Enlace Judío México – Hace unas semanas salieron a la luz las fotografías tomadas por el telescopio James Webb, donde se podían observar conglomeraciones de galaxias que existieron hace más de cuatro mil millones de años; mucho se ha dicho sobre el gran avance que estas imágenes representan para la ciencia y la dificultad que implicó la construcción y lanzamiento al espacio de dicho telescopio. Sin embargo, viendo las galaxias, las mezclas de colores que la luz infrarroja y el polvo estelar crean, y las formas que se dibujan en las fotografías, ha habido más de uno que se maravilla con su belleza. Y hay quienes hemos usado este momento para incursionar en reflexiones del hombre y la vida más que de la ciencia y la ingeniería. He escuchado a gente decir que viendo las galaxias piensa en Dios, en la complejidad del mundo que nos rodea, en la pequeñez y grandeza del hombre que existen de forma simultanea. Hay muchas formas de abordar este fenómeno desde ese ángulo y me gustaría hablar de algunos de los problemas filosóficos que despierta.
La diferencia entre creer en un Dios personal y un orden natural
El orden natural
Cuando uno hace preguntas sobre Dios con otras personas, muchas veces la respuesta que uno recibe es sobre la naturaleza. La gente a veces dice no creo Dios, pero sí creo en un orden, en una fuerza, en una energía y son pocas las culturas que no hablan de esto en sus orígenes. El mundo en que vivimos es ordenado y podemos deducir patrones, reglas o leyes en que la naturaleza se comporta. Esto ha llevado a pensar a varios filósofos que existe un orden atrás de cómo está organizada la naturaleza y que el hombre es parte de dicho funcionamiento. Cuando uno ve las galaxias y se maravilla de su belleza y complejidad muchas veces se está refiriendo a ese orden natural.
Dentro de las filosofías que retoman este tipo de pensamiento existe una analogía entre el orden moral y el orden natural. El hombre se relaciona con ambos a través de la admiración y el respeto, en las sociedades se busca crear leyes que mantengan la armonía y la paz. Durante algunos momentos de la historia, también se habló de cómo el hombre es reflejo de ese balance y esa belleza que encontramos en la naturaleza; por ejemplo, el humanismo renacentista mira al hombre como el centro del universo y lo aprecia como el reflejo del orden natural, de ahí surge su obsesión por retratar la belleza humana en pinturas y esculturas, al igual que el gusto por cuerpos fuertes, como la fascinación de los griegos por el deporte.
Usualmente, bajo esta línea de pensamiento se le da un lugar primordial a la lógica y a la razón pues es a través de éstas que uno puede refinar su carácter e interactuar con aquello que se encuentra atrás del mundo que nos rodea. Los griegos fueron los máximos expositores de esta forma de ver el mundo y la santificación. Hoy aunque no enunciemos nuestras creencias de la misma forma tomamos mucho de su pensamiento y lo traducimos a nuestro presente.
Muchas veces cuando la gente habla de Dios se refiere al Dios de la naturaleza, pues en la cultura a la que pertenecemos, Dios es tanto el absoluto, el orden que se encuentra atrás de la materia, como un Dios personal al cual podemos rezar. Sin embargo, ambos conceptos son distintos y ofrecen al hombre formas distintas de relación con la realidad.
El Dios personal
El Dios personal es un Dios cercano al cual se le puede rezar, y el cual interviene de forma directa sobre los asuntos del hombre; es el Dios que dirige la historia. Más que en la naturaleza se encuentra en el actuar moral, en el amor al prójimo, la compasión y el perfeccionamiento del individuo, es el Dios que vive más en el ser humano que en otra parte. Trata sobre lo que construimos al crear comunidades y actuar en este mundo. El contacto con Él se genera a través de la Revelación, las enseñanzas que trasmite al hombre y la relación que el individuo decide cultivar.
Muchas culturas politeístas tenían o tienen este tipo de dioses buscaban en ellos su protección y admiran el principio que representan, por ejemplo el amor, la disciplina, la sabiduría etc, no creen en un Dios absoluto que corresponde a un orden natural como tal; aunque sí crean en la armonía de varios dioses trabajando en conjunto.
