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domingo 24 de noviembre de 2024
mapa de Medio Oriente

Irving Gatell/ ¿Hacia dónde se dirigen el mundo y el Medio Oriente?

Enlace Judío – Ha terminado una nueva tanda de violencia entre Israel y un grupo terrorista palestino en Gaza. Esta vez no fue Hamás, sino la Yihad Islámica. El resultado fue el de siempre —aplastante victoria israelí—, aunque hubo diferencias en relación a conflictos anteriores, que se señalaron en su momento. La pregunta ahora es ¿qué sigue?

El detalle interesante es que las diferencias de este conflicto (que se sintieron también en el de hace quince meses) surgen de la reconciliación que se está dando entre Israel y los países árabes sunitas. El antecedente obvio fueron los tratados de paz firmados con Egipto (1979) y Jordania (1994) que, si bien tuvieron un alcance limitado en la situación geopolítica, permitieron que Israel siempre tuviese una interlocución con el resto del mundo árabe.

Las torpes políticas de Barack Obama en Medio Oriente provocaron el empoderamiento de Irán, y esto obligó a israelíes y saudíes a reforzar sus vínculos extra-oficiales, por si se hubiera dado el caso de tener que enfrentar una agresión de los ayatolas. Esto sentó las bases para que durante la administración Trump se firmaran los primeros acuerdos en forma con los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Omán, Marruecos y Sudán.

Los palestinos, en su momento, se quejaron de que esto era una traición. Y sí, en términos prácticos así lo parece, pues es indiscutible que con la firma de esos tratados queda claro que el mundo árabe-sunita ya no se va a detener en su reconciliación con Israel sólo porque los palestinos extremistas sigan en pie de guerra. Claro, ellos lo ven de otro modo: los verdaderos traidores son los palestinos que insisten en mantener el conflicto, porque lo hacen financiados y apoyados por el régimen de Irán, el enemigo real y profundo del mundo islámico suní.

Esto es más relevante de lo que pareciera a primera vista. Desde el conflicto entre Israel y Hamás en 2021, hubo algo que llamó poderosamente la atención: no se hicieron mítines multitudinarios a favor de Hamás en las principales ciudades europeas, como sí se hicieron en 2009, 2012 y 2014.

No hubo reuniones instantáneas del Consejo de Seguridad de la ONU para exigir que Israel detuviese sus operativos. No hubo declaraciones rápidas y rimbombantes de políticos europeos para condenar el “genocidio” cometido supuestamente por Israel. Y es que es obvio: el dinero árabe, que siempre compra las voluntades de estos políticos o instituciones que se venden tan fácilmente, esta vez no estaba interesado en eso.

Las cosas cambian. Ahora Israel parece ser el amigo.

Pero no seamos ingenuos. No es amistad. Sólo son intereses. Porque recuerda: en política no hay amigos ni enemigos; sólo hay intereses.

El detalle aquí es que son intereses muy jugosos. Israel y los Emiratos Árabes Unidos son los primeros que están explorando las posibilidades de negocios que se pueden hacer para mezclar la tecnología israelí con el dinero árabe. Y los resultados empiezan a ser una bomba.

El petróleo —ya sabemos— es un negocio que va de salida, pero todavía tiene crédito suficiente como para garantizar que los países árabes seguirán siendo multimillonarios durante el siglo XXI. Por supuesto, esta es la época en la que estos países deben sentar las bases para que en el próximo siglo ya no dependan del petróleo.

Esto se da en el marco de un problema gravísimo que afecta a todo el planeta: el calentamiento global. Amplias zonas de Arabia Saudita, el África Sahariana e Irán serán de las más afectadas por el incremento en el promedio de las temperaturas. Peor aún: eso no tiene remedio. Todo parece indicar que no hay manera de detener el proceso de calentamiento del clima.

Sin embargo, se puede aprovechar ese cambio. Se le puede sacar ventajas a toda esa energía que se va a generar. ¿Cómo? Con innovación tecnológica. Y para eso, no existe mejor socio posible que Israel, una de las cinco naciones más aventajadas en ello.

La innovación tecnológica no sólo sirve para mejorar las técnicas médicas, para lanzar sondas al espacio, para hacer todavía más eficiente al internet, sino también para tener los sistemas militares más efectivos posibles. Eso es lo que pone a Israel en una ventaja absoluta frente a sus enemigos. Y hay más: la innovación tecnológica también sirve para garantizar que aún en las condiciones climáticas más extremas, se pueden crear ciudades ecológicas, sustentables y seguras, que garantizarán que la calidad de vida no se verá mermada por el calentamiento global. Y cuando hablamos de “calidad de vida”, no sólo nos referimos a la humana, sino también a la animal y vegetal.

