Enlace Judío- Para celebrar la vida por medio de un evento fastuoso, impactante, de primer nivel artístico, y profundamente emotivo, este domingo nos dimos cita para presenciar el concierto de Instrumentos de la Esperanza: un éxito total, siempre a favor de una de las fundaciones más significativas que tiene la comunidad judía de México.
IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO
El pretexto fue musical: un concierto de gala en la mejor sala de conciertos de la Ciudad de México, con un director de lujo -el maestro Carlos Miguel Prieto-, una orquesta de lujo -la Orquesta Sinfónica de Minería-, y un solista de mucho más que lujo – Joshua Bell, uno de los mejores violinistas de nuestra generación. El repertorio, por supuesto, digno de un evento de lujo: primero, el estreno mundial de la Suite Mosaica de Remigio Reyes, compositor pero también integrante de la Orquesta, que adaptó una serie de melodías tradicionales klezmer para ser tocadas por un ensamble muy singular y del que hablaré en breve; luego, la imponente Sinfonía no. 4 “Italiana” Op. 90, de Félix Mendelssohn; y para cerrar con broche de oro, el Concierto para Violín en Re Mayor Op. 35, de P. I. Tchaikovsky.
Sin embargo, el concierto de hoy tenía algo más que eso y, sorprendentemente, no estaba en la música como tal, sino en aquello normalmente es apenas la herramienta de trabajo del músico: los instrumentos.
Y es que esta tarde volvimos a escuchar once instrumentos rescatados del Holocausto: tres violines, un violonchelo, un clarinete, un fagot, un trombón, una ocarina, un acordeón, un tambor, y un piano.
Cada instrumento tiene su historia, naturalmente vinculada con la de quienes fueron sus dueños. Algunos de ellos murieron, víctimas de la barbarie nazi; otros lograron escapar y llegar a México. El caso es que, de una u otra forma, sus instrumentos también sufrieron un periplo que finalmente los puso en las manos de una asociación decidida a restaurarlos para devolverlos a las salas de concierto.
Instrumentos de la Esperanza fue fundada en México a iniciativa de Jaime y Miriam Feldman, Gaby Milstein y Vivi Viskin, como una forma de complementar el esfuerzo que han hecho en Israel los lauderos Amnon y Avshalom Weinstein (padre e hijo, respectivamente), que fundaron la asociación Violines de la Esperanza. Ellos se han dedicado a rescatar y restaurar violines sobrevivientes al Holocausto; aquí en México, hubo un momento en que Gaby Milstein planteó una interesante pregunta: ¿Por qué no rescatar más instrumentos, además de violines?
Y así es como junto con los Feldman y Vivi Viskin fundaron la asociación que hoy nos permitió escuchar el sonido de instrumentos que hicieron vibrar las almas de muchos judíos que murieron en la Shoá. Escuchamos las mismas cajas acústicas, las mismas ondas sonoras, la misma alma, que aquellos que fueron víctimas del nazismo. La diferencia es que nosotros las escuchamos para celebrar la vida, y con ello volvimos a derrotar al antisemitismo y a la intolerancia.
La primera obra fue el marco perfecto para esa experiencia: una deliciosa sucesión de tonadas tradicionales klezmer, interpretadas por los instrumentos rescatados, en un bello arreglo del maestro Remigio Reyes, que analizó a fondo, asimiló correctamente, y tradujo con gran emoción el espíritu de la música tradicional ashkenazí.
No fue un momento cualquiera. Fue un grito libre, desenfadado y poderoso, con el cual el pueblo judío volvió a hacer patente que hemos sido capaces de renacer de nuestras propias cenizas, y con ello hemos dado una lección de que el espíritu humano siempre se puede elevar hacia la vida, hacia lo sagrado, hacia lo santo. Más significativo aún, porque la partitura no fue preparada por un músico judío, con lo que se reforzó el hecho indiscutible de que este mensaje, esta vocación, estos valores, son de dimensiones universales
Son de todos y para todos
Luego vino el momento del deleite sensorial con la sinfonía de Mendelssohn, una de las obras sinfónicas más célebres de la Historia debido no sólo a su manufactura perfecta —sello del titánico Félix, nieto del filósofo Moses Mendelssohn—, sino a los impactantes efectos orquestales logrados sobre todo en el primero y en el cuarto y último movimiento. El maestro Carlos Miguel Prieto y la Orquesta Sinfónica de Minería nos regalaron una interpretación contundente, vigorosa, de esas que ponen los nervios de punta y hacen que se estremezcan todas nuestras fibras sensibles. Una obra de juventud de Mendelsson, que la escribió cuando tenía unos 20 años de edad, pero justo en uno de sus períodos más creativos. Tenía poco de haber compuesto la música incidental para la obra Sueño de una Noche de Verano, de Shakespeare, y un año de haber logrado que la música del grandísimo Johann Sebastian Bach —olvidada en aquel lejano 1829— regresara a las salas de concierto.