El judaísmo fue la primer cultura en juntar ambas figuras en un sólo Ser. El Dios judío es Único, es el Dios del hombre y el Dios de la naturaleza: Él que creo el mundo, y por lo tanto el orden bajo el cual se rige la materia; es al mismo tiempo un Dios al cual se accede por medio de la razón y un Dios revelado. Por eso la complejidad del concepto es enorme y se abre a la exploración filosófica y a la relación individual que los judíos hemos cultivado a lo largo de milenios, entender como ambos conceptos se complementan y vivir en base a ello, es un camino de toda una vida. Sin embargo, es un cuestionamiento que se puede ir atajando de muchas formas. Me gustaría delinear algunas de las similitudes y diferencias que existen entre creer en un orden natural distante y el Dios personal judío.
Similitudes y diferencias entre el Dios judío, personal, y un orden natural
Orden atrás de la materia
Las dos formas de pensamiento reconocen que existe un orden o una suerte de inteligencia atrás de la naturaleza y las dos reconocen que existe preceptos morales que el hombre debe obedecer. Sin embargo, la gran diferencia entre el Dios judío y el orden natural o moral de los griegos radica en que el Dios judío es libre; es decir, tiene voluntad y no es aleatorio. El hombre que mira las estrellas y se fascina por ellas no necesariamente siente un compromiso con el prójimo por ello, no lo compromete moralmente de ninguna forma, ni busca relacionarse con algo más allá de la belleza de las estrellas. En cambio el hombre religioso reconoce la magnificencia de las estrellas y agradece el poder relacionarse a la vez con la belleza y con el Creador de las mismas.
Decir que hay un Creador implica que las cosas ocurren con un sentido, que hay una consciencia atrás de los eventos que nos rodean y del funcionamiento del mundo; un orden moral natural, abre espacio a la aleatoriedad, las cosas ocurren naturalmente no hay un sentido atrás de ellas.
Las dos posturas le permiten al hombre relacionarse con aquello que está en el centro de la realidad, aquello que se expresa en la naturaleza, pero está más allá: con lo metafísico. A través de ello, ambas ofrecen formas de santificar la vida del individuo o darle un sentido ulterior. La gran diferencia radica en que el orden natural obliga al hombre a hacerlo a través de la razón, los filósofos pensaban en el perfeccionamiento del carácter a través del uso correcto de la razón, uno accede a ese orden ulterior a través de la observación y a través de una vida de reflexión. Mientras que en el judaísmo la purificación, o el sentido radica en el perfeccionamiento del carácter a través del trato con el prójimo.
El orden natural sólo obliga a quienes creen en él a no lastimar a quienes los rodean y fácilmente se puede privilegiar el crecimiento individual o el bien social por encima del bienestar de otro individuo. En cambio Dios al ser un Dios personal se puede imitar y uno llega a ese sentido y a esa conexión que se busca intentando imitar sus formas; si Él es Bondadoso, uno busca ser bondadoso. Este pensamiento nos permite creer en un mundo mejor entre nosotros, a través del perfeccionamiento individual de nuestra persona.
Orden social
Otra gran diferencia es que bajo los ojos del orden natural el mundo es perfecto como está, el hombre simplemente debe aprender a respetarlo, no hay en sí un perfeccionamiento del individuo a través de él, más que en la observación y el dominio de los placeres por la razón. En el caso del Dios personal, se asume que el hombre también es parte de la construcción del mundo, pues éste al estar conformado por hombres también se dirige hacia su perfeccionamiento. Por lo mismo se cree en un sentido social, en una comunidad.
Las sociedades que creen en un Dios personal tienden a ser más compasivas que las que aceptan un orden natural. Ambas asumen que hay un deber de proteger la moralidad socialmente, sin embargo, cuando la lógica y la razón son las que guían la base del actuar, los integrantes de esa sociedad no aceptan que una lógica perfecta sea transgredida. Tanto la Torá como los textos cristianos al basarse en un Dios personal aceptan la imperfección del hombre y entienden que el orden moral está más allá de quienes lo trasgreden, por lo cual suelen ser más compasivas, porque no buscan un orden perfecto, privilegian la interacción humana y al individuo.