Esto nos lleva hacia un pregunta crucial: ¿Hacia dónde van las relaciones árabes-israelíes?

Aquí entra en juego otro asunto geopolítico, pero de dimensiones globales: hace mucho que se sabe que el mundo se dirige hacia una reorganización total de la política mundial.

Sería muy iluso pensar o creer que se va a logar algo así como un gobierno mundial o un sistema mundial. Falta demasiado para eso (y me refiero a siglos, literalmente). Tal vez ni siquiera vaya a ser posible. Pero lo que sí es cierto es que el mundo tiende a organizarse en amplios bloques que se caracterizan por su integración comercial.

El primero fue la Comunidad Económica Europea, que le dio paso a la Unión Europea una vez que la integración económica trató de evolucionar hacia una integración política. Lo que comenzó como un experimento de libre comercio —que funcionó muy bien—, tuvo una segunda etapa con la unificación monetaria con el Euro —que funcionó muy bien en lo general, aunque con sus altibajos—, y topó con pared cuando se intentó avanzar hacia la integración política —aunque se logró consolidar un Parlamento Europeo, cuya eficiencia es a veces cuestionable, pero que ahí sigue haciendo su lucha por relanzar el sueño de unificación europea—.

Ninguna otra región del mundo se atrevió a tanto, pero hacia finales del siglo XX empezaron a aparecer los tratados de libre comercio que, poco a poco, comenzaron a definir los bloques regionales que, durante el resto del siglo XXI, van a convertirse en estructuras más relevantes que las que puedan representar los países de manera individual.

El que mejor conocemos los mexicanos es el bloque de América del Norte, integrado por nuestro país, los Estados Unidos y Canadá. Un poco antes de este se había establecido el Mercosur, una zona de libre comercio integrada por países de Sudamérica. Para esas épocas, China y Rusia empezaban a despuntar gracias a los cambios de fondo hechos en sus economías que, pese a no abandonar el autoritarismo heredado de sus partidos comunistas, se abrieron hacia el libre mercado.

No voy a entrar en detalles sobre todos los tratados o acuerdos que se hicieron en cada rincón del mundo. Baste con señalar que, a la fecha, ya podemos identificar a tres grandes protagonistas regionales en este nuevo modo de organizar al planeta.

Dos de ellos son Estados Unidos y China, y tienen en común la característica de que se nota demasiado el predominio de ambos países (a fin de cuentas, las máximas potencias económicas de la actualidad). En el caso chino todavía pesa el autoritarismo del Partido Comunista, por lo que no tiene dos socios estructurales similares a los que Estados Unidos tiene en Canadá y México.

Lo que sí tiene es una postura que a veces es demasiado agresiva, y por ello los Estados Unidos han promovido la creación de una nueva región económica en el Pacífico asiático, y se está integrando un bloque económico con países como Australia, Japón, Corea del Sur, Vietnam, Singapur y Tailandia. Eso va a ser un reto enorme para China, pero no tiene que derivar en una guerra. En condiciones óptimas, llevaría a todos estos países a desarrollar sus actividades comerciales del modo más legal y civilizado posible, y que ganen los contratos los que ofrezcan los mejores productos y servicios al mejor precio posible.

El otro gran protagonista, por supuesto, es la Unión Europea. Aunque es evidente el liderazgo alemán, también es evidente que se trata de una estructura más pareja que la que hay en América del Norte —donde Estados Unidos lo domina todo—, y ni se hable de una comparación con China. No viene al caso.

Otro protagonista importante tenía que haber sido Rusia, escoltado por muchos de los países que en su momento fueron parte de la Unión Soviética (especialmente en Asia). Sin embargo, los rusos fueron los más torpes para reorganizar su economía después de la caída del Muro de Berlín, y eso los ha puesto en desventaja frente a los otros bloques competidores. La guerra en Ucrania está lesionando todavía más las posibilidades de esta región para desarrollarse comercialmente.

Los países árabes, por su parte, ya tenían el antecedente del baazismo, una ideología política que desde mediados del siglo XX promovió el panarabismo, cuyo objetivo era integrar a la “gran nación árabe”, una megaestructura nacional desde Marruecos hasta Irak, incluyendo —por supuesto— a Arabia Saudita y a Yemen. Sobra decir que este proyecto no funcionó.

El baazismo era de tendencias marxistas, y las doctrinas económicas del socialismo científico son una garantía para el fracaso. En consecuencia, el mundo árabe se replegó hacia una etapa de reorganización desde finales del siglo XX, y apenas en los últimos años empieza a dar señales de que las cosas están cuajando positivamente.

