Enlace Judío México e Israel – A unos días de cumplirse 28 años del atentado terrorista contra la AMIA, en Argentina, una de las supervivientes conversa con Enlace Judío para narrar su historia, marcada por el trauma, por terribles secuelas físicas y emocionales, pero sobre todo por la tenacidad, la resistencia y el deseo de seguir adelante.
Para Silvia Haydee Tulipan, se suponía que esa mañana fuera como cualquier otra. Salió de su casa a tiempo, puntual como siempre ha sido. Tomó el autobús y se apeó en la calle Tucumán. Caminó hasta encontrar Pasteur y dobló a la izquierda. Faltaban pocos minutos para las 10:00 de la mañana, su hora de entrada al trabajo, en la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, en el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina.
Tulipan caminó por la estrecha calle rumbo a la entrada del edificio de la AMIA. Se suponía que esa mañana fuera como cualquier otra pero no lo fue, porque ese día, el 18 de julio de 1994, su vida sería sacudida para siempre. “Yo crucé bien enfrente de la puerta del edificio y no recuerdo nada más”, narra en exclusiva para Enlace Judío.
“En un momento dado, me encuentro con un señor, un hombre joven, de frente a mí, que me agarra de los dos hombros y me sacude, me sacude y ahí como que yo me desperté”, continúa.
El hombre le preguntó si trabajaba “ahí”. Ella, al mirar en la dirección que apuntaba el dedo de su interlocutor, entendió que se refería al edificio de la AMIA. “Sí”, respondió, yo trabajo ahí. Solo que “ahí” había dejado de verse como un edificio. En cambio, Tulipan encontró una pila de escombros envuelta en polvo y humo.
“Te voy a hacer algunas preguntas”, le dijo el hombre, y luego siguió el protocolo que suele usarse para determinar si un boxeador que ha caído sobre la lona del cuadrilátero tiene una conmoción cerebral: ¿cómo te llamas? ¿Qué día es hoy? ¿En dónde estás? ¿Quién es el presidente? Tulipan respondió satisfactoriamente a cada pregunta y entonces, como si el hombre quisiera develar ante ella una realidad desconocida, le dijo: “mira a tu alrededor.”
“Alrededor mío era un caos: (las personas) lloraban (se percibía un ), olor a gas. Y yo no sabía qué había pasado.” Y luego, una pregunta más: “¿a qué hora cruzaste?”. Tulipan calculó entonces que habría sido a las 9:50. A su oficina entraba a las 10:00 y ese día había cruzado la calle Pasteur con suficiente tiempo para entrar en el edificio de la AMIA y subir los cinco pisos que la separaban de su oficina.
“Fijate en tu reloj”, le pidió el hombre. “Eran las 11:00 menos cuarto. Es decir que yo estuve apartada de tiempo y espacio aproximadamente 45 minutos. Él me dejó. Él se fue. Yo empecé a mirar a mi alrededor. Alguien me dijo ‘atentado’… No me acuerdo. Yo empecé a buscar alguna cara conocida y, en un momento dado vi, allá a lo lejos, al marido de la que fue mi jefa.”
“¡Ah, estás viva!”, le dijo Alberto. “Y yo le dije ‘le tengo que hablar a mi hija —mi hijo vive en Israel desde hace 37 años—. No había celulares, era el 18 de julio del año 1994. Entonces él me dijo: ‘caminá por la calle Pasteur y pedí algún teléfono’. Lo que yo empecé a ver es todos los comercios cerrados, vidrios en la vereda (…), algunos habían bajado las persianas de metal; yo golpeé en un negocio, me abrieron la puertita, yo entré y le pedí un teléfono; ellos estaban llorando. Me dijeron ‘no hay teléfono, cortaron el agua, cortaron el gas, caminá hasta la avenida Corrientes’.”
Pero al salir, se encontró con su hija, que venía acompañada por un amigo, quien la reconoció de inmediato. Al verla, su hija entró en una especie de “ataque de nervios. Yo la consolaba”, recuerda con ironía. Luego, el trío caminó hasta Corrientes y abordó el metro. Tulipan no recuerda haberlo hecho pero sí llegar a la oficina del padre del amigo de su hija, desde donde al fin pudo usar el teléfono.
“Lo primero que hice fue llamar a mi mamá, una señora muy mayor que vivía en Rosario. Mi mamá atendió el teléfono y me dijo ‘¡ay, estoy sentada delante del televisor! Yo sabía que me ibas a llamar’.” Luego telefoneó a Israel. Su hijo y su nuera volvían del trabajo. Él había encendido apenas el televisor y no tenía idea de lo que había pasado. Cuando se puso al teléfono, escuchó a su madre decir “los mataron a todos, el edificio no está más”. Él no entendía. Entonces, la televisión israelí comenzó a transmitir en vivo la noticia.
