Francisco Gil-White / Orson Welles, La Guerra de los Mundos, y el ‘pánico de 1938’

¿Qué nos enseña el ‘pánico de 1938’ sobre las libertades de prensa occidentales hoy?

¿Cómo modelar, para efectos de análisis, a los grandes medios operando en el Occidente democrático?

Dicen unos: con el modelo de libre mercado. La mayoría concederá que no empata perfectamente. Reconocen defectos, sesgos, e intereses. Pero aun así consideran que las varias compañías compiten genuinamente, actuando con independencia unas de otras, y autónomas del gobierno.

Quienes lo ven así opinan que las noticias son razonablemente confiables, pues el incentivo de competidores libres e independientes es exhibirse unos a otros si caen en irrelevancias, exageraciones, errores, y mentiras, de tal suerte que las narrativas falsas tendrán una estabilidad pobre.

Luego hay otros—en números crecientes a la postre de Donald Trump y la pandemia de COVID—quejándose de fake news, censura, y desinformación. Posverdad, lo llaman. Ven con harta desconfianza las narrativas mainstream de los grandes medios, a su juicio sometidos, éstos, al poder y/o a las ideologías.

Algunos creen intuir, inclusive, la existencia de un añejo monopolio clandestino gobernando a los grandes noticieros y administrando, por su conducto, nuestra realidad posverídica.

¿Puede investigarse esto? Claro. Cualquier cosa puede investigarse—siempre y cuando no rebasemos las fronteras del pensamiento crítico-científico—.

Como explicara alguna vez aquel gran maestro de pensamiento crítico, el filósofo de ciencia Karl Popper, para tener una hipótesis genuina deberás poder decir qué evidencia—de hallarse—socavaría su validez. Si no puedes o no quieres hacer esto tu hipótesis será más bien tu fe y quedará fuera del pensamiento crítico-científico.

Si, por ejemplo, sostengo que ninguna presentación de datos puede—ni siquiera en principio—jamás ser suficiente para rechazar la hipótesis de libre mercado, mi fervor es religioso. Para hacer ciencia, debo abrirme a las posibilidades y humillarme ante la evidencia, y eso me requiere estipular las condiciones bajo las cuales comenzaría a dudar de mi hipótesis.

Entonces asentaré en el extremo, para mayor claridad conceptual, la evidencia que pudiera, no ya socavar, sino destruir la hipótesis de libre mercado.

Aquí la tienes: Si puedes documentar que todos los grandes medios en Occidente, sobre algún tema de enorme relevancia e importancia, han estado diciendo la misma mentira, y por décadas, entonces la hipótesis de libre mercado deberá ser rechazada. Porque semejante comportamiento tan extremo, consciente, longitudinalmente estable, y universalmente mentiroso es imposible excepto con un cartel que lo abarca todo. Y un cartel que lo abarca todo es justo lo contrario de un mercado libre de noticias.

Pero toda vez que no hayamos documentado hechos con semejante estructura extrema, podemos modelar el mercado de noticias como gozando de una cierta libertad.

Consideremos, entonces, el ‘pánico de 1938’, cuando la famosa emisión de Orson Welles en CBS, pues lo consideran el caso más extremo de noticia falsa y peligrosa para los ciudadanos democráticos de Occidente. Será útil considerar, en el continuo de posibles modelos para el ámbito noticiero—yendo desde el mercado libre prístino, en un polo, hasta el monopolio oculto, en el otro—, con cuál nos parece más consistente tan singular evento.

¡Ahí vienen los marcianos!

¿Te acuerdas de aquel día? Te habrán contado, quizás. Es uno de esos: un episodio histórico tremendo. El 30 de octubre de 1938, nos dicen, se atropellaron en pánico, de costa a costa, masas gigantes de estadounidenses buscando escapar a los invasores marcianos que según creían (y estaban muy seguros) andaban quemando a la gente desde sus naves con poderosos láseres.

¿Te dio risa? No era broma. En las escuelas de comunicación, donde los trabajadores de medios son profesionalizados, se discute mucho este evento. Aparece en todos los libros de texto de comunicación. Y debe enseñarnos algo, se supone, sobre el impacto en la humanidad de los medios de masas.

¿Por qué? Porque dicha histeria nacional la causó, nos dicen, una radionovela—una dramatización de La Guerra de los Mundos.

La Guerra de los Mundos, de finales del siglo 19, es novela de H.G. Wells, pionero de la ciencia ficción. Narra un atentado genocida marciano contra la humanidad frenado apenas en el último instante cuando los invasores, con sistemas inmunes alienígenas, son ultimados por un patógeno terrestre (para ellos) desconocido.

Este regadero de sangre simple y sencillo fue benemérito de adeptos fieles y abundantes. Entre ellos, el polifacético actor, director, escritor, y productor Orson Welles (afamado por Citizen Kane). En 1938, Welles adaptó La Guerra de Los Mundos para radionovela de CBS, con los primeros platillos voladores tocando tierra en Nueva Jersey.

A Welles le sobraba estilo. La difusión arrancó con un boletín de prensa simulado que reportaba sobre el aterrizaje alienígena y que—detalle delicioso—interrumpía un programa de música simulado (giro: aviso de emergencia nacional). De ahí siguieron en metralla más boletines de prensa simulados, narrando durante cuarenta minutos cada nuevo golpe alienígena y los intentos fútiles de las autoridades por frenar la masacre.

El resto de la historia es famoso: los estadounidenses, tomándose en serio aquellos boletines—es decir, creyendo que oían noticias de verdad—, entraron en histeria por la presunta invasión alienígena. “ ‘Para la mañana siguiente,’ ” recordaba un documental de 2013 en PBS (estrenado para conmemorar el 75 aniversario del evento),

“‘la emisión y el pánico causado eran noticia de primera plana de costa a costa, con reportes de accidentes de tráfico, disturbios, hordas de gente apanicada en las calles, y todo por una radionovela.’ ”[1]

Mi propio padre no había nacido todavía cuando Orson Welles emitió aquel programa. Y sin embargo, como el resto del mundo, crecí escuchando de mis padres, de las personalidades en televisión, de mis maestros, de documentales y programas, y de los libros académicos e historias populares, sobre aquella vez cuando enormes masas de estadounidenses se dejaron timar por la invasión marciana de Welles y enloquecieron.

No es poca cosa. La historia de este engaño se transmite como un parteaguas de la historia occidental, como también se habla de Pearl Harbor y del hundimiento del Titanic: un impacto colosal de huella profunda sobre aquella generación, sus hijos, y sus nietos.

Y el recuerdo de esto, si bien un drama histórico, es algo más: es lección moral y advertencia de ciertas conductas humanas.