El factor que ha desestabilizado al Medio Oriente durante los últimos 40 años ha sido Irán. Su postura beligerante y sus objetivos imperialistas han provocado más pérdidas que ganancias para todo mundo, y es un hecho fuera de discusión que en este momento son quienes más problemas causan en esa región del planeta.

Lo mismo en Líbano con Hezbolá que en los territorios palestinos con grupos como la Yijad Islámica, o en Yemen con la guerrilla hutí o en Siria apoyando a Bashar el Assad, Irán es un verdadero foco de infección política e ideológica, cuya influencia se extiende incluso en América Latina por medio de sus vínculos con el proyecto “bolivariano” que inició Hugo Chávez, y que mantiene hasta el momento Nicolás Maduro.

Pero justo esta actitud agresiva de los ayatolas fue lo que empujó a israelíes y árabes a restablecer sus contactos en materia de seguridad, y que ahora están evolucionando hacia vínculos diplomáticos y tratados comerciales.

Así que se puede sospechar que Israel y los países árabes podrían convertirse en un nuevo bloque económico similar a lo que ya existe en Europa o en América del Norte.

¿Unificación política? Muy dudoso. Apenas son países descubriendo que pueden no ser enemigos. Hablar de algo tan complejo como lo que pretendía Europa hace diez o doce años sería muy prematuro. Pero la coordinación económica puede funcionar muy bien, máxime porque estamos hablando de dos grupos que, por razones históricas muy precisas, se han convertido en verdaderos maestros en el arte de comprar y vender: árabes y judíos.

Si Israel, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Omán, Marruecos, Catar y Kuwait integran un bloque económico que arrastre, además, a Egipto, Jordania, Argelia, Túnez, Yemen, Pakistán y Afganistán, los estadounidenses y los europeos se van a topar con un competidor de primera magnitud con el que los chinos, más pronto que tarde, van a querer hacer todo el comercio posible.

Esto va a aislar todavía más a Irán y a los países que controla (Irak, Siria, Líbano, territorios palestinos). Pero eso es, casi con toda seguridad, cuestión de tiempo. El régimen de los ayatolas tiene fecha de caducidad, porque su ineficiencia económica no puede mantenerse así todo el tiempo. Es un sistema político que muy seguramente va a caer o que, como mínimo, tendrá que someterse a cambios radicales para sobrevivir.

¿Qué va a pasar cuando Irán abandone su política beligerante y se vea obligado a hacer las cosas bien para poder reconstruirse? Lo primero —condición para que la comunidad internacional salga en su apoyo— será firmar la paz con Estados Unidos, Arabia Saudita e Israel. Y eso podría ser el primer paso para que la nación persa y sus aliados también se integren a este bloque económico.

Sería lo más lógico: el Medio Oriente —completo— desarrollando estrategias conjuntas para enfrentar el cambio climático, pero también para desarrollar todos los países del modo más eficiente posible, y —de paso— haciéndole competencia a otros bloques económicos, o simplemente comerciando lo más posible con ellos.

Esa parece ser la tendencia a nivel mundial. Faltan mucho por lograrlo, hay muchos retos que superar, pero los lentos movimientos que poco a poco hacen diversos países del mundo, parecen apuntar a una dinámica irreversible.

Si se aprovecha el siglo XXI para avanzar de manera decisiva hacia eso, el siglo XXII va a ser, fuera de toda duda, un paraíso en comparación a lo que ha sido la convulsa historia de la humanidad. Si por lo menos llegamos al nivel de pelearnos comercialmente y no militarmente, habremos dado un paso enorme.

Y en eso, israelíes y árabes tienen mucho que aportar. Si, además, se incluyen los aliados no árabes pero sí musulmanes sunitas que siempre han apoyado y acompañado a Arabia Saudita en todo, como lo son Pakistán o Afganistán, mejor aún. Si los ayatolas caen e Irán cambia de régimen y se integra a toda esta dinámica, mucho mejor todavía.

No suelo hacer observaciones de tinte religioso en mis comentarios sobre la geopolítica del Medio Oriente, pero en esta ocasión es inevitable: una situación como esta haría que se cumpliera a cabalidad esa vieja profecía bíblica, contenida en ese hermoso pasaje en el que el D-os Único y Verdadero convenció a un iraquí para que atravesase —a lomo de camello— toda Mesopotamia con tal de fundar al pueblo de Israel, y le prometió que sería el padre de una multitud de naciones, y que en su descendencia serían benditas todas las naciones de la tierra.

En otras circunstancias te diría que el mundo debería ponerse a temblar cuando los hijos de Abraham terminen de reconciliarse.

Pero no. No va a ser temblor lo que va a sacudir al mundo.

Va a ser regocijo.

Prontamente y en nuestros tiempos, y digamos: Amén.


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