“Él había dedicado tres días enteros a esa mujer, trabajando fielmente en su nombre para cumplir con su promesa impulsiva de convertir su muerte anónima en un asunto propio.” A. B. Yehoshua, Una mujer en Jerusalén
Quizás guiñando hacia un futuro al cuál su cáncer avanzado inevitablemente lo llevaría, las últimas palabras que el gigante escritor israelí A. B. Yehoshua publicó en una obra fueron “Él apaga la luz. Completa oscuridad. Pero luego, en el otro extremo, en la distancia, brilla la luz de su pequeña tienda”.
Yehoshua, cuyas interminables reflexiones sobre la identidad lo pusieron en la cima de la literatura israelí, falleció el lunes en Tel Aviv.
La pérdida de Buli, el apodo que Yehoshua adoptó desde pequeño, deja un hoyo en la consciencia colectiva de un país que necesita de su intelecto hoy más que nunca.
A través de su obra, Yehoshua cuestionó concepciones tradicionales del judaísmo, el sionismo e Israel analizando las diferentes maneras en la que se manifiesta la identidad.
En El señor maní, un libro escrito de tal manera que sólo se muestra un interlocutor en sus diálogos — como si el lector estuviera oyendo una conversación telefónica sólo de un lado de la llamada — Yehoshua nos muestra a seis generaciones de una familia sefaradí en periodos cruciales de la historia judía.
El texto, que fue premiado con el Premio Nacional de Libro Judío en 1992, cuestiona el trauma intergeneracional de un pueblo oprimido y la búsqueda de identidad de una familia sujeta a profundos cambios. ¿Qué nos hace ser nosotros, serán nuestras circunstancias o una historia familiar que ya hemos olvidado? ¿Qué peso tiene un apellido? ¿Cómo cambia una identidad a través del tiempo: acaso es lo mismo ser sefaradí en la Jerusalén del mandato otomano, en Salónica durante el Holocausto o en el Israel contemporáneo?
Si en El señor Mani Yehoshua trata de, en sus propias palabras, “entender el presente a través de las capas del pasado”, en El túnel, el último libro de Buli, el escritor intenta comprender el mundo a través de la memoria.
Zvi Luria, el personaje principal, es diagnosticado con demencia en las primeras páginas. A recomendación de su neurólogo, Zvi debe de conseguir un empleo y trabajar para desacelerar su atrofia cerebral. En sus etapas iniciales, la enfermedad hace que el protagonista se olvide de los nombres de la gente.
Aunque la trama explícita del libro sea el regreso de Luria a su trabajo como asistente no pagado del hombre que heredó su puesto, al leer entre líneas es posible notar otra historia, una que trata sobre cómo nombramos a las cosas, cómo nombramos a la gente y cómo nombramos a los problemas. ¿Qué significado le damos a nuestros nombres? ¿Cómo la consciencia de nuestra memoria nos puede atraer de regreso a nosotros mismos?
Conociendo la visión política de Yehoshua, un pacifista incansable que advirtió los peligros de la ocupación de Cisjordania desde 1967 y trabajó a favor de los derechos de los palestinos hasta su muerte, no es difícil asumir que Zvi Luria en El túnel es una alegoría a la consciencia de Israel. En un punto del libro, Luria trata de interrumpir una obra de Romeo y Julieta para detener a Julieta de hacer un error fatal, advirtiéndole el terrible desenlace que la actriz ya conocía. ¿Se podrá atrofiar irremediablemente la consciencia colectiva de Israel? ¿Se podrá entrar al escenario para frenar sus errores?
De los famosos tres escritores pacifistas de Israel, David Grossman, Amos Oz y A. B. Yehoshua, sólo Grossman continúa con vida. No está claro si volverá a haber una generación de escritores brillantes con trabajo serio de activismo en Israel como lo fueron ellos tres, pero no parece haber sucesores inmediatos.
Ahí en el extremo en el que se separan la vida y la muerte, no nos queda más que voltear a ver la luz que emanan sus pequeñas tiendas: leer sus libros y apreciar sus trabajos. Abraham Buli Yehoshua perfeccionó el arte de iluminar la realidad nombrando a humanos ordinarios. Desde los individuos de la familia Mani o Zvi Luria hasta Yulia Ragayev, la inmigrante rusa víctima de un ataque suicida y la única persona que es nombrada en Una mujer en Jerusalén, Yehoshua siempre nos recordará a través de sus inmortales personajes la importancia que tienen los nombres. ¡Qué en paz descanse!
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