En México sacudimos la cabeza. ¿Pero cómo pudieron correr a salvarse porque hubieran aterrizado los marcianos? Nos repara un poco la autoestima: cierto, los gringos son ricos, tecnológicamente avanzados, y amos de todo; pero, híjole, vaya que son ingenuos.

Aunque si eres de Estados Unidos quizá veas en aquel momento histórico el verdadero problema: en esa generación, los estadounidenses se acostumbraban apenas a la radio.

Las tecnologías mediáticas, empero, habrán siempre de evolucionar adelante de nuestra adaptación, por lo cual aquí la moraleja cargada—y universalmente apreciada—es ésta: los medios de masas son poderosos. Los medios crean la realidad. Manejados con habilidad pueden empinar a una población al pánico. Dicha reflexión de 1938 la exigen tanto textos como profesores en las escuelas modernas de comunicación.

Pero—momento—. ¿De veras tanto apoya este caso la noción de que los medios crean nuestra realidad? Eso depende, me parece, de cómo respondamos la siguiente pregunta:

¿Qué tan importante fue el pánico?

Aquella frase tan famosamente optimista de Abraham Lincoln reza:

Puedes engañar a algunos todo el tiempo, y a todos, parte del tiempo, pero no puedes engañar a todos todo el tiempo.

Aplicándola aquí vemos que, aun en la versión más extrema, con el país entero entrando en pánico, eso duró un solo día—engañaron a todos, cierto, pero, como dice Lincoln, brevemente—.

Ninguna obligación tenemos, empero, de conceder la versión más extrema. ¿Cuánta gente realmente se apanicó? El aserto tradicional—de un pánico nacional—es una afirmación extraordinaria, y, como bien decimos, ‘las afirmaciones extraordinarias precisan evidencias extraordinarias.’

Estamos en derecho de preguntar: ¿Acaso realmente fueron engañados—así fuese por un día—? ¿Puede realmente un programa de radio apanicar a millones o siquiera a miles de estadounidenses y hacerlos correr a salvarse de invasores alienígenas? ¿De veras sucedió eso? ¿Dónde está la evidencia extraordinaria?

¡No existe!

O por lo menos eso afirman los historiadores Jefferson Pooley y Michael J. Socolow, cuyo artículo en Slate lleva por título: “El mito del pánico de La Guerra De Los Mundos: La famosa radionovela de Orson Welles de 1938 no causó una histeria nacional. ¿Por qué persiste la leyenda?” Este ensayo, de 2013, fue publicado para coincidir con el arriba mentado documental de PBS. Los historiadores acusaron a PBS de reciclar una historia tradicional pero enteramente falsa.

Me ha convencido la presentación de Pooley & Socolow. En lo sucesivo explico por qué.

Primero: La difusión de 1938 no pretendía ser real

Uno se lleva la impresión—es parte del mito popular—que Welles aventó su show sobre estadounidenses desprevenidos, todos ellos (por alguna razón inexplicable) en aquel momento sintonizando su estación. Y es común también pensar que Welles quería a todos creyendo que oían noticias de verdad.

Ambas ideas son falsas.

Welles no aventó su show sobre nadie. Su programa, Mercury Theatre on the Air, llevaba meses en el aire y se difundía siempre a la misma hora. Su versión de La Guerra de los Mundos, como otros shows, se había anunciado en cartelera, donde se ostentaba claramente cual obra de ficción: adaptación de la famosa novela de H.G. Wells. Una vez al aire, la introducción y la conclusión del programa nuevamente lo presentaron como ficción. Y lo mismo hicieron varios recordatorios durante el programa que interrumpieron la difusión para nuevamente ¡enfatizar el carácter ficticio del programa!

CBS y Orson Welles dejaron poco margen para tomarse literalmente aquel show.

Por demás, los radioescuchas de Mercury Theatre eran relativamente escasos. Según estadísticas compiladas la noche de la difusión de Welles, mismas que Pooley & Socolow han examinado, “98 por ciento de los encuestados estaban escuchando otra cosa, o escuchando nada, el 30 de octubre de 1938.”

Y sin embargo el documental estrenado por PBS en 2013 nos habla de “hordas de gente apanicada en las calles”—hordas—quienes, en su terror, perdieron todo control, causando “disturbios” en EEUU “de costa a costa,” incluyendo, según PBS, muchos “accidentes de tráfico.”

¿Ah sí? Pero entonces debió verse un brinco en las estadísticas de los hospitales. No se ve. Como explican Pooley & Socolow,

“investigadores [que] encuestaron a seis hospitales de Nueva York en las seis semanas después de la difusión [encontraron que] ‘ninguno de ellos tenía un solo registro de casos traídos específicamente a consecuencia del show.’ ”[2]

—Momento—. ¿Ningún caso? ¿Ni uno solo?

¿Y a nivel nacional? Cuando mucho, uno: el Washington Post “reportó que un radioescucha de Baltimore había muerto por ataque al corazón durante el show.” Pero esto también pudiera ser mentira; “desgraciadamente, nadie dio seguimiento a esta historia para confirmar o brindar detalles corroborativos.”[3]

¿Pero qué nadie en su momento retó las afirmaciones de los periódicos?

Sí. Por ejemplo, en los archivos del Washington Post Pooley & Socolow encontraron una carta de un lector indignado, publicada cuatro días después del ‘evento.’ Afirmaba no haber visto “ ‘cosa alguna aproximando la histeria de masas,’ ” y añadía: “ ‘en muchas tiendas había radios sonando, y sin embargo no observé nada del supuesto ‘terror de la gente.’ No hubo tal.’ ”[4]

Para las afirmaciones extraordinarias de una presunta histeria de masas en EEUU, luego entonces, falta evidencia extraordinaria. Falta evidencia, punto, extraña o llana. Ergo, concluyen Pooley & Socolow, no hubo tal pánico.

¿Y adivina quién coincide con ellos? Frank Stanton.

Cuando Welles hizo su show, Frank Stanton—quien luego sería director ejecutivo de todo CBS durante muchos años—era el encargado de medir la respuesta del auditorio. Su equipo llevó a cabo “dos mil quinientas entrevistas personales” al día siguiente de la famosa emisión de CBS. Tiempo después Stanton fue—él mismo—entrevistado en el período 1994-97 para un libro sobre su vida, y entonces reveló finalmente lo arrojado por aquellas investigaciones. Dijo:

“ ‘La investigación demostró que la mayoría lo vio como era. En primer lugar, la mayoría no escuchó [la emisión de 1938]. …Pero aquellos que sí lo escucharon lo vieron como una broma y lo aceptaron de esa manera.’ ”[5]

Según la persona mejor colocada para saberlo, no hubo pánico en masa.

