Jorge Rozemblum / La Córdoba judía

Enlace Judío México e Israel – Si bien la presencia judía en España puede remontarse a la antigüedad, hay un antes y un después con la conquista de la Península Ibérica por los musulmanes en el 711. Y más, a partir del establecimiento en la actual ciudad andaluza de Córdoba de la capital de un nuevo califato que diera cobijo a la dinastía omeya desplazada de Bagdad en el siglo X. Sin embargo, es probable que los judíos llegaran a la ciudad mucho antes, con la fundación romana en el año 169 antes de la era común.

No olvidemos que los romanos, antes de la adopción del cristianismo, solían ser muy tolerantes en temas de religión. Sin embargo, todo cambiaría con la llegada a la antigua provincia de Hispania en la Edad Media de los reyes godos y visigodos, especialmente a partir de la conversión al cristianismo del rey Recadero. No es de extrañar que algo más de un siglo de restricciones y persecuciones después, los judíos apoyasen abiertamente la conquista musulmana, con la que se inició una época que sería mucho más positiva para ellos.

La Córdoba musulmana no tardó mucho en convertirse en la capital de un emirato independiente con la llegada de Abderramán I. A partir de ese momento los sucesores del primer emir impulsaron cada vez más la ciudad, con ampliaciones de la Mezquita hasta que finalmente Abderramán III en 929 se convierte en califa.

Junto a él estaba un judío, representante de lo que debía ser una comunidad pujante: Hasday ibn Shaprut, médico, hombre de confianza del monarca, ministro de finanzas del califato y también diplomático. Fue nombrado nasí, es decir, jefe de todas las comunidades judías dentro del nuevo califato. Hombre de gran influencia y enorme fortuna, patrocinó a poetas, filósofos y científicos, fundó en Córdoba una escuela de estudio del Talmud independiente de las academias judaicas de Babilonia que por aquel momento eran las más destacadas del mundo, y llegó a superarlas siendo considerada en su tiempo la más importante del ámbito intelectual judío.

El califato llegó a su máximo esplendor con el reinado de Al Hakam II entre el año 961 y el 976, época en la que ibn Shaprut siguió siendo uno de los personajes clave de la corte califal hasta su muerte en 975. Sin embargo, los problemas empezaron poco después de la muerte del califa y de su consejero, separadas sólo por un año. La minoría de edad de heredero Hissam II dio lugar a un rápido declive del califato con las disputas políticas surgidos por la sucesión y el ascenso al poder de Almanzor, que desde el año 981 ejerció una dictadura en la que Hissam sólo tenía un poder nominal.

Almanzor detentó el poder durante dos décadas hasta 1002, y entonces lo cedió a su hijo, Abd al-Málik, pero a la muerte de éste la situación se deterioró aún más hasta desatarse la guerra civil en 1009. En las hostilidades uno de los primeros contendientes por el califato, el rey bereber Suleimán, entró en Córdoba, saqueó la ciudad y, muy especialmente, la judería, quemando casas y negocios. Tras esto, muchas familias quedaron reducidas a la miseria y se dio una primera oleada de judíos que huyeron de la ciudad.

La comunidad quedó mucho más reducida y pocas décadas después tuvo que enfrentarse a la dominación de la facción almorávide, que a partir del año 1091 impuso una práctica religiosa del islam mucho más férrea y unas restricciones que aún serían más radicales con la llegada de los almohades a mediados del siglo XII. En este época nació en la ciudad uno de los judíos españoles más famosos e influyentes de la historia: Moshé ben Maimón, conocido como Maimónides o Rambam (por sus siglas en hebreo), aunque su familia tuvo que exiliarse precisamente por la presión religiosa ejercida por los almohades.

La conquista cristiana en el año 1236 supuso el inicio de una nueva época de tolerancia: el fuero otorgado por el rey daba los mismos derechos a cristianos, judíos y musulmanes y asignó a los sefardíes el barrio de la antigua judería, en la que incluso les dio permiso para edificar una nueva sinagoga que finalmente se construiría en el año 1315 (aún en pie y que se puede visitar hoy día).

Como en otras juderías de la España medieval, los problemas empezaron de nuevo en la segunda mitad del siglo XIV y especialmente a raíz de la peste que había asolado Córdoba en 1349. Desde entonces la situación de la comunidad judía cordobesa se fue haciendo más precaria hasta que se llegó al asalto de 1391, dentro de la oleada de violencia antijudía que asoló buena parte de la España medieval y, muy especialmente, Andalucía.

La judería fue saqueada durante tres días, la mayoría de sus habitantes asesinados y los que sobrevivieron forzados a convertirse al cristianismo. Nuevas matanzas diezmaron aún más la judería unos años más tarde y, de hecho, durante el siglo XV hubo episodios de violencia incluso contra los conversos. De hecho, muchos de los judíos cordobeses ya habían emigrado a otras juderías de Castilla o Granada cuando se promulgó el decreto de expulsión en 1492.

La judería o barrio judío de Córdoba tenía su entrada por la puerta de Almodóvar del recinto amurallado, en un tramo que aún hoy se mantiene en pie. Superada la muralla nos encontramos con una zona que conserva buena parte de su trazado original y también algunos importantes edificios, el más notable la sinagoga sita en el número 20 de la calle de los judíos: un edificio pequeño, pero de elegantes proporciones y exquisita decoración, que tras la expulsión se convirtió en un hospital para más tarde ser usado como capilla.

Con el paso de los siglos capas de cal recubrieron la rica decoración de los muros hasta que fue redescubierta en 1884 de forma casual, revelando el uso original y el valor del edificio. La propia calle de los judíos es elemento central de la judería y parte importante de su encanto, así como la plaza de Maimónides en la que desemboca. Otras pequeñas plazas de la judería están también llenas de encanto como la de Tiberiades, en la que encontramos una estatua del sabio cordobés.

La judería también nos ofrece espacios culturales como la Casa Sefarad, situada en un inmueble que conserva buena parte de su estructura del siglo XIV y que cuenta con importantes colecciones sobre el pasado sefardí que se muestran al público junto a una excelente biblioteca y centro de documentación y una tienda.

Por último, es también recomendable visitar el Museo Arqueológico, en el que, entre otros cientos de piezas, se encuentra una lápida funeraria de mediados del siglo IX que es el único resto material de la presencia judía en Córdoba durante el gobierno de los emires de la dinastía omeya.

Córdoba es un destino obligado para quienes quieran ahondar en un pasado glorioso ligado a los pobladores judíos, sepultado por siglos de olvido.

El autor es Director de Radio Sefarad


 

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