Uno de los fenómenos que ha definido al hombre durante toda su existencia y ha marcado el destino de sus sociedades y sus culturas es… el tiempo.
Ya sea a través de calendarios, relojes u observatorios los hombres han tenido formas distintas de medir y conservar el tiempo. Se marcan fechas, se escriben libros y se sacan cálculos. Los segunderos corren largamente y el despertador suena a la hora precisa. No ha existido en el mundo una sola civilización que no se haya definido a través del tiempo. Sin embargo, ¿qué es? ¿para qué sirve? ¿por qué lo usamos?
Culturas y hombres han contestado de distinta forma a estas preguntas. De sus respuestas depende cómo conciben su historia, es decir, la forma en que describen su pasado y cómo conciben su misión en este mundo, lo que determina su futuro.
Para algunos el tiempo es lineal; es una cadena de sucesos que explican el momento actual. Es decir, conciben el presente del ser humano como consecuencia de lo que ocurrió con anterioridad, ya sea fenómenos externos al humano, cambios físicos, ambientales, sociales o acciones humanas.
Para estas culturas el tiempo mismo no es un factor determinante en su futuro, es simplemente una medición que existe como herramienta accesoria en el actuar del hombre. Por eso mismo, dichas culturas pueden alterar sus calendarios a conveniencia y a gusto propio. Sus conmemoraciones funcionan simplemente como un recuerdo, un evento separado del presente, una causalidad.
En el calendario pagano celebramos el 1° de mayo, el 16 de septiembre o el 12 de octubre con un fin pedagógico, para recordar qué pasó en ese día, no porque organicemos una independencia año con año, ni porque encontremos un continente nuevo cada octubre. En otras palabras, las fechas que se conmemoran en el calendario secular no tienen una conexión directa con el presente, funcionan únicamente como recordatorios, como una estrategia pedagógica.
Sin embargo para otras culturas el tiempo era visto de forma opuesta. En vez de una línea recta y continua, era un círculo, probablemente no perfecto. Basaban sus calendarios en el Sol o en otro astro y marcaban el tiempo a través de los ciclos circulares que estos cuerpos completan continuamente.
Ellos creían que había una fuerza, un destino superior al hombre que marcaba el correr del tiempo. Estudiaban los astros porque esos cuerpos determinaban su futuro: la suerte, lo que iba acontecer. Estas culturas buscaban ponerse del lado favorable del destino, pero no cambiarlo, no pensaban que el hombre pudiera actuar sobre él, ni funcionaba a consecuencia de sus acciones. Los cambios, en esta forma de percibir el tiempo, no existen, una vez que el ciclo se completa vuelve a empezar. El hombre no tiene forma de cambiar la situación, está destinado a repetirla una y otra y otra vez.
Ambas formas de percibir el tiempo, ya sea lineal o circular, asumen una separación del hombre y el individuo de la divinidad y las causas del destino; de los dos factores que determinan el tiempo deciden escuchar solo a uno: en el caso del tiempo como línea escogen a las acciones humanas como único que determinante del destino del hombre; en el caso del círculo el único actor es un ser metafísico, o la unión de varios; para ellos, el hombre no tiene voz ni acción en el tiempo y los sucesos.
Sin embargo, estas premisas son contrarias al pensamiento judaico. El judaísmo en todos sus principios, en todas sus tradiciones y costumbres busca la unión de D-os y el hombre. Y en muchos sentidos el tiempo es lo que nos define como judíos.
Para nosotros, el tiempo es una espiral; es el balance entre la repetición y el progreso, el círculo y la línea.
Para marcar nuestro calendario nos basamos en los ciclos que hacen la luna y el Sol. Creemos en la dimensión circular del tiempo en medida en que creemos en ciclos espirituales externos que se completan semana con semana, mes con mes, año con año.
Es decir, entre muchísimas cosas, el tiempo, como el espacio físico, es también una coordenada. Transitamos por él como transitamos las calles de nuestro barrio. Cada semana llegamos nuevamente a Shabat (sábado) y somos parte de un proceso espiritual que independientemente de nosotros se lleva a cabo. Sin embargo, a diferencia de las culturas que creen en el tiempo como línea, cuando conmemoramos nuestras fiestas no celebramos algo que sucedió en el pasado, sino algo que está volviendo a pasar, un punto ya conocido donde nos volvemos a encontrar.
Aquellas energías espirituales que se encontraron en el pasado vuelven a efectuarse en nuestro día: cada Pesaj volvemos a enfrentar el dilema de escoger la libertad y abandonar a nuestro faraón interno, cada Shabat vuelve a surgir la espiritualidad en el mundo y nos vemos obligados a elevar el cuerpo y el alma a través del descanso, cada Purim volvemos a buscar nuestra salvación. Aunque no sea de la misma forma que lo hicimos hace miles de años.
Con cada una de las celebraciones cambiamos internamente, de forma individual y colectiva; se repiten, nos volvemos a encontrar en la misma coordenada pero no somos los mismos. A diferencia de las otras culturas que creían en el tiempo como círculo, nosotros también creemos en la dimensión lineal del tiempo, es decir, que los cambios existen y el mundo progresa hacia un sentido.
La Torá afirma que los logros del Hombre constituyen el sentido de la existencia del mundo y del tiempo (1). Creemos que el mundo avanza hacia la Redención final, el mundo venidero; hacia el momento en donde toda la Creción de D-os: los mares, los ríos, los animales, las plantas, los astros y el hombre concreten el sentido por el cual fueron creados y estén en continuo contacto con su Creador.
El único que puede hacer que este momento llegue es el hombre; es el único que puede darle sentido a la materia y santificar a los seres. En el judaísmo se cree que cada hombre nació porque tiene una misión en este mundo, a esa misión se le llama “tikún”; es un camino largo y bello donde se le pide al hombre perfeccionar el mundo que lo rodea a través de perfeccionarse a sí mismo y actuar éticamente.
Caminarlo es una decisión: cada segundo, cada minuto nos es dado como una oportunidad para traer luz al mundo, una oportunidad de alegría y santidad, que únicamente se concreta si decidimos que así sea. Por eso es el hombre el que hace el tiempo. A nuestras celebraciones les llamamos “moadim” literalmente se traduce como “cita”, es un acuerdo marcado y dirigido por D-os y el hombre, nosotros decidimos si lo honramos.
Cada “moad” (festividad) ofrece una oportunidad de crecimiento distinta, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Cuando cada individuo haya cumplido su misión, cuando cada alma regrese al sentido por el cual fue creada en un inicio y cuando todos los seres humanos, el Hombre en su totalidad haya expiado todos los errores cometidos a lo largo de milenios, haya aprendido todo lo que tiene que aprender y esté al nivel de unirse con su Creador, entonces las fiestas dejaran de existir. El tiempo y los ciclos de los astros ya no serán necesarios, habrán cumplido su misión.
Antes de eso: les invito a que santifiquemos el tiempo; a que celebremos las fiestas.
Bibliografía:
Weinberg, Matis R., trad. Aryeh Coffman, Pautas en el tiempo, Onkelos: México Df, 2004
(1) “La Torá afirma … tiempo” cita tomada de Pautas en el tiempo.
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