¿Pero acaso esto socava realmente la noción de un gran poder mediático para crear realidades?

Irónicamente, no. Pues viene ahora un vuelco estilo M.C. Escher: si no hubo pánico en masa, entonces la mentira fue la afirmación de un pánico en masa.

Y esa mentira es bastante más grande.

No duró un día sino tres cuartos de siglo (el artículo desmitificador de Pooley & Socolow en Slate no llegó sino hasta 2013). Y no engañó a mucha gente—engañó a todos—. Pues todos—mexicanos, gringos, y el resto—hemos creído eso del pánico nacional durante décadas (la mayoría continúa creyéndolo). Más que una mentira noticiera (fake news) esto ha sido una mentira histórica. Un engaño espectacular.

El dictamen de Lincoln—tan moderado—parece ahora equivocado. Sí es posible engañar a todo mundo todo el tiempo.

¿Pero cómo pudo convertirse en ‘registro histórico’ esta afirmación sin base?

“La culpa es de los diarios estadounidenses,” escriben Pooley & Socolow. La gente confiaba en los periódicos y esos periódicos—todos, parece—‘reportaron’ un pánico en masa.

Dicha mentira periodística pudo haber sido muy inestable, explican los autores, pero pronto recibió el apoyo académico de Hadley Cantril de la Universidad de Princeton, cuyo trabajo de investigación sobre la emisión de CBS estableció al presunto pánico de masas en calidad de ‘evento histórico.’

Cantril se jactó de haber documentado un millón de almas apanicadas por la dramatización de Welles de La Guerra de los Mundos. Para obtener la cifra se apoyó en “un reporte sesgado compilado seis semanas después de la emisión”—es decir, seis semanas después de los encabezados en los diarios que hicieron a todo mundo creer en la existencia de un pánico—.

Dicho reporte, “elaborado por el American Institute of Public Opinion [AIPO],” utilizó una “base de datos seleccionados a modo” de “hogares sin teléfonos y en comunidades pequeñas,” es decir, gente pobremente representativa, sin experiencia testimonial de lo sucedido (o no sucedido) en las ciudades, y privada inclusive de buenos reportes de segunda mano.[6]

Y Cantril eligió interpretar como ‘apanicados’ a quienes dijesen haberse sentido ‘asustados’ o ‘afectados’ o ‘emocionados’ por el show de CBS.

Con semejante metodología puede ‘demostrarse’ un ‘pánico en masa’ luego de cualquier película de suspenso.

El celebrado volumen de Cantril, The Invasion from Mars: A Study in the Psychology of Panic (La Invasión de Marte: Un Estudio en la Psicología del Pánico, 1940), se convirtió en la voz acreditada para citar de ahí en adelante.

“El trabajo [de Cantril] validó la memoria popular del evento. Le dio credibilidad académica al pánico … Continúa siendo la única fuente con legitimidad académica que afirma un pánico importante. Sin esta validación, el mito probablemente no figuraría en los libros de texto de psicología y comunicación, como todavía figura hoy en día—no es mucho exagerar decir que todo alumno de bachillerato y universidad se lo encuentra tarde o temprano. … Aunque no haya uno escuchado jamás hablar de Cantril, el mito de La Guerra de los Mundos es sin lugar a duda su legado.”[7]

Ningún engaño masivo puede tener éxito sin la Ciencia

La centralidad de Cantril para con este engaño nos empina a considerar un punto interesante sobre el cuarto poder.

La prensa, dicen, es el cuarto poder, contrapeso de los otros tres: ejecutivo, legislativo, y judicial. Como dijo Thomas Carlyle en el siglo 19, cavilando sobre el alcance del cuarto poder: “la cosa es poseer una voz que otros escuchen.”[8]

Los científicos poseen dicha voz. Ellos crean nuestra realidad cuando aceptamos de los medios que ‘los científicos han dicho,’ o ‘demostrado,’ o ‘hallado’ alguna cosa y convertimos sus afirmaciones en el trasfondo para nuestra cosmovisión y discusiones democráticas. La afirmación de un consenso científico sobre la hipótesis del calentamiento global antropogénico (causado por humanos), por ejemplo, ha tenido efectos políticos y económicos profundos en todo el mundo.

En mi opinión, por tanto, la ciencia académica debe añadirse a la prensa en un cuarto poder extendido. Esto reconocerá la contribución especial que hace la investigación científica a nuestra democracia política. Pues la ciencia es la última línea de defensa de la democracia. Aun cuando la prensa falla, científicos medianamente libres, independientes, y competitivos podrán exhibir dichas fallas. Si no pueden, o no quieren, entonces un fraude mediático echará raíces ‘acreditadas,’ integrándose a nuestra comprensión de la historia.

Puede apreciarse dicha relación en el episodio de La Guerra de los Mundos. Si Hadley Cantril de Princeton no hubiera embadurnado falsamente de ‘ciencia’ las afirmaciones sobre un ‘pánico en masa’; o si otros académicos a la postre—en lugar de repetir las afirmaciones de Cantril—hubiesen hecho el trabajo que Pooley, Socolow, y otros finalmente han realizado; y si dicho trabajo apareciera en los libros de texto, la historia del ‘pánico en masa’ no habría sido creída durante tres cuartos de siglo. No estarían escuchando semejante historia los “alumno[s] de bachillerato y universidad” de profesores acreditados con textos igualmente acreditados.

Para que un engaño histórico masivo persista, luego entonces, el descalabro de los medios no basta; los académicos deberán asistir dicho descalabro o sucumbir ellos mismos al engaño. Este episodio por tanto nos enfrenta con preguntas incómodas sobre el mundo académico establecido—de menos en lo relativo a la disciplina de Cantril, la comunicación—.

¿Y si fuera yo quien te engaña?

Pudiera haberte cruzado la mente esta pregunta. ¿O quizá la historia revisionista de Pooley & Socolow me habría engañado y estaría yo cooperando inocentemente con su fraude? Es saludable interrogar. Lo exige, precisamente, el pensamiento crítico.

Lo más responsable sería examinar con cuidado todo argumento y evidencia de Pooley & Socolow. Pero eso toma tiempo. Tú estás en otras cosas. ¿Existe algún atajo? Pienso que sí.

Pooley & Socolow tienen rivales: historiadores afanados con el pasado como lo presentan ellos y no como lo describen Pooley & Socolow. Dicho interés contrario motiva a estos rivales, para bien de su carrera profesional, a buscar errores de argumentación, documentación, o ambos en el trabajo de Pooley & Socolow.

