Nunca tomó un arma, pero fue condecorado como héroe de la Resistencia: Albert Djemal Z”L, cronista de la Alepo judía

Enlace Judío México e Israel – “La Comunidad Judía de Alepo fue una de las comunidades más antiguas y de más prestigio de la Diáspora. Se dice que el Patriarca Abraham pasó por allí en su camino desde Ur, su ciudad natal hacia la tierra de Canaán, que Dios le prometió a él y a su descendencia. Se dice también que el gran Maimónides, de paso por Alepo camino a Alexandria, exclamó: “Benditos sean los judíos de esta ciudad que son los más devotos de su religión y los más estudiosos y respetuosos de la Torá…” Pero ahora no se trata de hablar de lo que se dice, sino de contarles lo que viví y lo que vi en estos últimos cinco años antes del desastre”.

Albert Jemal

Albert Djemal y sus amigos

“La noche estaba negra. La obscuridad se podía cortar con un cuchillo.

Los cuatro jóvenes, todos de menos de veinte años y vestidos con uniforme de Boy Scout caminaban en silencio y con mucha cautela, no tanto por la obscuridad que no dejaba ver nada a más de veinte centímetros de distancia, sino también por el temor y el miedo a que alguien descubra su presencia a esta hora de la noche y en este punto peligroso de la frontera entre Siria y Turquía.

De repente un rayo de luz se infiltro de entre las ramas de los árboles para aclarar por unos segundos las tinieblas que los envolvían y ver que no estaban lejos del punto convenido…

Corría el año de 1941. La mitad de Francia había sido ocupada por los alemanes y la otra mitad, la de Vichy, la de Pétain, la Francia que firmó el armisticio con los alemanes y que había puesto en práctica las mismas leyes nazis contra los judíos; había mandado al General Dentz, como alto Comisionado en Siria y Líbano y que estaban, desde la primera guerra mundial bajo el mandato de Francia, para poner en función la política nazi de deportaciones masivas, de campos de concentración y todo lo demás.

Los judíos de Siria estaban en la “zona amenazada” limítrofe a los campos de la muerte y muy cerca del “arreglo final…”

Los judíos sirios y los refugiados europeos

Y fue precisamente en este tiempo cuando llegó a Alepo en Siria un representante de la comunidad judía de Turquía para entrevistarse con los judíos de Alepo y plantearles un problema de mucha importancia: la llegada a Turquía de muchos refugiados judíos, huyendo de los países de Europa Oriental ocupados y esclavizados ya por los nazis para salvar sus vidas de una muerte segura.

El gobierno turco, por respeto a los derechos humanos, había aceptado la entrada y la permanencia provisional en su territorio de estos refugiados, pero con la condición de seguir su viaje a otros países, ya que, de lo contrario se prohibiría la entrada a futuros refugiados.

El problema era muy serio y muy delicado por no decir muy peligroso ya que la única manera de salvar a estos desdichados era llevarlos a Palestina a través de Siria y Líbano dominados por las fuerzas francesas de Vichy y por la Comisión alemana para los asuntos judíos.

Y después de muchas conferencias y discusiones entre los representantes de las dos comunidades se llegó a la conclusión de organizar un grupo de jóvenes judíos para acompañar a los refugiados hasta un punto determinado de la frontera siria y allí unos jóvenes judíos sirios los recibirán y se encargarán de llevarlos, con un poco de suerte, a Alepo, a Beirut y a Palestina.

Y fue así como se organizó un grupo de jóvenes Boy Scout y que, con el pretexto de ir cada semana a acampar en esta región paradisiaca cerca de la frontera turca, hacían contacto con los jóvenes turcos que llegaban del otro lado y recibían a los refugiados llegados de Hungría, Bulgaria, Rumania o Grecia huyendo del infierno nazi.

Los cuatro jóvenes seguían caminando en la obscuridad y el silencio absoluto. Y de nuevo un rayo de luna rompió por unos instantes la negrura de la noche para darse cuenta que estaban a unos metros del punto de reunión semanal con los dos jóvenes turcos y sus acompañantes para llevar a cabo esta peligrosa aventura que han emprendido y que se han comprometido a cumplir para ayudar a unos hermanos en desgracia.

