Juntos venceremos
domingo 22 de diciembre de 2024
Joe Biden y Yair Lapid

Irving Gatell/ Joe Biden medio siglo después de Golda Meir

Enlace Judío – A Joe Biden le gusta contar una anécdota de algo que, según él mismo, le cambió la vida: su encuentro con Golda Meir. Sin embargo, muchos molestos e incómodos periodistas se han dedicado a señalar que el actual presidente de los Estados Unidos suele contar la historia con muchas imprecisiones y exageraciones.

En diciembre pasado, durante el encendido de la vela de Januká en la Casa Blanca, Biden volvió a contar de su encuentro con Golda Meir. Lo hace siempre para hablar de lo añejos que son sus vínculos con el Estado de Israel. Pero tal y como lo ha explicado Daniel Dale, de CNN, la anécdota de Biden está llena de errores (muy probablemente, ocasionados más por la edad del presidente que por un insano gusto por engañar a la gente).

Cuando se refiere a esta anécdota, Biden suele decir que en aquella ocasión Golda Meir se la pasó hablando de unos mapas, que Yitzhak Rabin —que todavía no se había convertido en primer ministro— estuvo presente, que Golda quiso tomarse una foto con Biden, y que además estuvo hablando de la difícil situación que Israel enfrentaba en cuanto a seguridad, aunque insistió en que tenían un “arma secreta” contra los árabes: fuera de Israel, los judíos no tenían a dónde ir. Así que no había más alternativa que derrotarlos.

Biden, en diciembre pasado, añadió otros datos: el encuentro se habría dado durante la guerra de los Seis Días (1967), debido a que él iba a ser un enlace entre Israel y Egipto para negociar aspectos del status del Canal de Suez. Golda, de paso, se habría referido a Biden todo el tiempo como “señor embajador”.

Lo cierto es que esa reunión no ocurrió en 1967, sino en 1973, cinco semanas antes de la guerra de Yom Kipur. Cuando la guerra de los Seis Días, Golda todavía no era primera ministra y Biden era un joven universitario. Además, no existe evidencia de que Israel haya pretendido que Biden fuese su enlace con los egipcios. Ese dato, evidentemente, Biden lo exageró.

Lo único verificado es que antes de ir a Israel, Biden estuvo en Egipto y sirvió como recadero de Anwar el-Sadat. Pero es muy dudoso que Golda Meir haya querido apoyarse en un joven de 30 años que tenía nula experiencia en el Medio Oriente. En cambio, los registros israelíes que se conservan de aquella reunión señalan que Biden propuso a Golda Meir que Israel se retirara unilateralmente de algunos territorios como prueba de que deseaba la paz, lo cual la primera ministra de Israel rechazó tajantemente.

Otros investigadores que han abordado el tema, como Uri Bar-Josef (profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Haifa) y Assaf Siniver (profesor asociado de Seguridad Internacional en la Universidad de Birmingham) están de acuerdo en que Meir nunca tuvo interés específico en que Biden fuese un intermediario con los egipcios.

La única fuente documental directa que tenemos para saber de qué se trató ese encuentro es el propio informe preparado por el gobierno israelí. Allí se detalla que Biden admitió que no era un experto en asuntos relacionados con Egipto, que se sintió muy a gusto en ese país aunque sólo fue recibido por oficiales de segundo rango, y que Golda Meir fue muy enfática al rechazar el plan estadounidense de retirarse de ciertos territorios para mandar señales positivas a los árabes.

El informe fue elaborado por un funcionario llamado Gideon Yarden, que señaló que Biden realmente manifestó una sincera admiración por Golda Meir, y que señaló que había llegado a Israel “para aprender”; pero que también se expresó de un modo en el que se reflejaba demasiado su corta edad y su poca experiencia diplomática. De hecho, a manera de sarcasmo, Yarden puso la palabra “experiencia” justo así, entre comillas.

Otro detalle que Biden a veces menciona (la última vez lo hizo en 2015) es que en aquella ocasión le habló a Golda Meir e Yitzhak Rabín sobre un inminente ataque egipcio, cosa que los dos se rehusaron a admitir. Los informes israelíes descartan que Biden haya tocado ese tema.

No sé hasta qué punto Biden esté consciente de que en aquella ocasión sólo propuso lo que siempre ha sido la ilusa estrategia demócrata en relación al conflicto con Israel: “entreguen unilateralmente territorio para que los árabes vean que sí quieren la paz”.

La experiencia ha demostrado que esa estrategia habría sido suicida. Su máximo momento fue cuando Ariel Sharón ordenó la desconexión unilateral de Gaza, y los palestinos no hicieron ningún movimiento a favor de la paz.

Biden fue vicepresidente de Barack Obama, acaso el presidente estadounidense más comprometido con cualquier intento por hacer que Israel se rindiera ante sus enemigos (Irán, específicamente).