Demos entonces la bienvenida a Brad Schwartz, cuyo servició aquí será funcional y valioso.

Para su gusto, Pooley & Socolow “corrigen con enjundia excesiva la narrativa conocida y trillada.” Dicho sentir de Schwartz se apuntala de emociones fuertes, a juzgar por un libro entero donde—en respuesta explícita a la demostración de Pooley & Socolow—Schwartz trabaja en pos de rescatar lo posible del relato conocido del pánico en masa: Emisión de Histeria: La Guerra de los Mundos de Orson Welles y el Arte del Fake News.[9] Si de encontrar problemas con el trabajo de Pooley & Socolow se trata, nadie más interesado que Brad Schwartz.

¿Y qué tal? ¿Puede?

Según observa Schwartz, “al comenzar el siglo 21, algunos investigadores empezaron a cuestionar si el pánico realmente había sido tan grande como Cantril y otros decían.” ¿Y cómo opina él? Schwartz coincide con estos académicos que los diarios, en apoyo a las afirmaciones de 1938, presentaron “escasa evidencia dura.”

Schwartz hace eco, también, a las críticas de Pooley & Socolow contra La Invasión de Marte de Cantril, llamándolo “el estudio defectuoso de Cantril.”

Y—encima—Schwartz critica a quienes (por ejemplo, David Ropeik), en el 75 aniversario del show de CBS, evocaban todavía “millones” de apanicados, cuando ni siquiera Cantril—quien suprimiera datos buenos e inflara otros torcidos—afirmó jamás en exceso de un millón.[10]

Hasta aquí, si te fijas, ni una sola discrepancia con Pooley & Socolow.

Pero según Pooley & Socolow “casi nadie fue engañado por el show de Welles.” ¿Qué hay de eso? ¿Hemos aquí, finalmente, a juicio de Schwartz, una afirmación inmoderada? ¿Sería éste el botón de muestra para ilustrar como Pooley & Socolow “corrigen con enjundia excesiva la narrativa conocida y trillada”? Parece que no. “Los realmente asustados,” coincide Schwartz, fueron “relativamente pocos.”[11]

Y sin embargo Schwartz insiste—pese a todo—en querer rescatar algo de la historia tradicional del pánico en masa, y nos ruega no despreciar “historias [que] merecen análisis y solución.”[12]

Por ejemplo: la historia de John y Estelle Paultz—la aventura consentida, diríase, de Schwartz, elegida para su obertura y colmada de superlativos hilados con prosa hábilmente jadeante—. A mi gusto, empero, ni así levanta.

Los incautos Paultz, tomando por noticiero el show de Welles, corrieron a evacuarse de Manhattan por vía ferroviaria sin poder avistar, camino a la estación, a otros fugitivos del genocidio marciano. Un día cualquiera en las calles. (Debieron sentirse raros.)

Arriba ya del tren, viendo a sus compañeros de vagón plácidos e ignorantes, John y Estelle se afanaron por contagiarles su pánico. Los pasajeros se inquietaron—por la salud de John y Estelle—y disputaron con fuerza la afirmación de un aterrizaje marciano.

Uno mencionaba el nombre de Orson Welles. Entonces John “se dirigió a su esposa y, gritando para hacerse entender por encima del ruido, preguntó, ‘¿Quién es Orson Welles?’ ” Estelle sabía. Se detuvo. Prendió el foco. “Estelle gritó que le dieran un periódico” y dio con la cartelera donde anunciaban el show de CBS. Y así desinfló, ella misma, su breve alboroto.

¿Quod Erat Demonstrandum?

Si el ridículo fugaz de John y Estelle Paultz camino a Hartford no puede llamarse un ‘pánico en masa,’ entonces no hay riesgo en aceptar—como de hecho acepta el propio Schwartz—la revisión histórica de Pooley & Socolow: no hubo tal pánico en masa. Los diarios lo inventaron.

Pero ¿por qué hicieron eso los diarios?

Pooley & Socolow observan lo siguiente sobre los ‘reportes’ en periódicos de aquel ‘pánico en masa’ que nunca sucedió:

“En un editorial titulado ‘Terror por la Radio,’ el New York Times reprochó a ‘los jefes de la radio’ por haber aprobado que se entremezclara una ‘ficción estremecedora’ con boletines de prensa ‘presentados tal cual se habría hecho con las noticias de verdad.’ Advirtió Editor and Publisher, la revista de la industria del periódico: ‘La nación entera se enfrenta todavía al peligro de noticias incompletas y mal comprendidas [transmitidas] por un medio que no ha demostrado todavía … ser capaz de realizar competentemente el trabajo periodístico.’ ”[13]

Con base en esto, la hipótesis de Pooley y Socolow es que los diarios buscaban desacreditar a la radio porque “la radio había chupado de los diarios muchos ingresos de publicidad durante la [Gran] Depresión, lastimando mucho a la industria del periódico.” Querían recuperar ese mercado perdido. Entonces, cuando Welles simuló noticias en su dramatización radiofónica de La Guerra de los Mundos,

“los diarios pescaron la oportunidad … para desacreditar a la radio como fuente de noticias […] para demostrarle así a los anunciantes, y a los reguladores, que los jefes de la radio eran irresponsables y merecían poca confianza.”[14]

La frase “pescaron la oportunidad” significa que los diarios, todos juntos, solidarios, publicaron encabezados falsos para hacer creer al público que Orson Welles había dañado a la nación con su show.

Esta hipótesis de los historiadores Pooley & Socolow merece el mote de ‘teoría de conspiración,’ pues ellos afirman que todos los jefes de los periódicos conspiraron para publicar noticias falsas.

Me quedo algo pasmado. Porque en el mundo académico (y en el mediático) se considera de pésimo gusto proponer teorías de conspiración. Y sería quizá por ello que Pooley & Socolow no enfatizan esto (porque no lo hacen). Pero están en un aprieto, porque sus hechos documentados son llanamente imposibles si el mercado de diarios en 1938 era libre y competitivo.

En un mercado libre—al contrario de un monopolio oculto o cartel—tienes el incentivo de exhibir las mentiras, exageraciones, distorsiones, y errores de otros, porque así construyes tu prestigio como fuente veraz y socavas el de tus competidores, lo cual redunda en mayor participación de mercado y mayores ingresos de publicidad. Ningún diario libre puede resistir demostrarle al público que sus rivales están diseminando una historia enorme y completamente falsa—para esto vive un diario libre—.