De repente se oyeron unos susurros y una voz muy baja decía en turco:

– “¿Kim Geliyor? “, que quiere decir ¿quién viene?… Era la clave convenida.

– “Los mismos de cada semana”, contestó el joven que iba a la cabeza del grupo. También así era la clave convenida para la respuesta.

Los dos grupos se acercaron el uno al otro y de nuevo un rayo de luz iluminó la escena. Eran los dos jóvenes turcos acompañados de cuatro parejas de judíos europeos huyendo del salvajismo nazi. Y con la misma rutina de cada semana, los dos grupos se saludaron, se abrazaron y se despidieron rápidamente con la esperanza de volverse a ver nuevamente dentro de una semana.

Los dos grupos emprendieron el regreso cada uno a su destino. Los jóvenes turcos desaparecieron en la obscuridad y el grupo de los sirios con los refugiados emprendieron la caminata de pocos kilómetros hacia su campamento para tomar la destartalada camioneta de regreso a Alepo y de allí llevar a los hermanos en desgracia a su destino final y seguro.

Durante meses la suerte acompaño a los jóvenes en su tarea humanitaria sin ningún problema ni contratiempo, hasta que una noche…

Habían llegado al punto de reunión y los dos grupos se estaban saludándose y cambiando algunas palabras cuando de repente una luz muy fuerte iluminó completamente la escena de la reunión y una voz potente y amenazadora gritó en francés:

– Arriba las manos.

Todos levantaron los brazos y todos se voltearon hacia donde venia la voz. Era un oficial francés apuntándolos con una pistola.

– ¿Quién son ustedes y que están haciendo aquí a esta hora?
– Somos un grupo de Boy Scout y estamos haciendo unos ejercicios nocturnos, le contestó el jefe del grupo.

Seguro, dijo el oficial con sarcasmo. Y estos hombres y mujeres maduros son también Boy Scout, ¿verdad?… No son ustedes por casualidad una banda de contrabandistas de armas… ¿O tal vez de hashish?…

Todos se quedaron helados porque todos sabían que estos delitos, en tiempos de guerra, se castigan con la pena de muerte. ¿Sera que al fin Dios los abandonó y la suerte se les volteó?

El momento era muy peligroso y el joven jefe del grupo estaba pensando con rapidez para encontrar alguna manera de enfrentarse al oficial francés de la guardia fronteriza. Y aunque sea un oficial de Vichy, nazi y antisemita, tal vez si le dijera la verdad podría tocarle alguna cuerda humana que le quedara en su corazón.

“No somos ni contrabandistas ni delincuentes. Solamente estamos cumpliendo una obra de caridad humana salvando a unos seres humanos del infierno nazi. Usted nos puede disparar y puede matar a uno o dos de nosotros, pero somos catorce y le puedo asegurar que usted jamás saldría vivo de aquí…”

El momento era tenso y peligroso. Por unos segundos el oficial francés miró a los presentes uno a uno y al parecer comprendió completamente la situación. Y de repente una sonrisa se dibujó en sus labios y que poco a poco se volvió una franca risa y una carcajada. Y mientras su mano guardaba la pistola en su funda, se acercó para saludarlos a todos, uno por uno.

Henri Pinot

Bendito sea Dios que les hizo topar conmigo, dijo el oficial, riéndose todavía. Soy, con un gran grupo de amigos, soldados franceses dizque de Vichy, pero nuestros sentimientos y nuestro corazón están con el General de Gaulle y con la Francia Libre. Me llamo Henri Pinot y mis amigos y yo, destacados en esta frontera, estaremos felices de ayudarlos en su noble tarea. De ahora en adelante nosotros mismos llevaremos a los refugiados a Beirut en nuestros propios camiones del Ejército Francés, ¿contentos?…

Y dirigiéndose hacia el joven jefe del grupo:

– Y a propósito, ¿cómo te llamas tú, joven valentón, que quería matarme?