De todo lo último, Silvia recuerda lo que le contaron que ocurrió. Su mente se habrá sumergido durante aquellas horas en una especie de letargo protector que le impide, años después, recordar por sí misma los eventos. Lo que sí recuerda es la vuelta. Desoyendo el consejo de su hijo, quiso volver al sitio de los hechos, a ese edificio que no estaba más ahí, pero la policía le impidió el paso. “Yo les dije quién era”. Al fin consiguió cruzar el cerco de seguridad y alcanzar el improvisado centro de ayuda que se había montado en el colegio Rambán.
Ahí, los voluntarios apuntaban en un pizarrón los nombres de los sobrevivientes. Ella dio el suyo. Luego de algunas horas, su hija la convenció de que era tiempo de ir a casa. “Yo estaba muy cansada. Vivía en el barrio de Belgrano. Entramos a mi casa. Al rato la televisión mostró —tipo, 6:00 de la tarde— que habían sacado vivo a un compañero mío, Alejandro Miroshnik, que él estaba en Prensa de DAIA, él había bajado a buscar los periódicos, (luego) él subió con el ascensor; el ascensor hizo cuatro pisos y cayó.”
Ahí, según el relato de Tulipan, Alejandro Miroshnik fue protagonista de su propia historia de supervivencia. Por el techo del elevador había cruzado una viga que le atravesó la pierna. Él se hizo un torniquete y, gravemente herido, esperó durante horas a ser rescatado. Se sorprendió al escuchar el ruido de un helicóptero sobre su cabeza. ¡¿Tanto alboroto por un ascensor caído?! Luego trepó la viga para alcanzar un orificio, a través del cual hizo pasar su voz para pedir auxilio.
Por ese orificio, un bombero le alcanzó una manguera para que bebiera agua. Cuando al fin lo sacaron de ahí, a las 6:00 de la tarde, Miroshnik vio el caos y, aturdido, le preguntó al bombero: “Y esto, ¿qué fue? ¿Un atentado como el de la embajada? —acordate que (el atentado contra) la embajada fue dos años antes, marzo—. Y el bombero le dijo ‘no, mucho peor’.”
Tulipan siguió el rescate por televisión y se sintió aliviada. Luego supo que tres de sus compañeros habían muerto. El resto se salvó porque entraba a las 11:00. Por la noche, recibió la llamada de su jefa, quien tras confirmar que ella se encontraba bien, le pidió presentarse en el abandonado colegio Rambán al día siguiente.
Esto es guerra
“Y empezamos a trabajar. No teníamos ni sillas, ni bancos, ni mesas ni nada.” Congregados en tres aulas del viejo colegio, los sobrevivientes reanudaron sus funciones. Poco a poco, el mobiliario y los aparatos comenzaron a llegar. La AMIA les proveyó de consejería psicológica. Los psicólogos hablaron con los supervivientes durante un mes. “Ellos trataban de detectar si alguien necesitaba atención privada. Hicimos catarsis, lloramos, gritamos… Todo lo que uno tiene que sacar de adentro; me dijeron a mí que yo no necesitaba nada privado, y empezamos a trabajar.”
En los primeros días que siguieron al atentado, Tulipan fue designada para recibir a los visitantes, mayormente funcionarios y políticos. Recuerda que, en la planta baja, los familiares de las personas atrapadas entre las ruinas se congregaban a la espera de noticias. Pensaban que había sobrevivientes. Cuando los psicólogos se les aproximaban, “entendían que habían encontrado muertos”.
Hacía meses que el colegio Rambán estaba abandonado y no servía el elevador. Tulipan subía a pie siete pisos para llevar a los visitantes hasta las improvisadas oficinas de la DAIA. “La gente estaba muy shockeada, los dirigentes comunitarios estaban todos muy shockeados, la gente del gobierno, digamos, venían a preguntar ‘¿en qué los podemos ayudar?’. Todo el mundo sufrió un shock muy grande. Nadie sabía cómo actuar. En el atentado de la embajada murieron 30 personas y (hubo) 200 heridos. En este atentado murieron 85 personas y (hubo) 300 heridos. Y toda la cuadra, los 100 metros de Pasteur entre Tucumán y Viamonte, ambos lados (estaban) destruidos.”