Pero ¿no pudiera tratarse de borreguismo?, me pregunta la gente. Digamos que un periódico grande e influyente dijera la mentira, y luego los demás periódicos se treparon a la historia, repitiéndola. No sería maquiavelismo—tan solo… mediocridad, pereza—.

La gente puede ser mediocre y perezosa—sin duda—. Y muchos diarios pequeños no pueden hacer su propia investigación y repetirán simplemente lo que dijo el New York Times. Pero si los diarios grandes, por lo menos, competían unos con otros en 1938, entonces cada uno tenía el incentivo de revisar esta historia de un pánico nacional y exhibirla por lo que era: un timo.

Parece, sin embargo, que ni un periódico hizo esto.

Sin más remedio, entonces, Pooley & Socolow adoptan—contra la pared y a regañadientes—la hipótesis de un cartel de diarios, y tan disciplinado que no sufrió una sola deserción del esfuerzo colectivo por derrotar a la radio.[15]

Siendo muy franco, no me gusta esta hipótesis. Pero no porque se trate de una audaz teoría de conspiración. Me enfada, más bien, que no puede explicar la evidencia. Pues nos estorba el siguiente dato GIGANTE: ¡CBS se disculpó por el ‘pánico en masa’!

¿Por qué enviaron a Orson Welles a pedir disculpas?

A ver: ponte en los carísimos y bien boleados zapatos de William Paley. Eres ahora magnate de medios, dueño de CBS. Tu situación es la siguiente: la industria entera de los diarios te está acusando de haber causado un pánico en masa en Estados Unidos. Están pidiendo que los reguladores restrinjan tu libertad de emitir noticias.

Eres un magnate de medios—un superhombre—. ¿Te vas a agachar así nomás? ¿O mandas llamar a Frank Stanton?

Frank Stanton es tu encargado en CBS de medir e interpretar la respuesta del auditorio. Por sus datos, él sabe que no hubo tal pánico en masa (ver arriba). Y puede probarlo. Te lo dice. ¿Qué haces?

Pues usas el enorme poder de la radio, residente en tus manos, y dices la verdad: ¡No hubo tal pánico en masa! ¡Los periódicos están mintiendo! Fuerzas a los periódicos a recibir su propio búmeran en la cabeza. Y vistes delante de todos un resplandor cual nueva—y realmente confiable—fuente de noticias.

Eso es lo que haces . No es lo que hizo William Paley. Él hizo esto: mandó a Orson Welles a pedir perdón por aquel presunto pánico en masa.

“La actuación estelar de Welles aquella noche,” escribe Michael Socolow, “no fue en el estudio; fue en el pasillo, en una conferencia de prensa improvisada, cuando fingió estar asombrado y contrito.”[16]

¿Por qué piensa Socolow que Welles fingía su contrición en aquella conferencia de prensa? Consulté el pie de página. Su testigo ocular es Howard Koch, uno de los escritores de CBS trabajando con Welles. Koch “estaba presente,” escribe Paul Heyer en The Medium and the Magician,

y [Koch] sospechaba una astucia Wellesiana. Vio verificación de la misma cuando hubo terminado el trámite. Welles y [su colaborador John] Houseman salieron simultáneamente por distintas puertas, se miraron el uno al otro, y sin decir una palabra intercambiaron gestos de celebración.”[17]

Misión cumplida. Pero ¿cuál era esa misión?

Según Koch la astucia Wellesiana había sido ésta: Welles había querido desde el principio crear un pánico de masas—ésa era toda la intención—pero había que fingir asombro en la conferencia de prensa, como si jamás hubiera deseado eso, para protegerse a sí mismo y a CBS de una demanda. Así podía explicarse su actuación (Welles era un actor de talento).

¿Es razonable esta interpretación de Koch? No para quien ya sabe que no hubo tal pánico en masa. Porque si de evitarse alguna demanda se trataba, entonces tocaba más bien refutar la mentira. La contrición fingida de Welles en aquella conferencia de prensa, tan palpable para Koch, puede entonces interpretarse de otra manera: Welles colaboraba con la mentira de que CBS había causado un pánico en masa.

¿Acaso respaldan esta interpretación otros elementos del contexto? Sí, la respaldan.

Welles padre, un mago aficionado, le había enseñado a Orson el oficio, como recordó alguna vez en entrevista el hijo:

“Así como aprendían otros niños a tocar el violín y otras cosas, a mí me daban clases [de magia]. Entonces era un verdadero wunderkind [prodigio] con una baraja de naipes.”

Pero ya como adulto la carta fuerte de Orson Welles, según su propio testimonio, fue

“lo que llamamos ‘mentalismo,’ la lectura de la mente y todas esas cosas … un blof gigantesco, en otras palabras, que es bastante más fácil de hacer que mantener hábiles los dedos.”[18]

El mentalismo se vale de supuestos para nosotros tan cotidianos como invisibles. Un truco viejo es la pregunta cargada. En un coctel, pregúntale a alguien (disque en privado, pero para que otros oigan), “Oye, Juan, ¿ya no golpeas a tu esposa?” Conteste como sea, y aun si intentara negar la premisa, Juan estará en problemas, porque los escuchas pensarán, implícitamente: “¿Quién habría de preguntar eso a menos que Juan sí estuviera golpeando a su esposa?”

En la conferencia de prensa, Welles no preguntó sino afirmó: una variante de: “Siento mucho el pánico nacional; para nada fue mi intención.” Pero la estructura es la misma. La mente piensa implícitamente: hubo un pánico nacional; si no, ¿por qué pide disculpas Welles?

Un “blof gigantesco.”

Orson Welles colmó este blof gigantesco, tiempo después, ‘confesando’ que supuestamente sí había querido producir aquel pánico (el que nunca sucedió—ése—). “Sí, le dijo a Peter Bogdanovich, el efecto logrado [en 1938] había sido el anhelado, pero el tamaño de la cosa los había dejado ‘atónitos.’ ”[19]

Ajá.

Nunca tires la estafa; te mueres con la mentira, dice una frase famosa de la película Focus, donde un estafador o conman de fino talento (Will Smith) explica los principios del oficio a una aprendiz (Margot Robbie). Orson Welles entendía ese principio—no le aprendía nada a nadie—.

¿Cuál es la lección profunda? Es ésta: Si Stanton, Welles, y CBS, en lugar de defenderse de una acusación dramática y falsa escogieron cooperar con el fraude periodístico de un ‘pánico en masa,’ como hicieron también las otras radios, entonces tenemos que todos los medios grandes activos en 1938 se coludieron para vender esta mentira al público.

La teoría de conspiración de Pooley & Socolow resultó tímida.

