Los romanos y la religión judía
La semana pasada explicamos cómo Judea (יהודה = Israel) dejó de ser un estado independiente y fue convertida en provincia romana por el emperador Augusto. Al igual que los griegos 100 años antes, Roma trató de acabar con el judaísmo e imponer su culto. Los judíos obviamente resistieron. Pero los romanos, que eran tolerantes con otros pueblos paganos, no aceptaban la religión judía. Nunca entendieron la “cláusula de exclusividad” del monoteísmo: ¿por qué los judíos eran tan “arrogantes” y no estaban dispuestos a aceptar otros dioses en su Templo junto con su propio Dios?, como lo hacían todos los demás pueblos del mundo.
Además, para los romanos el judaísmo era excesivamente aburrido: impone reglas y límites. Mientras que las otras religiones consistían en socializar: entregarse a la glotonería y a la embriaguez y, sobre todo, a normalizar la promiscuidad, haciéndola parte de los ritos religiosos.
La prueba de Calígula
La presión para persuadir a los judíos a abandonar su ya obsoleta y aburrida religión era incesante. Y en un momento se tornó peligrosa. Esto ocurrió en los tiempos de Calígula, que gobernó el imperio entre los años 37 y 41 de la era común. Calígula fue probablemente el peor emperador de la historia romana, y cruzó los límites de la sanidad cuando se proclamó a sí mismo “dios” y demandó ser adorado como tal. Su obsesión narcisista lo llevó a hacer cortar las cabezas de las estatuas de los otros ídolos romanos y reemplazarlos por su propio busto.
En Roma construyó dos templos dedicados a su culto. Y también quiso poner a prueba su divinidad con el examen más riguroso: el de los judíos. Primero mandó a erigir y colocar su estatua en las sinagogas de Alejandría, donde había una importante comunidad judía. Los judíos se opusieron con vehemencia, e incluso el procurador romano Flacus (o Flaco), se negó a obligar a los judíos a erigir estatuas de Calígula. Pero Calígula reaccionó destituyendo a Flacus de su puesto y ejecutándolo.
¿Calígula de visita en Jerusalén?
La siguiente historia está relatada por el famoso historiador judío Flavio Josefo (37 – 100 de la era común). Josefo, que escribía para los romanos, cuenta que Calígula envió una orden para que se construyeran estatuas suyas y fueran instaladas en todo Judea. Los judíos decidieron resistir. Calígula envió entonces a su mejor hombre para esta misión: el procurador de Siria, Petronio, y le aportó dos legiones del ejército romano — más de 10.000 soldados– para llevar a cabo la tarea, cueste lo que cueste. Petronio desembarcó en el puerto de Aco y allí fue interceptado por una delegación de decenas de miles de judíos que habían llegado desde todos los confines de Israel. Le explicaron a Petronio que la Torá prohíbe terminantemente esculpir imágenes de nuestro propio Dios, y obviamente de un ídolo humano, y que adorar o incluso erigir estatuas de Calígula constituiría el acto más ofensivo en nuestra religión. “¿Estáis preparados entonces para enfrentarse a una guerra con el emperador romano?” preguntó Petronio. A lo que los judíos le respondieron: “Si el emperador persiste en su deseo de erigir sus estatuas, deberá matar primero a la totalidad de la nación judía. Ningún judío va a dejar de sacrificar su vida para evitar esta afrenta”.
Acto seguido, cuenta Josefo, todos los judíos se presentaron ante Petronio, con sus esposas y sus hijos, desnudaron sus cuellos y le dijeron que estaban dispuestos a defender el honor del Dios de Israel con sus propias vidas. Petronio, conmovido por la convicción de los judíos, trató de postergar al máximo la ejecución de su misión. A finales del año 40, cuando ya no pudo hacer más tiempo, escribió una carta a Calígula tratando de disuadirlo. Enojadísimo, Calígula le ordenó a Petronio quitarse la vida y redobló su apuesta con los judíos: mandaría a “construir su estatua en Roma y la llevaría personalmente a Judea para ser erigida en el Gran Templo judío de Jerusalén”.
Y entonces, ocurrió un gran milagro: el 24 de enero del año 41, Calígula fue asesinado en una histórica conspiración organizada por su propia guardia imperial, y la pesadilla que podía habernos llevado al final, finalmente terminó (y Petronio no llegó a suicidarse). Los judíos nos mantuvimos unidos y firmes en nuestros principios, y HaShem estuvo de nuestro lado.
Claudio y los judíos
El nuevo emperador romano, Claudio. (41-54 EC), fue mucho mejor con los judíos. Restauró la autonomía de Judea y en el año 41 les permitió a los judíos tener su propio rey Agripas. Agripas (llamado por los historiadores “Herodes Agripa I”) era muy respetuoso de la Torá y de sus leyes y protegió al Bet haMiqdash. Su reinado fue recordado por los judíos como muy positivo y favorable. Pero duró muy poco…. Agripas murió en el año 44. Luego de la muerte de Agripas comienza un periodo muy amargo y difícil para Am Israel, que culminó con la destrucción del Bet haMiqdash en el año 68.
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