En el marco de la guerra de 2014 contra Hamás, toda la labor diplomática de John Kerry —enviado de Obama a Medio Oriente para tratar de intermediar en el conflicto— se enfocó en eso. Fue patética la ocasión en la que Kerry presentó a Netanyahu una propuesta con varios puntos que, en esencia, era una copia de las exigencias de Hamás.

Es decir, Kerry le estaba pidiendo (o casi exigiendo) a Israel que se rindiera, pese a que quien se estaba llevando la golpiza de la vida era Hamás. Kerry, por supuesto, se regresó a Estados Unidos con un palmo en las narices, molesto porque el gobierno israelí simplemente le dijo que no y que mejor se regresara por donde había llegado.

Es un hecho indiscutible que toda la política de Obama fue abiertamente anti-israelí, y que no nada más Kerry, sino también Hillary Clinton y Joe Biden fueron parte de eso.

Biden está de regreso en Israel, casi 50 años después de aquel encuentro con Golda Meir, y ha venido a toparse con una realidad muy distinta no sólo a la que conoció en aquel entonces, sino también a la que pudo ver desde lejos mientras era vicepresidente de los Estados Unidos.

Las cosas han cambiado radicalmente en estos últimos años.

Simplemente vean este detalle (recordando, por favor, que en política no hay coincidencias): justo en estos días, se reportó que Arabia Saudita podría pronto abrir su espacio aéreo para aviones israelíes, sobre todo para que los musulmanes de Israel que quieran viajar a La Meca para las festividades del Hajj puedan hacerlo directamente.

Recuérdese que Israel y Arabia Saudita todavía no han firmado un tratado para normalizar relaciones diplomáticas. Y es que es muy evidente que Arabia Saudita —líder indiscutible del mundo sunita— lanzó por delante a sus aliados pequeños, como los Emiratos Árabes Unidos o Baréin, para que fueran ellos quienes comenzaran los acercamientos con Israel.

Todo eso se logró durante la gestión de Trump en los Estados Unidos, y con ello se consolidó un cambio radical en el Medio Oriente. Algo que, en el fondo, debió resultarle profundamente molesto a Barack Obama.

La idea de este presidente —carismático pero torpe para la política internacional— era “equilibrar” los poderes regionales en toda esa zona. Claro, su idea de equilibrio significaba acotar a Israel y empoderar a Irán. Básicamente, todos sus movimientos en la zona se enfocaron en eso. Si no lo logró fue porque, pese a sus múltiples disgustos, Israel se rehusó a seguirle el juego (como cuando Golda Meir le dijo al joven Biden que no gracias, que no iban a caer en esa tonta trampa tendida por los árabes de aquel entonces).

Semejante idea no tiene ningún sentido hoy en día (en realidad, tampoco lo tenía en tiempos de Obama, pero pues el señor nunca quiso entenderlo).

Irán está profundamente deteriorado económicamente y su dependencia de Rusia se ha convertido en una maldición ahora que este país está inmerso en una guerra genocida en Ucrania que lo ha puesto en enemistad con casi todo el mundo. Irán, siempre aliado de Moscú, ahora está más aislado que nunca. Por eso ni siquiera Biden insistió en seguir adelante con el objetivo (absurdo, dicho sea de paso) de recuperar el tratado nuclear con los ayatolas.

En el otro extremo, las relaciones entre Israel y los países árabes sunitas se han fortalecido muchísimo en estos últimos dos años. Los negocios van viento en popa, y será cosa de tiempo para que más países musulmanes (no sólo árabes) empiecen a firmar tratados de reconocimiento mutuo con el Estado judío.

Así que Biden ya no tiene margen de maniobra. El Medio Oriente cambió y a casi 50 años de su primera visita, los sueños políticos que alguna vez albergaron Biden, los árabes de aquellos tiempos, y muchos otros políticos de izquierda en los Estados Unidos, simple y sencillamente fueron derrotados.

En todo lo relacionado con su propia seguridad, es Israel quien toma las decisiones sin dejar que nadie más interfiera con intereses ajenos a los del pueblo judío.

Por lo menos, todo parece indicar que Biden lo ha entendido bien y que no tiene ningún deseo de complicar las cosas. Menos en una época en la que es mejor tener a Israel como aliado en el marco del conflicto entre Ucrania y Rusia.

Todo esto hace que la visita de Biden a la zona sea muy predecible: abrazos, buenos deseos, firma de algunos acuerdos nuevos, amistades que se refuerzan.

Cometerá el molesto error de darse una vuelta por Ramallah para apapachar a Abbas, un corrupto fósil que se ha eternizado en el poder impidiendo cualquier mínimo desarrollo de los valores democráticos entre los palestinos.

Pero tampoco es extraño. A fin de cuentas, Biden sigue siendo un representante de cierto tipo de política estadounidense que nunca entendió muy bien de qué se trataba el conflicto israelí-árabe, o luego el israelí-palestino.

Cosa que a los israelíes no les interesa porque, al final de día, no le van a pedir permiso a Biden para hacer lo que tengan que hacer. Y Biden lo sabe.

 


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