Y nos hemos topado, parece, con aquella condición extrema, estipulada de antemano, bajo la cual dijimos habría de rechazarse la hipótesis de un libre mercado de grandes medios periodísticos—por lo menos para el año de 1938—.

¿Y la televisión?

Si bien la televisión, en 1938, estaba todavía en su infancia, pronto sería un medio noticiero importante por mérito propio. Entonces ¿por qué, en todos estos años, no vimos a la televisión desmentir el fraude de los diarios y la radio sobre aquel ‘pánico en masa’ que nunca sucedió?

Las TV-estaciones privadas no añaden misterio alguno. Porque ésas salieron de las estaciones privadas de radio—son las mismas compañías—.

Pero PBS (Public Broadcasting Service), la TV-estación de gobierno, ostenta una misión de ‘servicio al público.’ Entonces, pregunto: Cuando PBS produjo un documental en 2013 para conmemorar el 75 aniversario de la emisión de 1938 de CBS, ¿por qué no exhibieron el engaño y mito del pánico en masa?

Imagina que tú eres el productor de ese show de PBS. Te va a tocar, si eliges hacerlo, destapar un escándalo gigante que ha durado 75 años. Una tomada de pelo espectacular, corriendo todavía, contra los ciudadanos estadounidenses, y urdida por—¿por quién? ¡Por los noticieros privados—tus rivales—!

Qué divertido.

Y el escándalo no solo subirá tus ratings, sino que exaltará la estampa del gobierno como escudo de los ciudadanos contra las grandes corporaciones.

Pero no. En lugar de hacer la cosa emocionante, prestigio-efervescente, y de ratings abundante, la cosa de provecho, presumiblemente, para PBS, los productores decidieron mejor reciclar, en un documental comparativamente tibio, la historia de todos ya sabida. (NPR [National Public Radio, la radio del gobierno] hizo lo mismo.)

Y—hemos de aclarar—no se trata de ignorancia. Pues como puntualmente se han quejado Pooley y Socolow, cuando el documental de PBS estaba siendo preparado los productores hablaron con los historiadores sobre la investigación desmentidora, pero los anteriores eligieron no abordar el tema en el filme.[20]

Cabe preguntar: ¿Qué modelo de los medios noticieros en 2013 pudiera brindar un sentido natural a estos comportamientos? Precisamos de uno.

¿Acaso Pooley & Socolow han afectado las percepciones del público?

Cierto, la investigación desmentidora de Pooley & Socolow se publicó en Slate. ¿Pero a quién afectó? ¿Acaso pueden competir con PBS?

Considera esto. En mayo de 2022, a casi una década de publicado el trabajo de Pooley & Socolow en Slate, el famoso comediante estadounidense Bill Maher, en el monólogo de inicio de Real Time with Bill Maher, afirmó lo siguiente:

“En 1938 la radio era el medio emocionante del día y mucha gente se alebrestó contra ella, sobre todo cuando Orson Welles presentó lo que obviamente era un drama de ficción sobre una invasión marciana de Nueva Jersey y miles de personas pensaron que era real y se apanicaron.”

Maher nos sirve aquí de barómetro cultural porque Real Time ha venido promediando más de un millón de televidentes. Y Maher mismo se presenta, no sin algo de razón, como portavoz del sentido común y enemigo de las desinformaciones. Entonces, si Bill Maher no entiende esto, sigue que Slate—con suscritores contados en algunos miles—no cambió el conocimiento de la gente sobre el presunto pánico en masa de 1938.

Nos siguen tomando el pelo.

Queda por investigar

Aquí sobran preguntas. Por ejemplo: ¿Cómo fueron organizados los diarios y la radio en 1938 para mentirle a todo mundo de esa manera? ¿Quién estaba detrás de esto? ¿Y por qué nos querrían culpando a la radio de un pánico en masa en 1938?

Creo haber encontrado algunas pistas interesantes.

En 1928, faltando diez años para la emisión de Orson Welles en CBS, el legendario Edward Bernays—por muchos (y por sí mismo) considerado como padre fundador de las relaciones públicas y de la mercadotecnia—publicó un libro cándidamente titulado Propaganda para defender su visión peculiar de la ‘democracia.’

La propaganda, explica Bernays, es en nuestro beneficio, porque “el orden funcional de la vida grupal” es imposible sin tener primero “nuestros gustos formados y nuestras ideas sugeridas en buena medida por hombres desconocidos.” El ciudadano debe confiar en estos hombres invisibles—ciegamente, se entiende— “conocedores de los procesos mentales y los patrones sociales de las masas.” Pues son ellos, dice, “quienes jalan los hilos de la mente del público, … [y] aprovechan añejas fuerzas sociales, elucubrando métodos para unir y guiar al mundo.”[21]

En fin, gustare o no, según Bernays todo eso ya estaba sucediendo. Abría su libro, de hecho, con esto:

“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen un gobierno invisible, y son el verdadero poder en nuestro país.”[22]

¿Estaba loco de atar aquel Bernays? ¿O sabía algo?

Durante la Primera Guerra Mundial, el Comité de Información Pública o CPI (Committee on Public Information) del gobierno estadounidense había contratado a Eddie Bernays explícitamente para hacer guerra psicológica. Ernest Poole, quien lo reclutara, escribió: “ ‘[sus] habilidades son sin lugar a duda excepcionales.’ ”[23] Sobre sus experiencias en el CPI, Bernays luego reflexionó así:

“ ‘Aprendí una lección básica en el CPI: que esfuerzos comparables a los del CPI para afectar las actitudes de enemigos, neutrales, y gente del país podían ser aplicados con igual facilidad durante tiempos de paz. En otras palabras, que lo ensayado para una nación en guerra podía igualmente hacerse para organizaciones y gente de una nación mientras dure la paz.’ ”[24] (énfasis mío)

Para ello, empero, hacía falta investigar científicamente, en tiempos de paz, los efectos de los medios sobre la ciudadanía estadounidense—cosa que ya hacían Frank Stanton y Hadley Cantril (a quienes conocimos arriba) en los años 1930—. Escribe Michael Socolow:

“[Hadley] Cantril, un sociólogo de Princeton; [Frank] Stanton [de CBS]; y Paul Lazarsfeld habían creado una Oficina de Investigaciones Radiofónicas [Office of Radio Research], proyecto apoyado por la Fundación Rockefeller, establecido en [la Universidad de] Princeton, y considerado como el primer gran intento de analizar empíricamente los efectos de los medios de comunicación de masas.”[25]

Descrito así suena inocente—ni parecido al chisme de Bernays—. Empero, internamente, la Fundación Rockefeller comentaba sus investigaciones en los mismos términos que Bernays: buscaban perfeccionar las técnicas de la guerra psicológica para usarlas contra la población civil estadounidense. Poco después, los científicos atareados en esto—asalariados por los Rockefeller, la familia más poderosa y rica del mundo—fundarían en las universidades la disciplina de la ‘comunicación.’