Me llamo Albert Djemal y estoy feliz y honrado de conocer a un verdadero francés de la verdadera Francia de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.

Y sí que todos estaban contentos. Todos se echaron encima del oficial y lo iban a ahogar con besos y abrazos y preguntándose si era un ser humano o un ángel del cielo.

Dicho y hecho. Durante meses, y por una broma del destino, los camiones del ejército francés de Vichy ayudaban a los que huyen del infierno nazi a llegar sanos y salvos a un destino seguro. El teniente Henri Pinot y varios de sus amigos se hicieron muy amigos de los jóvenes judíos de Alepo y especialmente de mí y de mi grupo. Y con la debida precaución aceptaban invitaciones a comer y a cenar, asistían a los eventos sociales y su ayuda estaba recibida con agradecimiento y cariño. Esta situación duró hasta 1942 cuando las fuerzas aliadas invadieron Siria y Líbano para liberarlos del dominio de Vichy. Pero la criminal decisión del General Dentz, alto Comisionario, de resistir la invasión aliada, obligó a los franceses a combatir contra los franceses, lucha que culminó con la victoria de los Franceses Libres.

Unas semanas después, el Regimiento del teniente Henri Pinot se despidió de sus jóvenes amigos, ya que, queriendo luchar contra las fuerzas del mal, pidieron su traslado a África para integrarse al grueso de las fuerzas del General De Gaulle y de la Francia Libre.

Los últimos cinco años de la comunidad judía de Alepo

Pasaron los meses y esporádicamente llegaban algunas noticias del buen amigo Henri Pinot: una tarjeta postal de Senegal, una que otra noticia de Djibuti o de Tchad pero la mejor noticia fue la carta recibida de Egipto y en donde Henri Pinot relataba a sus amigos la gran victoria de los Franceses Libres de De Gaulle sobre las fuerzas de Rommel, y como un puñado de soldados paró durante trece días las tremendas fuerzas del Afrika Korps de Rommel, en Bir Hakim, en su marcha hacia el Cairo, dándole al Mariscal Montgomery el tiempo necesario de concentrar sus fuerzas y contratacar a las fuerzas alemanas y que los historiadores llamaron “el principio del fin del Tercer Reich”.

Y después de esta carta el silencio absoluto… Y todos creímos que nuestro amigo, el héroe Henri Pinot había muerto. Y todos lloramos… Con la entrada de los aliados a Siria, la labor de introducir al país a los que seguían huyendo de Europa y del infierno nazi se hizo más fácil y más segura con la desaparición del peligro de ser descubiertos por las fuerzas colaboracionistas de Vichy.

Y pasaron cinco años durante lo cual los judíos de Alepo vivieron ya más tranquilos, festejando la liberación de Paris, la derrota de Alemania y la muerte de Hitler, porque los judíos de Alepo ignoraban lo que le deparaba el destino…

El año 1947

Todo era paz y tranquilidad para la comunidad judía de Alepo aquel año de 1947. El terrible fantasma de la presencia nazi en Siria se había disipado con la completa derrota de las fuerzas del mal, la Guerra había terminado con el triunfo de los aliados y Siria, después de tantos años de lucha por su independencia, había logrado al fin su libertad total y completa, y nuestra comunidad, tan antigua como el tiempo en este rincón del Oriente Medio, vivía en completa armonía y fraternidad con los demás compatriotas de otras razas y credos.

Y cabe recordar que durante la guerra y bajo el yugo del General Dentz y la presencia de la Comisión Alemana para asuntos judíos, no hubo en Siria en ningún momento actos de hostilidad o discriminación contra los judíos.