El hijo de Tulipan tomó un avión desde Israel para visitar a su madre casi de inmediato. “Cuando llegó a la esquina se quedó helado”, recuerda con énfasis, “porque vos pensás ‘bueno, no está el edificio…’ (pero) no: la cuadra entera estaba demolida. Entonces, mi hijo me dijo ‘esto es guerra.’ Es como si vos hubieras bombardeado como ahora en Ucrania, no había edificios. Es decir, murió la mayoría de la gente del edificio (de la AMIA), gente que caminaba por la calle (…), murieron médicos, el dueño de la imprenta de enfrente, el portero del edificio de al lado… fue terrible.”
Pese a que apenas dos años antes la embajada de Israel había sufrido un atentado devastador, este nuevo ataque fue “shockante para todo el mundo, nadie se esperaba esto.” Además de los 85 muertos y 300 heridos, hubo “grandes pérdidas económicas”, recuerda Tulipan, quien eventualmente tuvo que reanudar su trabajo comunitario. “Uno se tenía que ocupar. Recibíamos donaciones, nos llamaban del mundo y, como pudimos, seguimos. Unos siguen (aún). Enterramos a los muertos. Yo lo acompañé al doctor Beraja a varios sepelios, entierros.”
Un mes después del atentado, sentada en una sala de cine, Tulipan comenzó a experimentar extraños síntomas, que comenzaron con un entumecimiento de las piernas y siguieron con prolongados insomnios. Durante los siguientes tres años consultó a 15 médicos de diversas especialidades pero ninguno atinó un diagnóstico. En 1997, un médico judío que venía regresando de un congreso en Estados Unidos, dio por fin en el clavo: fibromialgia reumática postraumática.
“La fibromialgia ataca los músculos, los tendones y los cartílagos. Te los pulveriza. Es una enfermedad crónica, invalidante y discapacitante. Se contabilizan 100 síntomas —no todos juntos—”, de los cuales ella padeció desde entonces varios, como la movilidad disminuida de uno de sus brazos.
“Es una enfermedad que no permite que vivas en el frío, el frío te hace mucho daño, los músculos se contraen, tenés grandes dolores todo el día, quedás rígida….” Ya con un diagnóstico certero, el médico le habló sobre la gravedad de su condición y le dijo que dependía de ella cómo pasar el resto de su vida. Le aconsejó nadar pero ella no sabía. Le recomendó, entonces, el baile, que siempre le había gustado. “Al bailar, vos provocás calor en el cuerpo, entonces ya no estás rígida.”
Silvia Tulipan siguió el consejo médico, recibió tratamientos y aprendió a vivir “sin quejarse de los dolores”, que eran múltiples y constantes como el insomnio, y que junto con este le provocaron una gran depresión. “Pero yo salí adelante. Soy escorpiana, tengo un gran carácter, tengo fuerza para luchar. Lo primero: me quiero a mí misma. No dependo de pastillas, de medicamentos. Mi marido era médico, yo sé que la pastillita de la felicidad no existe: si vos no ponés algo de vos, nada va.”
“Por algo no me morí”
En el tiempo que siguió al atentado, Tulipan siguió trabajando. Tenía que sobreponerse a la tristeza de haber perdido a tantos compañeros de la AMIA. Le atribuye a su carácter fuerte la facultad de seguir adelante, de salir de esos escombros emocionales que habían caído sobre su ánimo como el concreto demolido aquel 18 de julio de 1994, pero también a su fe. Aunque advierte que no es una persona religiosa, cree en Dios y piensa que “por algo no me morí.”
“Un día estaba sentada con una chica catequista, católica apostólica romana, y yo le dije ‘¿por qué no me morí? El primer tiempo uno se siente culpable, porque se murieron mucha gente, y jóvenes. Y entonces ella me dijo ‘¿por qué no te preguntás, en vez de decir ‘¿por qué no me morí?’, ¿para qué me dejó Dios acá?’,’ me dijo ella. ‘Por algo, Silvia. Tenés alguna misión. (Pregúntate) ‘¿por qué me dejó?’.’ Y ahí entendí que nadie muere en las vísperas. Hay un proverbio árabe que dice ‘nadie muere en las vísperas’. Yo creo que Dios es el que decide cuando te vas. Por algo me dejó. No sé por qué me dejó.”
Pero, como si lo supiera, Tulipan dedicó los siguientes años a trabajar intensamente. “Ayudé mucho en la investigación. Traté de averiguar qué había pasado. La gente estaba muy shockeada, no reaccionaba. Yo hablaba con uno, con otro. Eran dos edificios iguales, uno adelante, el otro atrás. Todos estaban adelante, menos un piso de la AMIA, Presidencia, que en el edificio de adelante tenía un hall, y el personal estaba en el edificio de atrás. Ese segundo piso se salvó.”