En esta sinfonía está plasmado ese vigor juvenil, todo el impacto que le causó al joven Mendelssohn su viaje a Italia y, por supuesto, la genialidad que siempre lo marcaron. El propio Göethe quedaría rendido ante el talento de este compositor, señalando que a los 13 años de edad ya pensaba y componía como adulto.
Luego vino el intermedio, y para la segunda parte tuvimos el plato fuerte de la noche, una de las obras más gustadas de Tchaikovsky, especialmente por el altísimo grado de virtuosismo que requiere por parte del solista.
Pero este Concierto para Violón no sólo es pirotecnia en las manos; es una de las obras más hermosas jamás compuestas. Y es que esa es una característica notable de Tchaikovsky: se trata, fuera de toda duda, de uno de los compositores que más melodías bellísimas le regalaron al mundo.
Este genio ruso tenía una capacidad asombrosa para componer tonadas dulcísimas, expresivas, profundas y emotivas. Además, como digno representante de la Escuela Rusa, sus orquestaciones son brillantes, vistosas, impactantes.
Claro, interpretarlo es difícil. Interpretarlo de una manera sobresaliente, todavía más difícil. Y para eso se necesitan músicos de la talla de Joshua Bell.
Joshua Bell
Y es que este joven estadounidense fraguado desde su adolescencia como solista de las más importantes orquestas del mundo, se ha convertido en uno de los máximos violinistas de nuestro tiempo por méritos más que sobrados.
Simplemente hoy nos dio una cátedra monumental sobre cómo se hace la buena música. Su técnica es perfecta. Ante una obra del nivel de dificultad como lo es el concierto de Tchaikovsky, Bell es uno de esos pocos violinistas que no se preocupan por los dedos. Ya sabes que sus manos tienen bien claro qué hacer, y en qué momento. Bell se puede dar el lujo de hacer algo que, generalmente, no se nos ocurre que sea tan importante: qué hacer con el resto del cuerpo.
Y es que Joshua Bell no toca sólo con las manos su violín Stradivarius de cuatro millones de dólares; lo toca con toda su masa corporal que, a ojo de buen cubero, la calculo en algo así como 1.82 o 1.83, de complexión robusta pero con buena condición física.
El concierto de Tchaikovsky está llenó de momentos de altísima intensidad ya sea dramática o gozosa, que son una prueba de fuego para cualquier violinista. ¿Por qué? Porque con su instrumento tienen que enfrentarse, retar a la sonoridad de una orquesta sinfónica completa. Si como violinista tienes la técnica para tocar todas las notas, pero no tienes la fuerza para hacerte escuchar contra otros 50 o 60 músicos, el concierto de Tchaikovsky te quedó grande.
Pero Bell nos ha mostrado cómo se hacen estas cosas. Nos ha dejado ver que estas obras de primer nivel se tocan con todo el cuerpo, no nada más con las manos. Al neófito le puede parecer exagerado tanto movimiento, pero la verdad es que apenas es que así se logra hacer sonar al violín como debe sonar.
La reacción del público fue la más obvia, lógica y natural: casi dos mil personas se rindieron ante este muchacho que en otras épocas fue un niño y joven prodigio, y hoy es uno de los mejores músicos del mundo. La ovación de pie fue estruendosa, bien merecida. Como agradecimiento, Bell nos regaló un dulce y emotivo arreglo del Nocturno en Mi Bemol Op. 9 número 3, de Chopin. Y así cerramos esta noche de gala en la que se conjuntó el virtuosismo, la genialidad, la historia, la tragedia, pero sobre todo, la esperanza.
Aprovecho este espacio para expresar mis más sinceras felicitaciones a Jaime y Miriam Feldman, Gaby Milstein y Vivi Viskin, por todo el trabajo que están haciendo con Instrumentos de la Esperanza. Gracias, por supuesto, a todos quienes apoyaron e hicieron posible que esta tarde fuera una fiesta completa y deliciosa. Gracias, por supuesto, a la Orquesta Sinfónica de Minería, al maestro Carlos Miguel Prieto como director, al maestro Remigio Reyes como compositor y arreglista, y al maestro Joshua Bell como gran protagonista de esta tarde mágica.
Y gracias, más que a nadie, a todas esas personas que, en algún momento difícil, creyeron que valía la pena guardar y proteger esos instrumentos.
Su música ha vuelto a sonar en una sala de conciertos. Sus notas ya no fluyeron para consolar a los prisioneros del campo de concentración, sino para reforzar el compromiso con la vida que tenemos nosotros, los que estamos aquí, los que estamos vivos, los que honramos la memoria de seis millones de víctimas.
Y lo hacemos de un modo que, sabemos, ellos mismos habrían disfrutado en este mundo, y seguro estarán disfrutando en el Gan Edén.
Con música.
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