Aprender de la historia
Estamos en un periodo de tres semanas, desde el 17 de Tamuz hasta el día 9 del mes de Ab (7 de agosto) que se lo conoce con el nombre hebreo: “Ben haMetsarim“, “Entre las tragedias”, en alusión a los trágicos acontecimientos que recordamos en el 17 de Tamuz y en el 9 de Ab. Estos son días en los que guardamos un grado de duelo que va creciendo en la medida que nos aproximamos al 9 de Ab, que es el día de duelo nacional del pueblo judío.
Estos son también días de reflexión, no solamente para conmemorar y recordar nuestra historia, sino especialmente para aprender de los errores que cometimos en el pasado. La filosofía de nuestra Torá es que hay una relación directa entre nuestro comportamiento religioso y el nivel de protección divina que merecemos, particularmente en el nivel colectivo, o sea, como pueblo.
Como lo dice la Torá explícitamente en Perashat Bejuqotay (Levítico 26:14-46) y Perashat Ki-Tabó (28:15-69), cuando cumplimos nuestra parte del pacto y honramos nuestro compromiso con Dios, el Todopoderoso honra su parte del pacto protegiéndonos contra nuestros enemigos.
Cuando los hermanos se pelean…
Cuando nuestros sabios analizaron, por ejemplo, que fue lo que llevó a la destrucción del segundo templo (año 68 de la era común), no atribuyeron nuestra derrota al enorme poder militar de los romanos. Los sabios, en lugar de eso, nos enseñaron a “mirarnos al espejo” y preguntaros ¿Qué paso con nosotros mismos? ¿Qué hicimos mal para no merecer la asistencia Divina? En este caso, la respuesta que nos brindaron es muy específica: nuestro pecado principal fue “sinat jinam”, “Odio irracional entre nosotros mismos”. Es decir, divisiones entre los propios judíos, sectarismo político, religioso, social. Algo que, curiosamente, creo que todavía no hemos superado.
Esta intolerancia de uno por el otro es irracional porque es muy peligrosa (¡suicida!). Y es peligrosa por dos motivos: 1. Porque provoca que la presencia (y protección) divina nos abandone y 2. Porque las divisiones nos debilitan y quedamos expuestos a nuestros implacables enemigos.
En realidad, todo lo que se necesita saber acerca de las desastrosas consecuencias de “sinat jinam” se puede aprender de la historia de dos hermanos Yojanán Hurquenus y Yehudá Aristóbulo. Lo ocurrido con ellos 130 años antes, desencadenó “literalmente” la destrucción de nuestro Bet haMiqdash. ¿Cómo ocurrió que el pueblo judío, luego de haberse liberado de los griegos a través de los Jashmonayim (año 165 antes de la era común) y luego de haber establecido un estado judío independiente, terminó siendo invadido y luego destruido por los romanos?
Recordemos que en el año 141 aec, los judíos finalmente habíamos recuperado nuestra independencia y teníamos nuestro propio “ejército judío” que era muy poderoso y famoso por la bravura de sus soldados. Este fue un periodo de unión y fortaleza entre los Yehudim, bajo el liderazgo de Shimón, el hijo de Matitiyahu, donde gozábamos de una relativa paz y vivimos de acuerdo nuestra Torá. Definitivamente, HaShem estaba con nosotros. Pero todo cambió unas 3 generaciones después. En el año 65 aec.
¿Quién trajo a los romanos a Jerusalén?
Yojanán Hurquenus y Yehudá Aristóbulo reclamaban el trono luego de la muerte de Alexander Yanai. Y no se podían poner de acuerdo en el juego de la sucesión. La enemistad y el odio entre dos hermanos creció y se reflejaba también en sus seguidores y adeptos políticos que no dudaban en buscar la alianza con pueblos paganos para derrotar al otro bando judío. La situación se tornó tan mala que el “estado judío estaba al borde de una guerra civil” por las interminables conflictos entre estos bandos.
En esos años, los romanos, que estaban creciendo militarmente, habían enviado al famoso comandante Pompeyo al mediterráneo para proteger a sus barcos de los piratas que los atacaban y los saqueaban. Una vez en Medio Oriente Pompeyo vio que la situación política en Judea era muy frágil y decidió aprovecharse de la situación. Se ofreció para arbitrar entre los dos hermanos y decidir quién debería asumir el cargo. Los judíos, distraídos con sus sangrientas batallas internas, no se dieron cuenta de que estaban cayendo en una trampa mortal que abría las puertas a los romanos para apoderarse de Jerusalén….
Pompeyo finalmente decidió apoyar a Yojanán, el menos poderoso de los dos, para ser el nuevo monarca. No conforme con el veredicto, Aristóbulo reunió un ejército en Yerushalayim y Pompeyo, con el beneplácito de Yojanán, trajo a su propio ejército y comenzó una guerra que duró más de 3 meses en la que murieron más de 12.000 soldados judíos. Una vez vencido Aristóbulo, y con el ejército judío muy debilitado, Pompeyo desplazó a Yojanán, se apoderó de la ciudad de Jerusalén y prácticamente anexó el estado judío al imperio romano. Los romanos se habían instalado en Jerusalén para quedarse, y nosotros mismos les habíamos abierto las puertas…
Para más detalles acerca de este convulsionado periodo histórico, ver este artículo en hebreo.
Continuará…
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