Para entender cómo habían sobrevivido, “yo hablé con el intendente, que falleció ahora, un israelí. Le pregunté por qué él le gritó a los empleados ‘¡cuerpo a tierra!’ Quería saber cómo se vio de adentro el atentado. Ellos sintieron como ruido de vidrios, dice que el edificio se movió como un flan, para un lado, para el otro. Él me dijo que sintió como cuando sale gas de una cañería. Él me dijo: ‘imaginate, Silvia, una cañería, como si fuera la boca de un caño, grande como una habitación…’ Él sintió el ruido, shhhh. Ahí dijo ‘¡todos cuerpo a tierra!’, se fueron abajo de los escritorios, el edificio de adelante cayó y ellos quedaron en el edificio de atrás, sin la pared de adelante pero salvaron la vida.”
Obra de Hezbolá, “mano de obra argentina”
Los trabajos de inteligencia emprendidos por la DAIA, con ayuda de agentes del Mossad —así lo sugiere Tulipan—, descubrieron pronto que el atentado había sido orquestado por Irán, a través de uno de sus brazos terroristas, el Hezbolá, pero con “mano de obra argentina.”
“La camioneta que provoco esto, que traía 600 kilos de explosivos, había atravesado la provincia de Buenos Aires. Culparon al comisario Ribelli, que es el que liberó la zona. A Telleldín, que es el que facilitó la compra de la camioneta (absuelto finalmente en 2020). Después descubrimos que la camioneta llegó el día viernes. Que trató de parar en el estacionamiento, en frente, muy cerquita también del sanatorio de Miroli. Que la camioneta era tan grande que no entró en el estacionamiento. Y el dueño del estacionamiento luchó como media hora, hablando con el conductor que, según él, tenía acento extranjero, árabe, hasta que le hizo entender que la camioneta tocaba el techo del estacionamiento.
La camioneta se fue. Al lado está el famoso Hospital de Clínicas, donde había tres mil pacientes internados. La pararon en ese estacionamiento. Estuvo parada viernes, sábado y domingo. El lunes la sacaron, la llevaron a la calle Corrientes, entraron por Pasteur y golpearon el edificio. Pero también descubrimos que había una bomba adentro. Es decir, estalló adentro (y) estalló afuera.”
Como recuerda Tulipan, eventualmente fueron juzgadas y condenadas algunas de las personas que participaron en el complot (aunque finalmente fueron absueltas), pero nunca los autores intelectuales. Sin embargo, “sé que el año pasado Estados Unidos eliminó a una persona en Irán. Esa persona era uno de los cerebros” detrás del atentado.
El edificio fue reconstruido en el mismo sitio, pues la aseguradora lo requirió así, y esta vez fue ubicado lejos de la calzada, y diseñado para dificultar un nuevo ataque. El día que Tulipan entró a su oficina en el nuevo edificio, se sintió mal. “Mi pensamiento fue: ‘estoy pisando a los muertos’.”
Debió acostumbrarse a esa sensación y seguir trabajando. Eventualmente emigró a Israel, desde donde narra su historia para Enlace Judío. Sobre el caso del fiscal Alberto Nisman, dice no tener duda respecto al hecho de que fue asesinado porque tenía en su poder pruebas que incriminaban a la entonces presidente Cristina Fernández.
“En Argentina, todos las grandes tragedias, los asesinatos, están impunes”, lamenta Tulipan, pocos días antes de que se cumpla un aniversario más de aquel atentado. “Porque como existe la complicidad del Estado, no se busca a los culpables. En cualquier parte del mundo, en seguida encuentran a los culpables porque están fuera del Estado.”
Tulipan narra también cómo, en una entrevista, un exdiplomático israelí confesó que si Israel no había hecho nada por llevar a juicio a los responsables del atentado contra su embajada en Argentina, era porque ya los había asesinado a todos. El gobierno de ese país dijo que el exembajador hablaba por cuenta propia. Cuando Tulipan llegó a Israel consiguió entrevistarse con el actual primer ministro, Yair Lapid, a quien le preguntó por qué Israel no había hecho lo mismo con los autores intelectuales del atentado contra la AMIA. “Deje que sea Primer Ministro y vamos a revisar todo el caso”, le respondió. “Así que ahora espero que lo revise”, dice ella, sonriente y un poco irónica.
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