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viernes 22 de noviembre de 2024
Jerusalén. Una historia de amor y oscuridad

Una historia de amor y oscuridad, recordando Jerusalén durante Yom Yerushalayim

Enlace Judío – Mucho de lo que somos está hecho de imágenes; de los recuerdos que tenemos, de lo que anhelamos y las historias con las cuales explicamos el mundo que nos rodea. Los lugares que habitamos son importantes precisamente porque guardan los recuerdos y la cultura que construimos mientras estábamos en ellos; son testimonio y símbolo de las cosas que sentíamos al transitar sus calles, los amigos que hicimos, los deseos y la forma en la que actuamos. Incluso hay lugares que son el testimonio de culturas enteras, que nos muestran en sus edificios, en sus parques en el detalle breve de la tienda y el letrero la personalidad de la gente que los construyó. Ciudades que se vuelven íconos, a las cuales uno siempre busca regresar o volver a dar vida; que se vuelven la imagen más presente de nuestros sueños y nuestra historia personal, que forjan la identidad de un pueblo y son testimonio histórico de su caminar por el mundo, tal es el caso del pueblo judío y Jerusalén.

Esta ciudad es a la vez la imagen de lo sagrado en el judaísmo, de la unidad del pueblo judío y un lugar donde por milenios floreció la cultura judía; carga consigo momentos muy importantes de nuestra historia como judíos y de nuestra presencia en la tierra de Israel, tanto en los momentos que el estado judío estaba siendo formado como siglos y milenios anteriores que la presencia judía se mantuvo en esa ciudad desde su creación. Jerusalén por lo tal tanto para los judíos de la diáspora como para los judíos que vivían en la tierra de Israel se lleno de significados y se convirtió en un anhelo constante, un símbolo de la espiritualidad y la cultura judía, un signo de libertad, paz y armonía. Yom Yerushalayim es un día particular en el cual se reconoce la importancia de esta ciudad en nuestra historia como judíos. Recuerda el momento en que los soldados israelíes recuperaron la ciudad de manos jordanas durante la Guerra de los Seis Días, en Israel suele celebrarse viajando a la ciudad, rezando en el Kotel, escuchando canciones significativas en el radio o dando charlas al respecto. También se ha vuelto costumbre ver películas ese día y hay quienes prefieren convertirlo en un día de reflexión y encuentro más que sólo festejo; en realidad es un día perfecto para pensar en nosotros, en que representa Jerusalén, Israel y el judaísmo para cada uno de nosotros.

En particular una de las películas que más me gustan es Una historia de amor y oscuridad de Natalie Portman; cuenta la infancia de Amos Oz y la relación con su madre en épocas previas a la formación del estado judío. Es una reflexión hermosa sobre el amor filial, materno y de pareja, el anhelo, el pasado, la identidad e Israel mismo. Al estar situada en Jerusalén, la película nos permite ver la vida que había antes de la Guerra de Independencia y las muchas caras que el sueño de esa ciudad encantada trajo a sus habitantes, tanto las historias de amor: la belleza de la ciudad, la riqueza de cultura, la esperanza y el gozo de esa tierra; como las historias de oscuridad: la guerra, la muerte y el precio tan alto de defender tu cultura. Es a mi ver una película perfecta para este día, por eso hablaré de ella y la forma en que retrata Jerusalén.

Jerusalén retratada en Una historia de amor y oscuridad

Una de las cosas que me encantan de esta película es la belleza cinematográfica que construye y como la usa para retratar la riqueza cultural de quienes vivían en Jerusalén antes de la Guerra de Independencia; también nos enseña la interacción entre los distintos grupos que la conformaban. Vemos las calles amarillas de la ciudad combinados con colores hermosos de los vestidos que usa la protagonista; los periódicos, la tienda de libros a la cual asiste el padre de Amos, los dulces y platillos que compran, típicos de judíos polacos, que la madre también prepara en casa. Vemos la discriminación que sufre su madre por no pertenecer a las comunidades de judíos húngaros o alemanes y presenciamos la interacción entre judíos y árabes musulmanes; a través de una familia amiga de Amos. Son con las noticias en la radio y la relación con esta familia que percibimos una creciente aspereza entre los grupos judíos y árabes y es a través de estos dos elementos que el tema de la guerra empezará a aparecer.

Dado que Jerusalén es el espacio donde todos los personajes convergen, la ciudad se convierte en la pantalla en el lugar que representa los sueños y anhelos de los tres personajes. Para Amos Jerusalén es la ciudad de su infancia, el tiempo que paso con su madre. En cierta medida representa tanto la escritura como el deseo mismo, pues Amos escribe para recordarla; anhela los años que vivió con ella y la película entera es una búsqueda por encontrarla nuevamente en su pasado. Por recuperar su persona, por entenderla.

Para el padre es la ciudad del futuro la imagen de Israel, el lugar donde compra y publica sus libros, el jardín que trata de enseñarle a su hijo a cultivar, “porque esta es nuestra tierra” y “hemos aprendido a defendernos” “ya no tenemos que huir.” Es la ciudad donde escucha los votos de las Naciones Unidas donde se le dice que tiene un país. Mientras que para la madre es un sueño roto, la vida que se corta rápidamente, la tierra de leche y miel que no fue eterna; el amor que se acabó y el dolor del pasado que nunca se fue. Al mismo tiempo, también es un refugio, el lugar en el que cuida de su hijo, en el que huye de su familia y de los horrores de Polonia.

Amos navega entre ambas oscuridades pues Jerusalén también es la ciudad de la guerra. Donde hay ira y matanzas repentinas, en la que ve a los adultos, sin mucha preparación vestirse súbitamente de soldados y los niños juegan a recoger entre los balazos las municiones. Es la ciudad oscura donde trata de entender el dolor y el misterio de su madre, donde aprende a contar historias para cambiar el presente o el futuro que no existe. Y en cierta forma es una ciudad perseguida por el fantasma del pasado, su infancia es oscura como la infancia de su madre; Polonia existe en Jerusalén nuevamente a través del dolor que lo atraviesa cuando piensa en ella, cuando la busca y no la encuentra, cuando intenta salvarla y no lo logra.

Y al ser la ciudad del futuro, también se convierte la ciudad del pasado cuando tienen que irse. Fuera de ella Amos Oz se transforma en el hombre con el que su padre soñó: un joven de un kibutz; fuerte, a quien sí le salen los cultivos, el que sí sabe defenderse, el que no será desplazado. Y Jerusalén será la ciudad a la que continuamente regrese en su recuerdo.

Aunque la película no lo plantea de esta forma, el contraste entre él y el padre muestra mucho del contraste que se vivió entre la Guerra de Independencia y la Guerra de los Seis Días; entre el estado judío en formación, el idealismo de quien dio su vida y luchó por un país que no se sabía si iba existir más de un día; y el estado judío ya formado. Tanto Yom Yerushalayim como la película son una invitación a que veamos el pasado y escarbemos en la memoria tanto histórica como personal.

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