Y llegó el año de 1947 con muy buenos augurios. A principios de año, tres atrevidos jóvenes emprendieron la gran aventura de fundar un Periódico que no fuera como los demás. Y basta con ver su directorio para comprender inmediatamente la ardua tarea a que se enfrentaron tomando en cuenta al país en que se editaba, la mentalidad del pueblo, su fanatismo y su prejuicio:

Director General – Bachir Fansa – Musulmán
Gerente General – Pierre Chadravian – Cristiano
Jefe de Redacción – Albert Djemal – Judío

Vocero en la prensa nacional

Muestra palpable de la armonía y la amistad que reinaban entre nuestra comunidad y los demás núcleos de la población, y lo más importante era que al fin nuestra comunidad tenía su vocero en la prensa nacional, porque “Al Anbba” (Noticias), tenía tanta agilidad y profesionalismo que en pocos meses ocupó uno de los primeros lugares dentro del periodismo nacional, a pesar de las fuerzas reaccionarias, de los prejuicios raciales y religiosos y del antisemitismo que no pueden faltar en un país subdesarrollado del Medio Oriente.

También en ese mismo año de 1947 la comunidad tomó parte activa en las elecciones apoyando al Partido Nacionalista para llevar al Parlamento a un diputado judío de Alepo.

Y en el mes de octubre, unas semanas antes del desastre, el Presidente del Partido vencedor en las elecciones y futuro Primer Ministro, Ihsan El Gabri declaró solemnemente: “Que no debemos confundir a nuestros hermanos los judíos de los países árabes con los aventureros sionistas, porque mientras los primeros viven entre nosotros desde tiempos inmemorables y tienen los mismos derechos y obligaciones que nosotros, los segundos no son más que unos intrusos.”

Todo era paz y tranquilidad hasta que llegó el día fatídico…

Amaneció Alepo aquel día, radiante bajo un sol tibio otoño, casi la más bonita estación del año.

Pero aquel día no era como cualquier otro día del año. Era el 2 de noviembre, aniversario de la declaración Balfour, que en 1917 prometió a los judíos del mundo un hogar y una patria en la tierra de sus antepasados, la Tierra Santa tan añorada: Palestina.

Aquel fatídico 2 de noviembre… fecha que cada año ponía tensa nerviosidad a las diversas comunidades israelitas de los países árabes por los motines más o menos violentos contra la Declaración Balfour y contra el Sionismo en particular y el judaísmo en general.

Pero por ironía del destino, aquel año de 1947 todo era tranquilidad y nadie esperaba la tormenta demoledora que estaba a punto de caer sobre la comunidad judía de Alepo.

Eran las 8:30 hrs. de la mañana cuando corrió la noticia de que centenares de hombres armados se dirigían hacia la sede de la Unión de la Juventud Judía de Alepo, principal centro social y cultural de nuestra comunidad. En pocos minutos incendiaron el lugar so pretexto que en la Biblioteca había “Propaganda Sionista”, mentira garrafal porque la biblioteca contenía únicamente libros en árabe, francés e inglés… y ni un libro en hebreo.

Durante horas estos criminales, acompañados y protegidos por la misma policía siguieron su obra destructiva y demoledora incendiando escuelas, sinagogas, orfanatos, centros comunitarios y muchos comercios. Y al propagarse la terrible noticia el pánico se apoderó de la comunidad entera, creyendo que era el principio de una matanza a gran escala similar a la que ocurrió en Bagdad, capital de Irak, unos años atrás. Pero afortunadamente no hubo que lamentar desgracias personales.

Pero la perdida más grande fue la destrucción de la “Gran Sinagoga de Alepo”, monumento histórico y mundialmente conocido, y que, según la tradición, se estima que su construcción coincide con el periodo del segundo Templo y que fue objeto de ampliación y remodelación durante el Siglo XV. También una gran pérdida fue la profanación del famoso “Keter”, escrito hace más de mil años y que fue destruido y quemado. Pero por fortuna, este tesoro del arte religioso fue parcialmente salvado.

Y fue así, como en un abrir y cerrar de ojos acabaron los criminales con la existencia moral, cultural y espiritual de una de las comunidades más antiguas y de más prestigio de Oriente.