El agradecimiento, la esperanza y la compasión
Cada postura fomenta valores distintos y tiene su gran fortaleza; pues son formas de acercarnos al mundo que nos rodea y enunciar nuestras percepciones. En mi caso hubo elementos del Dios judío que me hicieron inclinarme hacia esa forma de ver el mundo y llevar la espiritualidad a través de la Torá. Me di cuenta que creía en un Dios personal cuando descubrí el enorme placer que me daba poder agradecer. A un orden moral distante no se le puede agradecer.
En cuanto a la esperanza, para mí, creer en Dios es creer en el hombre es pensar que al final de los días el hombre estará a la altura de Dios; que aprenderá a amar y dejará su bestialidad más profunda. Además te abre la puerta a saber que es un camino individual que cada quien toma y del cual uno puede ser parte. Cuando el mundo es perfecto tal cual es creado, como sucede con un orden natural, el hombre no puede superarse, no hay por qué confiar que con el tiempo lo hará.
Igualmente la compasión es uno de los valores centrales en mi vida; un Dios personal puede ser compasivo y e invita a uno a ser compasivo también. Con un Dios personal la enmienda es posible, uno puede corregir sus actos, uno incluso puede pedir que los errores no sean tan caros. Con un orden perfecto y racional esto es imposible, no hay posibilidad de enmienda y las acciones que uno genera tienen impacto sobre toda la sociedad y su construcción; se favorece la fuerza y las jerarquías porque ellas llevan a la armonía, aunque sea a través de la represión, la razón perfecta no permite errores.
La sintonía entre los dos conceptos, el desconocimiento de Dios
Si bien en el artículo he delineado las virtudes de creer en un Dios personal es importante resaltar que el judaísmo también propone la creencia en un Dios absoluto. Los grandes peligros de un Dios personal radican en crear dentro de la persona un desequilibrio entre la racionalidad y las emociones; en que la persona se sumerja tanto en lo que quiere ver para el mundo que lo deje de ver lo que hay. Por eso mismo el judaísmo nos pide constantemente, no hacernos imagen de Dios, al ser un Ser absoluto debemos de aceptar que no lo conocemos, que la imagen que tenemos de Él, la personalidad que le asignamos parte de nosotros, nunca va a ser total. Tenemos pautas pero no conocimiento como tal.
Las virtudes del ateísmo
Aunque me considero creyente también reconozco las dificultades personales, filosóficas que la creencia en Dios representa; así mismo las grandes virtudes que una postura racional frente al mundo. Por eso celebro que en la tradición judía siempre haya existido el balance entre la razón y las emociones, el Dios personal y el Dios absoluto. Reconozco también las virtudes de que exista el ateísmo en el mundo, pues nos permite ver la realidad tal cual se nos presenta desde una objetividad pura.
Al tener libre albedrío el hombre siempre se para entre lo que desconoce del mundo, lo que tiene certeza y lo que cree. Al final escogemos los valores o principios que tenemos porque creemos en ellos, confiamos en que llevan al hombre a un mejor lugar; y esa libertad de decisión la tenemos todos los hombres desde que aceptamos la creencia en Dios como una postura personal que tomamos frente al mundo. Parte de la racionalidad, como todo análisis moral, pero al final del camino es una postura personal frente al mundo. Desde que Dios se dejo de revelar al hombre, se volvió una postura privada.
La Torá
La Torá al final habla del hombre, o de cómo Dios se presenta al hombre, no en sí de la esencia de Dios, porque a Dios como tal nunca lo logramos conocer. Lo que nos da la Torá son las actitudes, comportamientos y perspectivas a través de las cuales podemos crecer como personas. Todo lo que está escrito es para nosotros como humanos o como pueblo, por eso se abre a todo tipo de personas en su camino individual y distintas formas de creencias.
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