Todo esto lo documenta el historiador Christopher Simpson en su libro Science of Coercion: Communication Research and Psychological Warfare, 1945-1960 (Ciencia de Coerción: La Comunicación y la Guerra Psicológica, 1945-1960).

Los teóricos principales de aquel esfuerzo, escribe Simpson, eran Harold Lasswell y Walter Lippmann (sí, ése, el ‘padre del periodismo moderno’). El primero había hecho su tesis de doctorado sobre los hallazgos manipulativos del CPI durante la guerra; el segundo desarrollaba lo aprendido personalmente en su gestión de guerra con el CPI. Haciendo eco a Bernays, estos dos teóricos escribieron que tú y yo no podremos gobernarnos; entonces, las élites de poder ‘democráticas,’ empleando ‘ciencia de comunicación,’ deberán administrarnos y guiarnos.[26]

En un cónclave organizado por los Rockefeller, Lasswell expuso que “La élite de la sociedad estadounidense (en la frase muy franca de Lasswell, ‘aquellos con dinero para apoyar investigaciones’) deberían manipular sistemáticamente el sentir del público.” Es decir que deberían administrar nuestra realidad—y su significado—y así coercer a la gente indirectamente, sin delatarse. En su sentida protesta, Donald Slesinger, disidente único de aquel cónclave, acusó que eso sería “ ‘establecer la dictadura por conducto de la manipulación.’ ”[27]

Cabe entonces preguntar: ¿Acaso estaría la Oficina de Investigaciones Radiofónicas de Princeton, financiada por los Rockefeller, realizando pruebas de campo sobre manipulación de masas?

Dicha Oficina tenía vínculo con CBS por conducto de Frank Stanton, encargado de medir la respuesta del auditorio, y por conducto de William Paley, dueño de CBS y bien cercano a los hermanos Nelson y David Rockefeller. Y había otro vínculo, con otra cosa, como documenta Christopher Simpson.

“La carrera profesional de Cantril se había ligado íntimamente con la inteligencia estadounidense y las operaciones psicológicas clandestinas desde, por lo menos, finales de los 1930. La Oficina de Investigaciones Radiofónicas, por ejemplo, tenía contratos con el gobierno de Roosevelt para estudiar la opinión pública estadounidense en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.”[28]

A considerar, ahora, tres detalles curiosos.

Primero: Fue el propio Frank Stanton quien recabara los datos de respuesta del auditorio a la emisión de Orson Welles. Entrevistado en el periodo 1994-97 para un libro sobre su vida, Stanton, rozando entonces los noventa y quizás por ello cayendo en un descuido, confesó que su investigación de 1938 había arrojado ningún pánico en masa (ver arriba).

Segundo: Michael Socolow menciona que Frank Stanton recabó dichas estadísticas trabajando en colaboración con Paul Lazarsfeld, su colega en la Oficina de Investigaciones Radiofónicas de Princeton.

Tercero: Estos dos también colaboraron en el manuscrito de Cantril: La Invasión de Marte. En testimonio interno a funcionarios de la Fundación Rockefeller, “Stanton … y Lazarsfeld” expresaron que “ellos básicamente habían rescrito el manuscrito y habían luego permitido que se publicara bajo presunta autoría de Cantril.”[29]

Es el propio Michael Socolow quien documenta ese detalle, pero se le ha escapado, me parece, su consecuencia. Y eso nos obliga a una expresión más precisa. A saber: Frank Stanton y Paul Lazarsfeld, esos que siempre supieron que jamás hubo pánico en masa, son los verdaderos autores del libro ‘de Cantril,’ ése que afirma haber validado un pánico en masa.

Delicioso. (O escalofriante.)

Durante la guerra, escribe Christopher Simpson, Nelson y David Rockefeller pasaron a ocupar cargos de responsabilidad en inteligencia. Y fue bajo dirección de Nelson, en parte, que William Paley, y también Frank Stanton, Hadley Cantril, y otros fueron empleados por el gobierno por su oficio de guerra psicológica.[30]

En la posguerra, los hermanos Rockefeller supieron perpetuarse cual señores fuertes de la inteligencia estadounidense, con énfasis en guerra psicológica.[31]

Frank Stanton, mientras, pasó a gobernar durante muchos años a todo CBS. Y también por aquel tiempo, documenta Simpson, los otros guerreros psicológicos se acomodaron en sus sillas de profesores a liderar departamentos universitarios nuevecitos, rechinando de limpios, que—regados con hartos dineros de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) bien lavados por la Fundación Rockefeller—brotaron de la nada para establecer, en un abrir y cerrar de ojos, la disciplina académica de la ‘comunicación.’

Ahora cátame, te ruego, el siguiente acertijo: ¿Cuál sería la herramienta más poderosa para un guerrero psicológico?

Propongo: la ‘prensa libre’ corrompida en secreto. Pues si tú puedes corromper a la prensa sin que parezca, y puedes fingir libertad hábilmente en el empaque, conseguirás preservar la confianza del público en las noticias. Y con dicha confianza podrás venderle cualquier cosa. Guerreros psicológicos astutos y comprometidos con el éxito, por ende, contando con recursos nivel Rockefeller, no sabrían desistirse hasta no haber poseído a la ‘prensa libre.’

Atraigo entonces la siguiente pregunta: ¿No sería que el engaño de un pánico nacional en 1938 no fue sino la prueba operativa de un sistema ya cabalmente corrompido? ¿No estarían probando para ver si, empuñando el nuevo sistema con dominio exquisito y conocimiento experto, podían ya crearnos eventos históricos dramáticos y bien falsos? Suponiendo que así fuera, aprobó con honores el nuevo sistema.

Trataré, en mis siguientes entregas, el contexto más amplio de esta historia.

Francisco Gil-White es antropólogo político enfocado en temas de conflicto social, con formación en teoría evolutiva y etnografía sociocultural. Su trabajo hace énfasis en los modelos cognitivos que organizan el aprendizaje social y las conductas humanas. Ha enseñado ‘Psicología Biocultural’ en el Departamento de Psicología de la Universidad de Pennsylvania, ‘Comportamiento Humano’ y ‘Negociación Integradora’ en el Departamento de Administración del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), y ‘Pensamiento Crítico’ en la Universidad del Medio Ambiente (UMA).