Destrucción de la sinagoga de Alepo, foto Albert Jemal

Vagué por las calles, entre incendios, escombros y destrucciones, pensando en los ingenuos que fuimos los judíos al creer que con la muerte de Hitler se acabaría definitivamente la era del barbarismo y que, con el aniquilamiento del Tercer Reich se clausuraría para siempre un capítulo vergonzoso para la humanidad… pero he aquí que Siria abrió un nuevo capítulo de infamia puesto que lo que acaba de pasar en Alepo aquel 2 de noviembre de 1947 quedará para siempre como una mancha imborrable en la historia del pueblo sirio.

Pase el resto del día fotografiando para la historia la infamia de un pueblo.

Destruccion del templo de Alepo, foto Albert Jemal

A las 5 de la tarde me dirigí a escondidas a mi oficina del Periódico. Y con la promesa del Director de publicarlo, escribí mi último artículo… Y con fechas y pruebas fehacientes demostré que “cuando la comunidad judía de Alepo construyó “La Gran Sinagoga” hace casi dos mil años, los árabes de la región eran todavía ateos e idolatras puesto que ni la religión musulmana ni el propio profeta Mahoma habían nacido todavía…”

Y así fue como el gobierno y el pueblo sirios llevaron a cabo la “Operación Limpieza Étnica” que empezó en 1947 y culminó en 1993 con la salida casi completa de todos los judíos del país que eran, a principio del Siglo casi cincuenta mil almas y que actualmente no llegan a cien personas en todo el territorio sirio, y todos, gente de la tercera edad…

Y para terminar este relato histórico, visto y vivido por testigo ocular, cabe mencionar que, a los judíos, al salir de Siria, no se les permitió llevar más que una sola petaca por persona, dejando atrás negocios, inmuebles, cuentas bancarias y el patrimonio de toda una vida, que fue confiscado por el gobierno sirio…

A las 8 de la noche abandoné definitivamente Alepo al Líbano y de allí a Paris en busca de un nuevo destino.

Y he aquí al joven que durante años ayudó a miles de refugiados, se encontró de repente como refugiado en un país extranjero: solo, sin familia, sin amigos, sin pasaporte y con recursos económicos muy limitados.

Pero con la ayuda de un conocido -muy importante en aquellos años-, entré a la Sorbona para seguir mis estudios, y con la recomendación del mismo logré un empleo en una muy importante revista parisiense.

Mi trabajo, al principio, consistió en recabar e investigar datos para otros importantes reporteros de la revista para que poco después tener el privilegio de colaborar con el gran periodista Raymond Cartier y en su compañía conocer a muchos de los grandes personajes del mundo de la política, la litera tura y el arte.

Pero un día, la enfermedad repentina del Sr. Cartier, que preparaba un gran reportaje en Alemania de la postguerra, y no queriendo cancelar sus planes, me encomendó de hacer el viaje y conseguir lo más que se pueda de material informativo y fotográfico sobre la derrota de Alemania.

Durante más de un mes recorrí casi cinco mil kilómetros de Alemania en ruinas, entrevistando a viejos alemanes ya que los jóvenes habían caído en los campos de batalla o eran prisioneros de las fuerzas aliadas; visitando campos de concentración que olían todavía a muerte y fotografiando los horrores del nazismo. Bailé sobre las ruinas de la casa de Hitler en Berchtesgaden y observé a las adolescentes alemanas ofrecerse a los soldados aliados por una caja de cigarros o una lata de sardinas…

Y regresé a Paris con un montón de material informativo para entregarlo al Sr. Cartier. Pero el gran periodista al ver y revisar mi trabajo, me lo devolvió con una sonrisa diciéndome, no sin un poco de malicia: “Ahora te toca a ti escribir y firmar tu trabajo. Lo mereces…”

Durante cuatro semanas consecutivas mis artículos aparecieron en la revista más importante de Francia y así se me abrieron las puertas para entrevistar a los grandes personajes de la Política, la literatura y el arte.

