo, para plantearlo de ese modo.

¿Por qué? Porque occidente era capitalista, y el desarrollo de la producción industrial fue lo primero que comenzó a eliminar los roles laborales de género. Es decir, obrero industrial lo podía ser cualquiera: un hombre o una mujer. Así fue como, poco a poco, las mujeres comenzaron a participar de las dinámicas de producción, y eso sentó las bases para que pudiesen empezar a reflexionar y cuestionar un montón de cosas, que poco a poco se convirtieron en el movimiento feminista.

En otras palabras: el feminismo sólo podía ser posible (y así sigue siendo hasta la fecha) en occidente.

Punto a favor de la cultura occidental: en realidad, es la única que ha desarrollado la capacidad de autocrítica, y gracias a ello existe el feminismo, el ecologismo, o la lucha por los derechos de las minorías más invisibles a lo largo de la Historia.

Lo paradójico es que los posmodernos no se den cuenta de que, al criticar la cultura occidental, están siendo profundamente occidentales e incluso europeos. Esa crítica no surgió espontáneamente de los continentes “conquistados” por Europa, sino de la educación europea recibida por europeos (tan lógico y tan obvio), o no europeos educados por europeos.

El posmodernismo no puede enfrentarse a ningún análisis puntual, ni siquiera elemental, de todos estos asuntos. Por eso, de manera intuitiva, desarrolló la idea de que había que rechazar la noción de “razón” emanada de la Ilustración europea. Sólo porque es europea. La razón de fondo es porque no pueden debatir en esos términos. Sus razonamientos son tan frágiles que se derrumban ante la evidencia.

Pero no les importa. Han optado por la irracionalidad porque así se sienten buena gente. Así se escudan y pueden decir que occidente es malo, que los gringos son malos, que Israel y el sionismo son malos, que la cultura blanca es mala, bueno —carambas— que hasta Mozart y Beethoven son malos, porque son la representación del gusto musical europeo impuesto a todo el mundo a la fuerza.

No importa que la URSS, Irán, Cuba, Venezuela y Corea del Norte hayan sido o sean tiranías brutales que han dejado un saldo de más de 120 millones de muertos, una estela de pobreza y miseria en todos los países que controlaron, y que siempre se desenvolvieron en los limitados y nocivos márgenes del poder absoluto edulcorado con el culto incondicional al líder. No importa que los palestinos tengan el único proyecto nacional abiertamente genocida y racista. No importa que la agricultura “orgánica” sea la fórmula perfecta para arruinar la producción agrícola de países enteros y empuje a amplios sectores de la población a la muerte por inanición.

Lo importante no es razonar. Sólo es tomar partido.

Por eso, a Shireen Abu Akleh la mató Israel. No importa que la bala haya sido palestina. La disparó un palestino porque existe Israel, y por eso la culpa es de Israel. Por eso no es necesario que la Autoridad Nacional Palestina apruebe una investigación conjunta. ¿Para qué, si los sesgos ideológicos irracionales del posmodernismo ya decidieron quién es el culpable?

Lo único bueno de todo este modo de pensar es que sólo es una moda.

Insostenible, además. Va a caer por su propio peso.

Justo porque es totalmente irracional.

Digo, es que para ser malvados, también hay que ser listos. Y los posmodernos no lo son.

 


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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.