NOTAS AL PIE:

[1] “The Myth of the War of the Worlds Panic: Orson Welles’s infamous 1938 radio program did not touch off nationwide hysteria. Why does the legend persist?”; Slate; 28 October 2013; by Jefferson Pooley & Michael J. Socolow. https://www.slate.com/articles/arts/history/2013/10/orson_welles_war_of_the_worlds_panic_myth_the_infamous_radio_broadcast_did.html

[2] The Myth of the War of the Worlds Panic (op. cit.)

[3] The Myth of the War of the Worlds Panic (op. cit.)

[4] The Myth of the War of the Worlds Panic (op. cit.)

[5] Dunham, C. B., & Cronkite, W. (1997). Fighting for the First Amendment: Stanton of CBS Vs. Congress and the Nixon White House. Praeger. (p.33)
https://archive.org/details/fightingforfirst0000dunh/mode/2up

[6] The Myth of the War of the Worlds Panic (op. cit.)

[7] The Myth of the War of the Worlds Panic (op. cit.)

[8] Carlyle, T. (1859). On Heroes, Hero-worship, and the Heroic in History: Six Lectures: Reported with Emendations and Additions. United States: Wiley & Halsted. (p.147)
https://www.google.com/books/edition/ON_HEROES_HERO_WORSHIP_AND_THE_HEROIC_IN/mdvCzrNIkooC?hl=en&gbpv=0

[9] Schwartz, A. B. (2015). Broadcast Hysteria: Orson Welles’ss War of the Worlds and the Art of Fake News. Farrar, Straus and Giroux. (p.9)
https://archive.org/details/broadcasthysteri0000schw/

[10] Broadcast Hysteria (op.cit). pp.8-9.

[11] Broadcast Hysteria (op.cit). p.9.

[12] Broadcast Hysteria (op.cit). pp.4-7

[13] The Myth of the War of the Worlds Panic (op. cit.)

[14] The Myth of the War of the Worlds Panic (op. cit.)

[15] Como si se avergonzara de haber propuesto una teoría de conspiración (si bien no tiene remedio), Socolow trabaja duro para ‘concluir’ que su investigación ha demostrado ¡la debilidad de los medios! Es decir, porque los medios en realidad no convencieron a la gente de que los marcianos los invadían. Pero…, sí convencieron a todo mundo, por más de 70 años, de un pánico en masa que nunca sucedió, según sus propias investigaciones, Profesor Socolow.

[16] “The Hyped Panic Over ‘War of the Worlds’”; The Chronicle of Higher Education; 24 October 2008; By Michael J. Socolow.
https://www.chronicle.com/article/the-hyped-panic-over-war-of-the-worlds/

[17] Heyer, Paul. The Medium and the Magician: Orson Welles, the Radio Years, 1934-1952. United States, Rowman & Littlefield Publishers, 2005. (p.98)

[18] https://www.youtube.com/watch?v=jMh7pbYr8DQ&t=1352s

[19] The Medium and the Magician (op. cit.) p.98.

[20] The Myth of the War of the Worlds Panic (op. cit.)

[21] Bernays, E. L. (1928). Propaganda. New York: Horace Liveright. (pp.1-2)

[22] Ibid.

[23] Tye, Larry. The Father of Spin. Picador. Kindle Edition. (p. 18)

[24] Cutlip, Scott M. The Unseen Power: Public Relations. A History. Hove, UK: Lawrence Erlbaum, 1994. (p.168)

[25] The Hyped Panic Over ‘War of the Worlds’” (op. cit.)

[26] Simpson, Christopher. Science of Coercion: Communication Research & Psychological Warfare, 1945–1960 (Forbidden Bookshelf Book 13). Open Road Media. Kindle Edition. (pp.13, 15-17)

[27] Science of Coercion (op. cit) p.23

[28] Science of Coercion (op. cit) p.80

[29] The Hyped Panic Over ‘War of the Worlds’ (op. cit.)

[30] Durante la guerra, Nelson Rockefeller fue subsecretario de relaciones exteriores (assistant secretary of state) bajo Roosevelt y Truman. Además, dirigió la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos (CIAA), “una agencia embrionaria de inteligencia estadounidense … enfocada en América Latina,” a la cual William Paley—él mismo “empleado prominentemente” en la División de Guerra Psicológica del ejército—brindó la colaboración enérgica de su compañía CBS.(a) Hadley Cantril fue el “especialista en jefe sobre opinión pública” en la CIAA y además en la Oficina de Información de Guerra (Office of War Information – OWI), otra unidad de inteligencia estadounidense enfocada en propaganda. Naturalmente que “OWI … firmó contratos para investigaciones de comunicación y consultoría con Paul Lazarsfeld, Hadley Cantril, [y] Frank Stanton.”(b) David Sarnoff de RCA, otro compinche de los Rockefeller, fue “consultor especial para el General Eisenhower en materia de comunicaciones,” llegando a General de Brigada.(c) En su RCA Building en Rockefeller Center, Sarnoff hizo de anfitrión al despacho operativo de la OSS (Office of Strategic Services) de Allen Dulles, el futuro director de la CIA, que trabajaba de la mano con el británico MI6, que también tenía su oficina neoyorquina en el RCA Building de Rockefeller Center. Mientras tanto, “David [Rockefeller] … trabajó en la inteligencia del ejército en África Norte.”

FUENTES:

(a) Science of Coercion (op. cit) p.80

(b) Science of Coercion (op. cit) p.26

(c) https://archive.org/stream/radioageresearch194245newyrich#page/n381/mode/2up

(d) Reich, Cary (1996) The life of Nelson A. Rockefeller : worlds to conquer, 1908-1958. New York : Doubleday. (p.559)

[31] Reich, Cary (1996) The life of Nelson A. Rockefeller : worlds to conquer, 1908-1958. New York : Doubleday. (p.559)


 

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Francisco Gil-White: Francisco Gil White es investigador y defensor del judaísmo Recibió una maestría en ciencias sociales de la Universidad de Chicago, donde su trabajo ganó el premio Earl S. & Esther Johnson, y un doctorado en antropología biológica y cultural de UCLA, cuya tesis ganó el premio al Mejor Nuevo Investigador de la prestigiada Human Behavior and Evolution Society. Durante seis años, enseñó psicología evolutiva y cultural en la Universidad de Pennsylvania. Su trabajo explora las causas del racismo y del conflicto étnico, y en los últimos años se ha concentrado en el antisemitismo, el Holocausto, el conflicto árabe israelí, y la historia del pueblo judío, culminando en un examen de dos y medio milenios de historia occidental a través de la experiencia judía. Su libro, "El colapso de Occidente: el Siguiente Holocausto y sus consecuencias", está a la venta en Amazon.com