Y uno entre los miles de lectores que leyeron mis artículos y que se acordaron de mi fue nada más ni nada menos que el teniente Henri Pinot…

…el héroe que nos ayudó en Siria a rescatar y salvar a los judíos que huían del infierno nazi.

El encuentro entre los dos amigos, en la terraza del Café de la Paix fue más que una fiesta. Henri Pinot, que tenía ya el rango de Coronel, contó a su amigo sus aventuras y sus peripecias. Después de la victoria francesa en Bir Hakim, Henri, con el permiso de sus jefes, decidió dejar el ejército y regresar clandestinamente a Francia para integrarse a la resistencia. Su labor fue tan importante que logró unificar todas las células de la resistencia de todas las tendencias políticas bajo un solo mando y que dio por resultado tremendas operaciones de sabotajes y destrucción del aparato bélico alemán, que al final de la guerra fue aclamado como héroe nacional y designado por unanimidad como líder máximo del Movimiento de la Resistencia Francesa.

Por mi parte le conté a Henri todo lo que le sucedió a la comunidad judía de Alepo, mi huida y me refugio en Francia.

Y pasaron las semanas y los meses. Nos veíamos de vez en cuando para tomar un café o un aperitivo y recordarnos de los viejos tiempos.

Y estando un día en mi oficina de la revista cuando recibí una llamada telefónica de Henri invitándome a cubrir un gran evento organizado por el Movimiento de la Resistencia.

El día y la hora indicados, me presenté en la sede del Movimiento para cubrir este gran Festival. Era un inmenso local adornado por las banderas francesas y banderas de todos los países europeos donde hubo movimientos de resistencia contra los Nazis, y cuyas paredes estaban tapizadas por los cuadros de Honor con los nombres y fotografías de miembros de la resistencia caídos en actos contra los alemanes y también de los sobrevivientes aclamados como héroes de la patria.

El local estaba lleno. En el podio, presidido por Henri Pinot, había ministros, políticos, militares y muchos lideres de los diversos movimientos europeos de la Resistencia.

Y después de un intervalo artístico, habló el ministro de Guerra para enumerar algunas grandes hazañas de la resistencia y resaltar su heroísmo frente a los actos salvajes de los nazis y recalcando el hecho de que, si no fuera por la labor de la resistencia y el sacrificio de sus miembros, la liberación de Paris y de Francia tal vez hubiera tardado mucho más tiempo y seguramente hubiera costado mucho más perdidas en vidas humanas.

Héroe de la Resistencia

Terminada la intervención del Ministro, se levantó Henri Pinot, y con una lista en la mano empezó a enumerar y condecorar a los que lucharon contra los alemanes durante la ocupación de Francia. Terminada la ceremonia de condecoración, Henri Pinot, callando los tremendos aplausos, se dirigió de nuevo al micrófono para dirigirse de nuevo a los presentes:

Señoras y Señores, dijo emocionado, tengo entre manos un caso muy especial, el caso de un joven que nunca tomó un arma para luchar contra los alemanes y sin embargo lo considero un héroe de la resistencia ya que, arriesgando su vida, salvó a cientos y tal vez miles de hombres y mujeres del infierno nazi. Tengo el gusto y el honor de condecorar con la Medalla de Honor de la resistencia al conocido periodista aquí presente, Albert Djemal.

Sorprendido y muy apenado, me acerqué al micrófono y balbuceando me dirigí a Henri y al público:

“Señoras y Señores: Es un gran honor para mí recibir esta condecoración, pero no la puedo aceptar… y no la puedo aceptar porque pertenece también a unos compañeros, jóvenes de Alepo y de Turquía que también arriesgaron su vida en esta aventura, y merecen más que yo esta condecoración. Pero como ignoro su paradero solicito muy atentamente que sus nombres sean inscritos en estos cuadros de honor. Y también solicito una mención de honor para el Gobierno y las autoridades turcas por su ayuda y sus actos humanitarios”.

Y bajo un trueno de aplausos del público, Henri Pinot, sonriente y feliz, dio su aprobación con una sola palabra: “Aceptado”.

 


 

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